domingo, 27 de noviembre de 2016

Fidel: ardiente profeta de la aurora







.Orlando Guevara Núñez

Muchas afirmaciones de Fidel, antes y después del triunfo de la Revolución han sido proféticas. Dichas cuando nadie o muy pocos las creían realizables. Y no solo las dijo, sino que dedicó su vida a hacerlas realidad.

Para muchos, la capacidad de Fidel para vislumbrar el futuro fue  sorprendente, con ribetes  místicos. Para los cubanos, el lugar de lo místico lo ocupa la certeza sobre su visión política  y su capacidad, partiendo de sus profundos análisis sobre el desarrollo histórico y las fuerzas que lo protagonizan, de ver más allá de lo que otros pueden hacerlo.

En este caso, viene a nuestra mente una afirmación hecha por un  amigo de Cuba, el presidente de la República Argelina Democrática y Popular, Abdelaziz Buteflika :“Fidel viaja al futuro, regresa y lo explica”.
Y una elocuente apreciación del Canciller de la Dignidad, Raúl Roa, cuando  dijo: “Fidel  oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina”.
Fidel nos acostumbró a esas afirmaciones que asombran al convertirse en realidad. Los ejemplos son muchos. Basta estudiar su vida para comprobarlo.
¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá! Esa afirmación la hizo Fidel, el 16 de octubre de 1953, ante el tribunal que lo juzgó y condenó a 15 años de prisión por los hechos del 26 de  julio de ese año.  De allí salió preso, esposado, con el dolor del fracaso en la acción ejecutada, con el alma conmovida por sus 61 hermanos muertos. Ante un gobierno armado hasta los dientes, dispuesto a silenciarlo incluso con el crimen.
¿Quién podría creer, ante aquel sombrío panorama, en aquella predicción? Y fue condenado, pero  la historia lo absolvió.
Estando en México, con pocos recursos, perseguido, incluso detenido, reuniendo uno a uno a los hombres y centavo a centavo los recursos para reiniciar la lucha en Cuba,  contra un ejército de más de 40 000 efectivos, bien pertrechado de armas, aviones, tanques, marina de guerra y el asesoramiento de los Estados Unidos,  afirmó Fidel: “Si salgo, llego; si llego, entro;  si entro, triunfo”.
Y frente a todas las adversidades, salió, llegó, entró y triunfó.
Después del desembarco del Granma  el 2 de diciembre de 1956 y la derrota de Alegría de Pío tres días después, Fidel no concibió  nunca el pesimismo. Aún en las condiciones más difíciles y desventajosas, cubierto con paja de caña  durante casi cuatro días para evadir la cacería enemiga, no pensó en la derrota, ni siquiera en una tregua, hablaba de lucha y de los planes futuros.  Así lo testimonió quien compartió con él esos dramáticos momentos, el expedicionario Faustino Pérez Hernández ¿Quién hubiese actuado igual?
Y cuando el 18 de diciembre de 1956, con solo ocho hombres y siete armas expresó con la convicción más plena: ¡Ahora sí ganamos la guerra!, la afirmación podría parecer una  quimera.
Pero no fue derrotado, ni dio ni pidió tregua. ¡Y ganó la guerra!
Revisando disímiles  momentos del proceso revolucionario cubano, hay palabras de Fidel que en su memento parecieron ilusiones y el decurso del tiempo las ha acuñado como  ciertas.
Uno de esos momentos cumbres fue el 4 de febrero de 1962, durante la sesión de la Asamblea General del pueblo de Cuba que aprobó la II Declaración de La Habana. El poder imperial en la América irredenta era un anillo acerado, asfixiante, las tiranías y gobiernos sumisos a ese poder parecían perpetuarse en lo infinito. Sin embargo, Fidel dijo para Cuba y para el mundo:
“Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia”.
“Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más”. 
“Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar.  Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente  ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!” 

Eso fue dicho hace 54 años. Un recorrido visual por el panorama actual, demuestra cómo las predicciones de Fidel se van transformando en realidades.

Hoy, si leyéramos los muchos discursos e intervenciones de Fidel, desde el mismo triunfo revolucionario, nos daríamos cuenta de cuántas cosas por él previstas están realizadas, a la vez que muchos problemas subsisten  porque no hemos sabido aquilatar y cumplir sus orientaciones.

Ese es y seguirá siendo, nuestro Fidel. Pero su grandeza no está solo en el pensar. Estuvo al frente de los combatientes que convocó al Moncada; al frente de los expedicionarios del Granma; al frente de los guerrilleros en la Sierra Maestra; al frente de los combatientes de Playa Girón;  al frente de su pueblo cuando estuvimos al borde, en octubre de 1962, de un holocausto nuclear;  junto a su pueblo en todos los momentos de peligro; arriesgó muchas veces su vida.
Fidel es forjador de un pueblo al que enseñó los principios de la Revolución, del socialismo, del internacionalismo, del antimperialismo. Le enseñó el ¡Patria o Muerte!, el ¡Venceremos! y le enseñó – también rodeado de bayonetas enemigas, preso y solitario, que “somos un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie!
Por eso lo odian tanto los imperialistas y contrarrevolucionarios. Por eso lo veneramos los cubanos verdaderos. Aún después de su desaparición física,  sigue siendo el eterno Comandante en Jefe de un pueblo heroico.

El breve espacio para este trabajo obliga al punto final. Pero burlo esa norma para  mencionar  otras breves cosas dichas sobre Fidel, que refejan su grandeza como hombre, como  revolucionario y pensador. Una de Almeida: “Se me fue de tamaño”.  El comandante sandinista Tomás Borge dijo: Fidel ve más allá de la mente. Y la otra del Che: Ardiente profeta de la aurora.






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