lunes, 30 de noviembre de 2015

2 de diciembre de 1956: el amanecer glorioso del Granma







.Orlando Guevara Núñez

El 2 de diciembre de 1956, el yate Granma, con 82 expedicionarios y Fidel Castro al frente, marcó un hito en la historia de la Revolución cubana. Como cuando Antonio Maceo y Flor Crombet, el 1ro. de abril de 1895,  desembarcaron en Duaba, Baracoa; y José Martí y Máximo Gómez llegaron remando a Playita de Cajobabo, punto cercano a Guantánamo - diez días después –  ahora, sobre las olas del Mar Caribe que abraza a Cuba, navegaban de nuevo los ideales de libertad e independencia.
La expedición, como las de los insignes patriotas de las gestas independentistas de finales del siglo XIX, se había preparado con escasos recursos y enfrentando la persecución de enemigos que contaban con todos los medios para tratar de entorpecer el empeño libertario. Presidio e incautación de armas, delaciones y amenazas, no pudieron contra el honor, la razón, el patriotismo y la voluntad.
El Granma, construido en La Florida, Estados Unidos, en 1946 –así lo afirma Jesús Reyes, quien tuvo a su cargo las gestiones de adquisición y fuera también expedicionario- “tiene 66 pies y dos motores diésel, con capacidad para 25 personas”. El costo total, incluida obligatoriamente una casa en la operación, ascendió a unos 25 000 dólares. Hubo que cambiar ambos motores, acondicionar los tanques de agua y de combustible  e instalarle una planta eléctrica  para poder enfrentar la travesía. Esta embarcación había naufragado tres años antes y permanecido un tiempo bajo el agua.
La primera proeza de los expedicionarios fue, en el espacio para 25 personas, entrar 82. Poco se ha hablado sobre los víveres para la travesía. Se pensaba que serían cinco los días de navegación, pero fueron siete. Y para esa jornada, en el Granma se contaba solo con una lista irrisoria de alimentos, relacionada en el libro De Tuxpan a La Plata, de un colectivo de autores del Centro de Estudios de Historia Militar de las FAR:
“Dos mil naranjas, 48 latas de leche condensada, cuatro jamones para cocinar, dos jamones para emparedados, una caja de huevos, 100 tabletas de chocolate y 10 libras de pan”.
El desembarco fue realmente trágico. Los expedicionarios tuvieron que caminar sobre una ciénaga, mangle y yerba de cortadera, unos dos kilómetros para llegar a tierra firme. Hubo momentos, incluso, en que temieron haber llegado a un cayo. Con mucha razón, el Che Guevara afirmaría que aquello, más que desembarco,  había sido un naufragio.
Extenuados como habían llegado, esa adversidad golpeó de forma severa a los hombres del Granma. Pero no se amilanaron. Las martianas estrellas insurrectas – mencionadas por el Che en su Canto a Fidel- se mantenían iluminando el nuevo rumbo de la nación cubana.
Habían salido, habían llegado y habían entrado. Ahora, para cumplir la palabra de Fidel, faltaba el triunfo, frente a un ejército de más de 40 mil efectivos bien armados y entrenados, con artillería, aviación, marina de guerra y el asesoramiento militar de los Estados Unidos.
Dos días antes de tocar tierra cubana el yate Granma, en Santiago de Cuba, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, con Frank País al frente, había levantado en armas la ciudad, con vistas a proteger a los expedicionarios y que la dictadura no pudiera lanzar sobre ellos grandes fuerzas. Se contaba que ese levantamiento coincidiera con el desembarco, lo que no pudo ser por las condiciones climatológicas adversas, averías en los motores y otros factores que hicieron más larga la travesía.
La preparación para el recibimiento a los expedicionarios, indicada por Frank y ejecutada  con meticulosidad por la heroína Celia Sánchez Manduley, con hombres que entrarían en la historia cubana a través de ese hecho, entre ellos los campesinos Crescencio Pérez Montano y Guillermo García Frías, no pudo contactar desde el primer momento con el desembarco, pero sería, pocos días más tarde, la salvación de la Revolución.
Aún así, desde el inicio del desembarco, un factor, con el cual había contado y confiado Fidel, hizo su aparición y sería posteriormente  decisivo para la victoria: el apoyo de los campesinos.
Los días posteriores a la llegada del Granma, fueron duros, difíciles y muy hostiles para los expedicionarios. La persecución feroz, los bombardeos, la escasez de alimentos, el agotamiento físico, la superioridad numérica del enemigo. Pero la hidalguía se impuso. Y, como en Duaba y Playita, los fusiles rebeldes que desembarcaron, entonaron, con sus disparos redentores, los nuevos himnos de combate, esta vez hasta lograr la libertad e independencia definitivas.

