: Orlando Guevara Núñez
Haydée Santamaría Cuadrado
estuvo muy ligada a la lucha revolucionaria desde Santiago. Heroína del
Moncada, combatiente clandestina e
integrante del Estado Mayor de Frank País durante el Levantamiento armado del 30
de noviembre de 1956. Conoció muy de cerca la solidaridad del pueblo
santiaguero. Falleció el 28 de julio de 1980.
En 1963, en un conversatorio
publicado por el periódico Hoy, reproducido en el diario Granma el 29 de
noviembre de 2006, afirmó:
“Transcurrían los primeros
días de noviembre. Días antes, en una reunión con Frank País, habíamos acordado
reunirnos con él en Santiago de Cuba. Durante esta conversación, después de
analizar la situación, decidimos que donde único podíamos hacer algo efectivo
era en Santiago”.
“Se podía actuar en Santiago, se recibía una gran cooperación”.
. En el libro Una
Revolución que comienza, de la Editorial Oriente, la heroína revive sus
memorias sobre Santiago de Cuba.
(…) Y
oigo la voz de Frank que empieza a gritar: ¡Médico! ¡Médico!, que era como le
decíamos clandestinamente (se refiere a Faustino Pérez, expedicionario del Granma, cuando bajó de la
Sierra Maestra). Todo esto en mitad de la cuadra. Y yo hago así, miro a un lado
y a otro, todo el mundo asomado a las ventanas, por las puertas…” “Cuando
entramos a casa de Vilma, recuerdo que Faustino mismo nos dice: ´Bueno, esto no
es la Sierra Maestra, si alguien viene ahora a agarrarnos aquí, ¿qué pasa?´
Pero no pasaron ni diez minutos y la gente aquella de la cuadra de San Jerónimo
empieza a mandarnos papelitos: “Pasó una patrulla. Tengan cuidado” ¨Por las cercanías se vio un yipe del
Ejército. Cuídense^. En fin, se preocupaban, y nos protegían; ´Si necesitan
algo, avisen´. La cuadra entera cuidándonos”.
“La reacción que tuvieron
los santiagueros el 30 de noviembre fue tan grandiosa, tan alentadora, que ese fue uno de los días que más feliz me
sentí de haber salido con vida del Moncada. Porque vivir esa solidaridad fue
algo que nunca podré olvidar. ¡Cuántas veces Armando y yo lo recordamos”!
“Ya lo habíamos sentido
Melba y yo cuando estuvimos en la cárcel. Ahora cuando el mismo 30 de noviembre empezamos a conocer que
familias y más familias dejaban abiertas las puertas de sus casas para ayudar a
esconderse o escapar a gente que ni siquiera conocían, sacándolos por los
tejados, ocultándolos, y que todo el que había empujado una puerta se había
salvado, no había caído en manos de los esbirros… Las pocas bajas que tuvimos
el 30 se debieron a eso, que si no, hubieran sido muchas más “(…)
“Muchos compañeros se
salvaron gracias a aquellas puertas abiertas que dejaban las familias
santiagueras. Cuántas veces, en otras oportunidades Armando y yo veníamos de
una misión, o se daba un tiroteo, veíamos acercarse una patrulla, entrábamos en
la primera casa y decíamos: ¿Qué tal?, pedíamos un poquito de agua, nos
ofrecían café y cuando ya había pasado la patrulla: “Bueno, hasta luego,
gracias”. Nadie preguntaba nada. Y no estoy hablando de gente que nos
conociera, porque empujábamos la puerta más próxima. Cualquiera, no teníamos ni
que tocar la puerta: ¿Tienen un poquito de agua? “Cómo no, pasen, ¿quieren un poquito de café?
Así como se los cuento. No puedo ni recordar cada una de las casas en que
entramos, ni creo que ellos nos recuerden a cada uno de nosotros, porque seguro
que en esos años acogieron a muchos otros compañeros. Claro, si una patrulla
nos hubiera sorprendido y atacado en la calle, y tenemos que enfrentarnos a
ella, no íbamos a meternos en una casa para resistir allí, arriesgando la vida
de toda una familia”.
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