viernes, 30 de noviembre de 2018

La gloria y la victoria llegaron en el Granma



.Orlando Guevara Núñez

El 2 de diciembre de 1956, el yate Granma, con 82 expedicionarios y Fidel Castro al frente, marcó un hito en la historia de la Revolución cubana. Como cuando Antonio Maceo y Flor Crombet, el 1ro. de abril de 1895,  desembarcaron en Duaba, Baracoa; y José Martí y Máximo Gómez llegaron remando a Playita de Cajobabo, punto cercano a Guantánamo - diez días después –  ahora, sobre las olas del Mar Caribe que abraza a Cuba, navegaban de nuevo los ideales de libertad e independencia.
La expedición, como las de los insignes patriotas de las gestas independentistas de finales del siglo XIX, se había preparado con escasos recursos y enfrentando la persecución de enemigos que contaban con todos los medios para tratar de entorpecer el empeño libertario. Presidio e incautación de armas, delaciones y amenazas, no pudieron contra el honor, la razón, el patriotismo y la voluntad.
El Granma, construido en La Florida, Estados Unidos, en 1946 –así lo afirma Jesús Reyes, quien tuvo a su cargo las gestiones de adquisición y fuera también expedicionario- “tiene 66 pies y dos motores diésel, con capacidad para 25 personas”. El costo total, incluida obligatoriamente una casa en la operación, ascendió a unos 25 000 dólares. Hubo que cambiar ambos motores, acondicionar los tanques de agua y de combustible  e instalarle una planta eléctrica  para poder enfrentar la travesía. Esta embarcación había naufragado tres años antes y permanecido un tiempo bajo el agua.
La primera proeza de los expedicionarios fue, en el espacio para 25 personas, entrar 82. Poco se ha hablado sobre los víveres para la travesía. Se pensaba que serían cinco los días de navegación, pero fueron siete. Y para esa jornada, en el Granma se contaba solo con una lista irrisoria de alimentos, relacionada en el libro De Tuxpan a La Plata, de un colectivo de autores del Centro de Estudios de Historia Militar de las FAR:
“Dos mil naranjas, 48 latas de leche condensada, cuatro jamones para cocinar, dos jamones para emparedados, una caja de huevos, 100 tabletas de chocolate y 10 libras de pan”.
El desembarco fue realmente trágico. Los expedicionarios tuvieron que caminar sobre una ciénaga, mangle y yerba de cortadera, unos dos kilómetros para llegar a tierra firme. Hubo momentos, incluso, en que temieron haber llegado a un cayo. Con mucha razón, el Che Guevara afirmaría que aquello, más que desembarco,  había sido un naufragio.
Extenuados como habían llegado, esa adversidad golpeó de forma severa a los hombres del Granma. Pero no se amilanaron. Las martianas estrellas insurrectas – mencionadas por el Che en su Canto a Fidel- se mantenían iluminando el nuevo rumbo de la nación cubana.
Habían salido, habían llegado y habían entrado. Ahora, para cumplir la palabra de Fidel, faltaba el triunfo, frente a un ejército de más de 40 mil efectivos bien armados y entrenados, con artillería, aviación, marina de guerra y el asesoramiento militar de los Estados Unidos.
Dos días antes de tocar tierra cubana el yate Granma, en Santiago de Cuba, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, con Frank País al frente, habían levantado en armas la ciudad, con vistas a proteger a los expedicionarios y que la dictadura no pudiera lanzar sobre ellos grandes fuerzas. Se contaba que ese levantamiento coincidiera con el desembarco, lo que no pudo ser por las condiciones climatológicas adversas, averías en los motores y otros factores que hicieron más larga la travesía.
La preparación para el recibimiento a los expedicionarios, indicada por Frank y ejecutada  con meticulosidad por la heroína Celia Sánchez Manduley, con hombres que entrarían en la historia cubana a través de ese hecho, entre ellos los campesinos Crecencio Pérez Montano y Guillermo García Frías, no pudo contactar desde el primer momento con el desembarco, pero sería, pocos días más tarde, la salvación de la Revolución.
Aún así, desde el inicio del desembarco, un factor, con el cual había contado y confiado Fidel, hizo su aparición y sería posteriormente un factor decisivo para la victoria: el apoyo de los campesinos.
Los días posteriores a la llegada del Granma, fueron duros, difíciles y muy hostiles para los expedicionarios. La persecución feroz, los bombardeos, la escasez de alimentos, el agotamiento físico, la superioridad numérica del enemigo. Pero la hidalguía se impuso. Y, como en Duaba y Playita, los fusiles rebeldes que desembarcaron, entonaron, con sus disparos redentores, los nuevos himnos de combate, esta vez hasta lograr la libertad e independencia definitivas.

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