viernes, 28 de junio de 2013

Una irrebatible verdad sobre el capitalismo



.Orlando Guevara Núñez
El capitalismo es un sistema salvaje.  Existe solo a costa de que las grandes mayorías vivan bajo la explotación de las minorías. En el mundo hay más de 1 000 000 000 de hambrientos, más de 800 000 000 de analfabetos, y cada año mueren  más de 30 000 000 de niños víctimas de enfermedades curables. El desempleo es un flagelo que crece cada día.
Lo novedoso, en los últimos años, es que las filas de los pobres, de los desposeídos, crece a ritmo acelerado en los países de economías desarrolladas. Eso demuestra que la esencia humana de un sistema social  reside no en la cuantía de sus riquezas, sino en la forma que éstas sean distribuidas.
La actual crisis económica mundial es claro testimonio de estas verdades. Tomemos solo un caso de la opulenta Europa. En España los desocupados sobrepasan ya los 6 000 000;  solo en el primer trimestre del presente año, los desahucios por no poder pagar el alquiler o la hipoteca anduvieron por más de 200 cada día. Y se incrementan. No son pocos los suicidios por este desamparo. Dato curioso: la cifra de millonarios aumenta en ese país.
En otros países de esa alianza se pone cada vez más al descubierto la naturaleza del capitalismo. Las medidas contra la crisis no son para favorecer a las mayorías afectadas. Son una salvadora transfusión a las instituciones financieras para que sigan viviendo y… sigan ejerciendo  la explotación.
En el país considerado más rico, Estados Unidos, la cifra de pobres también se incrementa y está por encima de los 14 000 000, crece el desempleo,  y más de 3 000 000 de niños no tienen techo fijo donde dormir. La cantidad de personas que necesitan de bonos para alimentarse se dispara.
Otro signo acusador del capitalismo como sistema. Cada año, los presupuestos militares son mayores para financiar guerras sucias, sostener y promover el terrorismo internacional y tratar de derrocar a los gobiernos que han decidido unir  su suerte junto a sus pueblos.
Por mucho que los defensores de este oprobioso sistema traten de hacerlo creer como un “paraíso” de prosperidad, de oportunidades para todos, los hechos los contradicen. La única verdad es que el capitalismo es un sistema insalvable.

miércoles, 26 de junio de 2013

Hacia el aniversario 60 del Moncada (17)





