miércoles, 30 de septiembre de 2020

El ciclón Flora en la zona del Cauto (V) Cuando las aguas bajaron


.Orlando Guevara Núñez

   Cuando bajaron las aguas, quedó ante nosotros un espectáculo tétrico, desolador, tan traumático que ni aún el paso de los años ha podido borrarlo.

 La destrucción era total y deprimente. Nada había sido infalible ante la fuerza del Flora. Para enfrentar esa realidad, hacía falta ahora más valor que el derrochado en las labores de salvamento. En medio de la tragedia, no pensábamos en el futuro, sino en lo que teníamos al lado, en quienes necesitaban ayuda. El efecto de verlo todo destruido fue un impacto indescriptible.

   Casas destruidas y semi destruidas. Seres humanos muertos por doquier. Las cosechas arrasadas, exterminados todos los animales domésticos; el lodo levantado casi un metro en el interior de las viviendas en pie; todo tipo de animales muertos a cada paso, la pestilencia penetrante. Y lo más impresionante: la gente enterrando a sus muertos, en muchos casos en el mismo lugar donde se encontraban los cadáveres o buscando infructuosamente a los familiares desaparecidos.

   Aquellos que encontraban los cuerpos sin vida de sus seres queridos sentían, al menos, el consuelo de darles sepultura y saber donde estaban. Otros permanecieron meses en una larga y dolorosa espera, debatiéndose entre la posibilidad de la muerte y la esperanza del milagro salvador que  no llegó nunca.

   El poblado de Cauto Embarcadero ofrecía a nuestros ojos un panorama dantesco. A las casas de placa existentes, sólo les quedó sin cubrir por el agua una longitud de dos o tres pies; a otras, menos y algunas fueron virtualmente tapadas. Las viviendas poco resistentes, arrasadas o averiadas.

   Barrios enteros habían desaparecido junto a la mayoría de sus pobladores. En la Región del Cauto, más de novecientos muertos enlutaron a centenares de familias, mientras que más de un millar de viviendas fueron totalmente destruidas o sufrieron daños de consideración.

   Cauto Embarcadero  29 muertos; Los Guayitos, 32; Aguas Verdes, 56; El Doce y Medio, 54; Guamo, 41. El Seis de Santa Rosa, otros pequeños bateyes radicados junto a las grúas cañeras, barriecitos agrícolas, todos destruidos; ausencia de muchos, presencia inconsolable de otros. La lista de los muertos, larga; las cifras, abrumadoras; los casos, conmovedores; la realidad, aplastante. El Seccional de Cauto Embarcadero y el Municipio de Río Cauto habían sido arrasados por el Flora.

 En el seccional de Cauto Embarcadero, los fallecidos fueron 254.

  El día que terminó la crecida, vimos en el poblado de Cauto Embarcadero un hecho que nos llamó mucho la atención y fue demostrativo de cómo hasta los animales lucharon tenazmente por salvar su vida. En los techos de las casas contamos la cantidad de catorce perros y tres chivos que de esa forma escaparon de la muerte. Nunca llegamos a saber si ellos treparon por su cuenta a medida que el agua iba subiendo o si alguien los ayudó en esa hazaña. Los aullidos de los perros, atemorizados, hambrientos y seguramente extrañando a sus amos, se sumaban a las tantas notas que acompañaban al triste escenario.

Todo era dolor. El desastre estaba impregnado en la mente de cuanto ser humano vivía en la zona o la visitaba. Muchas personas podrían dar testimonios más dantescos, sobre lo que vivieron y sufrieron. A las pérdidas de vidas, se sumaban las de los hogares, los bienes personales.

Pasada la cruel pesadilla del agua y sobrepuestos al duro golpe de las pérdidas humanas y materiales, comenzó la reconstrucción.

 

El ciclón Flora en la zona del Cauto (IV) El auxilio desde el aire


. Orlando Guevara Núñez

No es posible referirse a la tragedia causada por el ciclón Flora en el Cauto, sin dedicar un recuerdo agradecido a las tripulaciones de los helicópteros. Fueron los que más vidas salvaron, poniendo en riesgo su propia vida. Viví de cerca la angustia de los camiones, los tractores, los botes y pequeñas lanchas, pero no de los helicópteros.

