.Orlando
Guevara Núñez
“Se ha repetido con
mucho énfasis por el gobierno que el pueblo no secundó el movimiento. Nunca
había oído una afirmación tan ingenua y, al propio tiempo, tan llena de mala
fe (…) Santiago de Cuba creyó que era
una lucha entre soldados y no tuvo conocimiento de lo que ocurría hasta muchas
horas después. ¿Quién duda del valor, el civismo y el coraje sin límites del
rebelde y patriótico pueblo de Santiago de Cuba?”
Fidel Castro,
La historia me absolverá
Una
de las patrañas más inverosímiles de la dictadura batistiana a raíz del asalto
al Cuartel Moncada, fue tratar de hacer creer a la opinión pública que esa
acción había pasado inadvertida para el pueblo. Era parte de su empeño para
callar verdades y tergiversarlas.
En
Santiago de Cuba, como en el resto del país, hacían estrago las trágicas
condiciones económicas, sociales y políticas que situaban al país entre los más
pobres, los más encadenados a los intereses imperialistas y donde la
politiquería, los engaños de los gobiernos de turno y la desesperanza,
golpeaban a las masas.
Pero
la rebeldía no había muerto y sólo necesitaba ser encauzada. No sospechaban los
santiagueros, ni los orientales, ni el pueblo de Cuba, que los disparos del
amanecer de la Santa Ana
iniciarían el cambio que se necesitaba. Nada conocían sobre la acción de la Generación del
Centenario de José Martí.
Para
la capital del Oriente indómito, esa madrugada transcurría como las demás. Parte del pueblo disfrutaba del carnaval,
disfrazaba su miseria entre bailes, comparsas, congas, bebidas y una alegría
que haría mayor la pobreza una vez terminadas las fiestas.
Las
calles santiagueras estaban llenas de hombres, mujeres y niños para quienes la
diversión era una caricatura grotesca. Harapientos, descalzos, ofertaban
chucherías que a veces regresaban intactas al hogar. Pregonaban periódicos,
limpieza de zapatos y de autos, pedían limosnas, buscaban donde ganar el
sustento del cual carecían. Por otro lado, estaban el goce y la indiferencia de
los ricos.
Así
se malvivía. Era ése el mismo pueblo que no tenía acceso a los hospitales, sino
a costa de entregar a un político corrupto sus cédulas electorales. El pueblo
de más de un 26 por ciento de analfabetos, de niños sin escuelas
y maestros sin un aula donde ejercer su noble profesión.
La
ciudad estaba minada por prostíbulos, garitos, banqueros y garroteros. Gente
sin trabajo ni esperanzas de encontrarlo. Vidrieras llenas de zapatos,
observadas por niños descalzos, y comercios abarrotados de mercancías ante
personas hambrientas y necesitadas, pero con los bolsillos vacíos. Productores
del campo venían a la ciudad a vender sus productos a precios irrisorios, pero
muchos no podían comprarlos aunque el hambre les estuviese quemando las
entrañas. Hacia esos males se dirigieron los disparos de los asaltantes al
Cuartel Moncada. Pero la población no lo sabía.
Un
testimonio sobre esa verdad lo ofreció un joven revolucionario santiaguero,
Frank País García, dos días después del 26 de julio de 1953: “A eso de las 5 y
media de la mañana me despertó un intenso tiroteo en el cuartel. Pensamos que
eran salvas del carnaval, pero al ver que continuaba, pensé que se trataría de
broncas entre soldados y al seguir el tiroteo pensé que se trataba de un golpe
militar”. Y así pensó también la
población.
Por
eso, en un inicio el pueblo respondió con indiferencia, transformada luego en
preocupación y acción cuando comenzaron a conocerse los acontecimientos. El
propio Frank cayó preso el 14 de agosto de ese año, acusado de publicar un
manifiesto clandestino en el cual denunció los asesinatos contra los
moncadistas. Y fue juzgado por un Tribunal antes de iniciarse el juicio a los
asaltantes.
Muchos
jóvenes combatientes fueron salvados por
familias santiagueras que no los conocían, pero ya se identificaban-apenas
transcurridas unas horas- con su causa.
Varios fueron escondidos y salvados en las
casas que abrían sus puertas y ventanas, como narra la poesía de Guillén.
Cinco
combatientes prisioneros y heridos fueron salvados por la actitud de médicos y
militares honorables que se arriesgaron para evitar los asesinatos.
Cuando
Fidel ordenó la retirada y se internó en la cordillera de La Gran Piedra para
continuar la lucha armada, recibió la generosa
y solidaria ayuda de muchos campesinos de la zona.
En
medio del fragor del combate, las enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora-
tomado por el grupo que dirigía el segundo jefe del asalto, Abel Santamaría
Cuadrado- protegieron a los asaltantes, les buscaron ropas y los hicieron pasar
como enfermos ingresados. Pese a esa ayuda, solo Melba Hernández y Haydée
Santamaría sobrevivieron, junto a un joven, Ramón Pez Ferro, a quien un anciano
veterano de nuestra independencia, lo salvó diciendo que era un nieto
acompañante suyo.
Muchas
instituciones profesionales cívicas se movilizaron para evitar que continuaran
los bárbaros asesinatos. Ya en la cárcel de Boniato –según testimonio de Melba-
los moncadistas presos sintieron la solidaridad de los revolucionarios
santiagueros, como la de Gloria Cuadras de la Cruz, quien les informaba sobre el rescate y
custodia de los cadáveres de los compañeros caídos.
La
tiranía sintió esa reacción popular y trató de evitarla. Para eso tenían que
alejar al pueblo de la verdad que se abría paso con los ¡Sí, participé! de los
jóvenes revolucionarios, sus valientes denuncias y las ideas patrióticas que
como certeros proyectiles destruían las mendaces maniobras del régimen
tiránico.
Por
eso tenían que sustraer a Fidel del juicio, pretendiendo hacerlo aparecer como
enfermo. Al final, el proceso fue desarrollado en una pequeña sala de
enfermeras del Hospital Civil, a pocos metros del Palacio de Justicia. Ya le
temían, más que a sus armas, a sus ideas y razones.
La
llama encendida en el Moncada no se apagaría jamás. La rebeldía penetró más
profundo en las venas del pueblo santiaguero y echó raíces que se afianzaron el
30 de noviembre de 1956, cuando la capital oriental se vistió por primera vez
de verde olivo y se convirtió- al decir de la heroína Vilma Espín- en una
ciudad sin cerrojos.
No
se había equivocado Fidel: ¨Si el Moncada hubiera caído en nuestras manos,
hasta las mujeres de Santiago de Cuba habrían empuñado las armas. Y así hubiese
sucedido en todo el país, como aconteció durante la guerra revolucionaria que
descabezó a la brutal tiranía.
Hoy el Moncada continúa irradiando luz de
Revolución. Las ideas fraguadas por un grupo son ahora de todo un pueblo. El
programa expuesto por Fidel durante el juicio, fue tempranamente cumplido. El
¡Libertad o Muerte! es ¡Patria o Muerte!, es ¡Venceremos!, es ¡Socialismo o
Muerte!
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