miércoles, 15 de abril de 2020

Los días de Playa Girón: Perucho




.Orlando Guevara Núñez

El día siguiente al desembarco de Playa Girón, sería inolvidable para Perucho. Y lo fue también para el grupo de Jóvenes Rebeldes protagonistas del hecho aquí narrado. El problema de Perucho consistió en que en el primer acto del espectáculo, él fue el único en reírse. Y en el segundo, el único que no se rió.
   El país estaba en pie de guerra y el pueblo enardecido defendía, puede decirse que con fiereza, su Revolución. Unos estaban en el escenario del combate; otros, movilizados en las trincheras; decenas de miles de jóvenes, alfabetizando, mientras otros ocupaban sus puestos de trabajo. Los fusiles eran disputados por los revolucionarios.
   Recuerdo que ese día a un grupo de los jóvenes movilizados se nos asignó cuidar una de las entradas del pequeño poblado. Registrábamos los vehículos y deteníamos a algunos connotados enemigos, por lo general pertenecientes al género de los  siquitrillados. No éramos muy expertos en la tarea. O mejor dicho: no sabíamos nada sobre ella. Por eso cuando no se acercaba ningún carro, nos enseñábamos mutuamente el manejo de los fusiles, las señas que debíamos hacer a los conductores y la forma de dirigirnos hacia ellos, teniendo en cuenta de quien se tratara.
   Pero el caso que nos ocupa es el de Perucho. Antes de hacer nosotros el relevo, este personaje había pasado por el lugar, en dirección a la salida del pueblo, montado en su yipecito americano. Y cuando los muchachos le hicieron señas para que detuviera el vehículo, Perucho se desmollejó de la risa, no paró y desde el carro  arrojó un cartucho lleno de papeles rotos, los cuales se esparcieron y allí quedaron, como constancia de la burla y el desacato. Esa fue la vez que el único en reírse fue Perucho.
   Los relevados nos contaron la historia. Y allí mismo comenzamos los ensayos para el segundo acto de la función.
 Para regresar al poblado, Perucho tendría que hacerlo por el mismo lugar que había salido. Y el yipecito era inconfundible. Y todas las miradas estaban enfocadas hacia la curva por donde carro y hombre debían de aparecer.
    En realidad, la espera no fue tan larga. Y cuando Perucho venía acercándose a nuestra posición, le dimos el alto. Su primera intención fue repetir el acto de no obedecer y seguir de largo; pero el palanqueo de los fusiles pareció estar conectado directamente al pedal de los frenos, haciéndolo detener bruscamente, hasta quedar parqueado casi al lado de nosotros.
   Le preguntamos de dónde venía y registramos el vehículo. Y luego le exigimos que explicara muy bien lo del cartucho de papelitos rotos. Perucho comenzó a ponerse nervioso y no dijo nada. Y le comunicamos entonces que como él era un evidente enemigo de la Revolución, de los que esperaban recuperar sus latifundios ahora en manos del pueblo, quedaba detenido. Y le recordamos también que su alegría por la invasión era injustificada y que hacía mejor con alegrarse de que no siguieran viniendo, porque nosotros sabíamos bien por dónde empezar si la cosa apretaba. Esa fue la vez que el único en no reírse fue Perucho.
   La medida de arresto fue ejecutada de inmediato. Pero no tan inmediato su traslado hacia el poblado. Porque Perucho tuvo antes que cumplir una tarea encomendada por el grupo. Y de verdad que no le resultó fácil realizarla, porque el viento estaba ese día un poco rebelde y los papelitos por él tirados se habían dispersado tanto que necesitó recorrer varios metros para echárselos en los bolsillos, con la sugerencia de guardarlos bien, no fuera a ser que los necesitara en el calabozo si escuchaba la noticia sobre otro desembarco.
   Al recordar este pasaje, pienso que la lección es buena para los revolucionarios; pero creo que deben asimilarla también y tenerla muy en cuenta, los Peruchos de estos tiempos…
  

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