.Orlando Guevara Núñez
El 6 de agosto de 1960, la Revolución cubana dio un paso trascendente en la consolidación de la independencia política ganada en enero de 1959, como medio principal para marchar hacia su independencia económica. Ese día el Comandante en Jefe Fidel Castro anunció la nacionalización de 26 grandes empresas norteamericanas radicadas en Cuba, además de 36 centrales azucareros y las compañías de electricidad y teléfonos.
En el acto público, celebrado
en la capital cubana, el pueblo apoyó sin reservas esa nacionalización,
respaldo que tuvo lugar en todo el país. Con anterioridad, el 17 de mayo de
1959, se había proclamado la Ley de Reforma Agraria. El gobierno norteamericano
había decidido ya hundir a la Revolución cubana. Así rebajó primero y suprimió
después la cuota azucarera, al tiempo que los consorcios petroleros yanquis se
negaban a refinar el petróleo procedente de la Unión Soviética, lo que fue
respondido por el Gobierno Revolucionario, el 28 de junio de 1960, con la
nacionalización de la Texaco, de propiedad norteamericana. Pocos días después,
esa medida fue aplicada a la Esso – también estadounidense- y a la Shell de
propiedad británica.
Esta no fue, sin embargo, una decisión aislada, ni de represalia impensada. El
14 de agosto del mismo año, fue nacionalizada la planta de Níquel de Moa, y el
17de septiembre pasaron a manos del pueblo cubano tres grandes bancos
norteamericanos radicados en Cuba, mientras que el 13 de octubre, un total de
382 grandes empresas y el resto de los bancos pasaban también al patrimonio de
la nación. Al día siguiente, era proclamada la Ley de Reforma Urbana, que daba
la posibilidad de propiedad de las viviendas a las personas que las habitaban.
Las nacionalizaciones se ajustaron estrictamente a los derechos y normas
internacionales para estos casos. Los propietarios de otros países fueron
indemnizados, pero Estados Unidos prefirió, tal vez creyendo que la Revolución
no resistiría sus embates, boicotear la fórmula cubana para el pago.
Ya, desde junio de 1959, las
autoridades norteamericanas habían reconocido, por inobjetable, el derecho de
Cuba a la nacionalización, pero puntualizando que esa decisión debía estar
respaldada por la obligación de una compensación “pronta, adecuada y justa”, lo
cual se traducía en pago inmediato, el precio que ellos pusieran y en dólares
al contado.
Ellos mismos sabían que Cuba no estaba en condiciones de pagar al contado las
propiedades nacionalizadas, pues cuando el dictador Fulgencio Batista y sus
cómplices huyeron del país, se llevaron unos 424 millones, dejando vacías las
arcas estatales. Esos millones, en su mayor parte, fueron a parar a los Estados
Unidos, en manos de los esbirros, ladrones y políticos corrompidos que en ese
país encontraron seguro abrigo.
Con estas nacionalizaciones, se cumplía en lo fundamental el Programa del
Moncada y Cuba entraba en otra etapa histórica que la ponía en condiciones de
emprender la construcción del socialismo proclamado por Fidel el día 16 de
abril de 1961, víspera de la invasión mercenaria de Playa Girón, organizada,
financiada y dirigida por el gobierno norteamericano y que nuestro país venció
en menos de 72 horas.
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