.Orlando Guevara
Núñez
Con el triunfo de la Revolución cubana, el 1ro. de enero de 1959, ,pudo cumplirse un ruego de los médicos que parecía imposible de ser escuchado y atendido. Esa súplica era:
“(…)Haz que pueda con
el mismo empeño cuidar al que carezca de
recursos que al rico que puede pagar con largueza mis servicios”(...) Así imploraba a Dios aquel ruego. Lo
encontré en un documento del grupo de
médicos cubanos, Las Ardillas, graduado en 1960. El sentido de la petición era
humano, pero quimérico en una sociedad injusta,
donde el rico lo tenía todo y el pobre de todo carecía.
No sé si aquella
oración era de origen cubano, o si tomada de las muchas que de ese tipo
encontré en diversos sitios de Internet, incluso de la España del siglo XVIII,
como una que reza:
“Da
vigor a mi cuerpo y a mi espíritu, a fin de que estén siempre dispuestos a
ayudar con buen ánimo al pobre y al rico, al malo y al bueno, al enemigo igual
que al amigo. Haz que en el que sufre yo vea siempre a un ser humano”.
Dos premisas eran
indispensables para el cumplimiento de la Oración de los Médicos. Una, la
transformación del sistema social cubano, incluido su sistema de salud, con los
recursos necesarios; otra, la existencia de médicos capaces de responder, con
sus conocimientos y su consagración, a la difícil tarea de que la prestación de
la salud estuviera al alcance de todos,
sin distinción de la posición social, credo, raza u otras diferencias entre los enfermos.
Estos cambios comenzaron con el mismo triunfo
revolucionario. No pretendo entrar ahora en el mundo de las cifras. Pero hay
pequeños ejemplos cuyo mensaje es grande. Y escojo uno de ellos: una nota
tomada del periódico Sierra Maestra, en su edición
del 14 de enero de 1959:
La
Comisión de Arqueo y Custodia del Hospital Saturnino Lora hace saber la
necesidad imperiosa que confronta ese hospital de poseer un refrigerador para
almacenar las medicinas de la Farmacia y las que le llegan de los Hospitales
Rebeldes, lo que se comunica al pueblo por si alguna persona altruista desea
hacer esa contribución que será altamente agradecida.
En este caso no era una
oración, pero se pedía también un milagro que no pude saber si fue
cumplido. Pese a las grandes dificultades
económicas heredadas, el sistema de salud cubano comenzó un vertiginoso cambio;
hoy el “Saturnino Lora” tiene un
presupuesto superior al que tenía el país completo en 1958. Pero era necesaria
la transformación decisiva: la formación de los médicos capaces de impulsarlo y
sostenerlo.
El doctor Pedro
Baeza, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana en esa
época, había dicho a los nuevos
profesionales que se asomaban al mundo
de la medicina: “Ser médico era un complejo mecanismo, creado y perfeccionado
por la Universidad, que permitía a un grupo tener los conocimientos necesarios
para poder curar a los que pagaban altos honorarios sin sentir escrúpulos de
conciencia al saber que se morían cientos de niños y de adultos sin recibir la
más elemental asistencia”.
El 27 de noviembre de 1960, el Comandante en Jefe Fidel
Castro pronunció un discurso en la escalinata de la Universidad de La Habana. Y
allí tuvo lugar un hecho histórico, cuando él leyó una comunicación entregada
por el grupo de estudiantes de medicina
que en breve obtendría su título. Era la
graduación de las denominadas Ardillas. Fidel
se regocijó al leer aquel mensaje con fuerza de presente y presagio de futuro.
“Los abajo firmantes, alumnos del sexto año de medicina, que
dentro de pocos meses terminarán su carrera, preocupados ante una serie de
hechos acaecidos en los últimos días, y conscientes del momento crucial y
revolucionario por el que pasa nuestra patria, quieren dejar sentado de manera
definitiva su posición ante la Revolución Cubana, y su actitud ante el deber
sagrado de cumplir su función social.
“Como consideramos improcedente
hacer demandas económicas en momentos donde por un lado el pueblo de Cuba está
dispuesto a los mayores sacrificios, y por eso los sátrapas del imperialismo
yanki nos agreden cobardemente, es que hacemos responsablemente los siguientes
pronunciamientos:
“Primero: Apoyamos con la vida, si fuera necesario, las medidas y
normas revolucionarias tomadas por el gobierno.
“Segundo: Estamos a la disposición incondicional de las autoridades
cubanas, para lo que nos necesiten, una vez adquirido nuestro título.
“Tercero: Aceptaremos con entereza y espíritu de sacrificio, el
sueldo que el gobierno estime oportuno que pueda pagarnos.
“Cuarto: Solo deseamos ser útiles a nuestro
país y utilizar los conocimientos adquiridos en la universidad que paga el
pueblo, en beneficio de ese pueblo.
“Quinto: Rechazamos por contrarrevolucionaria toda otra actitud que
tienda a menoscabar el espíritu revolucionario que fermenta hoy en nuestra
patria.
“Sexto: Pedimos a todos los compañeros de nuestro curso que adopten
esta postura revolucionaria y demuestren ante el pueblo su gran espíritu de
sacrificio y su amor a la patria que soñara Martí”
Nacía así una premisa esencial para cumplir el propósito de
que la medicina en Cuba dejara de ser una mercancía y los enfermos simples
clientes. La renuncia al ejercicio privado de esta profesión, tuvo en aquellos
jóvenes a sus pioneros.Ahora sí, la Oración de los Médicos comenzaba a
cumplirse.
Del grupo de Las Ardillas, auténticos iniciadores del cambio, 25 vinieron para el indómito Oriente. Ellos son Juan Díaz Sarduy, Héctor del Cueto Espinosa, Ángel
Arias Lorente, Armando Valdés Valdés, Rolando Tamayo Gandol, Melba Puzo Hansen
y Manuel León Nogueses. El servicio médico rural y la docencia médica, tienen
en ellos una raíz que continúa alimentando frutos.También Luis Barrios Chávez, Alberto Mora Docampo, Manuel Dols Castellano, Manuel Pérez Fernández y más reciente a Arturo Sánchez Borges.
En La Habana se radicaron: Esteban Regalado García, Iván
Méndez Larramendi, Raúl Pérez Atencio, Rafael Inclán Díaz y Juan José Ceballos
Arrieta.
Muchos de ellos ya no están físicamente entre nosotros. Pero prefiero no ahora no mencionar como fallecidos a quienes forman parte de una historia inmortal.
De aquel grupo
dije un día, al escribir sobre Las Ardillas, que los ocho restantes
abandonaron el país. Si son personas honestas y viven, donde estén, tal vez sigan evocando la Oración de los Médicos, aunque el
ruego no pueda ser respondido en sociedades donde la salud, ese tan preciado
derecho humano, es solo patrimonio de quienes pueden comprarlo.
Hoy la obra de la medicina cubana trasciende fronteras y se inserta en disímiles latitudes
del mundo, salvando vidas, curando males, previniendo enfermedades. La Oración
de los Médicos fue cumplida en Cuba, donde ahora recursos materiales y humanos, juntos, garantizan para todos, de
forma gratuita, el más sagrado de los derechos humanos, el de la vida.
Hoy contamos con una legión de Ardillas multiplicadas. Y tenemos
razones para sentirnos orgullosos de nuestros profesionales de la salud. De
quienes cumplen misiones en otros países y de quienes en suelo cubano
simbolizan el esfuerzo y la lucha por la vida de todos los cubanos.
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