.Orlando Guevara Núñez
El 21 de septiembre de 1958, fue celebrado en Soledad de Mayarí, territorio de operaciones guerrilleras del Segundo Frente Oriental Frank País, bajo el mando del Comandante Raúl Castro, el Congreso Campesino en Armas. Sus razones estuvieron bien claras: desaparecer el latifundismo, hacer una reforma agraria y eliminar los graves males que aquejaban a los pobladores de nuestros campos.
La distribución de la tierra era realmente injusta. El 92 por ciento de las más de 159 000 fincas existentes en 1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas, mientras que el 1,4 por ciento de los propietarios era dueño del 46 por ciento de éstas.
Sólo nueve latifundios norteamericanos eran dueños de más de 100 000 caballerías. (Una caballería equivale a 13,42 hectáreas).
En muchos casos, las “compras” resultaron una verdadera burla a la nación cubana y a su pueblo. Un solo ejemplo ilustra los demás: El 19 de abril de 1905, la norteamericana Nipe Bay Company, de Jersey City, adquirió, por la burlesca cifra de cien dólares, 3 713 caballerías, es decir, unas 49 800 hectáreas.
Ese campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización de la Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche.
La mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año. El servicio eléctrico beneficiaba solo a 9 de cada cien personas, y el servicio médico rural no existía.
En 1957, en el territorio del Valle de Mayarí Abajo, escenario del Congreso, el 80 por ciento de los niños menores de un año fallecieron víctimas de una enfermedad curable, la gastroenteritis, la misma que en julio de 1953 cobraba la vida de dos niños cada día en la ciudad de Santiago de Cuba.
Pero el cambio de esa dramática situación no podía formar parte del programa de ninguno de los gobiernos burgueses y pro imperialistas de la etapa pre revolucionaria cubana. Su misión era perpetuarla y acentuarla.
Con esa visión de futuro, aquel histórico Congreso comprendió que los cambios anhelados solo podrían lograrse con una Revolución profunda que destruyera el poder neocolonial, y con él al latifundismo expoliador. Por eso el apoyo económico al Ejército Rebelde y la incorporación de muchos campesinos a las tropas guerrilleras.
Mucho antes del triunfo revolucionario, hubo poetas revolucionarios que denunciaron las penurias de nuestros campesinos y hablaron también sobre la necesidad de los cambios y la esperanza de alcanzarlos.
Jesús Orta Ruíz (El Indio Naborí) señaló en unos versos a los culpables de los males campesinos:
Cuando la zafra termina / cesan
el “tiro” y el “corte”./ ¡Cuánto champaña en el Norte!/ En mis campos, ¡cuánta
ruina! / Aquí la gota de harina,/ el parásito, el dolor; / allá, ríos de licor
/ en pipas de grifo abierto…/ ¡Ay, sombra del tiempo muerto,/ tiempo muerto y
matador!
Angelito Valiente, dejó marcada la necesidad de la libertad de la patria, como condición para el bienestar campesino:
Tu día no es este día/ de luz y
música y fiesta:/ el día de tu protesta / no ha llegado todavía./ Tu grito de
rebeldía / será la mejor tonada; / y Cuba estará empinada / en el marco de tu base,/
porque el triunfo de tu clase/
es la patria liberada.
Otro poeta y
a la vez maestro, Raúl Ferrer, cantó al combate necesario y a la cercanía de la
aurora:
Necesito
para el viaje/ por este camino real/ gente que sienta mi mal/ como escollo y
como ultraje. Gente que mire al
paisaje/ como su tierra perdida / gente
fuerte y convencida/ de que hay que tumbar la cerca/ porque la aurora se acerca/ ¡Y hay que buscar
la salida!
Estos reclamos fueron abarcados por el Congreso de Soledad de Mayarí. Hasta que la Revolución convirtió en realidad los sueños. Con la Reforma Agraria la vida del campesinado cubano cambió de forma total. Un día, leyendo a los poetas citados, y observando la transformación de nuestros campos y sus pobladores, me atreví, sin ser poeta, a escribir estos versos sobre la ley redentora:
¡Al fin las cercas de alambre/ dejaban de hacer heridas/ y
las masas preteridas/ se liberaban del
hambre! ¡Al fin el inmenso enjambre/ libaba su propia flor!/ Y el guajiro
productor/ dejó de engordar las arcas/ de parásitos jerarcas/ que chupaban su
sudor .
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