jueves, 11 de junio de 2020

Hechos pequeños que engrandecen al Che





.Orlando Guevara Núñez


La sola mención de su nombre: el Che, nos trae a la mente la imagen de un héroe  cuyas hazañas lo agigantan  en nuestra memoria. El joven médico que en motocicleta recorrió parte de Latinoamérica, que defendió al gobierno del  presidente de Guatemala, Jacobo Arbens,  frente a la agresión norteamericana que lo derrocó en 1954.
Recordamos al Che  que conoció a Fidel en México, que  se integró a la expedición del Granma, que fue herido en Alegría de Pío y allí, teniendo ante sí dos cajas- una de medicina y una de balas, pudiendo cargar una sola- se decidió por la segunda, definiendo así su vocación de guerrillero por encima de la de su profesión como médico.
Decir Che, significa evocar  al primer hombre ascendido por Fidel, en la Sierra Maestra, al grado de Comandante;  al  jefe de la primera  Columna – la 4- que durante la guerra  se desprendió de la Columna Uno, bajo el mando de Fidel. Recordamos al  jefe del campamento de entrenamiento de reclutas en Minas del Frío; al Che jefe de la Columna  Invasora  Nro.8 Ciro Redondo; al jefe guerrillero de la campaña de Las Villas, de la toma de Santa Claara.
Y luego del triunfo revolucionario de 1959,  viene a nuestra mente el Che constructor del socialismo, forjador del trabajo voluntario, defensor y fiel exponente del hombre nuevo. Y admiramos  al firme defensor de Cuba en tribunas internacionales, al combatiente internacionalista en El Congo, y en Bolivia, donde cayó herido el 8 de octubre de 1967 y fue asesinado al día siguiente, por orden de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Al Che universal, cuya imagen recorre hoy el mundo como estandarte de millones de personas preteridas que pelean sus derechos, y de masas  redimidas que defienden sus conquistas.
Por esas razones  a veces no dedicamos  atención  a hechos pequeños –  a la vez grandes- que conformaron la personalidad  del Guerrillero Heroico.
Los sentimientos humanos del Che  aún en las cosas más pequeñas, fueron, sin dudas,  los cimientos de su inmensa obra.
Durante el combate de El Uvero, el 28 de mayo de 1957, en la Sierra Maestra, al despedirse de un combatiente herido que mediante palabra de honor quedaba en manos del ejército enemigo como única posibilidad de salvar su vida por la gravedad de las heridas, el Che confiesa que estuvo tentado a depositar un beso en su frente, pero no lo hizo por entender que el compañero comprendería  su irremediable sentencia: la muerte, como en definitiva sucedió.
Pero también  asombra  la sensibilidad del Che ante hechos relacionados con animales, demostrando que su amor  trascendía los límites del género humano.
En su libro Pasajes de la guerra revolucionaria, aparece un relato titulado El cachorro asesinado, donde expresa el pesar suyo- y de otros combatientes-  ante la muerte por él ordenada a Félix, guerrillero, de un perrito que acompañaba a la tropa, pero que con sus incontenibles ladridos ponía en peligro la seguridad de los guerrilleros.
Así lo plasma en su relato: “No sé si sería sentimental  la tonada o si fue la noche o el cansancio… Lo cierto es que Félix, que comía sentado en el suelo, dejó un hueso.Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió. Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo  miró, Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable. Quedamos repentinamente en silencio. Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible. Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, observándonos aunque a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado”.
Un cercano colaborador del  Guerrillero Heroico, Orlando Borrego, en su libro  Che, recuerdos en ráfaga, nara dos anécdotas:
Una, cuando saliendo de La Habana, manejando, el Che impactó con el auto a  un perro. De inmediato detuvo el vehículo, se bajó y se internó en un oscuro matorral, tratando de localizar al animal para asistirlo.
La otra tuvo como escenario a Santiago de Cuba, en ocasión de celebrarse aquí un acto central por el 26 de Julio. Cuenta Borrego que iban  a pie, a visitar a unos compañeros albergados en una casa cercana. De pronto escucharon unos gritos: ¡Pica, gallo! ¡Pica, canelo! ¡Pica Jabao! Entraron a la casa desde donde provenían las exclamaciones. Y se toparon con una pelea de gallos, donde la sangre de los contendientes  era visible.
El Che penetró en el ruedo vallístico y separó a los animales, profiriendo “frases  bastante  vulgares y nada amistosas”.  Entre  los  galleros, uno, explica Borrego que, mezclados con la admiración y el respeto, una expresión dejó escapar sus sentimientos: “Se jodió la pelea, ¿Quién sería el que le avisó al argentino?
Mientras, el Che procuraba algodón y alcohol para curar a los dos gladiadores y luego encargó los retiraran a sus galleras. No dijo nada más. Con una señal de saludo se marchó y, al poco rato, en la casa visitada, estaba él en otra lidia muy distinta, una partida de ajedrez.
Así, de grandes hazañas y de  hechos pequeños, está forjada la figura del Che.

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