Los soldados no escapaban
de las garras explotadoras

.Orlando Guevara Núñez

El año en que se produce al asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo (1953) estuvo marcado
- al contrario de lo afirmado por defensores de aquel régimen de oprobio- por graves problemas económicos.
En ese período, según análisis del economista Raúl Cepero Bonilla, publicado antes del 26 de Julio de 1953, hubo  “Reducción de los ingresos de los obreros por la limitación de la zafra y las rebajas de salarios; contracción de toda actividad económica y comercial; industrias paralizadas (construcción) y semiparalizadas (textil); cesantías y rebaja de salarios; crisis del transporte e incosteabilidad”.
Otros datos reafirman lo anteriormente expuesto. En ese año, el costo de la vida se incrementó en un 15%; los obreros devengaron 96 millones de pesos menos que en el año anterior; las cesantías arrebataron el empleo a 600 000 cubanos equivalentes a la tercera parte de la fuerza laboral del país, al tiempo que entraron en vigor más de 40 nuevos impuestos y 140 modificaciones a los ya existentes. Todo en detrimento del bienestar de la población.
De esas crisis no escapaban los soldados que sostenían a la tiranía de Fulgencio Batista, obligados a enfrentar, atropellar y asesinar al pueblo para mantener en el poder a un grupo de ladrones que de la noche a la mañana, luego del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, se convirtieron en grandes jefes militares y acumularon fraudulentas riquezas.
En el propio mes de julio de 1953, el salario básico mensual de un soldado de primera quedó reducido a sólo 30 pesos, mientras que el de un Guardia Rural, que tantos abusos cometieron contra los campesinos, bajaba a 27,25 y los soldados rasos ganaban 25 pesos con 25 centavos. Una Ley- Decreto, dictada exactamente cuatro días antes del asalto moncadista, llevaba los salarios en las fuerzas armadas, incluidas la Marina y la Policía, a los irrisorios niveles de 1942. En esa fecha, Cuba contaba con un ejército de 21 328  miembros.
El propio Fidel Castro, antes del 26 de julio de 1953, había denunciado públicamente las penurias de los soldados cubanos, explotados y humillados por jefes que los utilizaban hasta como trabajadores esclavizados. Lo hizo cuando ninguna otra voz se atrevió a hacerlo.
Y esa denuncia se realizó de nuevo por Fidel, el 16 de octubre de 1953, durante su alegato de autodefensa ante el tribunal que lo juzgaba por las acciones del 26 de julio de ese año. En esa intervención, conocida como La historia me absolverá, planteó el máximo jefe revolucionario:
“Era en aquel tiempo el periódico Alerta uno de los más leídos por la posición que mantenía entonces en la política nacional, y desde sus páginas realicé una memorable campaña contra el sistema de trabajos forzados a que estaban sometidos los soldados en las fincas privadas de los altos personajes civiles y militares, aportando datos, fotografías, películas y pruebas de todas clases con las que me presenté también ante los tribunales denunciando el hecho el día 3 de marzo de 1952”.
Con una clara visión política, Fidel definió entonces que la lucha no era contra los soldados, sino contra los usurpadores del poder. “El soldado, dijo, es un hombre de carne y hueso, que piensa, que observa y que siente. Es susceptible a la influencia de las opiniones, creencias, simpatías y antipatías del pueblo. (…) Le afectan exactamente los mismos problemas que a los demás ciudadanos conciernen: subsistencia, alquiler, la educación de los hijos, el porvenir de éstos, etcétera. (…)
En otra parte de esa histórica intervención, rodeado precisamente de soldados armados con bayonetas, expresó Fidel:  “Y digo también que si es para servir a la República, defender a la nación, respetar al pueblo y proteger al ciudadano, es justo que un soldado gane por lo menos cien pesos; pero si es para matar y asesinar, para oprimir al pueblo, traicionar a la nación y defender los intereses de un grupito, no merece que la República se gaste ni un solo centavo en ejército, y el campamento de Columbia debe convertirse en una escuela e instalar allí, en vez de soldados, diez mil niños huérfanos”.
Aquella deprimente situación de los soldados de la tiranía batistiana, era resumida por el jefe moncadista con pocas y sentidas palabras: “Guardias triples, acuartelamiento constante, zozobra perenne, enemistad de la ciudadanía, incertidumbre del porvenir”.  Y una afirmación sobre lo ofrecido por el gobierno a los soldados, corroborada después del triunfo revolucionario: “Muere por el régimen, soldado, dale tu sudor y tu sangre, te dedicaremos un discurso y un ascenso póstumo (cuando ya no te importe), y después… seguiremos viviendo bien y haciéndonos ricos; mata, atropella, oprime al pueblo, que cuando el pueblo se canse y esto se acabe, tú pagarás nuestros crímenes y nosotros nos iremos a vivir como príncipes en el extranjero; y si volvemos algún día, no toques tú ni tus hijos en la puerta de nuestros palacetes, porque seremos millonarios y los millonarios no conocen a los pobres” (…).
Desde el mismo día del triunfo del 1ro. de enero de 1959, esos criminales cuyas riquezas y abusos fueron defendidas por los soldados, marcharon hacia los Estados Unidos, donde fueron recibidos como héroes. Los que no tuvieron la oportunidad de salir y habían cometido crímenes pagaron por ellos ante la justicia revolucionaria.
Sólo los soldados involucrados en esos crímenes, fueron sometidos a  los Tribunales Revolucionarios. La inmensa mayoría de los integrantes de ese ejército quedaron en libertad, con la oportunidad de integrarse a la sociedad con los mismos derechos que los demás ciudadanos. La Revolución fue valiente en la lucha y generosa en la victoria.
Así, sin temor a equívocos, puede afirmarse que los revolucionarios cubanos lucharon también por la libertad y el bienestar de quienes sostenían la estructura social que oprimía al pueblo y contra quienes fue necesario combatir durante siete largos años, a un costo de más de 20  mil cubanos muertos.
Hoy en Cuba la realidad es muy distinta. El ejército es el pueblo y el pueblo es el ejército. Somos el pueblo uniformado al cual se refirió el Comandante Camilo Cienfuegos.
Es ese uno de los grandes frutos del amanecer glorioso de aquel domingo 26 de Julio de 1953.

