.Orlando Guevara Núñez
Los
días precedentes al asalto del Cuartel Moncada, estuvieron muy lejos de
transcurrir bajo la calma, la paz y la tranquilidad que pregonaban los
representantes de la tiranía batistiana
impuesta a la nación tras el artero
golpe militar del 10 de marzo de 1952.
Los
graves problemas denunciados posteriormente por Fidel en La historia me absolverá, tenían su expresión concreta en el diario
quehacer santiaguero y frente a ellos reaccionaba la población.
El 2 de julio de ese año, un periódico
local informaba que en esta ciudad
morían, como promedio, dos niños cada día, víctimas de una epidemia de
gastroenteritis. Se hablaba de causas como la pésima calidad del agua y
adulteración de alimentos, mientras que las autoridades se limitaban a decir
que esa enfermedad era endémica en Santiago de Cuba. Se pedía una ayuda con
médicos y enfermeras, que nunca llegó.
Y
junto a la tristeza y el desamparo, la burla politiquera. Marta Fernández
Miranda de Batista, la esposa del tirano, viajó hasta Santiago de Cuba en un
tren con “ayuda contra la epidemia”. De los
millones robados al pueblo, la “generosidad” de la Primera Dama
devolvió unas migajas: 24 camas, diez
cajas de vacunas y cuatro de medicinas. Los niños siguieron muriendo.
El
6 de ese mismo mes, el jefe de los ayudantes de Batista, el tristemente célebre
Tabernilla, declaraba con seguridad algo que sería poco después desmentido por
los hechos. “No hay ni habrá
revoluciones”. Pero al día
siguiente se informaba sobre una huelga de ferroviarios que alcanzaba a todo el
país. Se hablaba de hambre, desempleo, tristeza y desilusión.
Una
semana más tarde, cosa que era habitual, la prensa se hacía eco de las bachatas
y derroches de la “alta sociedad”. Fiestas, bebidas, comidas, mientras los
pobres se debatían entre la miseria y el
abandono. Los juegos prohibidos, los bares y prostíbulos pululaban en la
ciudad.
El
l7 de julio, los maestros alzaban sus
demandas para que fueran aumentadas 75 plazas en la Escuela Normal para
Maestros de Oriente, a las que aspiraban
1 163 solicitantes. Dos días después los abnegados educadores
santiagueros protestaban por la rebaja de salarios aplicada por el gobierno y
pedían su anulación.
La
situación era explosiva a tal punto que el 20 de julio, un editorial del Diario de Cuba, publicación
santiaguera, afirmaba: “Si vamos a oír las declaraciones de los sectores
oposicionistas, estamos al borde de una guerra civil que arrasará con el
régimen de facto para poner nuevos hombres en la gobernación del país. Si
prestamos oídos a los voceros gubernamentales, la nación cuenta hoy con un
poderoso aparato bélico, capaz de sofocar cualquier intento revolucionario”.
El propio documento abogaba
por paz y trabajo, tranquilidad y
garantías, al tiempo que recomendaba no hablar más de revolución ni de medidas
represivas y confiarlo todo a las urnas electorales.
Justamente
dos días después, se daba la noticia de un joven bárbaramente apaleado en la
prisión, hasta vomitar la sangre y quedar en un estado de alta gravedad.
Y el 25 de
julio, víspera del asalto, la prensa se hacía eco del enjuiciamiento a 79
campesinos acusados de ocupar tierras y construir bohíos en propiedades de una compañía terrateniente.
Para
esa fecha, bajo la dirección de Frank País García, muchos jóvenes santiagueros
se habían organizado para oponerse a la
dictadura batistiana.
La
ciudad no estaba dormida, ni pasiva, ni reinaban la paz y la tranquilidad.
Había rebeldía y comenzaban a foguearse los combatientes que luego del asalto
al Moncada y fundado el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, se incorporarían
al combate que sólo terminaría con el triunfo de la Revolución.
Pero
otra noticia estremeció hasta los cimientos de la ciudad: Asaltado el Cuartel Moncada. Después, hasta finales de 1958, las calles de Santiago de Cuba
fueron testigos –como en todo el país- de una lucha cruenta. Las puertas y
ventanas- como la muralla de la poesía
de Guillén- se abrían o cerraban según quien tocara a ellas. La Ciudad Bravía no
tuvo un día de reposo, hasta que los titulares de la prensa tuvieron razón para
hablar sobre la nueva historia del pueblo en el poder.
Ese
era el Santiago de Cuba que no conoció en los primeros momentos lo que estaba
pasando en la segunda fortaleza militar del país, pero cuando supo el carácter de la acción, abrió
las puertas a muchos combatientes que gracias a esa solidaridad salvaron su
vida y se incorporaron de nuevo a la lucha.
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