miércoles, 30 de noviembre de 2016

El mismo David en dos tiempos




. Orlando Guevara Núñez
En la noche del pasado 25 de noviembre y la madrugada del 26, los teléfonos le arrebataron el protagonismo a otras vías de comunicación. Los mensajes eran cortos: ¡falleció Fidel!  La noticia se multiplicó, acompañada de dolor, de sentimiento, de lágrimas exteriorizadas, contenidas y a veces silenciosas y ocultas. Lágrimas de pueblo.
A partir de entonces, se perdió la noción de las horas. Y hasta para precisar el día, a veces se necesitaba consultar el calendario. Todo se unió en una misma jornada de pesar. Las tristes palabras de Raúl, las imágenes queridas de Fidel en la televisión. Sus discursos. Su sonrisa en los momentos felices. Su hidalguía ante los peligros y los reveses.
Mirándolo y escuchándolo, por momentos nos olvidábamos de que ya no existía físicamente. De pronto, la vuelta  a la realidad. Ahora lo esperamos en Santiago de Cuba, no con la alegría de otras veces, pero sí con el cariño de siempre. Aquí vivirá no entre nosotros, sino dentro de nosotros. Y estará no solo esperando las victorias de Santiago de Cuba, sino mirándolas desde cerca, inspirándolas  y sintiéndolas también suyas.
A Fidel no es apropiado desearle que descanse en paz. Porque él, ni después de muerto, tendrá descanso, como no  lo tuvo en vida. Y, en lo adelante, cuando en su honor se dedique un minuto de silencio, habrá que juntar a ese homenaje el compromiso de una vida entera de trabajo y de combate.
Sucede muchas veces que los protagonistas de un hecho histórico, sobre todo cuando es masivo, inmersos en el acontecimiento, no se percatan de inmediato de su trascendencia para los tiempos por venir. Y este es uno de esos hechos.
En los años sucesivos, con un recuerdo agradecido, acudiremos a la tumba de Fidel. Unos con el honor de haberlo conocido y junto a él haber construido y defendido la Revolución; otros sin recordar esta triste jornada  porque eran muy pequeños; los más, en el decurso del tiempo, conocerán esta épica jornada por  la historia contada o estudiada. Dentro de muchos años, ninguno de los que participamos en el homenaje  a Fidel ante su desaparición física, estaremos vivos. Pero estará vivo el pueblo. Otras ramas, pero del mismo tronco y de la misma raíz.
Vendrán otros tiempos, incluso nuevos siglos. Y el recuerdo de Fidel seguirá en la memoria colectiva, como está la memoria de nuestro Héroe Nacional, José Martí, formando parte todavía de la cultura política de todos los cubanos dignos.
Martí sentenció unas palabras que lo retratan a sí mismo y parecen también escritas para Fidel: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Truécase en polvo el cráneo pensador, pero viven perpetuamente, y fructifican, las ideas que en él se elaboraron”.  Las ideas de Martí y de Fidel, seguirán fructificando en el pueblo que con sus ideas y su acción fundaron y al cual  enseñaron los valores de la dignidad, el honor, la solidaridad y la grandeza. De ellos aprendimos que patria es humanidad.
Cuando Fidel comandó  el ataque al Cuartel Moncada, lo hizo con un grupo de jóvenes entre quienes 61 ofrendaron su valiosa sangre. Ante el tribunal que lo juzgaba, dijo el entonces joven patriota:
“Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio, vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!
Ahora estarán más juntos Martí y Fidel, nuestros dos más grandes símbolos. Juntos nuestro eterno Apóstol y Héroe Nacional, y nuestro eterno Comandante en Jefe. El mismo  David, con la misma honda, frente al mismo Goliat, en dos tiempos. Las raíces más puras de un pueblo héroe. Un pueblo que siempre estará dispuesto a ofrendar su sangre y su vida para que ellos sigan viviendo en el alma de la patria. Recordándolos siempre no por su muerte sentida, sino por la hermosa obra de su vida.


Día de pólvora y gloria




. Orlando Guevara Núñez

Entrevista de este autor  a Josué de Quesada, uno de los que prendieron fuego a la Estación de Policía, el 30 de Noviembre de 1956. (Fue publicada hace un lustro en la prensa escrita). Ahora la ofrezco a los lectores, en homenaje al aniversario 60 de aquella heroica acción.