  Revisando la prensa de la época, encontré en la primera plana del periódico Sierra Maestra, en su edición del viernes 11 de octubre de 1963, una crónica del compañero Hernán Pérez Concepción, de la cual nos sentimos obligados a tomar algunos fragmentos, por considerarlos un valioso testimonio sobre el dramatismo de esos días.

“Continuamente llegan al aeropuerto de Bayamo- convertido en uno de los centros de operaciones de rescate - los campesinos de las zonas de Cauto Embarcadero, Guamo, La Yaya, Tranquera, de Departamentos de las distintas granjas de la Cuenca Básica del Cauto y de las demás regiones afectadas. Vienen heridos, ateridos del frío, con las piernas hinchadas, rojas, muertos de hambre y de sed. Si fuerte es la impresión que produce ver este desolador cuadro de mujeres y hombres que lo han perdido todo – incluso a algún cercano familiar- cuando son ayudados por los compañeros de las FAR, médicos y enfermeras, a bajar de los helicópteros, más terrible es aún contemplar a las decenas de niños que se han rescatado de las inundaciones. Sus caritas tristes reflejan los esfuerzos que ha costado mantenerse con vida durante tres o cuatro días algunos -otros más- subidos al techo de las casas más fuertes o encaramados a la copa de los más frondosos árboles”.

“Muchos de ellos contemplaron a sus padres arrastrados por las corrientes, para no verlos jamás. Los     mayorcitos ya entienden algo y lloran, los pequeños llegan hasta a sonreír cuando uno de los salvadores les hace gracia”. Muchos llegan ya cadáveres”.

 

 En esa misma edición de Sierra Maestra, otra crónica, firmada por Roger González Guerrero, apunta:

   “Durante horas en los helicópteros del Escuadrón de las FAR, que opera desde el aeropuerto de Bayamo, recorrimos la Cuenca del Cauto. Abajo, llenando la llanura toda que se desplaza desde la Ciudad Monumento, la famosa turbencia de las aguas del Cauto y el Cautillo, forman un terrible anillo que deja a su incontrolable paso: dolor, destrucción y muerte. Nada ha escapado a la furia del ciclón”. 

“Todo ha sido “meticulosamente” afectado o destruido. La noche antes llegamos a la ciudad, estaba desierta; un silencio tenso lo sobrecogía. Parecía que en la noche, la heroica Bayamo lloraba hasta el último de sus históricos callejones, la devastación de sus riquezas; la pérdida definitiva de centenares de sus humildes y laboriosos hijos”.

 

De las zonas rurales llegaban las más confusas y espeluznantes noticias.  Por doquier la huella de la tragedia”.

Aquel heroico, generoso y salvador  gesto, merece ser recordado por nuestro pueblo.

    

 

martes, 29 de septiembre de 2020

El ciclón Flora en la zona del Cauto (III) La hermandad salvando vidas

 

 

.Orlando Guevara Núñez

  El  desastre  del  Flora  fue, sin duda, uno de los episodios donde a un sitial más alto se elevó el sentido de hermandad de los revolucionarios y se puso de manifiesto con mayor nitidez todo lo que puede y vale la solidaridad humana.

   Cuando los pequeños botes y lanchas llegaron a la zona del Cauto, venían con ellos varios compañeros diestros en su manejo. Allí los vimos, sin ningún familiar y ni siquiera conocido en peligro, penetrar entre las enfurecidas aguas del Cauto, buscando a quien salvar de una muerte casi segura, exponiendo la vida propia para preservar la ajena. Las escenas eran realmente conmovedoras y a la vez aleccionadoras. Y vimos también a muchos hombres, sobre todo jóvenes, disputándose el derecho de ir a los lugares de mayor peligro.

   Uno de los héroes de esa epopeya fue el Capitán Machado. El, no pudiendo entrar al poblado desde el inicio, fue directo para Bayamo y con unos conocidos consiguió un bote con el cual comenzó las labores de salvamento. A mi regreso, por él supe de la muerte de su sobrino Pedrito Guerrero Hernández,  Secretario General de la UJC en el Seccional, quien con sólo dieciséis años pereció ahogado cuando trataba de salvar a una niña de las que por el borde del canal intentaban salir del poblado.