           

lunes, 24 de junio de 2013

Hacia el Aniversario 60 del Moncada (16)




Los que asaltaron el cielo

: Orlando Guevara Núñez.

Personas humildes. Trabajadores, profesionales, campesinos, estudiantes, empleados.
Algunos sin empleo. Esa era la procedencia de la inmensa mayoría de los jóvenes que el 26 de Julio de 1953 protagonizaron el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

Esa composición social de los asaltantes desconcertó al enemigo, acostumbrado a luchas 
entre los millonarios, entre los ladrones y arribistas cuyo motivo era el poder no para servir al pueblo, sino para robar más, mientras las masas oprimidas se empobrecían y eran oprimidas. Una nueva fuerza surgía en el escenario de la nación cubana.

Jóvenes procedentes, principalmente, de la Juventud Ortodoxa y del Partido del Pueblo
Cubano (Ortodoxo), fundado por Eduardo R. Chibàs, cuyo lema político era Vergüenza
contra dinero. Su único móvil era el patriotismo.

Por eso, desde el inicio, el propio dictador, Fulgencio Batista, mintió al afirmar que las
acciones del 26 de Julio habían sido financiadas con un millón de pesos facilitados por
Carlos Prío, el presidente que él mismo había derrocado con el traidor golpe de estado del 10 de marzo de l952.

Fidel demostraría después que  las armas y demás gastos habían sido costeadas con el
aporte de los mismos combatientes revolucionarios, muchos de ellos despojándose de sus escasos bienes personales.

En los preparativos del asalto, 1 200 jóvenes habían sido entrenados y estaban dispuestos para el combate. Pero – cifra citada por Fidel Castro- para el asalto al Moncada y al Carlos Manuel de Céspedes, dispuso de 160 combatientes. Era lo que permitía la disponibilidad de  armas.

Para las acciones en Santiago de Cuba, Fidel asignó 120 combatientes. El resto tendría su misión en Bayamo. Al Moncada irían 90, aunque en realidad fueron 78, pues dos autos extraviaron la ruta. Al Hospital Civil, bajo el mando de Abel Santamaría, segundo jefe de la acción, fueron 23, incluyendo a Haydèe Santamaría, Melba Hernández y el doctor Mario Muñoz Monroy. Al Palacio de Justicia concurrieron cinco que desde el inicio del combate fueron capitaneados por Raúl Castro. En Bayamo, en realidad  la cifra fue de 25  participantes.

Fracasado el intento de tomar el Moncada, Fidel ordenó la retirada, con punto fijado en la Granjita Siboney, desde donde habían partido esa misma madrugada. De allí, rumbo a las montañas de la Gran Piedra, para proseguir la lucha armada. Un total de 18 combatientes lo siguieron, hasta ser hecho prisionero, el 1ro. de agosto.

¿Cuál fue el destino de los moncadistas después del asalto? En las acciones de Santiago de Cuba sólo seis revolucionarios cayeron en combate. Pero  otros 45 fueron hechos
prisioneros, torturados de forma salvaje y posteriormente asesinados. En Bayamo no hubo bajas rebeldes, aunque diez asaltantes detenidos resultaron también masacrados por los esbirros de la tiranía. En total, 61 muertos.

He aquí el nombre de esos héroes gloriosos de la Patria.

