.Orlando Guevara Núñez
Fueron
muchas – y muy valiosas- las acciones de solidaridad del pueblo santiaguero con
los moncadistas luego del asalto del 26 de julio de 1953. Y ese sentimiento
hermoso no fue una excepción durante la permanencia de ellos en la Cárcel de
Boniato.
En
su libro sobre el juicio del Moncada, de Marta Rojas, se citan varios ejemplos de cómo esa
solidaridad llegó a los combatientes desde la población y también desde el
interior del presidio, expresada por muchos reclusos por causas comunes,
quienes “se convertían en colaboradores
y protectores de los combatientes dentro de la prisión. Ellos, espontáneamente,
se ocupaban de vigilar a los esbirros y advertir a los moncadistas de los
peligros que les acechaban”.
Se
explica cómo algunos presos comunes que trabajaban en oficinas y otras
dependencias del penal, escucharon de boca de los soldados y clases de allí que
Batista había dado la orden a Chaviano sustraer a Fidel del proceso del juicio
y, para eso, eliminarlo físicamente si era preciso.
Los
argumentos eran que los pronunciamientos del máximo jefe del asalto en el
juicio “estaban ablandando a los soldados”. Y se decía que el propio Chaviano
le había afirmado al dictador que “feroces custodios del primer día del juicio,
al segundo día empezaron como hombres
con complejo de culpa, titubeantes y temerosos de la justicia que Fidel les
presagiaba”.
El
intento de Chaviano de cumplir la orden
de Batista, fue frustrado por la sagacidad de Fidel, quien haría una
contundente denuncia de esa maniobra, en carta dirigida al Tribunal. Los presos
comunes habían transmitido de forma oportuna el peligro.
En
un párrafo de la citada misiva al Tribunal, desmintiendo que él no podía
comparecer al juicio por estar enfermo, apuntaría Fidel:
Tercero:-
Que he podido conocer con toda certeza que se trama mi eliminación física, bajo
el pretexto de fuga, envenenamiento o cualquier cosa parecida y que a tal
efecto se han estado elaborando una serie de planes y coartadas que faciliten
la consumación de los hechos (…).
Esa
farsa que debía conducir al asesinato de Fidel, fue frustrada por la
solidaridad. Se explica en el texto citado cómo desde el exterior del presidio
la población hacía llegar a los moncadistas alimentos y medicinas, adquiridos
también a través de los presos comunes, para evitar consumir los del penal. Se
sabía bien que Chaviano había dado órdenes precisas de envenenar al jefe revolucionario. Y llegó a ser separado de su cargo un
supervisor militar de la cárcel, quien
se negó a cumplir la orden de eliminar a
Fidel.
El
propio envío de la carta de Fidel al Tribunal, que tuvo como portadora a la combatiente Melba Hernández, fue posible
por la colaboración de otros revolucionarios y algunos presos comunes. Preservar
la vida de Fidel se convirtió en un objetivo de muchos.
Así
se forjó otro episodio que es parte indisoluble de la gesta del 26 de julio de
1953. Los barrotes de la tiranía no pudieron impedir que la solidaridad del
pueblo llegara hasta Fidel y el resto de los moncadistas. Y aún entre los
mismos barrotes, la solidaridad con los revolucionarios se impuso.
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