   Pedrito era un joven modesto y  responsable  a quien, por sus cualidades, se le había confiado la tarea, sin ser cuadro profesional, de dirigir la UJC, lo que implicaba, en primer lugar, organizarla en el área del Seccional. En días posteriores a su desaparición física, un inmenso Batallón de jóvenes que en toda la Región trabajó para resarcir los daños materiales causados por el ciclón, llevó en su bandera el nombre suyo, y también la primera pequeña agrupación de viviendas entregadas allí a los damnificados se nombró Pedro Guerrero.

  A  Machado lo vi llorar por la muerte de Pedrito y por todos los fallecidos y desaparecidos, entre quienes evocaba muchos nombres. El fue uno de los muchos que arriesgaron su vida y estuvieron a punto de perderla en aquel inmenso mar donde el Cauto, sus ríos tributarios, arroyos y canales eran una misma cosa. Su principal labor la hizo en la parte Este del poblado, lugar por donde mucha gente trató de salir,  mientras que otros botes tomaron la parte Oeste, bordeando las orillas encubiertas del Cauto.

 Cada embarcación había llegado allí con su tripulación. Muchas vidas fueron salvadas por ese medio. Unos salían y lograban rescates; otros no encontraban personas vivas. Luego de una escaramuza pequeña, logré, junto a dos compañeros, salir en una pequeña lancha. Era la zona opuesta por donde la gente había tratado de salir. Penetramos hacia los  lugares donde suponíamos encontrar a algunas personas con vida. Hubo momentos en los cuales llegamos a perder la noción sobre el rumbo de la embarcación. A veces navegábamos a favor de la corriente y de pronto nos poníamos frente a ella. El nivel de las aguas nos impedía precisar bien el lugar donde estábamos y no olvidamos una impresión desagradable, al ver que los penachos de unas palmas situadas, como después pudimos comprobar,  cercanas a las márgenes del Cauto, estaban a muy poca distancia de nuestras manos, e igual sensación cuando los alambres de un tendido telefónico que permanecía medio en pie, casi obstruyen el paso de nuestra pequeña embarcación.

   Un poco más atrás, pero al otro lado del río, infranqueable para los botes, un panorama no podía ser más desolador: un pequeño caserío, El Jardín, situado cerca de Cauto Embarcadero, vía a Cauto del Paso, estaba virtualmente tapado. La búsqueda en la zona fue infructuosa. Y la lanchita, no sé cuantas horas después, quedó averiada en la entrada el pobladito de Cayamas, justamente entre Río Cauto y Cauto Embarcadero.

   Nuevas incursiones  por lugares de presunta presencia humana. Pero la  realidad era que ya por esa zona las personas o habían desaparecido, habían sido rescatadas o estaban guarecidas en lugares donde los botes no podían entrar. Con ese medio, nada  quedaba por hacer.

   Así, en medio de aquella tragedia indescriptible, la tarea de botes y lanchas  tuvo su fin, porque la cercanía del Cauto y su bravura, por ese  lugar, eran muchas. Nuestras esperanzas se desmoronaban. Los camiones habían sido sustituidos por tractores, estos por botes y  lanchas, y ahora las embarcaciones estaban obligadas a ceder su lugar a otro medio más eficaz: los helicópteros de nuestras Fuerzas Aéreas Revolucionarias.

Pocas veces habíamos visto tanto coraje, audacia y sensibilidad humana y revolucionaria como la de aquellos pilotos y sus tripulaciones, sobrevolando las aguas y buscando a los sobrevivientes. Creo que ese tipo de hombre superior, es una de las más bellas creaciones de la Revolución.

   Gracias a los helicópteros, centenares de personas fueron rescatadas de lugares donde habían permanecido aisladas en pequeñas porciones de tierra firme o encima de los árboles y casas.

   No es exagerado decir que durante los días que duró el Flora, perdimos casi por completo la noción del tiempo. No hubo noches ni días, sino continuas  e interminables jornadas de trabajo. Ni siquiera la fecha podíamos precisar. Fue más de una semana con la misma ropa, mojada, sucia, pestilente. Los pies, entumecidos en el interior de las botas. Los pulmones, con un frío que los calaba.  

La  ausencia de comunicaciones nos impedía conocer la magnitud de la tragedia. Más adelante, nos referiremos a ella.

