.Orlando
Guevara Núñez
Hace ya
más de cinco décadas y media. Pero aquel octubre de 1962 sigue vivo en la
memoria cubana como uno de los momentos más trascendentes de su historia. Bloqueo
naval, amenaza de exterminio nuclear. Redoblados intentos imperialistas por
destruir a la Revolución.
Y de
nuevo el pueblo a las trincheras. Las mujeres a suplir el puesto de los
combatientes movilizados. Los estudiantes preparándose para combatir. Otra vez
el espectáculo de cuando Playa Girón, de muchos que hasta ese momento habían
permanecido indiferentes y ahora reclamaban un puesto en la defensa de la
Patria.
La
agresión era inminente. Sabíamos el peligro de exterminio que se cernía sobre
nosotros. Pero mientras más crecían las posibilidades de un ataque a nuestro
suelo, más se agigantaba la decisión de defendernos hasta el último aliento. Y
todo ello sin perder ni siquiera la alegría que nos identifica.
Seguíamos
con atención todas las noticias. No perdíamos detalles sobre las orientaciones
de nuestro Comandante en Jefe. En ningún momento disminuyó la confianza en la
dirección de la
Revolución. Con nuestro máximo jefe compartimos la idea de
instalar aquí los cohetes de largo alcance y el desacuerdo con que los
desmantelaran.
Apoyamos
el principio de no permitir ninguna inspección enemiga sobre nuestro
territorio, de rechazar todo tipo de chantajes. Y vibramos de patriotismo el
día que un avión espía U-2 fue derribado cuando volaba sobre el indómito
Oriente. Y más profunda fue la emoción cuando Fidel, valorando la grandeza de
aquellos momentos, dijo que más que nunca se sentía orgulloso de ser hijo de
este pueblo. Nosotros, desde luego, nos sentíamos orgullosos de Fidel y
dispuestos a seguirlo hasta el final.
Una de
esas noches, me correspondió un turno de guardia con un fusil M-1. Era, hasta
entonces, el arma más efectiva que había tenido en mis manos. Y sentí la
sensación de que con él era invencible. Mucha gente que ni siquiera tenía un
arma como esa, albergaba las mismas convicciones.
La
definición de ese fenómeno, de ese sentimiento individual y de pueblo, la
encontré después en una afirmación hecha por Fidel, acerca de que nuestros
misiles morales no podrían ser desmantelados jamás.
Esos
días luminosos y tristes, como los calificara el Che, fueron decisivos para la
supervivencia de la
Revolución. Y hay un acontecimiento que aún recuerdo con
nitidez. Muchos compañeros que en medio de esa crisis cursábamos las escuelas
provinciales de Instrucción Revolucionaria en Oriente - Daiquirí, en Santiago
de Cuba y Antonio Maceo, en Cauto Cristo, perteneciente a la región bayamesa-
recibimos la misión de trabajar en la construcción del Partido Unido de la Revolución Socialista
de Cuba.
Y
centenares de obreros, en aquellos cruciales momentos, pasaron a militar en las
filas de ese Partido. Muchos compañeros habían ido a las trincheras como
milicianos y regresaron como militantes comunistas. Las ideas por las cuales el
imperio brutal norteamericano nos atacaba, se afianzaban mucho más en la
conciencia de los trabajadores, de los campesinos, de los intelectuales, de los
estudiantes, de todo el pueblo.
En
Playa Girón nos habíamos enfrentado a una Brigada mercenaria y habíamos salido
victoriosos. Durante la Crisis de Octubre, el enfrentamiento era contra el
propio gobierno de los Estados Unidos, quien sabíamos poseía los medios para
una destrucción total. Y también vencimos. En Girón vencimos con las armas y la
sangre derramada. Ahora vencíamos con la moral y las ideas.
Analizando
hoy aquella epopeya gloriosa, vale la afirmación de que preservamos la vida
porque fuimos capaces de arriesgarla. Es una lección con vigencia para todos
los tiempos.
Los
cruciales momentos de la Crisis
de Octubre, polarizaron aún más las posiciones individuales en Cuba. La
consigna de ¡Patria o Muerte! adquiría una dimensión insospechada para el
enemigo. Ellos mismos no tuvieron otra alternativa que respetarnos más a partir
de ese momento.
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