martes, 21 de julio de 2020

En los hechos del Moncada:La mentira respaldando el crimen




 .Orlando Guevara Núñez

Jose Luis Tassende de las Muñecas

¡Marcos Martí!, ¡Marcos Martí!, ¡Marcos Martí!.  Este acusado, llamado a declarar en el juicio contra los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, no podía responder.  Había sido asesinado luego de ser hecho prisionero. Por descuido no lo habían  incluido en la  lista de los informados como “caídos en combate”. La mentira y el crimen se juntaban una vez más.
Exactamente igual sucedía en cada sesión con Víctor Escalona. En ambos casos, la voz del alguacil completaba la farsa: ¡Ausente!
Otra prueba irrefutable de la manera engañosa, criminal e inhumana utilizada por los personeros de la tiranía batistiana contra los jóvenes revolucionarios, fue el caso de José Luis Tasende. Este combatiente, herido en una pierna, vestía uniforme de sargento y, por confusión, fue retratado por el fotógrafo del Moncada, creyendo que pertenecía al ejército.
Su foto con vida fue difundida y situada en un cuadro de honor de los efectivos de la tiranía heridos o muertos en la acción. Después se dieron cuenta del error y lo retiraron, al tiempo que José Luis Tasende fue torturado y asesinado.
Como se conoce, solo seis combatientes moncadistas cayeron en combate y 55 fueron asesinados luego de caer prisioneros.
En la propia sala del juicio, uno de los asaltantes al cuartel de Bayamo, que había sido dejado en un lugar apartado, creyéndolo muerto, ofreció  testimonio de la barbarie y bestialidad de los asesinos batistianos.
Había sido detenido por la policía en un ómnibus, en Veguitas, conducido a Manzanillo y luego a Bayamo. Junto a él, su hermano Hugo Camejo y Pedro Véliz. Su testimonio fue conmovedor y una contundente denuncia.
“A mi hermano Hugo Camejo lo ahorcaron, yo vi  cuando estaba medio muerto de los golpes y maltratos; también ahorcaron a Pedro Véliz, arrastrándonos con una soga atada al cuello; a mí también me arrastraron y así perdí el conocimiento, se creyeron que me había muerto; tengo las marcas de los golpes y contusiones por todo el cuerpo y algunas son visibles, ustedes pueden verlas”.
A una pregunta de Fidel Castro, en su función de abogado,  sobre si había escuchado alguna conversación entre los soldados, Andrés García Díaz, respondió:
“Sí, uno decía que por cada asaltante que matara le iban a subir un grado, y que por la cuenta que llevaba, del soldado que era, ya podía ser capitán. Y dijo que eso se lo recordaba a todos “Para que no me vayan a dar la mala luego”. Otro no quería arrastrarnos y el capitán le dijo que tenía que hacerlo de todos modos porque había orden de La Habana de acabar con todos nosotros y que había que cumplirla, y además, que el coronel Chaviano le había comunicado por teléfono que no le mandara ni un solo prisionero para Santiago, “que ya sabía lo que tenía que hacer, ¡matarlos a todos!”
Solo la solidaridad de pobladores de la zona salvó la vida de este revolucionario que  figuró entre los fundadores, junto a Almeida, del Tercer Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy.
Un testimonio del Teniente Pedro Sarría, militar de honor que tomó prisionero a Fidel y le salvó la vida,  recogido en el libro Mi prisionero Fidel, de Lázaro Barredo Medina, demuestra de dónde venía la orden del crimen contra los moncadistas.
“Ya el coronel Chaviano estaba en la oficina del vivac, esperándonos, y al llegar allí tenía una cara terrible, amenazadora, y me pregunta: ¿Sarría, qué es lo que has hecho? Le respondo tranquilamente: Pues ya lo ve, capturar lo que se hacía muerto y aquí está. Me dice: ¿Sabes que no has cumplido con tu deber? Cuando le pregunto el por qué de esa insinuación suya, Chaviano me separa a un lado y me manifiesta: “Tú sabes que había que entregárselo a Chaumont, Sarría, ¡Me has desgraciado! Está el general Batista esperando por teléfono a ver qué hay con todo esto y no se ha cumplido la orden suya sobre este cabecilla. Este hombre no podía haber llegado vivo hasta aquí.  Yo no sé cómo me las voy a arreglar ahora”.
“Yo lo escuchaba silencioso y cuando terminó de decirme esas palabras le respondí secamente: Bueno, ahí lo tiene, lo que yo no he hecho, puede hacerlo usted. Sobresaltado me dice: Yo no, tenías que haberlo hecho tú”.
El cinismo del tirano llegó al punto de declarar luego a la prensa que él mismo, desde La Habana, había hablado con el teniente Sarría para preservar  la vida de Fidel Castro.
Así fueron los crímenes, con la mentira como sostén. Hasta que la verdad se abrió paso.

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