.Orlando Guevara Núñez
Cuando
el Comandante en Jefe Fidel Castro calificó al combate de El Uvero, desarrollado
el 28 de mayo de 1957, como un atrevido y desafiante ataque, estaba definiendo,
en toda su dimensión, el carácter de aquella acción rebelde donde, al decir del
Che, la guerrilla revolucionaria alcanzó su mayoría de edad.
Luego
de la primera victoria guerrillera en La Plata, el 17 de enero de 1957, seguida de otras
acciones que reafirmaban la presencia de Fidel en la Sierra Maestra,
vino una etapa de reorganización y adaptación de los combatientes a las duras
condiciones de la guerra en las montañas.
A
los expedicionarios del Granma y a los obreros y campesinos unidos a ellos, se
había sumado –en el mes de marzo- el
oportuno refuerzo de medio centenar de combatientes enviados a la Sierra
Maestra por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García. Se estudiaba
los movimientos del ejército enemigo en el territorio, con el propósito de
emboscarlo y causarle la mayor cantidad posible de bajas.
El
ataque a El Uvero no formaba parte entonces de los objetivos rebeldes. Pero un
acontecimiento determinó su inclusión en estos. El 24 de mayo desembarcó, por
la costa norte de Oriente un grupo de revolucionarios con el fin de llegar a la
Sierra Cristal y desarrollar la lucha armada para derrocar al tirano Fulgencio
Batista. La expedición, dirigida por Calixto Sánchez White, había salido de
Miami, Estados Unidos.
Ese
grupo no tenía relación alguna con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Pero al conocer la noticia, Fidel planteó la necesidad de apoyarlo y fue ese
gesto solidario, humano y altruista el que lo condujo a concebir el ataque al
cuartel de El Uvero. El Comandante en Jefe sintió como suyos los angustiosos
momentos que estarían atravesando los expedicionarios del Corynthia, como los
habían sufrido meses atrás los del Granma.
El
27 de mayo, según testimonio del Che, Fidel reunió al Estado Mayor Rebelde y le
anunció que en las próximas 48 horas tendrían combate. Las órdenes fueron muy
concretas: tomar las postas y acribillar a balazos el cuartel.
En
el amanecer del 28 de mayo, un disparo salido del fusil con mira telescópica
del máximo jefe rebelde, inició el combate, en el cual lucharon con tesón las
dos partes contendientes durante unas tres horas.
En
su relato sobre este combate, en Pasajes de la guerra revolucionaria,
el Che fija en 53 los defensores del cuartel de El Uvero y en unos 80 los de la
guerrilla. Y un testimonio de la crudeza de la lucha, lo dan por sí solas las
cifras de bajas de ambas partes. Los ocupantes del cuartel tuvieron 14 muertos,
19 heridos y 14 prisioneros. Sólo seis soldados lograron escapar.
Los
atacantes tuvieron 15 bajas, entre ellos siete muertos. Más de la tercera parte
de los contendientes quedaron fuera de combate.
Allí
cayeron heroicamente el teniente Julio Díaz González, combatiente del Moncada y
expedicionario del Granma, quien peleaba justo al lado de Fidel; el también
teniente Emiliano Díaz Fontaine (Nano); y los combatientes Eligio Mendoza Díaz,
Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano
R. Sillero Marrero.
Terminado
el combate, se produjo un hecho que reveló la diferencia del sentido
humanitario, ética militar y respeto a los vencidos por parte del ejército
guerrillero y el opresor. El Che, único médico rebelde, atendió a los heridos
de ambos bandos. Los prisioneros fueron respetados y se compartió con ellos los
pocos alimentos disponibles. Mientras tanto, durante esa misma mañana, 16
expedicionarios del Corynthia hechos prisioneros eran brutalmente asesinados.
En
El Uvero, dos combatientes revolucionarios heridos, por su gravedad, quedaron
en poder del ejército batistiano, bajo palabra de honor del médico militar de
que serian respetadas sus vidas. Ellos fueron Emiliano R. Sillero y Mario Leal.
El primero murió poco después y el segundo sobrevivió y sufrió prisión hasta el
triunfo revolucionario del primero de enero de 1959.
Heridos
resultaron el entonces capitán y luego Comandante de la Revolución Juan
Almeida Bosque, en el brazo y pierna izquierdos; los tenientes Félix Pena y
Miguel Ángel Manals, además de los combatientes Mario Maceo, Manuel Acuña,
Enrique Escalona, Hermes Leyva y el ya mencionado Mario Leal.
La
trascendencia histórica y el valor derrochado por los combatientes
revolucionarios aquel 28 de mayo de 1957, han sido definidos por sus
principales protagonistas.
