jueves, 29 de noviembre de 2018

Un combate con dimensión de pueblo




.Orlando Guevara Núñez





                                   Estación de la Policía, atacada e incendiada ese día

El 30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba, le nacieron a la patria cubana símbolos vigentes para los tiempos presentes y los que están por venir. Aquel amanecer glorioso fue el primer combate armado por la libertad de la nación,  contra la tiranía de Batista, después de la Mañana de la Santa Ana, el 26 de julio de 1953. Y el escenario fue el mismo, aunque otros fueron  los protagonistas.
Aquella gesta  formó parte de la estrategia trazada por el máximo jefe de la Revolución, Fidel Castro,  para reiniciar la guerra revolucionaria de liberación, derrocar a la tiranía  y cambiar el  oprobioso sistema político del país. Así, la fecha se une a la del 2 de diciembre de igual  año- desembarco del yate Granma- como parte de un mismo plan e  iguales objetivos.
Tres días antes había llegado a esta ciudad el telegrama de Fidel, para Frank País, anunciando la salida del Granma, cuya llegada debía ser protegida por los combatientes clandestinos, atrayendo hacia sí  a las fuerzas de la tiranía para que no pudieran lanzarse contra los expedicionarios. Un atraso del Yate malogró la coincidencia con la acción en Santiago de Cuba.
 Sin embargo, el levantamiento armado demostró que Fidel tenía respaldo en esta ciudad, y que la juventud  estaba dispuesta al combate por la vía de las armas. También fogueó a un nutrido grupo de combatientes que engrosaron después las filas guerrilleras en las montañas y escribieron páginas de heroísmo sin par en la clandestinidad.
Aquel  30 de noviembre, en Santiago de Cuba, nació el símbolo del uniforme verde olivo que sigue siendo hoy honrado por nuestras instituciones armadas, por nuestros milicianos y, trascendiendo fronteras, ha acompañado a este pueblo  en disímiles  misiones internacionalistas. Se estrenó también el brazalete rojinegro del 26 de Julio, y  tres jóvenes santiagueros, Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada, al caer en combate, se convirtieron en símbolos y ejemplo para los revolucionarios cubanos.
Puede afirmarse que durante aquella jornada, el combate ganó dimensión de pueblo. El propio Frank haría sintetizaría el dramatismo de aquel día:
“La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios por toda la ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintos”.
Describió  cómo la población entera de Santiago de Cuba, enardecida y aliada a los revolucionarios, cooperó masivamente con ellos. “Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar, avisando de los movimientos del ejército”
Fue ese  heroísmo del pueblo el  que ganó para Santiago de Cuba un calificativo dado por la heroína Vilma Espín Guillois: Ciudad sin cerrojos. Y es que esta vez, terminado el combate, los revolucionarios no sufrieron la masacre que costó la vida a 55 moncadistas. La solidaridad, pudo ahora más que el crimen.
 Al referirse a las acciones del 30 de noviembre en Santiago de Cuba, Frank las calificó como un éxito. Y fue ese un punto de partida para intensificar las actividades organizativas. Trazó indicaciones para los responsables clandestinos, definió  ideas y misiones para incrementar la lucha, fortaleció y estructuró el Movimiento en secciones de organización obrera, sabotajes, tesorería y de propaganda. Se consagró  a organizar la resistencia cívica, las milicias clandestinas y el sector obrero para apoyar la lucha del Ejército Rebelde en las montañas de la Sierra Maestra.
El apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas. En marzo de  1957, Frank  envió, como refuerzo del Ejército Rebelde, a más de  medio centenar de combatientes, muchos de ellos participantes en la acción del 30 de noviembre. En junio de ese mismo año, otro grupo, con igual fin, marcha hacia las legendarias montañas orientales. Muchos de los jóvenes que estrenaron el uniforme verde olivo en la entonces capital del indómito Oriente, caerían después en las propias calles santiagueras.
Una definición del General de Ejército, Raúl Castro, retrata en su  justa medida la grandeza  histórica y el heroísmo y legado de aquel 30 de noviembre de 1856: “Desde ese instante, la ciudad de Santiago de Cuba entraría en una etapa de guerra sin cuartel contra la tiranía y, además, a partir de aquel momento los combatientes del 30 de noviembre, Frank País y la ciudad de Santiago de Cuba, se convirtieron en el primer punto avanzado de la eficiente retaguardia en que se transformó luego todo el pueblo de Cuba, en apoyo al núcleo guerrillero que, sobrepasando los reveses iniciales, logró reorganizarse en la Sierra Maestra. A ellos, en buena medida se debió este hecho, a su ayuda material, a su refuerzo en hombres, a su lucha valerosa que nos hizo sentir en todo momento su presencia militante”.
Ahora, después de 62 años, la gloria  de la acción del 30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba, secundada en otros lugares del país, se agiganta en la conciencia del pueblo cubano. Los recuerdos reviven el combate principal en el cuartel de la Policía Nacional,  atacada  y quemada por los revolucionarios; la toma de la estación de la Policía Marítima y el frustrado intento de impactar con un mortero el Cuartel Moncada.
Se multiplica el recuerdo agradecido a los que cayeron o estuvieron dispuestos a caer para liberar a la patria de las cadenas de la opresión. Crece la fidelidad a los símbolos surgidos aquel día. Y le brotan nuevas raíces al patriotismo del  pueblo cubano.

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