Hay imágenes que, por fuerza propia, se transforman en símbolo. Pueden prescindir de títulos, de explicaciones, porque su valor expresivo retrata un hecho o una época, ganándole al lenguaje escrito su protagonismo.
Así sucede con la imagen fotográfica de la Estación de la Policía Nacional de la dictadura batistiana en Santiago de Cuba, envuelta en llamas el 30 de noviembre de 1956, durante el alzamiento armado que esa mañana convirtió a la capital oriental en la Ciudad verde olivo.
Pero detrás de cada imagen hay una historia. Y ésta la tiene. ¿Por qué se produce el incendio? ¿Quién lo orientó y quiénes lo ejecutaron? A casi 55 años después de aquella acción gloriosa, tengo ante mí a uno de los hombres que prendió fuego a ese baluarte enemigo. Y su testimonio fluye claro, dando riendas a los recuerdos sobre aquel dramático momento de la historia santiaguera y cubana.
Josué de Quesada Hernández, tenía entonces 22 años de edad y militaba en las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, junto a Frank País. Dos días antes de aquella acción armada – primera realizada por la juventud cubana después del asalto a  los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953- había sido absuelto en un juicio donde le solicitaban ocho años de prisión, por un delito común que no había cometido.
Frank País le había dicho al abogado defensor, Baudilio Castellanos, también combatiente del 30 de noviembre, que Josué se necesitaba libre, porque debía cumplir una misión importante.
“Al ser absuelto, precisa el joven combatiente, estaba celebrando ese hecho, cuando llegó Josué País y me dijo: ¡Se acabó la fiesta! Y a   partir de entonces me integré al grupo de Otto Parellada. Durante la noche del 29 de noviembre, me correspondió distribuir armas”.
¿Cómo surgió la indicación de prender fuego a la Estación de Policía?
Josué precisa que 16 combatientes integraron el grupo de Otto Parellada y guarda celosamente sus nombres para la historia. Estos fueron los que pelearon junto a Otto, desde el techo contiguo a la Estación de Policía.
“Otto- recuerda Josué- después de explicarnos el plan, nos definió a cada uno la misión en el combate y dejó definido como su segundo al compañero Casto Amador. En mi caso, junto a los compañeros Nicolás Rizo –ya fallecido- y Eugenio Gutiérrez –residente en La Habana,  quedó la responsabilidad dada por Otto de incendiar la Estación en caso de no poder ocuparla”. “Tú vas a ser el granadero”, me dijo Otto. Le pregunté qué era eso y me explicó que llevaría las granadas para la acción.
“En la casa de Emiliano Corrales se nos entregaron las armas y se hicieron bombas con cartuchos de dinamita, que preparó Casto Amador; se nos entregaron como una docena de granadas brasileñas, casi todas inservibles y como cuatro o cinco cajas de botellas de cocteles Molotov”.
Sobre el momento del combate, Josué rememora que “Llegamos hasta el portón de la Escuela de Artes Plásticas, siendo Otto quien desarraja a tiro limpio la puerta, entrando en el recinto, donde posteriormente nos posesionamos de los techos aledaños  a la Estación de Policía, a continuación llegó la guagüita repleta de compañeros y entraron detrás de nosotros y se subieron también en los techos”.
La acción del tiempo es burlada por la nitidez de los recuerdos de Josué.”El grupo de Otto, después de posesionarnos en el techo posterior a la Estación, comenzamos a dispararle con un fuego nutrido a través de sus puertas y ventanas, pues este edificio tiene paredes de mucho grosor en su planta baja y los disparos no le hacían mella; ellos comenzaron de inmediato a ripostar también con un nutrido tiroteo, se escuchaban cientos de detonaciones de diferentes armas automáticas que ellos tenían y se generalizó un intenso tiroteo que debe haber durado más de horas, aproximadamente; en el fragor del combate, todos  los compañeros que estábamos en el techo se comportaron de forma heroica, nadie se acobardó y gritábamos desde nuestra posición ¡Abajo Batista!, ¡Viva la Revolución!.
Es allí donde cae Otto Parellada. 
“Ya en las postrimerías del combate, nuestro jefe, Otto Parellada, es abatido en su posición por una ráfaga de ametralladora Thompson, a nuestro juicio, por el sonido que escuchamos y fue alcanzado por varios proyectiles en el cuerpo; apreciamos un disparo en la cabeza, pues al caer hacia atrás en el techo le manaba abundante sangre de su región occipital. Aquello fue muy impactante y después de pasados unos segundos para observar a nuestro hermano caído,  reiniciamos el combate con todos los hierros, disparando continuamente, como él así nos había pedido. Antes de partir, el me dijo: “Si caigo en la acción, continúen combatiendo con más valentía”.
