martes, 20 de noviembre de 2018

Sobre los Díaz Balart y comparsa, el presidente Trump podría decir lo mismo que Roosevelt sobre un tirano de un país latinoamericano…



.Orlando Guevara  Núñez

Los  políticos norteamericanos  Linconl Y Mario Díaz Balart, como en las películas –en las malas, desde luego- se han auto fabricado una leyenda sobre su origen cubano. Según ellos, su ascendencia fue un adalid de la libertad en Cuba y la familia tuvo que emigrar por la represión a partir del triunfo revolucionario del 1ro, de enero de 1959.
¡A otro con ese cuento! La verdad es otra bien distinta.
Rafael Díaz-Balart –padre de Linconl y de Mario- fue desde joven un furibundo batistiano. En 1954, mediante la corrupción política y el servilismo, obtuvo un escaño en la Cámara de Representantes. Oportunidad  para el enriquecimiento ilícito personal y familiar. El propio tirano, Fulgencio Batista, lo elevó a parlamentario de su partido.
Se conoce también su amistad y vinculación con el connotado asesino Rolando Masferrer.
Como sabemos los cubanos, el gobierno de los Estados Unidos, en diciembre de 1958 realizó ingentes esfuerzos para impedir que el Ejército Rebelde llegara al poder. Ante  la  inminente  derrota  del dictador, contactaron con él para proponerle su renuncia, dando paso a una junta de gobierno. Cuando no encontraron otra solución, le comunicaron, el 17 de diciembre, que el gobierno yanqui le retiraba el apoyo.
Lo que no contaron entonces los gobernantes yanquis fue con la sagacidad y la capacidad del Comandante en Jefe Fidel Castro para desentrañar el complot y desbaratarlo.
Pero es entonces cuando se produce lo que ocultan Linconl y Mario sobre su padre Rafael.  Enterado de esa situación, el “patriota”, el 20 de diciembre de 1958, cuando faltaban 12 días para el triunfo de la Revolución, hizo sus maletas y, con su familia y los millones robados, abandonó Cuba, rumbo a España.
En el mismo enero de 1959, Rafael Díaz Balart se instaló en New York, donde comenzó sus actividades contrarrevolucionarias. Allí donde sus herederos mantienen una posición enfermiza hacia el pueblo cubano, al que dicen querer ayudar, pero aliados a los mismos intereses expulsados de aquí por corruptos, por explotadores, por asesinos. El mismo lugar al que ni ellos, ni sus cómplices, podrán jamás volver.
De esa mafia a la que pertenecen Lincoln y Mario, sumados todos los que acompañan al presidente norteamericano en su circo contra Cuba, Trump tendría razones suficientes- si fuera inteligente, para repetir  la afirmación de un mandatario de Estados Unidos,  Franklin D. Roosevelt, cuando le preguntaron su opinión sobre un tirano latinoamericano de su época:  “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.

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