domingo, 15 de septiembre de 2019

En virtudes y solo sobre la base de virtudes se alzan los pueblos respetables y nobles




.Orlando Guevara Núñez

A la nación francesa está dirigido este pensamiento martiano, continuado con otro juicio: Ese París desventurado fatigóse de cantar las que tuvo, y ahora no le queda ya el pudor de mentir que las tiene.  Este artículo, según consta en nota a su publicación en las Obras Completas, fue dado a conocer por la intelectual cubana Fina García Marruz, en La Habana, en 1970, bajo el título: Un artículo desconocido de José Martí.
Nuestro Apóstol  lo tituló Variedades de París. Y fue impreso en la Revista Universal, de México el 9 de marzo de 1875, firmando por ANÁGUAC, seudónimo utilizado por Martí.
“Yo dudo entre hacer una crónica fácil y ligera, o darme a pensar en esas agonías y decaimientos en que París se desenvuelve dentro de sus fecundísimas entrañas”. Así es el inicio del trabajo.
Y luego una confesión: “Yo no amo a París”. Se refiere a la conformación de esa ciudad, sus edificios, la tanta piedra, y hasta los colores.  Le dan la impresión – dice- de falsedad y de miserias ajenas. Y afirma que esos pensamientos lo lastiman porque “Yo creo absolutamente en la bondad de los hombres. Todavía creo yo en ellos a pesar del doloroso contacto con París, a pesar de su indiferencia ante sus vicios, a pesar de su placer en ellos, a pesar de ese Prometeo inmenso que acaricia y adora a su buitre”.
Léase este párrafo del artículo. Un retrato martiano sobre lo que observa:

“Se llenan los teatros, los bellos le incómodos teatros de Paris; y allí ese pueblo ficticio más extranjero en su ciudad que los ávidos extranjeros que la visitan, ese pueblo de arena y de onda, huérfanos  con padres, madres sin hijos, pueblo sin patria y sin familia, aplauden más aquellas disecaciones espantosas, aquella lastimadora anatomía, aquella escenificación de las miserias en que en el día vive, y gusta por la noche todavía de verse prolongado y repetido. París no aplaude en los teatros  las obras que escucha. No tiene espacio para oírlas, porque con ellas se oyó en sí. No cuida de la forma, porque se siente palpitar en ellas. En el  lastimante  teatro francés, París se aplaude a sí mismo”.
Y apunta otra observación: “Teatro triste. Han agotado los elogios de virtudes que no tenían; solo encuentran placer ahora en la representación brillante de sus vicios”.
Como colofón,  advierte: “Yo comprendo que esto es una crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más una reflexión que una noticia.

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