lunes, 31 de mayo de 2021

La honradez debía ser como el aire y como el sol, tan natural que no se tuviera que hablar de ella

 


Orlando Guevara Núñez

 


El tema de la honradez  es recurrente en la obra de José Martí. Sus referencias sobre el tema son diversas. En este caso estaba hablando sobre el gobierno de los Estados Unidos. Su escrito fue publicado en el diario La Nación, de Argentina, el 15 de agosto de  1886.  

Plantea Martí una realidad de ese país, al hablar de los republicanos y los demócratas: “Las elecciones cuestan mucho. Los capitalistas y empresas ayudan a los gastos de ellas a los candidatos necesitados; y éstos, una vez vencedores, pagan con su voto servil el anticipo de los capitalistas”

Expone cómo ambos partidos, en las discusiones, ceden mutuamente en decisiones, con el fin de obtener beneficios para sus miembros. El destino de la nación está supeditado a esos rejuegos. La honradez, mancillada.

Habla sobre  la tierra, alertando  en relación con su protección; sobre las producciones industriales que no tienen salida, sobre las protestas de los trabajadores, sobre quienes recae el abuso del capital. Menciona la competencia  en la cual los poderosos triunfan sobre los más débiles

Y censura la corrupción dentro de los propios funcionarios  gubernamentales. “¡Y qué razón tienen en sacar a la vergüenza pública esos ignominiosos maridajes entre las compañías ricas o ambiciosas, y los representantes que emplean en despojar a la nación la autoridad que recibieron  de las mismas manos de ella!”

Hay dos clases de triunfo: el uno aparente, brillante y temporal; el otro, esencial, invisible y perdurable

 


.Orlando Guevaara Núñez

 


En un extenso análisis sobre la victoria del Partido Demócrata contra el Republicano, en  1885, escribió Martí este aforismo. El trabajo, publicado el 9 de mayo de ese año en el diario argentino La Nación, desentraña la esencia de las elecciones en ese país. 

“Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidatos a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y  sacarle victorioso”

Otro párrafo del escrito martiano expone la descomposición moral del sistema electoral en los Estados Unidos.

“Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo  sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz, se pavonea orgulloso. Se juzgan emancipados, aún los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor. (…) Es un hábito brutal que curará el tiempo. En vano se leen con ansias en esos meses los periódicos de opiniones más opuestas. Un observador de buena fe no sabe cómo analizar una batalla en que todos creen lícito campear de mala fe. De plano niega un diario lo que de plano afirma  el otro. De propósito cercena cada uno cuanto honre al candidato adversario. Desconocen, en esos días, el placer de honrar.

Por eso se refiere Martí a los distintos tipos de triunfo, porque no es solo ganar el gobierno, sino lo que viene después y el destino del país y de los humildes.

Situándose en la realidad de los Estados Unidos, plantea que “Para el poder, sobre todo, es mal camino la virtud”, pues los hombres no siguen sino a quien los sirve, ni dan ayuda, a no ser constreñidos, sino en cambio de la que reciben. Afirma que todo hombre es la semilla de un déspota, pues cuando le cae un átomo de poder en la mano, le parece que tiene al lado el águila de Júpiter.

En el mismo espacio, encontramos otro  pensamiento de Martí, digno de conocerse: “Los hombres, que apedrean la virtud, saben que necesitan de ella para salvarse” y otro más: “Y los pueblos, así como los hijos, aman más a sus padres después de muertos”

Como colofón dice Martí que así cayó el Partido Republicano del poder y así sube y queda en él, el elemento joven del partido demócrata. Y concluye: ¡No tiene la virtud más enconados enemigos que los que la ven de cerca!

¡Siempre he vivido bloqueado! (2)

 

 

 

 .Orlando Guevara Núñez

 

Fue a partir de 1959 que los yanquis comenzaron a “preocuparse” por nosotros. Antes no escuché nunca una declaración condenando a Batista por sus crímenes o exigiendo derechos para los millones de humanos que en Cuba no los teníamos. Sólo ahora, cuando ya éramos humanos con derechos, venían con la intención de vendernos esa porquería que ellos empaquetan y distribuyen por el mundo con el sello mendaz de derechos humanos.

 

Tampoco recuerdo ninguna pastoral defendiendo nuestras almas y mucho menos nuestros cuerpos, como las oía ahora condenando al comunismo. Ni siquiera me imaginaba qué cosa era el comunismo, como tampoco podía identificar que el pasado de terror e injusticias que tratábamos de dejar atrás se llamaba capitalismo. Lo único que sí podía identificar con claridad, como algo distinto, era a la Revolución, aunque no pudiera vislumbrar su alcance. Eso fue poco a poco.

 

Nunca tuve creencias religiosas ni antirreligiosas tampoco; pero en los días iniciales – y los meses y los años – de la Revolución, muchos oportunistas quisieron “echarle a Dios encima” a nuestro proceso revolucionario. Lo ví y lo viví en mi propio barrio. Un día llegó a mi casa Chino, un primo mío, con el propósito confesado de “ salvar mi alma y recuperarme de la perdición”. Mi pecado era ser revolucionario y apoyar el socialismo proclamado por Fidel. Chino era huérfano de padre, porque Angelo salió un día a buscar trabajo, los esbirros de Batista lo detuvieron, lo mataron y su cadáver no apareció nunca. Se dice que lo lanzaron al mar junto a Gerardo, otro vecino.

 

Mi respuesta al pariente se concretó en decirle que yo estaba salvado desde el Primero de Enero de 1959. La discusión pasó del plano religioso al político – no por culpa mía – y con mucha franqueza le dije que no fuera tan comemierda o por lo menos que no lo fuera en mi casa. Pasados los años – no muchos – Chino se marchó hacia los Estados Unidos, al mismo lugar que acogió con gusto y como héroes a los asesinos de su padre. No sé si Dios llegaría a perdonarle esa traición.

 

Nunca llegaron a bautizarme y por eso a veces me decían que yo era un hereje. Nunca le dí importancia a esa palabra, entre otras cosas porque ignoraba a fondo su significado. Un bautizo, en el campo, costaba tres pesos al padrino. Aunque no soy testigo presencial, muchas veces escuché la anécdota sobre una fiesta en el barrio, a la cual asistió un cura, con el propósito de realizar una ceremonia de bautizos. Luego de concluido el rito y en marcha el cobro, uno de los padrinos le confesó al cura que no tenía los pesos. El sacerdote pudo dominar en algo su cólera, pero la respuesta fue drástica: “ El muchacho no está bautizado ”.  El infeliz, que no debía la culpa, fue cristiano sólo unos minutos y regresó a su condición de hereje por falta de financiamiento.

 

Lo cierto es que a los revolucionarios, en esa crucial etapa, muchos falsos religiosos nos calificaban como “hijos de la violencia y de Satanás”. Mientras tanto, los verdaderos demonios se esforzaban por sembrar el divisionismo, poniendo de un lado a los creyentes y del otro a los ateos,  separación que no había existido durante la lucha insurreccional. Sin embargo, la extraordinaria visión de Fidel nos enseñó desde muy temprano que lo importante no residía en definir si alguien creía o no en Dios, sino si creía o no en la Revolución. Y aprendimos también que todo cuanto divide, debilita y mata y sólo fortalece y salva lo que une.

 

Casi sin darme cuenta comencé a vivir bajo el nuevo bloqueo. A nivel del país se hablaba de amenazas, sabotajes, sanciones económicas, rebaja y suspensión de la cuota azucarera, prohibición de ventas de petróleo y negativa a refinar el procedente de la entonces Unión Soviética. Pero el bloqueo imperialista, desde el inicio, comenzó a sentirse bien de cerca.