La
importancia de esa acción, fue calificada por Fidel como “El primer combate de
proporciones grandes librado contra las fuerzas de la tiranía por los
revolucionarios”. Nuestros hombres- precisó el máximo jefe del Ejército
Rebelde- tomaron por asalto cada posición, avanzando sobre las balas y
combatiendo largamente. Todo lo que se diga sobre la valentía con que lucharon,
no acertaría a describir el heroísmo de nuestros combatientes. El capitán
Almeida dirigió un avance casi suicida con su pelotón. Sin tanto derroche de
valor, no habría sido posible la victoria”.
El
entonces capitán y hoy General de Ejército Raúl Castro, afirmaría luego que
“Almeida fue el alma del combate y el
Che comenzó a destacarse allí como guerrillero. El encuentro de El Uvero nos
dio categoría de tropa experimentada”.
El
propio Che dijo que “A partir de entonces se acrecentó la moral guerrillera,
igual que la decisión y esperanzas de
triunfo”, añadiendo que los guerrilleros- luego de El Uvero- estaban en
posesión del secreto de la victoria. Esa acción, aseveró, sellaba la suerte de
los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del ejército
de Batista.
En
el combate fueron ocupadas varias armas, entre ellas 45 fusiles – 24 garand
semiautomáticos y 20 marca springfield,
además de un fusil ametralladora browning y unas 6 000 balas calibre 30.06,
junto a otros pertrechos de guerra. Así lo atestigua el máximo jefe
guerrillero, el compañero Fidel.
El
Ejército Rebelde continuaba así desarrollando una tradición iniciada en La Plata
y que sería una constante durante toda la guerra: su principal fuente de
abastecimiento de armas sería el arrebato de éstas al enemigo. Poco a poco, las
viejas escopetas de cacería cedían su lugar, en las manos de los combatientes,
a las armas mejor adecuadas para la lucha. “Cuando aprendimos a quitarles las
armas al enemigo- diría Fidel- habíamos aprendido a hacer la Revolución, habíamos
aprendido a hacer la guerra, habíamos aprendido a ser invencibles, habíamos
aprendido a vencer”.
Más
de seis décadas nos separan ya de aquel atrevido y desafiante ataque
rebelde. Los nombres de los revolucionarios
caídos en aquella acción, sin embargo, se agigantan en el tiempo, en la
historia y en la memoria agradecida de sus compañeros de lucha y de las
generaciones herederas de la obra cimentada con la vida que ellos ofrendaron.
En
la localidad de El Uvero, asentada en el
actual municipio santiaguero de Guamà, abrazada por el Mar Caribe y las
majestuosas montañas de la
Sierra Maestra, afianzadas en el mismo escenario del combate
del 28 de mayo de 1957, revivirá otra vez el eco de los disparos rebeldes que -
más allá de sobre un cuartel enemigo y sus ocupantes- hicieron blanco en el
corazón de un sistema social injusto, erradicado en Cuba y recordado sólo como
parte de un pasado sin presente ni futuro en la patria de Martí y de Fidel.
En
ocasión de cumplirse el aniversario 48 de la crucial victoria rebelde, los
restos de cinco de los caídos en El Uvero fueron depositados definitivamente en
el Mausoleo de los Mártires de la Revolución, en el cementerio Santa Ifigenia,
cercano al recinto que atesora los de nuestro Héroe Nacional, José Martí.
Emiliano
Díaz Fontaine, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega
Verdecia y Emiliano Rigoberto Sillero Marrero, descansan en este lugar,
custodiados por su pueblo. En su natal Artemisa, están los restos de Julio Díaz
González y allí recibirá él también –al
igual que aquí- el homenaje sentido de todos los cubanos. El cadáver del otro
caído, Eligio Mendoza Díaz, no apareció nunca. Fue recogido por el ejército de
Batista y trasladado junto a sus muertos hacia Santiago de Cuba, destino al
cual no llegó, lo que hace presumir su lanzamiento al mar. Pero Eligio, el
campesino que sirvió de práctico a la guerrilla y murió combatiendo en El
Uvero, tiene también su tumba en el
corazón del pueblo.
Para
todos ellos, en nuestro pueblo ganan fuerza de presencia las emotivas palabras
de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, el 28 de mayo de 1965, cuando al
rememorar aquellos momentos de dolor afirmó: “Nosotros desde aquel día los
tenemos más en nuestro recuerdo y en nuestra memoria. Y viven en la obra de la Revolución, en cada
escuela construida en la Sierra,
en cada hospital, en cada camino, en cada obra revolucionaria”.
El
arrojo, la moral, el sacrificio, la decisión, el triunfo y la sangre derramada
hace 50 años en el combate de El Uvero, continúan guiando a nuestro pueblo en
sus actuales retos y hacia sus presentes y futuras victorias.
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