Ya era evidente que no podía tomarse la estación.
 “Después de la muerte de Otto y  ver que no podíamos tomar la Estación, comenzamos a bombardearla con los cocteles Molotov.
Esa acción la realizan tres compañeros.
Sí. Yo tenía la mayor responsabilidad en eso, conjuntamente con el compañero Nicolás Rizo. Empezamos a tirarle la mayor cantidad de cocteles, así como también las granadas, que en gran medida estaban defectuosas, creo que de la docena que llevamos sólo explotaron dos:  además, arrojamos las bombas que se habían confeccionado.
Pero el fuego no prendió de inmediato.
 “Viendo que los cocteles  explotaban, pero se consumía la gasolina rápidamente, decidí meter en una mochila que yo llevaba cinco o seis botellas de cocteles. Nicolás me le dio candela a una de las botellas que rompimos y la echamos en la mochila y la lancé para la parte derecha del segundo piso, donde existía una baranda de madera. Esta carga sí hizo una explosión grande y diseminó con un gran estruendo las llamaradas y fue cuando se incendió la Estación de Policía.
Luego vino la retirada. ¿Cómo pudieron descender del techo?
“Nos fuimos replegando del techo y bajamos al piso inferior, comenzando la evacuación del edificio.  Los compañeros Willy Martínez y Pepín Naylon, de forma altamente arriesgada salieron a la calle y a tiro limpio fueron despejando el camino al  resto de los compañeros”.
La retirada no fue fácil.
 “Salimos a pie. Había una señora que gritaba: !Quemaron la Estación de Policía!, y yo me situé junto a ella y repetía lo mismo: ¡Quemaron la Estación de Policía! Luego me llevaron para una casa en San Pío y después a  otra en Marimón, donde recuerdo que había un altar. La vieja que allí vivía luego iba, me santiguaba y me alentaba, luego supe que lo hacía cuando pasaba una perseguidora o los guardias. Resultó que esa viejita era la madre de Paquito Marimón, quien había también combatido el 30 de noviembre”.
De ahí, ¿para la clandestinidad?
 Una vez me detuvieron y uno de los jefes me llevó para mi casa y le dijo a mi mamá que viera, que me entregaba vivo. Entonces dije: Me voy. Salté por los techos y me fui. Después supe que como a la media hora me fueron a buscar. Tuve que pasar a la clandestinidad.
¿Qué pensó Josué de Quesada cuando vio arder la Estación de Policía?
“Pensé que había cumplido mi misión, la orden de Otto”.
¿Y hoy cuando observa la histórica foto que preserva aquella imagen?
 “Pienso en Otto, en Regalado, en Emiliano, en tantos compañeros de la acción del 30  de noviembre que luego cayeron en el transcurso de la lucha, que fueron 35, y yo tenía relaciones de amistad con casi todos ellos.
¿Qué valoración tiene  Josué sobre aquella acción?
“Pienso que fue un triunfo militar nuestro, aunque no pudo tomarse la Estación. El enemigo tenía más hombres que nosotros, más y mejores armas; ellos tuvieron cinco muertos por tres nosotros, y ocho heridos, mientras los nuestros fueron cuatro. Logramos destruirle mediante el fuego su instalación. Nuestra apreciación es que logramos una primera victoria en el campo de la guerra contra la dictadura de Batista.
¿Satisfacción por haber sido protagonista de aquella gesta gloriosa?  “Mi mayor satisfacción es haber cumplido con mi deber como cubano. Y saber que mi Revolución ha hecho en la educación, en la salud y en todo, más de lo que se había planteado en aquella fecha.
Josué de Quesada Hernández ha vivido ya 77 años. “Yo pensaba que no iba a sobrevivir a aquel combate, al cual había ido con la disposición de morir”.
Ahora el combatiente del 30 de noviembre, de la lucha clandestina y fundador de los órganos de la Seguridad del Estado, está enfrascado en otra tarea de mucha importancia: escribir sobre aquellos hechos, dejar testimonios suyos y de otros compañeros, con la aspiración de contribuir a “Que nunca se nos olviden nuestros mártires del 30 de noviembre, compañeros héroes eternos de la patria: José Tey Saint-Blancard, Otto Parellada Hechavarría, Antonio Alomá Serrano y, como actor principal del levantamiento armado de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, nuestro inolvidable jefe de Acción y Sabotaje Nacional, Frank País García.

