.Orlando Guevara Núñez
El primer nombre que escuché hoy fue el de Fidel. Coros
gigantes, desde una escuela secundaria,
un seminternado de primaria y un Círculo Infantil cercanos a mi residencia, lo
repetían. El ¡Yo soy Fidel!, más que
consigna, parecía un himno.
Después fui al cementerio Santa Ifigenia. Y allí lo vi.
Miré hacia el monolito con semejanza a un grano de maíz, identificado con solo
cinco letras: FIDEL Y en su interior no
imaginé cenizas. El espacio lo ocupaba una síntesis de toda la gloria de la
Patria.
Lo vi erguido, saludando a las miles de personas que a su
lado estaban hoy. Su sonrisa. Su gesto de hidalguía ante las adversidades. Sus
puños en alto. Sus botas guerrilleras. Su uniforme verde olivo.Sus grados de Comandante en Jefe.
Al depositar una flor, fijé la vista en su nombre. El tiempo fue breve,
porque centenares de personas esperaban para el homenaje.
El silencio era total. Solo un momento fue interrumpido,
cuando un combatiente transformó su emoción en sollozos. Lágrimas que no
rodarán nunca frente al enemigo. Otras muchas brotaban, pero invisibles, porque
circulaban por dentro.
De allí vengo. Allí voy con frecuencia. Diez minutos
sobran para vencer la distancia a pie. Y allí volveré, a verlo, siempre con una
flor en las manos, un sentimiento de fidelidad en el pecho y un compromiso en
el corazón, traducido en un eterno grito de guerra y de victoria: ¡Comandante
en Jefe, Ordene!
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