.Orlando Guevara Núñez
La ciudad de Santiago de Cuba
despertó más temprano que de costumbre el 15 de abril de 1961. Los relojes
cedieron esta vez su lugar al ruido de los aviones bombarderos, las explosiones
y el tableteo de las ametralladoras. Al inicio, la población no sabía lo que
pasaba; pero pronto se conoció que el Aeropuerto Antonio Maceo estaba siendo
víctima de un ataque aéreo.
Alrededor de las 5:15 de la
madrugada de ese día, dos aparatos del tipo B-26, procedentes de Puerto Cabeza,
Nicaragua, comenzaron a lanzar sus mortíferas cargas sobre la terminal aérea
santiaguera. La artera agresión sorprendió a los defensores, pues las naves
traían pintadas las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria cubana y
nuestra Enseña Nacional. Una vez más, el crimen se escudaba en el engaño.
El objetivo formaba parte del
plan de la agresión mercenaria que dos días después se produciría por Playa
Girón. Pretendían destruir en tierra los pocos aviones de nuestra defensa e
inutilizar la pista del aeropuerto.
Con igual propósito, los
enemigos de la Revolución, encabezados por los Estados Unidos, atacaban también
los aeropuertos de Ciudad Libertad y San
Antonio de los Baños, en la capital cubana.
En el Antonio Maceo fueron
lanzadas bombas de 100 libras, de fabricación yanqui, mientras que ametralladoras
calibre 50 acribillaban desde el aire
las instalaciones. El saldo fue de cuatro heridos y cuatro aviones destruidos,
entre estos un DC-3 comercial de Cubana de Aviación.
Simbólicamente, del DC-3
carbonizado quedó intacta solo la parte portadora de nuestra bandera cubana. Y
luego de 65 años de su caída en combate contra el ejército colonial español, el
General Antonio Maceo recibió otra herida en combate, cuando el pecho de bronce
del busto del Titán, situado frente al edificio central del aeropuerto, fue
atravesado por un proyectil enemigo.
Pero la sorpresa del ataque no
causó desconcierto. Percatados rápidamente del engaño, los combatientes,
enardecidos, con gritos de ¡Patria o Muerte!, ¡Viva la Revolución! y ¡Viva Cuba
Libre!, abrieron fuego contra los agresores. Uno de los B-26, tocado por los
proyectiles milicianos, envuelto en llamas, emprendió la huida, seguido poco
después por el segundo aparato.
Horas antes del ataque, esa
misma madrugada, se produjo la pérdida más lamentable de ese día en Santiago de
Cuba. El valiente capitán Orestes Acosta, quien había despegado a las 2:00 de
la madrugada del aeropuerto, en un caza, en misión de reconocimiento rumbo a
Baracoa, caía al mar cuando regresaba a la pista del Antonio Maceo.
“No he podido ver nada en
Baracoa, pues la noche está muy oscura. Prepárame el catalina para salir
nuevamente”, expresó en su última comunicación el valiente piloto, quien murió
con el deseo de continuar la lucha que en los días sucesivos protagonizara su
pueblo hasta derrotar la agresión organizada, financiada y dirigida por el
gobierno de los Estados Unidos.
En la ciudad santiaguera la
respuesta de la población fue también inmediata y enérgica. Muchos combatientes
marcharon hacia el aeropuerto.
Al día siguiente, 16 de
abril, la prensa reflejaba el resultado de la vandálica agresión. En La Habana,
siete cubanos habían perdido la vida y 47 fueron heridos, entre ellos mujeres y
niños. En San Antonio de los Baños, los heridos fueron dos.
Mientras que muchos aviones
mercenarios regresaban a sus bases en distintas áreas seleccionadas y
acondicionadas por Estados Unidos, la prensa reaccionaria se dedicaba, de forma
apresurada, a desinformar al mundo, difundiendo la versión mendaz de que los
bombardeos del 15 de abril habían sido ejecutados por pilotos cubanos con la
intención de desertar. De nuevo la mentira junto al crimen.
Hoy está plenamente
demostrada la procedencia de los pilotos asesinos. Entre esos mercenarios
participaron incluso ciudadanos norteamericanos, nacidos en ese territorio, de
los cuales cuatro pagaron con su vida la osadía de agredir a Cuba. Ellos fueron: Wade
Caroll Gray, Ryley W. Shamburger, Thomas Willard Ray y Frank Leo Baker.
Aquellos hechos, antesala de
la invasión mercenaria por Playa Girón, pusieron en pie de guerra a todo el
pueblo cubano. En el entierro de las víctimas, el Comandante en Jefe Fidel
Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana y llamó a defender
al precio que fuera necesario esa Revolución patriótica, democrática y
socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes.
El 17 de abril se produjo la
invasión que pretendía la destrucción total de la Revolución. Pero menos de 72
horas bastaron que los combatientes cubanos, bajo la jefatura directa de Fidel,
convirtieran esa agresión en la primera derrota militar del imperialismo yanqui
en América.
Hoy, cuando las voces
imperiales reclutan a gobiernos sumisos y a mercenarios internos para sus
propósitos de aniquilar a la Revolución, no debía olvidarse la lección de Playa
Girón. Porque repetir la aventura equivaldría, sin dudas, a una derrota
multiplicada.
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