martes, 29 de septiembre de 2020

El ciclón Flora en la zona del Cauto (III) La hermandad salvando vidas

 

 

.Orlando Guevara Núñez

  El  desastre  del  Flora  fue, sin duda, uno de los episodios donde a un sitial más alto se elevó el sentido de hermandad de los revolucionarios y se puso de manifiesto con mayor nitidez todo lo que puede y vale la solidaridad humana.

   Cuando los pequeños botes y lanchas llegaron a la zona del Cauto, venían con ellos varios compañeros diestros en su manejo. Allí los vimos, sin ningún familiar y ni siquiera conocido en peligro, penetrar entre las enfurecidas aguas del Cauto, buscando a quien salvar de una muerte casi segura, exponiendo la vida propia para preservar la ajena. Las escenas eran realmente conmovedoras y a la vez aleccionadoras. Y vimos también a muchos hombres, sobre todo jóvenes, disputándose el derecho de ir a los lugares de mayor peligro.

   Uno de los héroes de esa epopeya fue el Capitán Machado. El, no pudiendo entrar al poblado desde el inicio, fue directo para Bayamo y con unos conocidos consiguió un bote con el cual comenzó las labores de salvamento. A mi regreso, por él supe de la muerte de su sobrino Pedrito Guerrero Hernández,  Secretario General de la UJC en el Seccional, quien con sólo dieciséis años pereció ahogado cuando trataba de salvar a una niña de las que por el borde del canal intentaban salir del poblado.

   Pedrito era un joven modesto y  responsable  a quien, por sus cualidades, se le había confiado la tarea, sin ser cuadro profesional, de dirigir la UJC, lo que implicaba, en primer lugar, organizarla en el área del Seccional. En días posteriores a su desaparición física, un inmenso Batallón de jóvenes que en toda la Región trabajó para resarcir los daños materiales causados por el ciclón, llevó en su bandera el nombre suyo, y también la primera pequeña agrupación de viviendas entregadas allí a los damnificados se nombró Pedro Guerrero.

  A  Machado lo vi llorar por la muerte de Pedrito y por todos los fallecidos y desaparecidos, entre quienes evocaba muchos nombres. El fue uno de los muchos que arriesgaron su vida y estuvieron a punto de perderla en aquel inmenso mar donde el Cauto, sus ríos tributarios, arroyos y canales eran una misma cosa. Su principal labor la hizo en la parte Este del poblado, lugar por donde mucha gente trató de salir,  mientras que otros botes tomaron la parte Oeste, bordeando las orillas encubiertas del Cauto.

 Cada embarcación había llegado allí con su tripulación. Muchas vidas fueron salvadas por ese medio. Unos salían y lograban rescates; otros no encontraban personas vivas. Luego de una escaramuza pequeña, logré, junto a dos compañeros, salir en una pequeña lancha. Era la zona opuesta por donde la gente había tratado de salir. Penetramos hacia los  lugares donde suponíamos encontrar a algunas personas con vida. Hubo momentos en los cuales llegamos a perder la noción sobre el rumbo de la embarcación. A veces navegábamos a favor de la corriente y de pronto nos poníamos frente a ella. El nivel de las aguas nos impedía precisar bien el lugar donde estábamos y no olvidamos una impresión desagradable, al ver que los penachos de unas palmas situadas, como después pudimos comprobar,  cercanas a las márgenes del Cauto, estaban a muy poca distancia de nuestras manos, e igual sensación cuando los alambres de un tendido telefónico que permanecía medio en pie, casi obstruyen el paso de nuestra pequeña embarcación.

   Un poco más atrás, pero al otro lado del río, infranqueable para los botes, un panorama no podía ser más desolador: un pequeño caserío, El Jardín, situado cerca de Cauto Embarcadero, vía a Cauto del Paso, estaba virtualmente tapado. La búsqueda en la zona fue infructuosa. Y la lanchita, no sé cuantas horas después, quedó averiada en la entrada el pobladito de Cayamas, justamente entre Río Cauto y Cauto Embarcadero.

   Nuevas incursiones  por lugares de presunta presencia humana. Pero la  realidad era que ya por esa zona las personas o habían desaparecido, habían sido rescatadas o estaban guarecidas en lugares donde los botes no podían entrar. Con ese medio, nada  quedaba por hacer.

   Así, en medio de aquella tragedia indescriptible, la tarea de botes y lanchas  tuvo su fin, porque la cercanía del Cauto y su bravura, por ese  lugar, eran muchas. Nuestras esperanzas se desmoronaban. Los camiones habían sido sustituidos por tractores, estos por botes y  lanchas, y ahora las embarcaciones estaban obligadas a ceder su lugar a otro medio más eficaz: los helicópteros de nuestras Fuerzas Aéreas Revolucionarias.

Pocas veces habíamos visto tanto coraje, audacia y sensibilidad humana y revolucionaria como la de aquellos pilotos y sus tripulaciones, sobrevolando las aguas y buscando a los sobrevivientes. Creo que ese tipo de hombre superior, es una de las más bellas creaciones de la Revolución.

   Gracias a los helicópteros, centenares de personas fueron rescatadas de lugares donde habían permanecido aisladas en pequeñas porciones de tierra firme o encima de los árboles y casas.

   No es exagerado decir que durante los días que duró el Flora, perdimos casi por completo la noción del tiempo. No hubo noches ni días, sino continuas  e interminables jornadas de trabajo. Ni siquiera la fecha podíamos precisar. Fue más de una semana con la misma ropa, mojada, sucia, pestilente. Los pies, entumecidos en el interior de las botas. Los pulmones, con un frío que los calaba.  

La  ausencia de comunicaciones nos impedía conocer la magnitud de la tragedia. Más adelante, nos referiremos a ella.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario