jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Se conocerán, en otro país, cambios iguales?







.Orlando Guevara Núñez

La propaganda enemiga de la Revolución cubana, cumpliendo su papel de reaccionaria y mercenaria, no cesa de mentir sobre la realidad de nuestro país. Llegan incluso a tergiversar el panorama cubano de antes de 1959, afirmando que vivíamos en un país próspero y rico, atribuyéndole el mérito nada menos que al tirano Fulgencio Batista.

De esas falsedades parten para pedir que Cuba haga cambios. Los cubanos vivimos orgullosos de vivir en un país que ha hecho los mayores cambios en nuestro continente, siempre para favorecer al pueblo, no a  explotares nacionales y extranjeros.

He aquí algunas realidades que los cubanos no debemos olvidar, para saber de dónde venimos, donde estamos,  hacia dónde vamos  y reafirmar nuestra decisión de que permanezcan en el pasado y no tengan ni presente ni futuro en nuestra Patria.

El 85 por ciento de los pequeños agricultores cubanos pagaba renta y vivía   amenazada del desalojo. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas estaba en manos extranjeras. Desde 1959, los campesinos son dueños absolutos de la tierra que trabajan, y fueron eliminados todos los latifundios. Si algún crítico de la Revolución tiene otro ejemplo igual, que lo demuestre y divulgue.

Doscientas mil familias campesinas  no tenían tierra donde sembrar y, en cambio, estaban sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca 300 000 caballerías de tierras productivas. La Revolución no solo hizo propietarios de la tierra a los campesinos, sino que ha repartido parcelas en usufructo  gratuito  a miles de hombres del campo quienes, en cooperativas o de forma individual la trabajan y son dueños absolutos de lo que producen.  Señálese ejemplo igual.

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 El 20% de los propietarios tenía menos del 1 % de las tierras. El 1 %, tenía el 46% de ese medio vital para la vida en el campo. En solo 13 latifundios norteamericanos asentados en la economía azucarera, se concentraba la impresionante cifra de 1 173 000 hectáreas, extensión  superior a la poseída por 101 278  fincas pequeñas, mientras que más de 100 000 campesinos trabajaban la tierra sin ser dueños de éstas, y sólo el 30 por ciento de quienes trabajaban el agro eran propietarios. En 894 personas  se monopolizaba  la tercera parte del área dedicada a la agricultura.
Esa estructura de propiedad cambió totalmente. Ni latifundistas, ni explotadores, ni explotados. La tierra regresó a sus legítimos dueños. ¿En cuál otro país puede señalarse cambio igual?

Unos 33 000 agricultores eran aparceros, es decir, trabajaban una parcela sin ser dueños y tenían que pagar a sus propietarios, mientras que 13 000 eran precaristas, quienes se asentaban en tierras del Estado, sin proceder legal alguno. Otros 46 000 trabajaban como arrendatarios y 6 987 como subarrendatarios. Miles de estos productores eran despojados de sus tierras y sus casas, pasando a vivir en los caminos reales, con toda su familia. Hoy, en Cuba, no existe el desalojo y todas las personas, sin excepción, son protegidas en sus derechos por el Estado Socialista.
Si alguien tiene un ejemplo sobre cambio similar en otro país, sería mi deseo conocerlo.

En nuestros campos, antes de 1959, más de 200 mil familias vivían en bohíos miserables, sólo el 9 % disfrutaba del servicio eléctrico, 96 de cada 100 familias no consumía carne habitualmente, menos del 1 % comía pescado, apenas el 2 % tenía el huevo en su alimentación y  un  89 % no contaba con un decisivo recurso dietético como lo es la leche. Ese era el país rico que teníamos, el que heredó y transformó  la Revolución.

 Datos ofrecidos por una encuesta de una organización juvenil católica, en 1957, afirman que una familia campesina cubana, como promedio, tenía un ingreso de 46 pesos al mes para los gastos de alimentación, ropa, medicinas y transporte,  contabilizado el valor de los alimentos que ella misma producía. Ese drama forma parte de un pasado que a Cuba no podrá jamás volver.

Y otra transformación importante en los campos cubanos: Asistencia médica total y gratuita. Erradicación del analfabetismo. Acceso universal a todos los niveles educacionales, de forma gratuita. La cultura, el deporte y la recreación, patrimonio de todos. Protección de la seguridad y asistencia social, garantizando que nadie quede abandonado a su suerte. Y una conquista muy preciada: el respeto a la dignidad de todas las personas, sin distinción de raza, credo, sexo y otras manifestaciones.

Cuídense quienes a esos cambios cubanos le llaman “Dictadura”, de que los pueblos preteridos, sobre todo de nuestros pueblos latinoamericanos, se aprendan ese calificativo y conozcan la realidad de este país y sus cambios. Estoy seguro de que soñarán con una “dictadura” igual, que haga los mismos cambios.

Se darían cuenta entonces de que los enemigos  le piden cambios a Cuba no en nombre del pueblo, sino de los latifundistas, de los explotadores, de los millonarios, de los asesinos. Y ese cambio es el que nunca tendrá lugar en la patria de Martí, de Fidel y de Raúl. Los cubanos seguiremos cambiando, pero para fortalecer el socialismo que estamos dispuestos a defender hasta con nuestra propia sangre.

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