Orlando
Guevara Núñez
El
asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de
Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953, marcó el inicio de una nueva etapa
–la última- en la gesta del pueblo cubano por su libertad e independencia. Y de
ese épico combate nació también un programa revolucionario que uniría a las
masas para derrotar a la tiranía y construir luego su propio destino.
El
21 de septiembre de 1953, comenzó en Santiago de Cuba el juicio calificado como
el más trascendente de la historia cubana. Fue la Causa 37 del Tribunal de
Urgencias de esta ciudad. Pero el principal acusado, el joven abogado y
revolucionario Fidel Castro, se convirtió pronto en acusador y los acusadores
en acusados.
Tales
fueron el miedo y la baja moral de los representantes de la tiranía batistiana
en ese juicio, tan aplastante la verdad contra la mentira, que Fidel fue
sustraído de las sesiones, con la farsa de que estaba enfermo, estratagema
desbaratada en el propio plenario por la también asaltante y prisionera Melba
Hernández Rodríguez del Rey, quien poseía una carta de desmentida firmada por
el propio Fidel.
De
todas formas, Fidel fue juzgado en otra sesión, celebrada el 16 de octubre de
1953, en una pequeña salita de estudio de enfermeras del Hospital Civil
Saturnino Lora, a pocos metros del majestuoso Palacio de Justicia. Con esa
arbitrariedad, se quería que las
palabras del jefe revolucionario no fueran escuchadas y se extinguieran en el
silencio.
Pero
allí, rodeado de esbirros y de soldados armados con bayonetas, se enfrentó
Fidel al Tribunal que lo juzgaba y a la petición fiscal de 26 años de presidio
por los hechos del Moncada.
“Los
revolucionarios-advirtió convertido en su propio abogado defensor- han de
proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus
intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos”.
Y
así lo hizo. Así pronunció su alegato de autodefensa, conocido más tarde como La historia me absolverá, palabras con las cuales concluyó su
valiente intervención. Así surgió el Programa del Moncada.
En
su exposición, Fidel denunció los atroces crímenes de la tiranía contra los
jóvenes asaltantes. Fustigó también los graves problemas políticos, económicos
y sociales que hundían a la nación cubana en la corrupción de los gobernantes,
la miseria, la explotación, la insalubridad, el analfabetismo, el
subdesarrollo, el abandono de los pobladores rurales y la desesperanza del
pueblo ante las maniobras politiqueras que mucho prometían y nada hacían contra
las injusticias imperantes.
Profundizó en las causas de esos graves males,
entre ellos el latifundismo que concentraba en manos de terratenientes
nacionales y extranjeros enormes extensiones de tierra sin cultivar – el 25 por
ciento de ellas en manos de geófagos norteamericanos- , mientras que más de
cien mil campesinos no eran dueños de sus tierras, sufrían desalojos, y más
de 500 000 obreros del campo sólo
trabajaban cuatro meses al año y pasaban hambre el resto, sin poseer una
pulgada de tierra donde sembrar para mantener a sus hambrientos hijos.
El
problema de la tierra, el problema de la salud, el problema de la educación, el
problema de la vivienda, el problema del empleo, el problema de la industrialización.
Sobre el dramatismo que vivía el pueblo en esos seis aspectos, mientras que los
ricos engordaban cada vez más sus arcas, hizo el joven combatiente las más
profundas reflexiones.
Pero
Fidel fue mucho más allá de la denuncia. Expuso también un programa de lucha.
Definió, en primer lugar, su concepto de pueblo: los 600 000 desempleados, los
500 000 obreros del campo y 100 000 campesinos explotados y hambrientos, los 30
000 maestros y profesores mal pagados. También los miles de profesionales que
salían de las aulas para enfrentarse a una sociedad que no les brindaba empleo.
No estuvieron nunca en esa clasificación los políticos corrompidos, los
terratenientes, los casatenientes, los grandes comerciantes, los esbirros, los
que oprimían y esquilmaban a los cubanos.
Y
fue claro en su concepción defendida para la hora de la victoria: “A este
pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas
promesas, no le íbamos a decir: te vamos a dar, sino: ¡Aquí tienes, lucha ahora
con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la independencia!”
Al
final, el Tribunal condenó a Fidel a 15 años de prisión, los que comenzó a
cumplir en el presidio de la entonces Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), de donde salió
amnistiado el 15 de mayo de 1955, como consecuencia de la presión popular.
En
esa prisión terminó el líder de la gesta moncadista de redactar su alegato
histórico, el cual, convertido ya en Programa, fue editado clandestinamente en
1954 y de igual forma circuló entre miles de manos de los revolucionarios
cubanos. El Movimiento Revolucionario 26 de Julio, fundado en 1955, con Fidel a
la cabeza, hizo suyo ese programa, aglutinó al pueblo en la lucha por él y lo
convirtió en su arma invencible hasta derrocar al tirano.
El
Programa del Moncada fue cumplido con creces desde los primeros años de la Revolución triunfante.
Y todos los sueños de ayer son realidades revolucionarias de hoy.
Este
16 de octubre del 2007, se cumplen 66 años de La historia me absolverá. En la pequeña salita de enfermeras donde
sesionó el Tribunal, no están encerradas las palabras de Fidel. Pero allí
parecen vibrar ellas todavía, cuando expresaron la grandeza y valentía de un
hombre armado de las más profundas convicciones:
“Termino
mi defensa, pero no lo haré como hacen siempre los letrados, pidiendo la
libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo
ya en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su
suerte, es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una
república donde está de presidente un criminal y un ladrón”.
Y
late también el final de la magistral autodefensa: “En cuanto a mi, sé que la
cárcel será dura como no ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin
y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano
miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa,
¡La historia me absolverá!”
La
historia no sólo absolvió a Fidel, sino que lo ha elevado al sitial más alto de
la Patria y
del corazón de millones de seres humanos en disímiles partes de este mundo que
ahora saben también que un mundo mejor es posible. Y por ese mundo luchan.
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