 

Escasez de alimentos. Racionalización. Libreta de abastecimientos. Colas. Reuniones de vecinos para determinar a quién se le entregaba una lata de leche condensada o una prenda de vestir que llegaba a la tienda. Carencia de zapatos, de una simple cuchilla de afeitar, de grasa para freir un huevo o del huevo mismo. Lucha tenaz contra especuladores y acaparadores.

 

Creo que desde entonces los cubanos comenzamos a convertirnos en un pueblo de inventores. Fabricar un vaso cortando una botella, hacer suelas de zapatos con gomas de tractores, cocinar con manteca de coco o sin manteca, adaptarle una pieza a un carro, cepillarnos los dientes con bicarbonato – también empleado como desodorante – o con sal. Durante muchos años dispusimos de muy poca ropa. Y el surtido era muy pobre, al extremo de que a veces se daba una reunión y aquello parecía una gigantesca orquesta, casi perfectamente uniformada, con la particularidad de que por esa época las verdaderas orquestas carecían de uniforme.

 

En esa forma comencé a entender cuestiones de política y a identificar quiénes estaban con el pueblo y quienes contra él, inclusive en el plano internacional. Cuando nos redujeron primero y después quitaron la cuota azucarera, muchos gobiernos subordinados al poder de Estados Unidos, lejos de protestar por la injusticia y el despojo a un pueblo pequeño, se disputaron como buitres cada migaja aunque ellos, con más cuota, fueran menos libres y dignos que nosotros sin ella.

 

Recuerdo que una consigna se hizo conciencia del pueblo: !Sin cuota pero sin amo!  También, cuando se produjo la condena de la Organización de Estados Americanos (OEA) a Cuba, la inmensa mayoría de nuestro pueblo reaccionó con mucho patriotismo. !Con OEA o sin OEA, ganaremos la pelea!, se coreaba en los actos. Igual sucedió cuando expulsaron a Cuba  de esa organización calificada justamente por Fidel y otros dirigentes nuestros  como Ministerio de Colonias Yanquis. El crimen cometido, se sumaba al bloqueo imperialista contra nuestro país y todavía no lo han lavado muchos lacayos.

 

Sanción y expulsión fueron respondidos por Cuba con la Primera y la Segunda Declaración de La Habana. Hoy quienes nos sancionaron tienen suficientes motivos para vivir abochornados, tantos como los tenemos nosotros para sentir orgullo por aquel gesto viril de todo un pueblo, que nos reafirmó como país libre y soberano.

 

Creo que desde entonces los gobiernos yanquis comenzaron su interminable cadena de equivocaciones con nosotros. Intentaron matarnos por hambre y enfermedades o rendirnos por cobardía –todavía lo intentan- sin darse cuenta de que las limitaciones por ellos impuestas eran infinitamente pequeñas frente a las que habíamos sufrido antes del triunfo de la Revolución. Ahora teníamos mucho más. Con ese poco que desde el inicio nos dio la victoria revolucionaria, no habrían muerto Bancay, Roberto, Morejón, Nidia ni su hijo.

 

El bloqueo se fue haciendo cada día más fuerte y nosotros más fuertes que el bloqueo.

 

Los yanquis creyeron -y se equivocaron- que frente a las carencias los cubanos nos íbamos a virar contra Fidel. Y lo que hicimos fue virarnos más contra ellos. Hablando más claramente: querían que nos cagáramos en Fidel y lo que venimos haciendo hace 54 años es cagarnos en el bloqueo y en los yanquis. Esa es la palabra. Y si a alguien no le gustara por considerarla obscena -estoy seguro que de haber estado el mismo tiempo bloqueado las diría tal vez peores- yo podría argumentar que más obsceno es el bloqueo. Y si fuera suprimida del texto y yo volviera a leerlo, al llegar ahí, recordando a Galileo – a quien conocí después del triunfo de Enero- repetiría más convencido todavía: ¡ Y sin embargo, me cago!        

