Orlando Guevara Núñez
En un extenso artículo de José Martí, titulado El cisma de los católicos en Nueva York, está contenida esta afirmación, ampliamente argumentada.
Se trata de un conflicto entre la Iglesia, como institución, y los creyentes. Los choques, señala Martí, son reveladores de las entrañas de las cosas. La contradicción está entre la iglesia ligada al poder, con riquezas, que oprime. Y los católicos sinceros que sufren la opresión.
Afirma que, como siempre, son los humildes los más perjudicados, los descalzos, los desamparados, los pescadores; y son los que se juntan frente a la iniquidad, hombro a hombro y echan a volar, con sus alas de plata encendida, el Evangelio. ¡La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen!, dice.
Analiza el carácter de la religión “falsa siempre como dogma a la luz de un alto juicio” aunque “eternamente verdadera como poesía”. Pero más que en el aspecto filosófico, se centra en la función de la Iglesia en esos momentos en Nueva York, y las contradicciones que la estremecen.
Aborda el caso del cura McGlynn – sobre él escribiría varios trabajos- el nombrado “cura de los pobres”, el que durante veintidós años “ha repartido entre los infelices su herencia y su sueldo, el que no les ha seducido sus mujeres, ni iniciado en torpezas a sus hijas” y les ha alzado en su barrio pobre una iglesia con los brazos siempre abiertos, el que no utilizó nunca la fe para intimidar el alma, ni oscurecer los pensamientos (…)
Y el caso es que este sacerdote fue echado de su casa y de su templo por el Arzobispo y llamado por el Papa a Roma. En otros escritos de Martí, se sabe que fue excomulgado. Su posición alarmó a los ricos que utilizaban la iglesia para oponerse a la justicia de los pobres.
Denuncia los insanos intereses de la Iglesia, unida a los poderosos y políticos que de ella se valen para mantener su poder. Fustiga el hecho de que un Arzobispo deponga a un sacerdote por haber apoyado la política de las clases llanas, pero al mismo tiempo emite una circular a sus párrocos para que apoyen la política de los logreros y rufianes. Solo McGlynn se opuso.
Plantea Martí una interrogante, ¿Y de qué parte estará la santidad, de los que se ligan con los poderosos para sofocar el derecho de los infelices, o de los que, desafiando la ira de los poderosos, y estando sobre todos ellos en inteligencia y virtud, dan con el pie a la púrpura y van a sentarse entre los que padecen?
Juzga la situación con bellas palabras: “A las poesías del alma nadie podrá cortar las alas, y siempre habrá ese magnífico desasosiego, y esa mirada ansiosa hacia las nubes. Pero lo que quiera permanecer ha de conciliarse con el espíritu de libertad, o de darse por muerto. Cuanto abata o reduzca al hombre, será abatido”.
Como epílogo de su artículo, nuestro Martí, dirigiéndose a Jesús, le pregunta dónde hubiera estado en esta lucha, si apoyando al ladrón rico o al cura McGlynn.
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