30 de noviembre de 1956 Santiago de Cuba, la ciudad verde olivo




Orlando Guevara Núñez


Parecía una mañana igual a las demás. Pero la noche anterior centenares de jóvenes no habían dormido por el ajetreo de los preparativos y la tensión de la acción que se gestaba. Las fuerzas de la tiranía batistiana, presintiendo algo grande, se acuartelaban. Mientras, el yate Granma se acercaba a las costas de Niquero. Era el 30 de noviembre de 1956.
Desde octubre de ese año, un grupo de jóvenes integrantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, capitaneados por Frank País García, Léster Rodríguez, Pepito Tey y otros valerosos combatientes, preparaban el levantamiento armado que a finales de noviembre  debía secundar la expedición que bajo el mando de Fidel Castro vendría desde México para reiniciar la lucha armada.
El 27 de noviembre Frank  recibía la indicación para el inicio del levantamiento. Tres días bastaron para los preparativos. Santiago de Cuba asistía a una nueva cita con la historia. A las 7:00 de la mañana del 30 comenzaron los combates. Decenas de jóvenes estrenaron el traje verde olivo; al brazo, el rojinegro brazalete del 26 de Julio. ¡Viva Fidel!  ¡Viva la Revolución! ¡Abajo Batista!, gritaban los valientes soldados revolucionarios.
Un grupo de 28 combatientes –testimonio del propio Frank-  ataca la jefatura de la Policía Nacional, en la Loma del Intendente. En la parte delantera combaten 20 de ellos, con Pepito Tey como jefe. Otros ocho avanzan por la parte trasera, se posesionan de la azotea y desde allí abren fuego contra la guarnición. Su jefe, Otto Parellada. Un tercer y pequeño  grupo actúa también. Su jefe, Paquito Cruz, había caído prisionero la noche anterior.
La fuerza atacada es superior en número. Unos 70 policías y 15 soldados. El combate es violento. El enemigo sufre varias bajas. El primer revolucionario en caer es Tony Alomá; Pepito Tey avanza con mayor ímpetu hacia la posición enemiga, es herido en una pierna y sigue combatiendo hasta el final.
También Otto Parellada es víctima del desigual enfrentamiento. Ante la imposibilidad de tomar la estación de la Policía, se ordena la retirada de los revolucionarios, no sin antes incendiar el edificio, que es destruido por las llamas.
A poca distancia, los disparos rebeldes quebrantan la resistencia de la Policía Marítima. Se toman prisioneros y armas, pero un refuerzo enemigo, procedente del Cuartel Moncada, entra en acción. El asalto se libra sin bajas de los estrenados combatientes.
La otra acción principal, el ataque y bloqueo del Cuartel Moncada, no llegó a ejecutarse, como consecuencia de la detención, durante la noche del 29, de sus principales responsables, Léster Rodríguez y Josué País. Por ese motivo no se disparó el mortero contra la fortaleza. Las Brigadas Estudiantiles secundan el alzamiento.
Terminados los combates en los lugares escogidos, los valientes asaltantes ocupan diversos puntos de la ciudad y actúan como francotiradores. La resistencia más fuerte tiene lugar en el Instituto de Segunda Enseñanza. Al día siguiente, aún se luchaba.
Una descripción realizada por Frank País caracteriza los acontecimientos del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba.
“La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios por toda la ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintos”.
Al concluir los combates, la persecución de las fuerzas de la tiranía fue feroz, pero enfrentó un valladar decisivo: la solidaridad del pueblo santiaguero. Las puertas se abrían para que los jóvenes asaltantes perseguidos entraran. Mucha gente del pueblo arriesgó así también su vida ese 30 de noviembre.
                                         
