.Orlando Guevara Núñez
Es
en un ensayo sobre el filósofo y poeta norteamericano Ralph Waldo Emerson, nacido el 25 de mayo de 1803 y fallecido el 27 de
abril de 1882, donde escribe Martí este aforismo. Fue publicado en el periódico
La Opinión Nacional, de Caracas, el 19 de mayo de ese mismo año, con
sencillo título: Emerson
Se
refiere a él con admiración y respeto, reconociendo su obra y su persona. “Emerson ha muerto: y se llenan de dulces
lágrimas los ojos. No da dolor, sino
celos. No llena el pecho de angustia, sino de ternura. La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido bien, el
féretro es un carro de triunfo”.
En otras bellas palabras, sentencia que “La
muerte de un justo es una fiesta, en que la tierra toda se sienta a ver como se
abre el cielo”. Llamando a imitar a Emerson, plantea que “¡Al hombre ha de
decirse lo que es digno del hombre, y capaz de exaltarlo! Y que ¡Es tarea de
hormigas andar contando en rimas desmayadas dolorcillos propios! El dolor ha de
ser pudoroso”.
Aseguró
que este hombre ni alquiló su mente, ni su lengua, ni su conciencia, y que de
él, como de un astro, surgía luz y en él fue enteramente digno el ser humano. “Se
lee lo grande, y si se es capaz de lo grandioso, se queda en mayor
capacidad de ser grande”, escribe. Dijo de Emerson que “El culto, el destino, el poder,
la riqueza, las ilusiones, la grandeza, fueron por él, como por mano
de químico, descompuestos y analizados. Deja en pie lo bello. Echa a
tierra
lo falso. No respeta prácticas. Y es a
continuación que escribe: lo vil, aunque
esté consagrado, es vil.
Y
cierra sus sentidas palabras sobre el poeta y filósofo, nuestro Apóstol: ¡Anciano maravilloso, a tus pies dejo
todo mi haz de palmas frescas, y mi espada de plata!
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