jueves, 29 de diciembre de 2016

Una protesta que conmovió a Fidel



 .Orlando Guevara Núñez

Los valores morales en los combatientes del Ejército Rebelde fueron puntales de la victoria alcanzada sobre la tiranía batistiana. Muchos ejemplos se conocen sobre su altruismo, entrega total a la causa revolucionaria y el sacrificio de miles de hombres y mujeres -la mayoría jóvenes- que dejaron atrás sus hogares, a sus seres queridos, y marcharon a las montañas o actuaron en la lucha clandestina, arriesgando cada minuto su propia vida.
No los impulsaba ningún interés material. Al contrario, dejaban a su familia sin poder aportarle recurso alguno, porque nada obtenían por esa consagración a la lucha, a no ser los riesgos, e incluso la represalia de los esbirros batistianos.
Revisando algunos textos sobre el día de la victoria de enero, encontré una anécdota narrada por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en su libro La Sierra Maestra y más allá.
Cuando los combatientes rebeldes que estaban en el central Palma, supieron la noticia de que el tirano Batista había huido del país, expresaron su júbilo con un tiroteo que duró como media hora. Explica Almeida que cuando parecía haber llegado a su término, el tiroteo comenzaba de nuevo.
La reacción del Comandante en Jefe Fidel Castro no se hizo esperar. Desperdiciar parque era un grave delito, porque de ese recurso dependía el Ejército Rebelde para continuar la lucha. Desde la preparación del asalto al Cuartel Moncada y luego en la guerra, sabía lo que costaba conseguir un arma o cada bala. Por eso no perdonaba el despilfarro y mucho menos malgastarlas.
"Que me traigan al culpable, el que empezó esa balacera. Anda, Almeida, que lo busquen para fusilarlo".
Continúa narrando Almeida que una hora después, escoltado por dos que lo sujetaban por cada brazo, trajeron al combatiente, a quien describió como "gordito, trabado, de mediana estatura, de veinte o veintitrés años de edad, de cara redonda, ojos pardos, nariz aguileña, cabello largo por los hombros y barba copiosa; la parte que se le ve del rostro está pálida".
Alguien le dice al máximo jefe rebelde que el soldado pertenece a la tropa de Almeida. Y de inmediato surge una orden tajante:
"Que lo fusilen, porque es un crimen el derroche de parque que se originó por el disparo que hizo este señor, cuando más lo necesitamos para la ofensiva final y por su culpa botan el parque así".
El propio Almeida intercede a favor del combatiente, argumentando que no se puede demostrar que sea culpable, cuando fueron cientos los que dispararon. Celia Sánchez y Guerra Matos se suman a esa opinión.
Ante el debate, afirma Almeida que el muchacho "sigue cambiando de color como el camaleón".
Pero Fidel analiza los argumentos y cambia su dictamen: “Que lo pelen al rape y le afeiten la barba”.
Y es entonces que el combatiente interviene para protestar, "con respeto, pero con firmeza": "Prefiero, Comandante, que me fusilen, porque este cabello y esta barba es lo más digno que traigo de la Sierra".
El fin de ese episodio lo resume Almeida con muy pocas palabras: "Fidel, conmovido, deja que se marche".

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