lunes, 28 de septiembre de 2020

El ciclón Flora en la zona del Cauto (I) antesala del desastre


.Orlando Guevara Núñez

 

Apenas transcurridos tres meses de la constitución del Seccional del PURSC en Cauto Embarcadero, donde fui electo como secretario general,  sucedió un hecho que no podía estar plasmado  en ningún plan de trabajo, pero pasó a ocupar el lugar cimero en el quehacer del Partido y del Estado en la zona del Cauto y en todo el país: el fatídico ciclón Flora.

Durante la madrugada del 3 de octubre de 1963, comenzaron en el Cauto los desastrosos efectos del huracán. Ese mismo día estuvimos enfrascados, todos los militantes y cuadros del Partido, en la aplicación de una medida revolucionaria que vino a calzar a la revolución agraria  iniciada  el 17 de mayo de 1959 y que cortó de raíz el sustento  material de la contrarrevolución en ese importante sector de la economía. Nos referimos a la Segunda y última Ley de Reforma Agraria.

 Las primeras luces del jueves 3 de octubre, nos sorprendieron todavía en la tarea de llegar a cada finca objeto de la intervención- las mayores de cinco caballerías - llamar al  dueño o mayoral, comunicarle la orden de nacionalización y dejar allí al interventor, junto a un soldado de nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, encargados, respectivamente, de administrar y preservar los bienes que ahora regresaban a su legítimo dueño: el pueblo.

  Y con las primeras horas de ese día llegó también la certeza de que el Flora pretendía convertirse en algo más que un simple huracán semejante a los que estábamos acostumbrados a enfrentar sólo con tranques de puertas y ventanas y algunas medidas contra el exceso de agua.

   Ya bajo los efectos de las interminables lluvias, nos mantuvimos atendiendo diversos problemas relacionados con las intervenciones de fincas. Algunos de los dueños intervenidos iban a vernos para presentar reclamaciones y tratar de convencernos sobre su vinculación con una tierra nunca trabajada por ellos;  en otros casos era para pedirnos se les dejara sacar algunos bienes que formaban parte de las propiedades de la finca. Pero hasta esas gestiones fueron interrumpidas por el ciclón.

   La discreción con la cual había sido aplicada la Ley resultó tan rigurosa que sorprendió totalmente a los afectados y no les dejó tiempo alguno para maniobrar contra ella. Los mismos encargados de aplicar esa medida, no supimos nada hasta el momento en que nos reunimos para ejecutar las intervenciones.

   Hubo algunos casos que constituyeron excepciones y, en cumplimiento de la propia Ley, planteamos rectificar y devolver la finca. Los trámites se hicieron con rapidez, cumpliendo así un principio inviolable de la Revolución: la más estricta justicia.

   Hasta ese día 3 habíamos escuchado los partes meteorológicos sobre el Flora, pero sin prestarles la mayor atención, o mejor dicho, importancia. Sin embargo, el viernes 4 de octubre por la tarde comenzó a ser preocupante la celeridad del crecimiento del Cauto, en correspondencia con los incesantes torrentes de lluvias que caían sobre la zona.

   Muchos habitantes de Cauto Embarcadero - más por curiosidad que por temor - se habían acercado a las márgenes del río y desde allí observaban su crecida que ya se vislumbraba con dotes  recordistas. Entre los presentes, escuchamos innumerables anécdotas sobre las crecidas de esta arteria fluvial que, naciendo en la Sierra Maestra, recorre más de 340 kilómetros, hasta insertarse en el vientre del Golfo de Guacanayabo.

   Algunos se disputaban el conocimiento sobre los niveles más altos alcanzados por las aguas en las diferentes crecidas, coincidiendo todos en que nada había que temer en el poblado.  Lo que nadie podía sospechar entonces, era que los cálculos sobre la magnitud posible de las aguas, resultarían esta vez fatalmente pequeños. Ese día reinaba el optimismo.

   Sin embargo, el agua continuaba subiendo. Junto a otros compañeros, bajamos por el barranco del cauce hasta tocar con las manos el borde del río; clavamos allí unas pequeñas estacas, las que tuvimos al poco rato que retirar para evitar quedaran sumergidas. Luego de unos cuantos minutos de estar realizando esta prueba, nos dimos cuenta de que la situación no era nada halagüeña  y subimos para conversar con los vecinos allí reunidos.  Por primera vez nos referimos a la posibilidad de una evacuación, idea que nadie reconoció necesaria.

   Pero las lluvias intensas continuaron cayendo implacablemente. En Cauto Embarcadero, lo vientos huracanados no se hacían sentir con mucha fuerza; pero el agua seguía ganando cada vez más terreno y poco a poco lo iba cubriendo todo.

   Ya al caer la noche, ante la impetuosa crecida del Cauto, la decisión de evacuar a los pobladores de Cauto Embarcadero era inaplazable. Aún así, la idea fue acogida como buena sólo por una minoría; los más, alegaban que era innecesario salir de allí y que no podían dejar abandonados sus bienes. Todos ratificaban la imposibilidad de que el agua subiera al poblado.

   En esos momentos no teníamos la magnitud, por la falta de comunicaciones y el desbordamiento del río, sobre lo que estaba pasando en el resto de las áreas del Seccional.

   Alrededor de las siete de la noche, logramos comunicarnos en Bayamo con la Junta Central de Ejecución le Inspección (JUCEI), órgano de gobierno,  encargada de disponer los recursos para realizar la evacuación y atender a los evacuados. Momentos antes lo habíamos hecho con la Dirección Regional del Partido, solicitando, en ambos casos, el inicio de la operación, pese a no contar con el total apoyo de los pobladores.

Comenzó así la angustiosa espera de los camiones. La inmensa mayoría de los vecinos, no obstante, se acostó a dormir, confiada en que no haría falta la salida del poblado.

 

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