.Orlando Guevara Núñez
Este 21 de junio, muchos hombres y mujeres han hablado de
sus padres, vivos o muertos. Los han recordado con cariño y por el ejemplo para
su vida. El mío, dentro de una semana cumplirá 49 años de fallecido. No fue
catedrático. En realidad no fue nunca a la escuela, aunque aprendió a leer y
escribir. Y su universidad fue la vida. Un día, siendo yo un niño, me enseñó
una lección que no olvidé nunca.
Iba yo llegando a mi casa, un bohío campesino. Unos 50
metros antes, a orillas del camino, vi un huevo que al parecer una gallina, al
no poder llegar a tiempo a su nido, lo
soltó donde pudo. Me pareció natural tomarlo y así lo hice. A la llegada, en la puerta estaba mi padre. ¿Y ese
huevo? Le dije donde lo había
encontrado.
Solo me tomó de la mano y me dijo: Vamos.
Cuando llegamos al lugar, le dije: Ahí.
Y fue entonces cuando con solo dos palabras, me dio una
lección que compitió con la del mejor catedrático: Déjelo ahí. Cada vez que recuerdo aquellas nueve letras,
interpreto en ellas un código de honradez y ética.
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