Día de pólvora y de gloria




                                 
Entrevista a Josué de Quesada, uno de los que prendieron fuego a la Estación de Policía, el 30 de Noviembre de 1956.

.Orlando Guevara Núñez
Hay imágenes que, por fuerza propia, se transforman en símbolo. Pueden prescindir de títulos, de explicaciones, porque su valor expresivo retrata un hecho o una época, ganándole al lenguaje escrito su protagonismo.
Así sucede con la imagen fotográfica de la Estación de la Policía Nacional de la dictadura batistiana en Santiago de Cuba, envuelta en llamas el 30 de noviembre de 1956, durante el alzamiento armado que esa mañana convirtió a la capital oriental en la Ciudad verde olivo.
Pero detrás de cada imagen hay una historia. Y ésta la tiene. ¿Por qué se produce el incendio? ¿Quién lo orientó y quiénes lo ejecutaron? A casi 55 años después de aquella acción gloriosa, tengo ante mí a uno de los hombres que prendió fuego a ese baluarte enemigo. Y su testimonio fluye claro, dando riendas a los recuerdos sobre aquel dramático momento de la historia santiaguera y cubana.
Josué de Quesada Hernández, tenía entonces 22 años de edad y militaba en las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, junto a Frank País. Dos días antes de aquella acción armada – primera realizada por la juventud cubana después del asalto a  los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953- había sido absuelto en un juicio donde le solicitaban ocho años de prisión, por un delito común que no había cometido.
Frank País le había dicho al abogado defensor, Baudilio Castellanos, también combatiente del 30 de noviembre, que Josué se necesitaba libre, porque debía cumplir una misión importante.
“Al ser absuelto, precisa el joven combatiente, estaba celebrando ese hecho, cuando llegó Josué País y me dijo: ¡Se acabó la fiesta! Y a   partir de entonces me integré al grupo de Otto Parellada. Durante la noche del 29 de noviembre, me correspondió distribuir armas”.
¿Cómo surgió la indicación de prender fuego a la Estación de Policía?
Josué precisa que 16 combatientes integraron el grupo de Otto Parellada y guarda celosamente sus nombres para la historia. Estos fueron los que pelearon junto a Otto, desde el techo contiguo a la Estación de Policía.
“Otto- recuerda Josué- después de explicarnos el plan, nos definió a cada uno la misión en el combate y dejó definido como su segundo al compañero Casto Amador. En mi caso, junto a los compañeros Nicolás Rizo –ya fallecido- y Eugenio Gutiérrez –residente en La Habana,  quedó la responsabilidad dada por Otto de incendiar la Estación en caso de no poder ocuparla”. “Tú vas a ser el granadero”, me dijo Otto. Le pregunté qué era eso y me explicó que llevaría las granadas para la acción.
“En la casa de Emiliano Corrales se nos entregaron las armas y se hicieron bombas con cartuchos de dinamita, que preparó Casto Amador; se nos entregaron como una docena de granadas brasileñas, casi todas inservibles y como cuatro o cinco cajas de botellas de cocteles Molotov”.
Sobre el momento del combate, Josué rememora que “Llegamos hasta el portón de la Escuela de Artes Plásticas, siendo Otto quien desarraja a tiro limpio la puerta, entrando en el recinto, donde posteriormente nos posesionamos de los techos aledaños  a la Estación de Policía, a continuación llegó la guagüita repleta de compañeros y entraron detrás de nosotros y se subieron también en los techos”.
La acción del tiempo es burlada por la nitidez de los recuerdos de Josué.”El grupo de Otto, después de posesionarnos en el techo posterior a la Estación, comenzamos a dispararle con un fuego nutrido a través de sus puertas y ventanas, pues este edificio tiene paredes de mucho grosor en su planta baja y los disparos no le hacían mella; ellos comenzaron de inmediato a ripostar también con un nutrido tiroteo, se escuchaban cientos de detonaciones de diferentes armas automáticas que ellos tenían y se generalizó un intenso tiroteo que debe haber durado más de horas, aproximadamente; en el fragor del combate, todos  los compañeros que estábamos en el techo se comportaron de forma heroica, nadie se acobardó y gritábamos desde nuestra posición ¡Abajo Batista!, ¡Viva la Revolución!.
Es allí donde cae Otto Parellada. 
