.Orlando Guevara Núñez
La gesta independentista iniciada el 10 de octubre de 1868 en La
Demajagua, contó de inmediato con un nutrido grupo de patriotas santiagueros
que ya conspiraban contra el poder colonial español. Y entre ellos estaba José
Maceo Grajales, un audaz joven de sólo 19 años de edad, quien iniciaba así su
largo y útil expediente de servicio a la Patria, enriquecido por su
participación en las tres guerras de ese siglo por la redención cubana.
Había nacido en la finca Las Delicias, en Majaguabo, San Luis, del
indómito Oriente, el 2 de febrero de 1849. Por sus venas corría la sangre
rebelde de los Maceo y en su mente fructificaban las ideas libertarias opuestas
a los grilletes coloniales.
Apenas transcurridas 48 horas de su incorporación a las filas mambisas,
junto a su hermano Antonio, José libraba su primer combate, en Tí Arriba. Su
bravura, su lealtad y su pericia en las acciones militares, lo elevaron al
sitial de Mayor General del Ejército Libertador cubano, grado concedido por
José Martí, quien lo definió como un hombre “escogido por el Dios de la
Guerra”.
La gloria de su vida estuvo integrada también por duros avatares que
contribuyeron a forjar su recio carácter. Destierro, prisiones,
persecuciones, intrigas, discriminación
por el color de su piel y su humilde procedencia. Dos veces evadió cárceles
fuera del país, a las que había ido como consecuencia de la traición de
autoridades españolas luego de concluida
la llamada Guerra Chiquita. Pero nada impidió la continuidad de su lucha
por la independencia cubana.
El 1ro. de abril de 1895, José Maceo desembarca por Duaba, Baracoa, junto a su hermano
Antonio y otro bravo general mambí, Flor Crombet, para reiniciar la guerra
necesaria. Una obligada dispersión de esa fuerza, lo sume durante 13 días en
una odisea soportable sólo por hombres de su
temple. Hasta que logra incorporarse a las filas insurrectas.
Acción tras acción, se forjan sus hazañas. Y cuando el 22 de octubre de
1895 parte Antonio Maceo con la invasión hacia Occidente, deja como Jefe del
Departamento Oriental al ya legendario José Maceo, jefe del Primer Cuerpo del
Ejército Libertador Cubano. Desde entonces, hasta su caída en combate el 5 de
julio de 1896 en Loma del Gato, las fuerzas españolas no tuvieron tregua
en el territorio por él dirigido. Una
bala en el pecho extinguió la existencia del jefe mambí, del León de Oriente,
del hombre que acostumbraba siempre a marchar, en los combates, por delante de
la vanguardia.
La bala enemiga que lo mató, sin embargo, fue impotente ante la figura
del bravo guerrero, la cual se convirtió en símbolo y paradigma que
trascendieron el hecho fatal y protagonizan los tiempos presentes. Porque el
Mayor General José Maceo pertenece a la pléyade de quienes son recordados no
por el hecho de su muerte, sino por la
obra de su vida.
De este héroe nacido de las entrañas del pueblo, diría el doctor Fermín
Valdés Domínguez, antes del holocausto
de Loma del Gato: “Todo su cuerpo está marcado por las balas. Cuenta con 18
heridas”.
Pero hay un grande de la Patria, el Generalísimo, Máximo Gómez, que con
sus apreciaciones retrata al León de Oriente en toda su dimensión. En carta de
duelo escrita a su esposa, Bernarda Toro, expresa con hondo sentimiento:
“Pocos cubanos he conocido más libre, más trabajador y más
valiente; y más resuelto, ninguno. Puedo
decirte que la Patria ha perdido en él a uno de sus mejores y más decididos y
probados servidores (…) Ha muerto el
General José Maceo, la verdad, como moriremos muchos, pero su memoria no puede
ser olvidada; y guarda tú estas líneas que desde estos campos, donde retumba el
cañón, te escribo, porque ellas significan mi duelo de guerrero por la pérdida
del compañero y del amigo; que él murió
en su puesto, derribado de su caballo de batalla para aparecer más alto y
hermoso en la historia de tu Patria”.
La predicción de Gómez es hoy realidad, porque la figura de José Maceo
vive ahí, en lo más alto y hermoso de la Patria que lo recuerda agradecida y
continúa la obra por él iniciada.
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