.Orlando Guevara Núñez
A la nación francesa está dirigido
este pensamiento martiano, continuado con otro juicio: Ese París desventurado
fatigóse de cantar las que tuvo, y ahora no le queda ya el pudor de mentir que
las tiene. Este artículo, según consta
en nota a su publicación en las Obras Completas, fue dado a conocer por la
intelectual cubana Fina García Marruz, en La Habana, en 1970, bajo el título: Un artículo desconocido de José Martí.
Nuestro Apóstol lo tituló Variedades
de París. Y fue impreso en la Revista
Universal, de México el 9 de marzo de 1875, firmando por ANÁGUAC, seudónimo
utilizado por Martí.
“Yo dudo entre hacer una
crónica fácil y ligera, o darme a pensar en esas agonías y decaimientos en que
París se desenvuelve dentro de sus fecundísimas entrañas”. Así es el inicio del
trabajo.
Y luego una confesión: “Yo
no amo a París”. Se refiere a la conformación de esa ciudad, sus edificios, la
tanta piedra, y hasta los colores. Le
dan la impresión – dice- de falsedad y de miserias ajenas. Y afirma que esos
pensamientos lo lastiman porque “Yo creo
absolutamente en la bondad de los hombres. Todavía creo yo en ellos a pesar
del doloroso contacto con París, a pesar de su indiferencia ante sus vicios, a
pesar de su placer en ellos, a pesar de ese Prometeo inmenso que acaricia y
adora a su buitre”.
Léase este párrafo del
artículo. Un retrato martiano sobre lo que observa:
“Se llenan los teatros, los
bellos le incómodos teatros de Paris; y allí ese pueblo ficticio más extranjero
en su ciudad que los ávidos extranjeros que la visitan, ese pueblo de arena y
de onda, huérfanos con padres, madres
sin hijos, pueblo sin patria y sin familia, aplauden más aquellas disecaciones
espantosas, aquella lastimadora anatomía, aquella escenificación de las
miserias en que en el día vive, y gusta por la noche todavía de verse
prolongado y repetido. París no aplaude en los teatros las obras que escucha. No tiene espacio para
oírlas, porque con ellas se oyó en sí. No cuida de la forma, porque se siente
palpitar en ellas. En el lastimante teatro francés, París se aplaude a sí mismo”.
Y apunta otra observación:
“Teatro triste. Han agotado los elogios de virtudes que no tenían; solo
encuentran placer ahora en la representación brillante de sus vicios”.
Como colofón, advierte: “Yo comprendo que esto es una
crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más una reflexión que una
noticia.
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