“Ya en las postrimerías del combate, nuestro jefe, Otto Parellada, es abatido en su posición por una ráfaga de ametralladora Thompson, a nuestro juicio, por el sonido que escuchamos y fue alcanzado por varios proyectiles en el cuerpo; apreciamos un disparo en la cabeza, pues al caer hacia atrás en el techo le manaba abundante sangre de su región occipital. Aquello fue muy impactante y después de pasados unos segundos para observar a nuestro hermano caído,  reiniciamos el combate con todos los hierros, disparando continuamente, como él así nos había pedido. Antes de partir, el me dijo: “Si caigo en la acción, continúen combatiendo con más valentía”.
Ya era evidente que no podía tomarse la estación.
 “Después de la muerte de Otto y  ver que no podíamos tomar la Estación, comenzamos a bombardearla con los cocteles Molotov.
Esa acción la realizan tres compañeros.
Sí. Yo tenía la mayor responsabilidad en eso, conjuntamente con el compañero Nicolás Rizo. Empezamos a tirarle la mayor cantidad de cocteles, así como también las granadas, que en gran medida estaban defectuosas, creo que de la docena que llevamos sólo explotaron dos:  además, arrojamos las bombas que se habían confeccionado.
Pero el fuego no prendió de inmediato.
 “Viendo que los cocteles  explotaban, pero se consumía la gasolina rápidamente, decidí meter en una mochila que yo llevaba cinco o seis botellas de cocteles. Nicolás me le dio candela a una de las botellas que rompimos y la echamos en la mochila y la lancé para la parte derecha del segundo piso, donde existía una baranda de madera. Esta carga sí hizo una explosión grande y diseminó con un gran estruendo las llamaradas y fue cuando se incendió la Estación de Policía.
Luego vino la retirada. ¿Cómo pudieron descender del techo?
“Nos fuimos replegando del techo y bajamos al piso inferior, comenzando la evacuación del edificio.  Los compañeros Willy Martínez y Pepín Naylon, de forma altamente arriesgada salieron a la calle y a tiro limpio fueron despejando el camino al  resto de los compañeros”.
La retirada no fue fácil.
 “Salimos a pie. Había una señora que gritaba: !Quemaron la Estación de Policía!, y yo me situé junto a ella y repetía lo mismo: ¡Quemaron la Estación de Policía! Luego me llevaron para una casa en San Pío y después a  otra en Marimón, donde recuerdo que había un altar. La vieja que allí vivía luego iba, me santiguaba y me alentaba, luego supe que lo hacía cuando pasaba una perseguidora o los guardias. Resultó que esa viejita era la madre de Paquito Marimón, quien había también combatido el 30 de noviembre”.
De ahí, ¿para la clandestinidad?
 Una vez me detuvieron y uno de los jefes me llevó para mi casa y le dijo a mi mamá que viera, que me entregaba vivo. Entonces dije: Me voy. Salté por los techos y me fui. Después supe que como a la media hora me fueron a buscar. Tuve que pasar a la clandestinidad.
¿Qué pensó Josué de Quesada cuando vio arder la Estación de Policía?
“Pensé que había cumplido mi misión, la orden de Otto”.
¿Y hoy cuando observa la histórica foto que preserva aquella imagen?
 “Pienso en Otto, en Regalado, en Emiliano, en tantos compañeros de la acción del 30  de noviembre que luego cayeron en el transcurso de la lucha, que fueron 35, y yo tenía relaciones de amistad con casi todos ellos.
¿Qué valoración tiene  Josué sobre aquella acción?
“Pienso que fue un triunfo militar nuestro, aunque no pudo tomarse la Estación. El enemigo tenía más hombres que nosotros, más y mejores armas; ellos tuvieron cinco muertos por tres nosotros, y ocho heridos, mientras los nuestros fueron cuatro. Logramos destruirle mediante el fuego su instalación. Nuestra apreciación es que logramos una primera victoria en el campo de la guerra contra la dictadura de Batista.
¿Satisfacción por haber sido protagonista de aquella gesta gloriosa?  “Mi mayor satisfacción es haber cumplido con mi deber como cubano. Y saber que mi Revolución ha hecho en la educación, en la salud y en todo, más de lo que se había planteado en aquella fecha.
Josué de Quesada Hernández ha vivido ya 77 años. “Yo pensaba que no iba a sobrevivir a aquel combate, al cual había ido con la disposición de morir”.
Ahora el combatiente del 30 de noviembre, de la lucha clandestina y fundador de los órganos de la Seguridad del Estado, está enfrascado en otra tarea de mucha importancia: escribir sobre aquellos hechos, dejar testimonios suyos y de otros compañeros, con la aspiración de contribuir a “Que nunca se nos olviden nuestros mártires del 30 de noviembre, compañeros héroes eternos de la patria: José Tey Saint-Blancard, Otto Parellada Hechavarría, Antonio Alomá Serrano y, como actor principal del levantamiento armado de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, nuestro inolvidable jefe de Acción y Sabotaje Nacional, Frank País García.
                                  


