domingo, 3 de mayo de 2020

Los grandes crímenes son útiles, porque demuestran hasta dónde puede llegar la nobleza necesaria para perdonarlos





Orlando Guevara Núñez

Un tema muy sensible estaba tratando Martí: el de los estudiantes de medicina fusilados, siendo inocentes, por el ejército colonialista español, el 27 de noviembre de 1871. Titulo: Fermín Valdés Domínguez. La publicación fue hecha en el periódico La Lucha, el 9 de abril de 1887.
El título obedece a que hace un análisis sobre la valiente actitud de su hermano de lucha, quien cuando se hacía la exhumación de los restos del periodista Gonzalo de Castañón, allí, en el cementerio, solicitó al hijo de éste que desmintiera la calumnia de que el cadáver de su padre había sido ultrajado por los estudiantes acusados de hacerlo. Y el joven, públicamente, así lo declaró, lo cual constituyó una reivindicación de los jóvenes asesinados y una denuncia al crimen contra ellos cometido. También le permitieron el acceso a la tumba de los mártires y el rescate de éstos para rendirles tributo.
Así escribe Martí sobre aquel hecho: ¿Qué hay en nuestra historia tan bello, desde que cesamos de morir, como ese joven que se acerca, refrenando sus lágrimas, al ataúd de donde surgió la muerte de sus ocho compañeros, para pedir a un hijo conmovido que no deje ir cargadas con el crimen las cenizas nunca ofendidas de su padre? ¿Qué manos temblaron como las suyas, cuando al abrir el ataúd, abría su propia gloria? Sobre esa acción y la de bajar a la tumba de los estudiantes, diría Martí: ¡Glorioso joven! ¡Ya puede morir, puesto que no ha de prestar a su patria un servicio mayor!

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