                                        Santiago cooperó masivamente
Frank destacó cómo la población entera de Santiago de Cuba, enardecida y aliada a los revolucionarios, cooperó masivamente con ellos. “Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar, avisando de los movimientos del ejército”.
En la jefatura de la Policía Nacional, por ejemplo, los bomberos que acudieron a apagar el incendio, ayudaron a escapar a los detenidos por la tiranía que allí estaban. Unos de esos combatientes relataría que “Los bomberos nos sacaron disfrazados con sus ropas y cascos con la mayor naturalidad, por delante de los propios policías”.
Durante la lucha, narra Asela de los Santos, una joven santiaguera incorporada a la insurrección, a un combatiente se le cayó una caja de balas. “Los proyectiles se regaron en la calle. Pasaban en aquel momento un hombre con una carretilla y varios transeúntes y sin pronunciar palabra, se agacharon y después de recogerlas siguieron su camino”.
El Granma llegó a un lugar cercano a Playas Coloradas, en Niquero, el día 2 de diciembre, 48 horas después del levantamiento de Santiago de Cuba. Las noticias eran contradictorias, pero Frank siempre confió en que Fidel y los expedicionarios llegarían a la Sierra Maestra. Por aquellos días, el héroe de la lucha clandestina le dijo a Armando Hart: “Ahora, a unir los campesinos y  realizar acciones, que esto será una bola que nadie podrá detener”.
“Frank era tan organizado, afirma la combatiente María Antonia Figueroa, que después del levantamiento el Movimiento quedó intacto, no sufrió más descalabros que la pérdida de esos tres compañeros (Pepito, Otto y Tony). Él ordenó enseguida recuperar cuanta arma y bala encontráramos”.
Tal como se había previsto, se puso en marcha otra fase de la acción, mediante sabotajes a las comunicaciones, el transporte y otras instalaciones. En muchas otras partes, los revolucionarios se habían lanzado también a la lucha.
El apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas. En marzo de  1957, Frank organiza y envía, como refuerzo del Ejército Rebelde, a más de  medio centenar de combatientes, muchos de ellos participantes de la heroica acción del 30 de noviembre de 1956. En junio de ese mismo año, otro grupo, con igual fin, marcha hacia las legendarias montañas orientales. Muchos de los jóvenes que estrenaron el uniforme verde olivo en la entonces capital del indómito Oriente, caerían después en las propias calles santiagueras.
Cuando a fines de diciembre de 1958 el Ejército Rebelde prepara el asalto final a Santiago de Cuba, unos cien combatientes revolucionarios armados estaban listos dentro de la ciudad para entrar en acción, desempeñando un importante papel en la victoria final.
Las fuerzas de la tiranía se replegaban a sus guaridas, donde eran acosadas, y solo la rendición incondicional del Moncada evitó el último combate. Era el Primero de Enero de 1959.

martes, 29 de noviembre de 2016

Palabras del Comandante en Jefe Fidel Castro, en Santiago de Cuba, el 2 de diciembre de 2001, rememorando el aniversario 45 del desembarco del Granma





La inquietud era grande. Las noticias públicas del levantamiento del 30 de noviembre, que debía producirse después y no antes, de nuestro arribo, ocurre a la inversa debido al ímpetu incontenible de los combatientes santiagueros y al atraso de 48 horas en el riesgoso y largo viaje de 1.235 millas; un hombre que caía al mar agitado y oscuro en la madrugada del 2 de diciembre, que no podía ser abandonado, aun robando al escaso tiempo minutos de vida o muerte, eran circunstancias que multiplicaban la impaciencia por arribar antes del amanecer al punto exacto programado de las ansiadas costas de nuestra patria.
Con el infinito aliento del rescate, divisamos tierra con las primeras luces del amanecer y un grupo de boyas luminosas donde la costa oriental, viniendo de Santiago, dobla hacia el norte en dirección a Manzanillo.
Nuevos e inesperados obstáculos: dos veces intentó el capitán que conducía el Granma, un ex comandante de la Marina de Guerra cubana incorporado a nuestro Movimiento, seguir la ruta adecuada por el laberinto que indicaban las boyas, y dos veces regresó al punto de partida. Intentaba hacerlo por tercera vez. Imposible continuar la desesperante búsqueda. De combustible quedaban unos pocos litros. Era ya pleno día. El enemigo exploraba sin cesar por mar y por aire. La nave corría gran riesgo de ser destruida a pocos kilómetros de la orilla con toda la fuerza a bordo.
Veíamos la costa cercana y visiblemente baja. Se ordena al capitán enfilar directamente hacia ella a toda máquina. El Granma toca fango y se detiene a 60 metros de la orilla. Desembarco de hombres y armas. Duro avance por el agua sobre fango movedizo que amenazaba tragarse a los hombres sobrecargados de peso. La orilla era aparentemente sólida, pero metros después un terreno fangoso similar al anterior en extensa laguna costera se interponía entre el punto de arribo y la tierra sólida. Casi dos horas duró la travesía de aquel infernal pantano. Acabando de arribar a terreno firme, se escuchan ya los disparos de un arma pesada contra el área de desembarco en las proximidades del solitario Granma. Había sido avistado y comunicada su presencia al mando enemigo, que reaccionó de inmediato atacando por mar la expedición y ametrallando por aire la zona hacia donde marchaba la pequeña fuerza expedicionaria: 82 hombres.
Nada añado sobre la debilidad, el cansancio físico y el hambre de siete días. No hace falta dramatizar lo que obviamente fue dramático, pero soportable para hombres dispuestos a ser libres o mártires, como había sido prometido.
Eso estaba ocurriendo a esta misma hora hace exactamente 45 años, el 2 de diciembre de 1956. De los que participamos en aquel episodio, sólo unos pocos, por caprichos del azar, hemos tenido el raro privilegio de vivir hasta hoy y continuar luchando.