                                                   

domingo, 29 de noviembre de 2015

30 de Noviembre de 1956: Santiago de Cuba, la ciudad verde olivo




 

.Orlando Guevara Núñez


Parecía una mañana igual a las demás. Pero la noche anterior centenares de jóvenes no habían dormido por el ajetreo de los preparativos y la tensión de la acción que se gestaba. Las fuerzas de la tiranía batistiana, presintiendo algo grande, se acuartelaban. Mientras, el yate Granma se acercaba a las costas de Niquero. Era el 30 de noviembre de 1956.
Desde octubre de ese año, un grupo de jóvenes integrantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, capitaneados por Frank País García, Léster Rodríguez, Pepito Tey y otros valerosos combatientes clandestinos, preparaban el levantamiento armado que a finales de diciembre debía secundar la expedición que bajo el mando de Fidel Castro vendría desde México para reiniciar la lucha armada.
Fue necesario adelantar la acción, y el 27 de noviembre Frank  recibía la indicación para el inicio del levantamiento. Tres días bastaron para los preparativos. Santiago de Cuba asistía a una nueva cita con la historia. A las 7:00 de la mañana del 30 comenzaron los combates. Decenas de jóvenes estrenaron el traje verde olivo; al brazo, el rojinegro brazalete del 26 de Julio. ¡Viva Fidel!  ¡Viva la Revolución! ¡Abajo Batista!, gritaban los valientes soldados revolucionarios.
Un grupo de 28 combatientes –testimonio del propio Frank-  ataca la jefatura de la Policía Nacional, en la Loma del Intendente. En la parte delantera combaten 20 de ellos, con Pepito Tey como jefe. Otros ocho avanzan por la parte trasera, se posesionan de la azotea y desde allí abren fuego contra la guarnición. Su jefe, Otto Parellada. Un tercer y pequeño  grupo actúa también. Su jefe, Paquito Cruz, había caído prisionero la noche anterior.
La fuerza atacada es superior en número. Unos 70 policías y 15 soldados. El combate es violento. El enemigo sufre varias bajas. El primer revolucionario en caer es Tony Alomá; Pepito Tey avanza con mayor ímpetu hacia la posición enemiga, es herido en una pierna y sigue combatiendo hasta el final.
También Otto Parellada es víctima del desigual enfrentamiento. Ante la imposibilidad de tomar la estación de la Policía, se ordena la retirada de los revolucionarios, no sin antes incendiar el edificio, que es destruido por las llamas.
A poca distancia, los disparos rebeldes quebrantan la resistencia de la Policía Marítima. Se toman prisioneros y armas, pero un refuerzo enemigo, procedente del Cuartel Moncada, entra en acción. El asalto se libra sin bajas de los estrenados combatientes.
La otra acción principal, el ataque y bloqueo del Cuartel Moncada, no llegó a ejecutarse, como consecuencia de la detención, durante la noche del 29, de sus principales responsables, Léster Rodríguez y Josué País. Por ese motivo no se disparó el mortero contra la fortaleza. Las Brigadas Estudiantiles secundan el alzamiento.
Terminados los combates en los lugares escogidos, los valientes asaltantes ocupan diversos puntos de la ciudad y actúan como francotiradores. La resistencia más fuerte tiene lugar en el Instituto de Segunda Enseñanza. Al día siguiente, aún se luchaba.
Una descripción realizada por Frank País caracteriza los acontecimientos del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba.
“La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios por toda la ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintos”.
Al concluir los combates, la persecución de las fuerzas de la tiranía fue feroz, pero enfrentó un valladar decisivo: la solidaridad del pueblo santiaguero. Las puertas se abrían para que los jóvenes asaltantes perseguidos entraran. Mucha gente del pueblo arriesgó así también su vida ese 30 de noviembre.
                      Santiago cooperó masivamente
Frank destacó cómo la población entera de Santiago de Cuba, enardecida y aliada a los revolucionarios, cooperó masivamente con ellos. “Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar, avisando de los movimientos del ejército”.
En la jefatura de la Policía Nacional, por ejemplo, los bomberos que acudieron a apagar el incendio, ayudaron a escapar a los detenidos por la tiranía que allí estaban. Unos de esos combatientes relataría que “Los bomberos nos sacaron disfrazados con sus ropas y cascos con la mayor naturalidad, por delante de los propios policías”.
Durante la lucha, narra Asela de los Santos, una joven santiaguera incorporada a la insurrección, a un combatiente se le cayó una caja de balas. “Los proyectiles se regaron en la calle. Pasaban en aquel momento un hombre con una carretilla y varios transeúntes y sin pronunciar palabra, se agacharon y después de recogerlas siguieron su camino”.
El Granma llegó a un lugar cercano a Playas Coloradas, en Niquero, el día 2 de diciembre, 48 horas después del levantamiento de Santiago de Cuba. Las noticias eran contradictorias, pero Frank siempre confió en que Fidel y los expedicionarios llegarían a la Sierra Maestra. Por aquellos días, el héroe de la lucha clandestina le dijo a Armando Hart: “Ahora, a unir los campesinos y  realizar acciones, que esto será una bola que nadie podrá detener”.
“Frank era tan organizado, afirma la combatiente María Antonia Figueroa, que después del levantamiento el Movimiento quedó intacto, no sufrió más descalabros que la pérdida de esos tres compañeros (Pepito, Otto y Tony). Él ordenó enseguida recuperar cuanta arma y bala encontráramos”.
Tal como se había previsto, se puso en marcha otra fase de la acción, mediante sabotajes a las comunicaciones, el transporte y otras instalaciones. En muchas otras partes, los revolucionarios se habían lanzado también a la lucha.
El apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas. En marzo de  1957, Frank organiza y envía, como refuerzo del Ejército Rebelde, a medio centenar de combatientes, muchos de ellos participantes de la heroica acción del 30 de noviembre de 1956. En junio de ese mismo año, otro grupo, con igual fin, marcha hacia las legendarias montañas orientales. Muchos de los jóvenes que estrenaron el uniforme verde olivo en la entonces capital del indómito Oriente, caerían después en las propias calles santiagueras.
Cuando a fines de diciembre de 1958 el Ejército Rebelde prepara el asalto final a Santiago de Cuba, unos cien combatientes revolucionarios armados estaban listos dentro de la ciudad para entrar en acción, desempeñando un importante papel en la victoria final.
Las fuerzas de la tiranía se replegaban a sus guaridas, donde eran acosadas, y solo la rendición incondicional del Moncada evitó el último combate. Era el Primero de Enero de 1959.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La fórmula del amor triunfante