 

domingo, 30 de mayo de 2021

¡Siempre he vivido bloqueado! ( 1 )

 

 

    


 

Autor: Orlando Guevara Nùñez

 

A los lectores de Ciudad sin Cerrojos. Hace más de un lustro, escribí y publiqué de forma parcial, este  testimonio sobre el bloqueo. Como es este un tema de mucha actualidad, comparto con ustedes estas notas, que divido en cinco partes. Solo pequeños cambios, en aras de la actualización, las diferencian del original.

        

Cuando comenzó el bloqueo yanqui contra Cuba, yo no había cumplido 17 años de edad. Y recién comenzaba mi vida laboral. Ahora voy para dos qüinqüênios  como jubilado y el bloqueo sigue ahí, como musgo prendido a una roca, tratando de coparla y corroerla.

 

Lo del musgo es un recurso literario, pues en buen cubano lo que vale decir es que el bloqueo sigue jodiendo.

 

Una vez saqué  cuentas y de cada cuatro años había vivido bloqueado tres;  de cada año, más de nueve meses;  de cada mes, más de veinte días; de cada día, más de 16 horas; de cada hora, más de 40 minutos y de cada minuto más de 40 segundos. Y los guarismos siguen creciendo.

 

 Hace  sesenta  años, vivía con mis padres y hermanos. No me había casado. Ahora tengo esposa, hija, dos nietos y una biznieta. El bloqueo trascendió mi generación y ha castigado a tres más. Mis  descendientes no conocen lo que es vivir en un país sin bloqueo.

 

Lo cierto es que yo mismo no sé trabajar en otras condiciones a no ser éstas, donde cada actividad ha estado marcada por carencias. Es como un castigo cuya extinción parece no tener fin –pero lo trendrà-  y cuyo propósito es hacernos arrepentir y renunciar a la osadía de ser libres. La realidad es que cada día de bloqueo y cada hora de su arreciamiento, sólo consiguen hacernos más especialistas en el arte de resistir, que es igual a vencer.

 

Volviendo a las cuentas, llego a la conclusión de que toda mi vida ha transcurrido bajo el rigor de un bloqueo. Distinto el primero, pero no menos brutal. Antes del bloqueo yanqui, sufría otro del cual no conocía el nombre, pero sentía su ensañamiento.

 

Antes de 1959 vivía en un apartado barriecito rural, casi al margen de la civilización. Tenía diez años de edad cuando fue asaltado el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba y era uno entre los muchos niños preteridos, cuyos males nutrieron las ideas y los sueños de los jóvenes capitaneados por Fidel. De Revolución no conocía ni siquiera el nombre, pero mi edad coincidía exactamente con el tiempo que llevaba siendo víctima de un inhumano bloqueo.

 

Cuba no estaba bloqueada por ningún país extranjero. Por el contrario, los yanquis apoyaban a quienes aquí gobernaban y favorecían a los dueños del poder... siempre que fueran  obedientes con ellos. Eso lo comprendí muchos años después, porque en la época que describo ni razonar sabía.

 

No he olvidado el día en que en mi humilde escuelita rural, casi arruinada por la acción corrosiva del tiempo y la ausencia de mantenimiento, vencí el tercer grado de escolaridad. No hubo fiesta. Esa vez recibí una decepción que marcó para siempre mis sentimientos de niño. Era mi adiós al aula, donde había alcanzado el nivel máximo que se impartía. Sólo ahora revelo el inconfesado secreto de que esa mañana lloré. Me sentí aplastado por una fuerza invisible e incomprensible. Cerraba los ojos y trataba de imaginar a un culpable, pero no aparecían rostro ni figura y así la impotencia crecía. A partir de entonces, mis ilusiones de ser Ingeniero Agrónomo se incineraban cada noche en la  hoguera de un candil. ¿Quién coño podría convencerme ahora de que aquél no era un lacerante y criminal bloqueo?.

