jueves, 13 de diciembre de 2018

La fórmula del amor triunfante




.Orlando Guevara Núñez

El 26 de noviembre de 1891, nuestro Héroe Nacional, José Martí, pronunció en el Liceo Cubano de Tampa, Cayo Hueso, un discurso donde legó a los cubanos de ahora- y de todos los tiempos- enseñanzas que forman parte de una doctrina política que guió a este pueblo a la lucha por su liberación primero, y después  a la edificación y defensa de una obra en la cual están plasmados sus sueños de independencia y de justicia.
El propio título que identifica ese memorable discurso, fue objetivo revolucionario antes del triunfo del 1ro. de enero de 1959 y práctica consecuente  a partir de esa fecha: Con todos y para el bien de todos.
Así, la unidad  de los cubanos ha sido decisiva. Todos  hemos luchado por una misma causa. Todos por el bien de todos. Es ese un pilar fundamental que sostiene a la nación.  De Martí seguimos el camino:
“Su derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre”.
La Ley Suprema cubana, la Constitución, está inspirada y refrenda un ideal martiano plasmado en su discurso del 26 de noviembre de 1891:
“Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
En cuanto a los deberes con la Patria, los cubanos hemos demostrado, antes y después de la victoria de enero, la fidelidad a otro principio expresado por nuestro Apóstol en la ocasión citada:
“De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella”. Ese sentimiento se ha extendido más allá de nuestras fronteras, asimilando otra enseñanza del Maestro aquel 26 de noviembre de 1891 en Tampa:   “En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”.
Con esa prédica, convertida en práctica, los cubanos hemos marchado a disímiles latitudes del mundo a ofrendar nuestra sangre, a salvar vidas, a aliviar y prevenir males, a  combatir el analfabetismo, y a contribuir a que la dignidad plena del hombre se transforme de quimera en realidad para millones de seres humanos, aunque no hayan nacido ni vivan en nuestro suelo.
“O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos”.  Siguiendo ese precepto martiano, nuestra República se sostiene, libre y soberana, por el decoro de sus hijos.
Hemos  alcanzado la justicia para todos y es un objetivo elevar cada día a un sitial más alto esa justicia. Así cumplimos con el sueño del Maestro:
¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!
“(…) Alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: "Con todos, y para el bien de todos".
Esa es y seguirá siendo por siempre, la fórmula del amor triunfante de la Revolución cubana.


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