.Orlando
Guevara Núñez
El 26 de noviembre de
1891, nuestro Héroe Nacional, José Martí, pronunció en el Liceo Cubano de Tampa,
Cayo Hueso, un discurso donde legó a los cubanos de ahora- y de todos los tiempos-
enseñanzas que forman parte de una doctrina política que guió a este pueblo a
la lucha por su liberación primero, y después
a la edificación y defensa de una obra en la cual están plasmados sus
sueños de independencia y de justicia.
El propio título que identifica ese memorable discurso, fue objetivo revolucionario antes del triunfo del 1ro. de enero de 1959 y práctica consecuente a partir de esa fecha: Con todos y para el bien de todos.
El propio título que identifica ese memorable discurso, fue objetivo revolucionario antes del triunfo del 1ro. de enero de 1959 y práctica consecuente a partir de esa fecha: Con todos y para el bien de todos.
Así, la unidad de los cubanos ha sido decisiva. Todos hemos luchado por una misma causa. Todos por
el bien de todos. Es ese un pilar fundamental que sostiene a la nación. De Martí seguimos el camino:
“Su derecho de hombres
es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de
buscar con alma entera de hombre”.
La Ley Suprema cubana,
la Constitución, está inspirada y refrenda un ideal martiano plasmado en su
discurso del 26 de noviembre de 1891:
“Porque si en las cosas
de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien
fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los
demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera:
yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a
la dignidad plena del hombre”.
En cuanto a los deberes
con la Patria, los cubanos hemos demostrado, antes y después de la victoria de
enero, la fidelidad a otro principio expresado por nuestro Apóstol en la
ocasión citada:
“De altar se ha de
tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos
sobre ella”. Ese sentimiento se ha extendido más allá de nuestras fronteras,
asimilando otra enseñanza del Maestro aquel 26 de noviembre de 1891 en
Tampa: “En la mejilla ha de sentir todo
hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”.
Con esa prédica,
convertida en práctica, los cubanos hemos marchado a disímiles latitudes del
mundo a ofrendar nuestra sangre, a salvar vidas, a aliviar y prevenir males,
a combatir el analfabetismo, y a contribuir
a que la dignidad plena del hombre se transforme de quimera en realidad para
millones de seres humanos, aunque no hayan nacido ni vivan en nuestro suelo.
“O la república tiene
por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con
sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como
de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por
el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni
una sola gota de sangre de nuestros bravos”.
Siguiendo ese precepto martiano, nuestra República se sostiene, libre y
soberana, por el decoro de sus hijos.
Hemos alcanzado la justicia para todos y es un
objetivo elevar cada día a un sitial más alto esa justicia. Así cumplimos con
el sueño del Maestro:
¡Es el sueño mío, es el
sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia
tan alta como las palmas!
“(…) Alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu
vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan
tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva,
esta fórmula del amor triunfante: "Con todos, y para el bien de
todos".
Esa es y seguirá siendo por siempre, la fórmula del amor
triunfante de la Revolución cubana.
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