 

Una vez mi padre intentó que yo siguiera estudiando y me mandó al pueblo, a casa de un tío, con un maestro particular que cobraba un peso mensual y una profesora de mecanografía por tres pesos. El propósito quedó trunco, porque las necesidades vencieron al deseo. Cuatro pesos mensuales era demasiado capital para el lujo de invertirlo en el estudio. O podría decirse también que era muy poco para poder comprar ese derecho humano un humano que no tenía derechos.

 

Hasta los Reyes Magos -a quienes idolatraba entonces – se sumaban al injusto bloqueo. No había anochecer de un cinco de enero que no me encontrara ya en la cama. Lo de la cama fue después, primero estuvo la hamaca, siempre bajo la creencia de que si los Reyes llegaban y veían a alguien despierto, no entraban.

 

Mi carta de solicitud de juguetes la dejaba acomodada dentro de un zapato. Pero Baltasar – mi Rey preferido-  parece que repartía en mi casa y en mi barrio lo que le sobraba después de visitar a los niños ricos, quienes siempre “se portaban  mejor”  que los pobres. Una vez me encabroné con él y le escribí a Melchor pero me fue igual. Los mandé a los dos para el carajo y sólo se me escapó Gaspar porque no llegué a pedirle nada.

 

Por eso el día que antes de tiempo se rompió el encanto y desapareció la ilusión de los Reyes Magos en mi conciencia, no sufrí tanto. Para más exactitud: no sufrí nada, ni culpé a mis padres por el engaño piadoso. Los quise más y me sentí conmovido pensando en la angustia de ellos para arrebatarle a la pobreza unos pocos pesos cada enero y alimentar así mis fantasías de niño y lãs de mis tres hermanos.

 

Sufrí también un terrible bloqueo financiero. En mi barrio nadie conocía el nombre técnico de esa crisis, pero las denominaciones para quienes no tenían un centavo, sobraban: estar bruja, escarchao, en cueras, despalmao, sin una perra, hecho leña o ceniza o polvo. Dicho de una forma más cruda: hecho mierda.

 

Una vez, en un relato, dije que el primer billete de un peso que tuve en mis manos –enteramente mío-  me encontró ya con más de quince años de edad. Me sentí como un magnate. Y la primera reacción fue conservarlo una semana en el bolsillo, para mostrarlo a los demás muchachos. Lo segundo, planificar con exquisitez de economista en qué iba a invertirlo y lo último fue gastarlo, sin la certeza vislumbrada de un relevo.

 

Ese era también un abusivo bloqueo. Mi capital para las fiestas no sobrepasaba los veinticinco centavos y con ellos ni siquiera podía bailar. De eso sufro todavía las secuelas. Nunca aprendí a bailar y ahora, cuando obligado enfrento el desafío, la música anda por un lado y mis movimientos por otro, sin nexo alguno ni dios que los compagine.

 

La primera vez que ví en vivo una orquesta tocando, creo había sobrepasado ya los diecisiete años de edad. Antes sólo conocía los órganos orientales y los pequeños grupos campesinos dotados de guitarras, maracas, bongoes, claves y guayos. El bloqueo cultural es uno de los más monstruosos que existe, porque atrofia la inteligencia. Y ese mal lo padecimos muchos, puede decirse que todos, en mi pequeño barrio rural. Ni siquiera algunas personas con menos penurias económicas que los demás, escapaban a ese flagelo.