Flores Betancourt Rodríguez, Gildo Fleitas López, Renato Guitart Rosell, José de
Jesús Madera Fernández, Pedro Marrero Aizpurúa, Carmelo Noa Gil, Pablo Agüero Guedes, Raúl de Aguiar Fernández, Reemberto Abad Alemán Rodríguez, Gerardo Álvarez Álvarez, Tomás Álvarez Breto, Juan Manuel Ameijeiras Delgado, Antonio Betancourt Flores, Hugo Camejo Valdés, Gregorio Careaga Medina, Pablo Cartas Rodríguez, Alfredo Corcho Cinta, Rigoberto Corcho López, Giraldo Còrdova Cardìn,  José Francisco Costa Velásquez, Fernando Chenard Piña, Juan Domínguez Díaz, Víctor Escalona Benítez, Rafael Freyre Torres, Jacinto García Espinosa, Raúl Gómez García,  Manuel Gómez Reyes, Virginio Gómez Reyes, Luciano González Camejo, Guillermo Granados Lara, Angelo Guerra Díaz, Lázaro Hernández Arroyo, Emilio  Hernández Cruz, Manuel Isla Pérez, José Antonio Labrador Díaz, Boris Luis Santa-Coloma, Marcos Martì Rodríguez, Mario Martínez Ararás, Horacio Matheu  Orihuela, Wilfredo Matheu Orihuela, Roberto Mederos Rodríguez, Ramón Méndez Cabezòn, Mario Muñoz Monroy, Miguel Ángel Oramas Alfonso, Oscar Alberto Ortega Lora, Julio Reyes Cairo, Ismael Ricondo Fernández, Félix Rivero Vasallo,
Manuel Rojo Pérez, Manuel Saìz Sánchez, Rolando San Román de las Llanas, Abel
Santamaría Cuadrado, Osvaldo Socarràs Martínez, Elpidio Sosa González, José Luis Tasende de las Muñecas, José Testa Zaragoza, Julio Trigo López, Andrés Valdés Fuentes, Armando Valle López, Gilberto Varòn Martínez y Pedro Vèliz Hernández.

Los restos venerados de 37 de esos compañeros, unidos a los de Haydèe Santamaría y
Lèster Rodríguez Pérez, fallecidos después, reposan en el cementerio Santa Ifigenia, de esta ciudad.

Otros 32 moncadistas hechos prisioneros que lograron sobrevivir a la masacre, fueron
juzgados y sancionados. Cuatro, entre ellos Raúl Castro, recibieron penas de 13 años de
cárcel. A 10 años fueron condenados 22 combatientes, incluido Juan Almeida Bosque.
Tres recibieron sanción de tres años. Para dos –Haydèe Santamaría y Melba Hernández- el dictamen fue de siete meses. Y la sanción mayor, de 15 años, dictada el 16 de octubre de 1953, fue para el jefe del asalto, Fidel Castro.

Vinieron entonces los meses de prisión, durante los cuales no cesó la lucha. Luego, la
amnistía del 15 de mayo de 1955 y la partida hacia México donde se prepararía la
expedición que a bordo del yate Granma llegó a Cuba el 2 de diciembre de 1956 para
reanudar la lucha armada contra la misma tiranía.

En esa nueva contienda, como expedicionarios, vendrían 21 combatientes del 26 de Julio de 1953. Entre ellos, Fidel Castro, Raúl Castro y los hoy Comandantes de la Revolución  Juan  Almeida Bosque (fallecido) y Ramiro Valdés Menéndez. En los días del desembarco, fueron hechos prisioneros y asesinados los moncadistas Antonio López Fernández (Ñico), José Ramón Martínez Álvarez, Armando Mestre Martínez  y René Bedia Morales.

Otros dos valerosos combatientes del 26 de Julio y del Granma, Julio Díaz González y Ciro Redondo García, caerían gloriosamente en combate en la Sierra Maestra. El primero, el 28 de mayo de 1957, en El Uvero. El segundo, el 29 de noviembre de igual año en Mar Verde del  Turquino.

Varios de los que evadieron la feroz persecución después del asalto del 26 de Julio,
protegidos en muchos casos por la población, se incorporaron luego a la lucha
revolucionaria y hoy continúan siendo símbolos de la juventud cubana, aquella que con un altruismo sin límites vino a esta heroica región oriental a ofrendar- como lo expresara Fidel- su vida y su sangre para que Martí siguiera viviendo en el alma de la Patria.

Hoy  la Patria sigue contemplando orgullosa a aquella juventud martiana y fidelista. Ellos, los caídos y los que hoy viven, son los constructores y conductores de nuestra obra. Y con ellos, cada día, nuestro pueblo revolucionario  continúa asaltando el cielo.
                          

