Orlando Guevara Núñez
En uno de sus varios discursos ante cubanos emigrados, esta vez en Hardman Hall, en Nueva York, el 31 de enero de 1893, pronunció Martí estas palabras. Se refiriere a quienes aman o no a la patria, a su libertad.
Abordó el tema sobre las elecciones que en Cuba proyectaba el poder colonial español, con el fin de contrarrestar la revolución que se veía venir. Y censuraba a quienes se sumaban a aquella farsa y propalaban el miedo a esa revolución, única vía para la independencia del país.
Fustigó al autonomismo “que ha dejado ya probada su ineficacia” y reafirma la posición del Partido Revolucionario Cubano sobre la necesidad y posibilidad de la guerra bien preparada, con los cubanos sinceros dispuestos a hacerla. Pero no desecha a los cubanos que aún no comparten esas convicciones. Les sigue llamando hermanos. Y califica el temor a la muerte solo porque sería la causa de cesar en el servicio al país.
El párrafo final de su discurso, sintetiza un principio: (…) “El Partido Revolucionario Cubano, constituido para ordenar las fuerzas abandonadas de la revolución inevitable y conveniente, que enfrenando la indignación que pudiera alzar en él la sumisión excesiva e inútil de sus compatriotas o la conformidad inactiva con la tiranía que se censura, cumple, y continuará cumpliendo, con su deber de preparar la guerra en un país que va a ella por todas las vías, y que un partido impotente para contenerla abandona a su capricho y sus furias”
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