 

Lo de la salud no tenía nombre. O sí lo tenía: abandono y el más cruel de los desamparos. De niño padecí cuanta enfermedad rondaba la zona. Pasé por el sarampión, la rubéola, la tos ferina, varicela, papera, parásitos... y siempre sin asistencia médica. ¿Vacunas? Alcanzo a recordar a un hombre bondadoso que visitaba el barrio alguna vez, poniendo una sola, creo que contra el tétano. Pero recibían esa dosis sólo quienes ese día no eran ágiles y se dejaban atrapar. Eso explica que para esa fecha- lo supe muchos años después- entre sesenta y setenta niños de cada mil nacidos vivos no llegaban siquiera al primer año de vida. Era una de las consecuencias más trágicas de aquel bárbaro bloqueo, recrudecido en 1958.

 

Víctima de ese bloqueo murió Bancay, con igual edad que la mía, por un tétano que penetró hasta donde las vacunas no alcanzaron. Mi primo Roberto, a los veinte años de edad, no resistió una enfermedad de la cual ni el nombre llegó a saberse y simplemente se diagnosticó “anemia”. Mi prima Nidia perdió la vida en uno de los momentos de más felicidad para una mujer, el parto, mientras que su hijo no llegó a estrenar el nombre. También el diagnóstico fue “anemia”. Morejón, un vecino, murió con los pulmones destrozados y mirando, como todos los pobres, las estrujadas recetas médicas viajando de las manos a los bolsillos vacíos, sin convertirse nunca en medicinas. Estos casos, ocurridos en menos de cinco hogares, dan una idea de la tragedia si el análisis se llevara a mayores escalas. Antes de 1959, en Cuba era, para los pobres, un error muy costoso enfermarse.

 

Miguel Angel, mi tío, murió de una enfermedad que sólo desapareció con la Revolución. El 14 de febrero de 1958 fue asesinado por esbirros de la tiranía. Le destrozaron la cara a balazos. Mi padre preguntó al presunto asesino si había sido él, pero le dijo con cinismo que no, que esa noche lo que había hecho era capar a tres. Para sus familiares, la alegria del Día de los enamorados, se transformó en tristeza y luto

 

A mediados del último año de la existencia de la tiranía batistiana, ésta se empeñó en bloquear todo el territorio de la Sierra Maestra, con el fin de impedir la entrada de sumunistros a los rebeldes comandados por Fidel, cercarlos y aniquilarlos.

 

Todo lo que la gente del campo iba a comprar al pueblo, tenía que ser autorizado en un punto de control operado por soldados de la tiranía. Había que presentar una lista, la cual ellos tachaban a su antojo, sólo por placer y creo que también por demostrar poder. Así, los campesinos teníamos derecho a comprar no lo poco que podíamos, sino lo menos que se autorizaba.

 

El control se realizaba a la entrada del pueblo. Cuando la gente regresaba era registrada, se comprobaba la mercancía con la nota y quienes incumplían lo normado eran conducidos al cuartel. Y no pocos pagaron su audacia siendo obligados a comerse el jabón, la sal y otros productos llevados al margen de lo autorizado. Si eso no era bloqueo, que venga el diablo y me lo discuta.

 

Trabajar tres meses al año y estar sin empleo los nueve restantes, sin garantía para el sustento familiar era una cosa terrible. Y eso también reinaba a mis alrededores. Fogones apagados, alacenas vacías, frente a estómagos sin llenar;  brazos sobrantes o más bien empleo faltante; enfermedades sin médicos ni medicinas, escuelas sin maestros y niños sin ambas cosas. Bajo ese horrendo bloqueo viví mi niñez y parte de la adolescencia.

 

Para esa fecha, todavía los cubanos no éramos “terroristas”, ni “amenazábamos” la seguridad de Estados Unidos, ni constituíamos “peligro” de guerra cibernética, ni se habían realizado aquí los “cambios” que hoy nos exigen. Eramos un país “democrático”, colmado de “derechos humanos”.

 

Hasta que llegó el Primero de Enero de 1959. “Muerto el perro se acabó la rabia”, pensamos entonces sin poder vislumbrar que esa rabia se multiplicaría contra nosotros, inoculada y multiplicada en cada arteria del gobierno imperialista de los Estados Unidos.