.Orlando
Guevara Núñez
Los políticos norteamericanos Linconl Y Mario Díaz Balart, como en las
películas –en las malas, desde luego- se han auto fabricado una leyenda sobre
su origen cubano. Según ellos, su ascendencia fue un adalid de la libertad en
Cuba y la familia tuvo que emigrar por la represión a partir del triunfo
revolucionario del 1ro, de enero de 1959.
¡A otro con
ese cuento! La verdad es otra bien distinta.
Rafael
Díaz-Balart –padre de Linconl y de Mario- fue desde joven un furibundo
batistiano. En 1954, mediante la corrupción política y el servilismo, obtuvo un
escaño en la Cámara de Representantes. Oportunidad para el enriquecimiento ilícito personal y
familiar. El propio tirano, Fulgencio Batista, lo elevó a parlamentario de su
partido.
Se conoce
también su amistad y vinculación con el connotado asesino Rolando Masferrer.
Como sabemos
los cubanos, el gobierno de los Estados Unidos, en diciembre de 1958 realizó
ingentes esfuerzos para impedir que el Ejército Rebelde llegara al poder.
Ante la
inminente derrota del dictador, contactaron con él para
proponerle su renuncia, dando paso a una junta de gobierno. Cuando no
encontraron otra solución, le comunicaron, el 17 de diciembre, que el gobierno
yanqui le retiraba el apoyo.
Lo que no
contaron entonces los gobernantes yanquis fue con la sagacidad y la capacidad
del Comandante en Jefe Fidel Castro para desentrañar el complot y desbaratarlo.
Pero es
entonces cuando se produce lo que ocultan Linconl y Mario sobre su padre
Rafael. Enterado de esa situación, el
“patriota”, el 20 de diciembre de 1958, cuando faltaban 12 días para el triunfo
de la Revolución, hizo sus maletas y, con su familia y los millones robados,
abandonó Cuba, rumbo a España.
En el mismo
enero de 1959, Rafael Díaz Balart se instaló en New York, donde comenzó sus
actividades contrarrevolucionarias. Allí donde sus herederos mantienen una
posición enfermiza hacia el pueblo cubano, al que dicen querer ayudar, pero
aliados a los mismos intereses expulsados de aquí por corruptos, por
explotadores, por asesinos. El mismo lugar al que ni ellos, ni sus cómplices,
podrán jamás volver.
De esa mafia
a la que pertenecen Lincoln y Mario, sumados todos los que acompañan al
presidente norteamericano en su circo contra Cuba, Trump tendría razones
suficientes- si fuera inteligente, para repetir
la afirmación de un mandatario de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, cuando le preguntaron
su opinión sobre un tirano latinoamericano de su época: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de
puta”.
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