 

El ciclón Flora en la zona del Cauto (II) Aguas furiosas

 


Orlando Guevara Núñez

 Aproximadamente a las once de la noche de aquel viernes 4  de octubre, repetimos la llamada a Bayamo para conocer la situación y supimos que ya habían sido asignados los camiones y éstos se preparaban para salir hacia Cauto Embarcadero. Después de esta llamada, se interrumpió el teléfono público,  único que existía en el poblado Poco a poco, aquel escenario se iba convirtiendo, más rápido de lo imaginable, en una pequeña isla cuyo territorio se reducía por minutos.

   El enfurecido Cauto, un canal maestro que beneficiaba las arroceras circundantes y un arroyo de grandes dimensiones, formaron aceleradamente una especie de triángulo infernal que cercó al poblado, hasta convertir todo en un inmenso mar.

   Llegado ese momento, la propia Naturaleza se había encargado de convencer a todos de que no existía otra alternativa más sabia y segura que abandonar el lugar en aras de preservar lo más importante: la vida. Lamentablemente, ya no era posible evitar la catástrofe, porque la rapidez y violencia de la crecida estuvieron muy por encima de todas las previsiones y de las condiciones y medios que por aquellos tiempos se tenían para enfrentar un desastre natural de esa categoría.

   Los camiones que ya amaneciendo entraron, lograron salir a duras penas de Cauto Embarcadero. Sólo una pequeña parte de las personas fueron evacuadas por este medio. Se comenzó entonces a evacuar al personal en carretas tiradas por tractores de estera, dándoles prioridad a los niños, mujeres y ancianos. Los evacuados eran conducidos hasta “tierra firme”, llegando el momento en que  fue imposible continuar esta operación, pues el agua subía por el tractor más allá de los límites permisibles.

  Aún quedaban personas de todas las edades, encerradas en aquel infierno, a merced del agua, del viento y del implacable frío que azotaban a todo ser viviente. Muchos se arriesgaron a salir a pie y lo lograron; otros perdieron la vida en el intento. Hubo quienes tomaron la ruta del “lomo” del canal, paralelo al camino hacia Bayamo, pero

en un punto donde la corriente lo había partido, sucumbían.

   A partir de aquellos trágicos momentos, comenzó una larga y torturante espera, tanto para quienes no lograron salir y luchaban tenazmente por la vida, como para quienes fueron evacuados y desconocían la suerte de sus seres queridos, amigos o simplemente conocidos.

   Ante la impotencia frente a la crecida, totalmente sin comunicaciones y sabiendo que decenas de personas estaban aún cercadas en Cauto Embarcadero, decidí tratar de llegar a Bayamo, en busca del único recurso que podía servir, a mi  entender, para las labores de rescate y salvamento: los botes y pequeñas lanchas.

   En el último tractor, llegué a “tierra firme” en un punto nombrado La Gabina. De ahí, unas veces caminaba, otras nadaba o avanzaba guiado por las cercas de alambre, en las cuales la basura arrastrada había formado espesos colchones, entre los que aparecían algunos animales muertos. Fue una idea buena tomar el trayecto del ferrocarril, todavía  en parte transitable. Parece inverosímil, pero lo cierto es que desde Cauto Embarcadero hasta las cercanías de Bayamo, por el camino principal, sólo en escasos tramos podía verse la tierra. Poco después, la salida a pie por ese lugar habría sido un suicidio.

   Cuando llegué a la JUCEI Regional y comencé a indagar sobre los botes, supe que ya se habían enviado para el  ferrocarril, por donde se podía llegar hasta un punto más cercano al poblado. Era casi de noche. Y era la tercera o cuarta jornada completa - de veinticuatro horas - sin dormir, sin comer algo caliente ni cambiar la ropa mojada. Esa noche me quedé en Bayamo, donde cedió en algo la fiebre que me copaba. Y al otro día emprendí el regreso.

   Fueron momentos muy trágicos y nuestra única justificación  para evocarlos es  que la historia del naciente Partido en Cauto Embarcadero y en toda la Región Cauto-Bayamo-Jiguaní, no podría  escribirse sin hacer mención a ese capítulo que varió totalmente sus proyecciones de trabajo y sirvió de fragua y rasante para formar y medir la estatura colectiva e individual de la organización partidista y de sus militantes. Y porque evidenció, sobre todo, el inmenso valor humano de nuestro pueblo.

La tragedia insospechada , estaba por llegar.