.Orlando Guevara Núñez
Con
estas palabras concluyó José Martí un
patriótico discurso, el 17 de febrero de 1892, en Hardman Hall, Nueva York,
ante emigrados cubanos, luego de un recorrido por Tampa y Cayo Hueso. Por eso,
esta pieza oratoria pasó a la historia como La
oración de Tampa y Cayo Hueso.
El
Apóstol cubano regresó profundamente conmovido por los resultados de la visita,
sus encuentros con los emigrados de ambos lugares, la disposición de ellos para
la lucha, sin distinción de edades, color, antecedentes de lucha e incluso
posición social.
Esa
acogida le hizo expresar su convicción de que la patria cubana poseía todas las
virtudes para la conquista y mantenimiento de su libertad. El amor de los
emigrados por su tierra y, la dignidad entre ellos, alimentaron en mucho la
decisión de lucha de Martí, lo que
reafirmó en él la esperanza de que pudiera en Cuba vivir feliz el hombre, no
enfrentados unos a otros.
¡Y no sé si vale la pena de vivir,
después de que el país donde se nació
decida darse un amo! Así lo proclamó en su discurso. En la misma
ocasión dijo también que ¡Solo el
cobarde se prefiere a su pueblo; y el que lo ama, se le somete!
Allí
escucharon los presentes otras definitorias palabras de José Martí, como
éstas:” ¡Para canijos, la enfermería! ¡Y si se ha de sacrificar el desamor
honroso de la ostentación pública, se le sacrifica, que la vida vale más y se
la sacrifica también! ¡Póngase el hombre
de alfombra de su pueblo!
¡Yo amo con pasión la dignidad
humana! Y
calificó de crimen cada día que se tardase en estar todos juntos en su tierra.
Habló sobre la unidad, sobre las escenas
de patriotismo que vio en la gente de Tampa y Cayo Hueso. Afirmó que al volver
los ojos cuando su partida, vio un pueblo sembrado de antorchas, detrás de la
bandera única de la patria.
Confesó
que durante su larga vida de labores difíciles, ningún encuentro, como
aquellos, había movido tanto su alma a la reverencia y la ternura.
Planteó, refiriéndose a la unidad, la satisfacción de
ver a aquella juventud, “vaciarse unos
en otros, como los metales afines que van ligando la joya en el crisol”. ¡El
trabajo, ése es el pie del libro! Exclamó al mencionar la presencia de la
cultura en los encuentros.
Tan grata impresión tuvo sobre el espíritu
unitario, que exteriorizó la idea de que ¡Otros hablen de castas y de odios,
que yo no oí en aquellos talleres sino la elocuencia que funda los pueblos, y
enciende y mejora las almas, y escala las alturas y rellena los fosos, y adorna
las academias y los parlamentos!
Otro
pensamiento martiano conocido afloró en aquel discurso:”Los pueblos, como los volcanes,
se labran en la sombra, donde solo ciertos ojos los ven”. Hasta que
brotan-agregó- hechos, coronados de fuego y con los flancos jadeantes y
arrastran a la cumbre a los disertos y apacibles de este mundo, que niegan todo
lo que no desean, y no saben del volcán hasta que no lo tienen encima. ¡Lo
mejor es estar en las entrañas y subir con él!
Reiteró
la necesidad de prepararse para la guerra, ordenando los elementos para la
victoria. Rememorando el recorrido por Tampa y Cayo Hueso, afirmó: “Otros amen la ira y la tiranía. El cubano
es capaz del amor, que hace perdurable la libertad” Otro bello y útil pensamiento: “Quien crea, ama al que crea: y solo desdeña
a los demás quien en el conocimiento de sí, haya razón para desdeñarse a sí
propio”
Cerrando su encendido
discurso, afirmó que esas citas, ese
arranque brioso de las virtudes más difíciles, que hacen apetecible y
envidiable el nombre de cubano, dicen que hemos juntado a tiempo nuestras
fuerzas, que en Tampa aletea el águila, y en Cayo Hueso brilla el sol, y en New
York da luz la nieve. Y que la historia
no nos ha de declarar culpables.
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