.Entrevista al combatiente de la Sierra y del Llano Reynaldo
Irzula Brea. Ya fallecido, pero su testimonio sobre el día de la victoria en Santiago de Cuba merece ser recordado.
.Orlando Guevara Núñez
Los
últimos días de 1958 fueron más convulsos que de costumbre en Santiago de Cuba.
Todo estaba preparado para el combate final que tendría lugar contra una
guarnición de cerca de 5 000 soldados
batistianos, agrupados en el Cuartel Moncada.
Las
Columnas de Camilo y el Che combatían victoriosamente durante su invasión hacia
Occidente. En el Norte de Oriente, el Cuarto Frente Simón Bolívar desarrollaba importantes
acciones. El Primer, Segundo y Tercer Frentes orientales, al mando de Fidel, Raúl y
Almeida, respectivamente, luego de derrotar la ofensiva de la tiranía,
expulsaban de la Sierra
Maestra al ejército opresor, lo acorralaban en sus
madrigueras y después los rendían.
Palma
Soriano el 27 de diciembre y Maffo tres días después, eran los últimos reductos
de la dictadura doblegados por el Ejército Rebelde entre Santiago de Cuba y
Bayamo. El cerco a Santiago auguraba la cercanía del triunfo total.
En
esos días cruciales, ¿qué estaba pasando en la heroica capital oriental? ¿Cuál
fue el papel de los combatientes clandestinos? ¿Cómo recibió el pueblo la
ansiada victoria?
Transcurridos varios años del trascendente acontecimiento, converso con Reynaldo Irzula Brea, el
combatiente rebelde que había regresado a la clandestinidad para cumplir una
misión importante relacionada muy directamente con lo sucedido aquí en esos
días.
“Me
encontraba en La Plata,
junto a Fidel, quien me mandó para Santiago de Cuba, con el fin de organizar
una base de apoyo al Ejército Rebelde y poner bajo control a las fuerzas de la
tiranía. Eso fue unos cuatro meses antes del triunfo. Muchos compañeros se
habían ido para la Sierra,
pero organizamos los grupos con sus respectivos jefes, dividimos la ciudad en
zonas y cumplimos la tarea de que no se
pararan las acciones. Realizábamos el suministro de comida, armas, municiones y
medicinas a las tropas rebeldes.
“Cuando
la toma del BANFAIC, me entrevisté con Fidel allí y me mandó para Palma
Soriano, donde me entregó unas armas, que eran como 100 o 104. Antes de salir
para la entrevista, yo había dejado la gente preparada en Santiago. En la
ensenada de Nima-Nima, cercana a la Refinería, ubiqué a unos 100 hombres y otro grupo
grande quedó en la zona urbana.
“La
orden de Fidel era tomar la ciudad. Me dijo que hiciera las veces de policía.
Le pregunté qué hacía la policía y me contestó: controlar y evitar desórdenes,
robos, asaltos, abusos.
“Me
orientó que debían ser tomadas las posiciones enemigas, lo cual fue cumplido,
pues ocupamos la Estación
de Policía, los cuarteles de los masferreristas, el Vivac, el Gobierno
Provincial y el Municipal y la
Marina. Se tomó la ciudad completa, menos el Moncada. Eso
garantizaba que si era necesario combatir contra esa guarnición, no existieran
fuerzas que pudieran atacar a los rebeldes por la espalda. Las tropas de la
dictadura estaban desmoralizadas y ya lo que esperaban era que llegara alguien
para rendírsele.
“Estando
en la calle Martí-recuerda- me topé con parte de la Columna 10, del Tercer
Frente, dirigida por el Comandante René de los Santos, quien marchaba hacia el
Moncada”.
La
memoria del día del triunfo está fresca en la mente del combatiente:
“Imagínate, era el fin de una guerra en la cual tú no sabías cuándo iban a
sacarte de la casa para matarte. Nosotros con el triunfo, la ciudad totalmente
tomada, el pueblo en la calle, los gritos, el júbilo. La población estaba muy
alegre, desbordada, la gente conversaba con los rebeldes, se te tiraban encima para abrazarte.
“No
es tanto lo que hicimos nosotros como lo que hizo el pueblo. Hubo pequeños
tiroteos frente a masferreristas y otros asesinos que huían, tratando de
escapar. Y no eran solo las milicias clandestinas las que los perseguían. Era
todo el pueblo en la calle, sin dejarlos correr ni dos cuadras. Pero no hubo
desórdenes; los esbirros se cogían, se levantaba un acta y se remitían a los
Tribunales, donde se realizaban los juicios”.
Su
protagonismo en esos días es resumido por el combatiente con pocas palabras:
“Lo único que hice fue cumplir la orden de Fidel”.
Para
el final he dejado algunos datos sobre el testimoniante, los cuales reflejan la
grandeza de la Revolución,
las razones de su triunfo y sus raíces humildes que no han sido ni serán nunca
traicionadas.
Reynaldo
Irzula Brea se inició como combatiente clandestino cuatro días después del
Alzamiento del 30 de Noviembre en Santiago de Cuba, y dos días después del
desembarco del Granma. Procede de un hogar campesino, de padre carbonero.
Su
vida entera la ha dedicado a la Revolución. Cuando el Comandante en Jefe le
asignó la histórica misión aquí relatada, Reynaldo Irzula – o simplemente Rey-
tenía solo 19 años de edad, con un mal segundo grado de escolaridad que él
mismo califica de analfabetismo. El estudio vendría después. Llegó a merecer el
grado de Mayor en las filas del Ministerio del Interior.
En
su hoja de servicios a la
Patria figuran las gestas de Playa Girón, la Limpia del Escambray,
misión internacionalista en Angola y otros países.
¿Jubilado? “No. Pensionado. La Revolución lo necesita
a uno, y uno tiene que cumplir. Hay muchos peligros y lo que corresponde es
estar al día, aquí, dispuesto para lo que sea. Como en aquellos tiempos.