.Orlando Guevara Núñez
Las raíces del 10 de octubre de 1868 son ahora más
profundas. Aquel día, Carlos Manuel de Céspedes, al frente de un grupo de
patriotas, se alzó en armas para iniciar la lucha por la independencia que
debió esperar el primero de enero de 1959, casi un siglo, para convertirse en
realidad en la nación cubana.
Han pasado 147 años. La gesta de aquel día, luego de una
década, no concluyó con el triunfo. No fueron las armas españolas las causantes
del fracaso, sino las divisiones internas entre los patriotas, su falta de
unidad. El 15 de febrero de 1878 se produjo el vergonzoso Pacto del Zanjón, que
rendía ante España los afanes independentistas de varios jefes militares
cubanos. Pero el 15 de marzo de ese mismo año, Antonio Maceo, con su viril
Protesta de Baraguá, dejaba sentado para los cubanos y para el poder colonial,
que había patriotas inconformes, que no aceptaban la claudicación, ni la paz
sin la independencia por la cual habían luchado diez largos años.
Sin embargo, las fuerzas revolucionarias se habían
debilitado, y fue necesario hacer una pausa –llamada por José Martí la tregua
fecunda- para reorganizar la lucha.
El 24 de febrero de 1895, bajo la dirección del propio José
Martí, se reinició la revolución gestada en La Demajagua por Carlos Manuel de
Céspedes. Esa guerra socavó el poder militar, político y económico español en
Cuba y demostró la fuerza de la unidad que había superado los escollos de la
primera Guerra de Independencia.
España, ya vencida, era incapaz de mantener a Cuba como
colonia. Y fue entonces cuando, en 1898, se produjo la intervención
norteamericana en este país, frustrando la independencia y la libertad peleadas durante 30 años por los cubanos.
Como fruto de esa intervención, calificada por Vladimir
Ilich Lenin como la primera guerra imperialista registrada en la historia de la
humanidad, Cuba dejó de ser colonia de España, pero pasó a neocolonia de los Estados Unidos. El país
quedaba atado a los designios del naciente imperialismo. Así, el 20 de mayo de
1902 fue proclamada una independencia irreal, pues, para dar fin a la
intervención militar, los cubanos tuvieron que aceptar la Enmienda Platt que,
entre otras imposiciones, incluía el derecho de los Estados Unidos a intervenir
en Cuba cuando lo estimara pertinente, a la vez que le atribuía a ese país la
facultad de establecer bases navales – así surgió la de Guantánamo, todavía
ocupada ilegalmente- y otros privilegios que convertían en formal la
independencia proclamada.
Estados Unidos, de esa forma, usurpó el poder a los cubanos,
al tiempo que proclamó ante el mundo la mentira de que había luchado por su
libertad.
Vino entonces un largo período republicano, con gobiernos de
turno, hechos a imagen y semejanza de la nueva potencia. Pero los cubanos no
dejaron nunca de luchar. Cada generación hizo su aporte a la conciencia libertaria y no dejó de enriquecerse el
pensamiento revolucionario. Hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Carlos
Baliño, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras Holmes y otros muchos,
nutrieron la historia de combate y dieron continuidad a las ideas de Carlos
Manuel de Céspedes y José Martí, ambos caídos en los campos insurrectos, a la
vez que avivaron la intransigencia de Antonio Maceo y su legado de no claudicar
nunca ante el enemigo.
El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes combatientes
revolucionarios, encabezados por Fidel Castro, atacaron el Cuartel Moncada, en
Santiago de Cuba, y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Se iniciaba, con
esa gesta, la última etapa de lucha del pueblo cubano por su libertad e
independencia. Puede decirse que se retomaban y continuaban los alzamientos de
1868 y 1895.
La nueva acción revolucionaria tuvo la virtud de destacar a
Fidel Castro como jefe indiscutible de la Revolución, establecer la lucha
armada como método para derrocar a la tiranía, trazó un programa de lucha
contra la tiranía y de reivindicaciones, luego del triunfo, para enfrentar los
males del país, al tiempo que sumaba al pueblo a la conquista de ese objetivo.
La acción del Moncada fue un fracaso militar, pero constituyó una victoria
política de marcada trascendencia para la lucha futura.
Luego del Moncada, vinieron para los revolucionarios la
prisión, la persecución, los asesinatos, la cárcel y el exilio. Otra tregua
fecunda, como la señalada por José Martí.
El 2 de diciembre de 1956, Fidel Castro, con otros 81
expedicionarios, llegó a las costas orientales cubanas para reiniciar la lucha
armada. Estableció su base de operaciones en la Sierra Maestra, desarrolló la lucha de guerrillas, forjó un combativo Ejército Rebelde, extendió
la lucha a los llanos y ciudades, y el primero de enero de 1959 derrotó a la
tiranía batistiana. La Revolución iniciada el 10 de octubre de 1868, había, por
fin, triunfado después de casi un siglo de luchas y de sacrificios inmensos.
Esa historia de
lucha, esas tradiciones combativas, explican la posición inclaudicable
de los cubanos cuando de su libertad e independencia se trata. De Céspedes, el Padre de la Patria, aprendimos
que el enemigo solo puede parecernos grande si nos acostumbramos a contemplarlo
de rodillas; de José Martí, tenemos el legado de que los grandes derechos no se
compran con lágrimas, sino con sangre; Antonio Maceo nos enseñó que mendigar
derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos, y nos inculcó la idea
de no establecer nunca pactos indignos con el enemigo. Fidel nos ha enseñado el
principio de que primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en
ser esclavos de nadie.
Así, en la Revolución cubana están
resumidos los gritos de ¡Libertad o
Muerte! e ¡Independencia o Muerte! de nuestras gestas libertarias pasadas y el ¡Patria o Muerte! y ¡Socialismo o Muerte!
del presente. Porque en Cuba, al decir de Fidel, solo ha habido una Revolución:
la iniciada el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva hoy adelante
victoriosamente.
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