sábado, 23 de mayo de 2020

Reforma Agraria cubana, más allá de las cifras




.Orlando Guevara Núñez

El pasado 17 de mayo, al  cumplirse el aniversario 61 de la Ley de Reforma Agraria en Cuba, varias publicaciones reflejaron las cifras de campesinos que antes padecían la explotación de los latifundistas, las estructura de la propiedad de las tierras, y mencionaron las calamidades sufridas por los pobladores de los campos cubanos. Mencionaron la realidad de los tiempos antes y después de tan justiciera Ley, aspiración de generaciones de campesinos cubanos.

Pero hay un testimonio que retrata en toda su dimensión aquella tragedia, sin mencionar una sola cifra. Lo encontré en el libro La Sierra Maestra y más allá, del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. Se trata de un recorrido de reconocimiento que hizo  por el territorio campo de operaciones del Tercer Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy, en la Sierra Maestra, del cual fue su jefe desde su apertura, el 6 de marzo de 1958.

Así describe el jefe guerrillero el drama campesino:

“Muchos de estos hombres han luchado por la posesión de sus tierras, reclamando sus derechos a ellas, y al no obtenerlas, las ocupan, luego son desalojados a plan de machete por los rurales y destruidos sus bohíos halándolos con yuntas de bueyes o quemándolos, un despojo brutal. Vuelven a ocuparlas y de nuevo son sacados, así una y otra vez, en lucha constante, que trasladan de unos a otros, de padres a hijos. Así son estos hombres”.
Con su proverbial sensibilidad, Almeida describe la belleza de la Sierra Maestra, de su naturaleza. Y junto a esas bondades, las crueldades sociales, la miseria que justifica el sacrificio de la lucha guerrillera para erradicarlas.
“En nuestro avance por estos parajes escuchamos, confundidos entre sí, el golpe del pilón y del hacha del leñador. Hay gente que vive en ´vara en tierra´, ranchos destartalados. Hombres desocupados buscando qué hacer, qué alimento llevar al hijo, mientras otro toma de la hamaca al niño enfermo y los lleva en brazos para la playa a esperar allí la goleta que los llevará al médico en el hospital de la ciudad, Santiago de Cuba, Pilón o Manzanillo, si no muere antes y entonces lo entierra en el cementerio de la costa, donde yacen los que así han terminado la agonía de su vida. Así es esta parte sur de la Sierra: atraso, miseria, hambre, explotación, atropello y abuso”. (…)

Aún hoy, en esta costa mencionada por Almeida, como mudos y acusadores testigos de aquella tragedia, existen 22 pequeños cementerios, donde fueron enterrados personas de todas las edades que hasta allí fueron traídos desde las montañas, en busca de un auxilio que nunca llegó.

“En el patio del batey -dice en otra parte- niños flacos, desgreñados, mocosos, barrigones de cargar parásitos por andar descalzos  y comer tierra; raída la ropa o desnudos. Uno mayor, pálido el rostro, delgado, lleva una vara al hombro y en cada extremo una lata con agua que trae del río, cuesta arriba”
Otras muchas cosas describe Almeida, que son, ahora, solo símbolos de un pasado que a Cuba no podrá jamás volver.

A ese pasado es al cual quiere regresarnos el gobierno imperialista de los Estados Unidos. Lo han intentado desde Eisenhower  hasta Trump. Y seguirán luchando por el mismo propósito; pero con el mismo resultado: el fracaso. Porque, en este caso de los campesinos, que es el que tratamos, hoy tienen, además de la tierra y la libertad, la disposición, y las armas para defenderlas.

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