domingo, 23 de junio de 2013

Estados Unidos El paraíso del crimen


.Orlando Guevara Núñez

Si un revolucionario cubano penetra en los Estados Unidos para descubrir y frustrar planes terroristas contra Cuba, e incluso contra ese país, fraguados por la mafia miamense y  apoyados y protegidos por el gobierno yanqui, los calificativos imperiales no se hacen esperar: son espías, agentes de Castro, amenazadores de su seguridad nacional, tenebrosos comunistas, promotores del terrorismo.
Si los verdaderos terroristas, muchos de ellos criminales que llenaron de luto a miles de hogares cubanos, acusados con pruebas suficientes por Cuba, llegan a ese país, entonces los calificativos cambian: son héroes, luchadores por la libertad, combatientes anticastristas y contra “el régimen comunista de la Isla”.
Los primeros, como Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, son enviados a la prisión sin pruebas valederas, con conciencia sobre su inocencia, condenados arbitrariamente a penas que llegan hasta cadena perpetua, castigados, vejados, torturados psicológicamente, alejados de sus familiares, aunque con esas medidas sean violadas las normas internacionales y las propias leyes de los Estados Unidos.
Los segundos, como el criminal y terrorista internacional Luis Posada Carriles, entre otros muchos que harían interminable la lista, andan sueltos, jactándose de sus crímenes y su impunidad. Siguen proyectando sabotajes y asesinatos contra el pueblo cubano, amamantados por la contrarrevolución y por el propio gobierno de los Estados Unidos, el más terrorista que ha conocido la historia de la humanidad.
Desde el primer día del triunfo del 1ro. de enero de 1959, centenares de criminales de guerra en Cuba, escaparon hacia los Estados Unidos, donde encontraron seguro abrigo, protección y apoyo. El repugnante asesino Esteban Ventura Novo, responsable de cientos de muertes, torturas y desapariciones; el multicriminal Pilar García; las bestias –porque sería una ofensa al  género humano llamarlos personas- Rolando Masferrer Rojas, Julio Laurent, Oscar Pedraja Padrón, José Eleuterio Pedraza Cabrera, José María Salas Cañizares (asesino del héroe de la lucha clandestina en Santiago de Cuba, Frank País García); Merob Sosa García, Carlos M. Tabernilla Palmero, Manuel Ugalde Carrillo y otra sangrienta jauría, en Estados Unidos fueron recibidos como héroes.
En Cuba quedaban los muertos, los familiares enlutados, los expedientes de los crímenes, las peticiones de extradición. Pero para todos los gobiernos imperiales norteamericanos, a partir de 1959, un crimen contra Cuba es un mérito premiado.
Y  no fueron solo los asesinos que huyeron como ratas a raíz del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959.  A lo largo de más de medio siglo, muchos otros delincuentes, asesinos y terroristas han huido desde Cuba hacia “el país de la libertad” luego de cometer hechos vandálicos, como secuestros de naves marítimas y aéreas, asesinatos de ciudadanos cubanos, robos y otros delitos. Y ante esos hechos, los brazos de los gobiernos norteamericanos, sin honrosas excepciones,  se han cerrado a la justicia y abierto ante la injusticia y el crimen.
En fecha temprana como el 18 de enero de 1962, fue aprobado por el gobierno norteamericano el llamado Proyecto Cuba, con 32 tareas de guerra encubierta que tendrían aplicación mediante el conocida Operación Mangosta, con los más brutales métodos de terror y crimen contra el pueblo cubano.
Centenares de ataques piratas por aire y mar, formación de bandas contrarrevolucionarias organizadas, armadas, entrenadas y dirigidas por la CIA, infiltraciones de agentes, sabotajes y otros actos hostiles, forman parte de esa bochornosa historia.
Puede afirmarse que desde 1959 hasta hoy, cada uno de los once gobiernos norteamericanos ha aportado su cuota de deshonra y de crimen contra el heroico pueblo cubano. Algunos han ladrado menos, pero han mordido igual.
Hoy cuatro de los cinco héroes cubanos continúan, más que presos, secuestrados, como lo definiera el compañero Ricardo Alarcón de Quesada, integrante del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. René ya está libre, pero la injusticia contra él no ha sido erradicada.
Los terroristas se entienden entre sí. Los mentirosos se entienden entre sí. El encubrimiento mutuo adquiere entre ellos categoría de ley. En aras de evitar que muchas verdades acusatorias contra la CIA y el gobierno de los Estados Unidos, relacionadas con el terrorismo, salgan a la luz, la mentira y el engaño vuelven a ser arma predilecta del “paraíso de la libertad” convertido, desde hace mucho rato, en un verdadero paraíso del crimen.