.Orlando Guevara Núñez
El 26 de noviembre de 1891 –hace hoy 124 años- nuestro Héroe Nacional, José Martí, pronunció en el Liceo Cubano de Tampa, Cayo Hueso, un discurso donde legó a los cubanos de ahora- y de todos los tiempos- enseñanzas que forman parte de una doctrina política que guió a este pueblo a la lucha por su liberación primero, y después  a la edificación y defensa de una obra en la cual están plasmados sus sueños de independencia y de justicia.
El propio título que identifica ese memorable discurso, fue objetivo revolucionario antes del triunfo del 1ro. de enero de 1959 y práctica consecuente  a partir de esa fecha: Con todos y para el bien de todos.
Así, la unidad  de los cubanos ha sido decisiva. Todos  hemos luchado por una misma causa. Todos por el bien de todos. Es ese un pilar fundamental que sostiene a la nación.  De Martí seguimos el camino:
“Su derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre”.
La Ley Suprema cubana, la Constitución, está inspirada y refrenda un ideal martiano plasmado en su discurso del 26 de noviembre de 1891:
“Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
En cuanto a los deberes con la Patria, los cubanos hemos demostrado, antes y después de la victoria de enero, la fidelidad a otro principio expresado por nuestro Apóstol en la ocasión citada:
“De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella”. Ese sentimiento se ha extendido más allá de nuestras fronteras, asimilando otra enseñanza del Maestro aquel 26 de noviembre de 1891 en Tampa:   “En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”.
Con esa prédica, convertida en práctica, los cubanos hemos marchado a disímiles latitudes del mundo a ofrendar nuestra sangre, a salvar vidas, a aliviar y prevenir males, a  combatir el analfabetismo, y a contribuir a que la dignidad plena del hombre se transforme de quimera en realidad para millones de seres humanos, aunque no hayan nacido ni vivan en nuestro suelo.
“O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos”.  Siguiendo ese precepto martiano, nuestra República se sostiene, libre y soberana, por el decoro de sus hijos.
Hemos  alcanzado la justicia para todos y es un objetivo elevar cada día a un sitial más alto esa justicia. Así cumplimos con el sueño del Maestro:
¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!
“(…) Alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: "Con todos, y para el bien de todos".
Esa es y seguirá siendo por siempre, la fórmula del amor triunfante de la Revolución cubana.