.Orlando
Guevara Núñez
Estación de la Policía, atacada e incendiada ese día
El
30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba, le nacieron a la patria cubana
símbolos vigentes para los tiempos presentes y los que están por venir. Aquel
amanecer glorioso fue el primer combate armado por la libertad de la nación,
contra la tiranía de Batista, después de la Mañana de la Santa Ana, el 26 de
julio de 1953. Y el escenario fue el mismo, aunque otros fueron los
protagonistas.
Aquella
gesta formó parte de la estrategia trazada por el máximo jefe de la Revolución,
Fidel Castro, para reiniciar la guerra revolucionaria de liberación,
derrocar a la tiranía y cambiar el oprobioso sistema político del
país. Así, la fecha se une a la del 2 de diciembre de igual año-
desembarco del yate Granma- como parte de un mismo plan e iguales
objetivos.
Tres
días antes había llegado a esta ciudad el telegrama de Fidel, para Frank País,
anunciando la salida del Granma, cuya llegada debía ser protegida por los
combatientes clandestinos, atrayendo hacia sí a las fuerzas de la tiranía
para que no pudieran lanzarse contra los expedicionarios. Un atraso del Yate
malogró la coincidencia con la acción en Santiago de Cuba.
Sin
embargo, el levantamiento armado demostró que Fidel tenía respaldo en esta
ciudad, y que la juventud estaba dispuesta al combate por la vía de las
armas. También fogueó a un nutrido grupo de combatientes que engrosaron después
las filas guerrilleras en las montañas y escribieron páginas de heroísmo sin
par en la clandestinidad.
Aquel
30 de noviembre, en Santiago de Cuba, nació el símbolo del uniforme verde olivo
que sigue siendo hoy honrado por nuestras instituciones armadas, por nuestros
milicianos y, trascendiendo fronteras, ha acompañado a este pueblo en
disímiles misiones internacionalistas. Se estrenó también el brazalete
rojinegro del 26 de Julio, y tres jóvenes santiagueros, Pepito Tey, Tony
Alomá y Otto Parellada, al caer en combate, se convirtieron en símbolos y
ejemplo para los revolucionarios cubanos.
Puede
afirmarse que durante aquella jornada, el combate ganó dimensión de pueblo. El
propio Frank haría sintetizaría el dramatismo de aquel día:
“La
ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres vomitaban
fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de
la marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios por toda la
ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de
Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros
compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones
distintos”.
Describió
cómo la población entera de Santiago de Cuba, enardecida y aliada a los
revolucionarios, cooperó masivamente con ellos. “Cuidaba a los heridos,
escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los
perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar,
avisando de los movimientos del ejército”
Fue
ese heroísmo del pueblo el que ganó para Santiago de Cuba un
calificativo dado por la heroína Vilma Espín Guillois: Ciudad sin cerrojos.
Y es que esta vez, terminado el combate, los revolucionarios no sufrieron la
masacre que costó la vida a 55 moncadistas. La solidaridad, pudo ahora más que
el crimen.
Al
referirse a las acciones del 30 de noviembre en Santiago de Cuba, Frank las
calificó como un éxito. Y fue ese un punto de partida para intensificar las
actividades organizativas. Trazó indicaciones para los responsables
clandestinos, definió ideas y misiones para incrementar la lucha, fortaleció
y estructuró el Movimiento en secciones de organización obrera, sabotajes,
tesorería y de propaganda. Se consagró a organizar la resistencia cívica,
las milicias clandestinas y el sector obrero para apoyar la lucha del Ejército
Rebelde en las montañas de la Sierra Maestra.
El
apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas. En marzo de 1957,
Frank envió, como refuerzo del Ejército Rebelde, a más de medio
centenar de combatientes, muchos de ellos participantes en la acción del 30 de
noviembre. En junio de ese mismo año, otro grupo, con igual fin, marcha hacia
las legendarias montañas orientales. Muchos de los jóvenes que estrenaron el
uniforme verde olivo en la entonces capital del indómito Oriente, caerían
después en las propias calles santiagueras.
Una
definición del General de Ejército, Raúl Castro, retrata en su justa
medida la grandeza histórica y el heroísmo y legado de aquel 30 de
noviembre de 1856: “Desde ese instante, la ciudad de Santiago de Cuba entraría
en una etapa de guerra sin cuartel contra la tiranía y, además, a partir de
aquel momento los combatientes del 30 de noviembre, Frank País y la ciudad de
Santiago de Cuba, se convirtieron en el primer punto avanzado de la eficiente
retaguardia en que se transformó luego todo el pueblo de Cuba, en apoyo al
núcleo guerrillero que, sobrepasando los reveses iniciales, logró reorganizarse
en la Sierra Maestra. A ellos, en buena medida se debió este hecho, a su ayuda
material, a su refuerzo en hombres, a su lucha valerosa que nos hizo sentir en
todo momento su presencia militante”.
Ahora,
después de 62 años, la gloria de la acción del 30 de noviembre de 1956,
en Santiago de Cuba, secundada en otros lugares del país, se agiganta en la
conciencia del pueblo cubano. Los recuerdos reviven el combate principal en el
cuartel de la Policía Nacional, atacada y quemada por los
revolucionarios; la toma de la estación de la Policía Marítima y el frustrado
intento de impactar con un mortero el Cuartel Moncada.
Se
multiplica el recuerdo agradecido a los que cayeron o estuvieron dispuestos a
caer para liberar a la patria de las cadenas de la opresión. Crece la fidelidad
a los símbolos surgidos aquel día. Y le brotan nuevas raíces al patriotismo
del pueblo cubano.
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