martes, 29 de septiembre de 2020

El ciclón Flora en la zona del Cauto (II) Aguas furiosas

 


Orlando Guevara Núñez

 Aproximadamente a las once de la noche de aquel viernes 4  de octubre, repetimos la llamada a Bayamo para conocer la situación y supimos que ya habían sido asignados los camiones y éstos se preparaban para salir hacia Cauto Embarcadero. Después de esta llamada, se interrumpió el teléfono público,  único que existía en el poblado Poco a poco, aquel escenario se iba convirtiendo, más rápido de lo imaginable, en una pequeña isla cuyo territorio se reducía por minutos.

   El enfurecido Cauto, un canal maestro que beneficiaba las arroceras circundantes y un arroyo de grandes dimensiones, formaron aceleradamente una especie de triángulo infernal que cercó al poblado, hasta convertir todo en un inmenso mar.

   Llegado ese momento, la propia Naturaleza se había encargado de convencer a todos de que no existía otra alternativa más sabia y segura que abandonar el lugar en aras de preservar lo más importante: la vida. Lamentablemente, ya no era posible evitar la catástrofe, porque la rapidez y violencia de la crecida estuvieron muy por encima de todas las previsiones y de las condiciones y medios que por aquellos tiempos se tenían para enfrentar un desastre natural de esa categoría.

   Los camiones que ya amaneciendo entraron, lograron salir a duras penas de Cauto Embarcadero. Sólo una pequeña parte de las personas fueron evacuadas por este medio. Se comenzó entonces a evacuar al personal en carretas tiradas por tractores de estera, dándoles prioridad a los niños, mujeres y ancianos. Los evacuados eran conducidos hasta “tierra firme”, llegando el momento en que  fue imposible continuar esta operación, pues el agua subía por el tractor más allá de los límites permisibles.

  Aún quedaban personas de todas las edades, encerradas en aquel infierno, a merced del agua, del viento y del implacable frío que azotaban a todo ser viviente. Muchos se arriesgaron a salir a pie y lo lograron; otros perdieron la vida en el intento. Hubo quienes tomaron la ruta del “lomo” del canal, paralelo al camino hacia Bayamo, pero

en un punto donde la corriente lo había partido, sucumbían.

   A partir de aquellos trágicos momentos, comenzó una larga y torturante espera, tanto para quienes no lograron salir y luchaban tenazmente por la vida, como para quienes fueron evacuados y desconocían la suerte de sus seres queridos, amigos o simplemente conocidos.

   Ante la impotencia frente a la crecida, totalmente sin comunicaciones y sabiendo que decenas de personas estaban aún cercadas en Cauto Embarcadero, decidí tratar de llegar a Bayamo, en busca del único recurso que podía servir, a mi  entender, para las labores de rescate y salvamento: los botes y pequeñas lanchas.

   En el último tractor, llegué a “tierra firme” en un punto nombrado La Gabina. De ahí, unas veces caminaba, otras nadaba o avanzaba guiado por las cercas de alambre, en las cuales la basura arrastrada había formado espesos colchones, entre los que aparecían algunos animales muertos. Fue una idea buena tomar el trayecto del ferrocarril, todavía  en parte transitable. Parece inverosímil, pero lo cierto es que desde Cauto Embarcadero hasta las cercanías de Bayamo, por el camino principal, sólo en escasos tramos podía verse la tierra. Poco después, la salida a pie por ese lugar habría sido un suicidio.

   Cuando llegué a la JUCEI Regional y comencé a indagar sobre los botes, supe que ya se habían enviado para el  ferrocarril, por donde se podía llegar hasta un punto más cercano al poblado. Era casi de noche. Y era la tercera o cuarta jornada completa - de veinticuatro horas - sin dormir, sin comer algo caliente ni cambiar la ropa mojada. Esa noche me quedé en Bayamo, donde cedió en algo la fiebre que me copaba. Y al otro día emprendí el regreso.

   Fueron momentos muy trágicos y nuestra única justificación  para evocarlos es  que la historia del naciente Partido en Cauto Embarcadero y en toda la Región Cauto-Bayamo-Jiguaní, no podría  escribirse sin hacer mención a ese capítulo que varió totalmente sus proyecciones de trabajo y sirvió de fragua y rasante para formar y medir la estatura colectiva e individual de la organización partidista y de sus militantes. Y porque evidenció, sobre todo, el inmenso valor humano de nuestro pueblo.

La tragedia insospechada , estaba por llegar.

 

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