domingo, 23 de enero de 2022

El amor, madre, a la Patria, No es el amor ridículo a la tierra, Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, Es el rencor eterno a quien la ataca


 

Orlando Guevara Núñez

¿Cuántas veces hemos escuchado la declamación de este patriótico verso martiano?  ¿Cuántas veces lo hemos leído?  ¿O  disfrutado en obras teatrales? Sin duda que muchas veces. Pero no siempre hemos ahondado en  su origen.

Muchos, también sin duda, lo saben. Forma parte de la obra Abdala, escrita por José Martí y publicada el 23 de enero de 1869 en el único número del periódico La Patria Libre,    por él fundado. Asombra la profundidad  de los conceptos patrióticos en un joven que, al observar  la fecha, nos percatamos de que debería esperar cinco días para cumplir los 16 años de edad.

Abdala es un joven que acude a la defensa de su tierra agredida, en este caso Nuvia. Y enfrenta la disyuntiva de atender el deber con la patria o el reclamo de su madre de permanecer al margen de la lucha, bajo el manto materno.

¡Detente, Abdala!, le reclamó Espirta, la madre.  ¡Detenerme no puedo, oh madre mía! ¡Al campo voy a defender mi patria!,  le replicó Abdala.

En el diálogo, viendo la decisión del hijo, le dice Espirta:

¿Y tanto amor a ese rincón de tierra?

¿Acaso él te protegió en tu infancia?

¿Acaso amante te llevó un su seno?

¿Acaso él fue quien engendró tu audacia?

¿Y tu fuerza?  ¡Responde! ¿O fue tu madre?

¿Fue la Nuvia?

Y es el momento en que la respuesta del joven la traduce Martí en el épico verso que hoy forma parte de nuestro acervo cultural y cultura política. Abdala va a la guerra. Su hermana, Elmira, lo respalda. Le reprocha a la madre el “cobarde llanto que  vuestro seno  baña”. Expresa el amor profundo por su hermano, pero, como él, siente que por encima de todo está la patria.

Luego, un grupo de guerreros trae en brazos, moribundo, a Abdala.  Y ante  la madre y la hermana, espantadas, como dice la obra, el joven tiene aún fuerzas para postreras palabras:

Abdala sí, que moribundo vuelve

A arrojarse rendido a vuestras plantas

Para partir después donde no puede

Blandir el hierro ni empuñar la lanza.

Y en su agonía, pide a la madre:

¡Oh, madre, no lloréis! Volad cual vuelan

Nobles matronas del valor en alas

A gritar en el campo a los guerreros:

“¡Luchad! ¡Luchad, oh nuvios! ¡Esperanza!

En medio del dolor ante su moribundo hijo, la madre exclama:

¿Qué no llores me dices? ¿Y tu vida

Alguna vez me pagará la patria?

De los labios del joven Abdala, brotan sus últimas palabras:

La vida de los nobles, madre mía,

Es luchar y morir por acatarla,

Y si es preciso con su propio acero

¡Rasgarse, por salvarla, las entrañas!

Mas… me siento morir: en mi agonía

No vengáis a turbar mi triste calma.

Abdala dedica los últimos instantes de su vida al amor a la patria y la confianza en la victoria:

¡Silencio!...Quiero oir… ¡Oh! Me parece

Que la enemiga hueste derrotada,

Huye por la llanura… ¡Oid! ¡Silencio!

Ya los miro correr… A los cobardes

Los valientes guerreros se abalanzan…

¡Nuvia venció! Muero feliz: la muerte

Poco me importa, pues logré salvarla…

¡Oh, que dulce es morir cuando se muere

Luchando audaz por defender la patria!

El corazón de Abdala deja de latir. Muere en brazos de los guerreros. Cierta vez presencié estas escenas en una obra de teatro. Los actores eran jóvenes. Al concluir, en los ojos de los actuantes y parte del público, se percibían tantas lágrimas como en los de Esmirna y Elmira.

 

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