.Orlando Guevara Núñez
El 2 de diciembre de 1956, el
yate Granma, con 82 expedicionarios y Fidel Castro al frente, marcó un hito en
la historia de la Revolución cubana. Como cuando Antonio Maceo y Flor Crombet,
el 1ro. de abril de 1895, desembarcaron
en Duaba, Baracoa; y José Martí y Máximo Gómez llegaron remando a Playita de
Cajobabo, punto cercano a Guantánamo - diez días después – ahora, sobre las olas del Mar Caribe que
abraza a Cuba, navegaban de nuevo los ideales de libertad e independencia.
La expedición, como las de
los insignes patriotas de las gestas independentistas de finales del siglo XIX,
se había preparado con escasos recursos y enfrentando la persecución de
enemigos que contaban con todos los medios para tratar de entorpecer el empeño
libertario. Presidio e incautación de armas, delaciones y amenazas, no pudieron
contra el honor, la razón, el patriotismo y la voluntad.
El Granma, construido en La
Florida, Estados Unidos, en 1946 –así lo afirma Jesús Reyes, quien tuvo a su
cargo las gestiones de adquisición y fuera también expedicionario- “tiene 66
pies y dos motores diésel, con capacidad para 25 personas”. El costo total,
incluida obligatoriamente una casa en la operación, ascendió a unos 25 000 dólares.
Hubo que cambiar ambos motores, acondicionar los tanques de agua y de
combustible e instalarle una planta
eléctrica para poder enfrentar la travesía.
Esta embarcación había naufragado tres años antes y permanecido un tiempo bajo
el agua.
La primera proeza de los
expedicionarios fue, en el espacio para 25 personas, entrar 82. Poco se ha
hablado sobre los víveres para la travesía. Se pensaba que serían cinco los
días de navegación, pero fueron siete. Y para esa jornada, en el Granma se
contaba solo con una lista irrisoria de alimentos, relacionada en el libro De
Tuxpan a La Plata, de un colectivo de autores del Centro de Estudios de
Historia Militar de las FAR:
“Dos mil naranjas, 48 latas
de leche condensada, cuatro jamones para cocinar, dos jamones para emparedados,
una caja de huevos, 100 tabletas de chocolate y 10 libras de pan”.
El desembarco fue realmente
trágico. Los expedicionarios tuvieron que caminar sobre una ciénaga, mangle y
yerba de cortadera, unos dos kilómetros para llegar a tierra firme. Hubo momentos,
incluso, en que temieron haber llegado a un cayo. Con mucha razón, el Che
Guevara afirmaría que aquello, más que desembarco, había sido un naufragio.
Extenuados como habían
llegado, esa adversidad golpeó de forma severa a los hombres del Granma. Pero
no se amilanaron. Las martianas estrellas insurrectas – mencionadas por el Che
en su Canto a Fidel- se mantenían iluminando el nuevo rumbo de la nación
cubana.
Habían salido, habían llegado
y habían entrado. Ahora, para cumplir la palabra de Fidel, faltaba el triunfo,
frente a un ejército de más de 40 mil efectivos bien armados y entrenados, con artillería,
aviación, marina de guerra y el asesoramiento militar de los Estados Unidos.
Dos días antes de tocar tierra
cubana el yate Granma, en Santiago de Cuba, el Movimiento Revolucionario 26 de
Julio, con Frank País al frente, habían levantado en armas la ciudad, con
vistas a proteger a los expedicionarios y que la dictadura no pudiera lanzar
sobre ellos grandes fuerzas. Se contaba que ese levantamiento coincidiera con
el desembarco, lo que no pudo ser por las condiciones climatológicas adversas,
averías en los motores y otros factores que hicieron más larga la travesía.
La preparación para el
recibimiento a los expedicionarios, indicada por Frank y ejecutada con meticulosidad por la heroína Celia
Sánchez Manduley, con hombres que entrarían en la historia cubana a través de
ese hecho, entre ellos los campesinos Crecencio Pérez Montano y Guillermo
García Frías, no pudo contactar desde el primer momento con el desembarco, pero
sería, pocos días más tarde, la salvación de la Revolución.
Aún así, desde el inicio del
desembarco, un factor, con el cual había contado y confiado Fidel, hizo su
aparición y sería posteriormente un factor decisivo para la victoria: el apoyo
de los campesinos.
Los días posteriores a la
llegada del Granma, fueron duros, difíciles y muy hostiles para los
expedicionarios. La persecución feroz, los bombardeos, la escasez de alimentos,
el agotamiento físico, la superioridad numérica del enemigo. Pero la hidalguía
se impuso. Y, como en Duaba y Playita, los fusiles rebeldes que desembarcaron,
entonaron, con sus disparos redentores, los nuevos himnos de combate, esta vez
hasta lograr la libertad e independencia definitivas.
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