Orlando Guevara Núñez
A
quien quisiese conocer el criterio martiano sobre los ricos y los pobres, la desigualdad social, y del lado de quien se
puso, le convendría leer el artículo por él escrito, titulado La religión en los Estados Unidos, publicado
en el periódico La Nación, de Buenos
Aires, el 17 de mayo de 1888.
Escribe
con agudeza. Con juicios acusatorios sobre la sociedad en los Estados
Unidos. “Se ve ahora de cerca lo que La Nación ha visto, desde hace años, que
la república popular se va trocando en una república de clases; que los
privilegiados, fuertes con su caudal,
desafían, exasperan, estrujan, echan de la plaza libre de la vida a los
que vienen a ella sin más fueros que los
brazos y la mente; que los ricos se ponen de un lado, y los pobres de otro; que
los ricos se coligan, y los pobres también: que la inmigración, no bien
destilada ni contenida, aporta más de sus vicios europeos que lo que adquiere
de las virtudes americanas”.
Y
prosigue: “Que el lujo, el lujo descompuesto y casi bestial, obliga la mente a
tales agudezas y el honor de ambos sexos a tales sacrificios, que la virtud va por
todas partes quedándose atrás, como poco remunerativa; que la libertad más
amplia, la prensa más libre, el comercio más próspero, la naturaleza más
variada y fértil, no bastan a salvar las repúblicas que no cultivan el
sentimiento, ni hallan condición más estimable que la riqueza, ni asimilan el
carácter nacional las masas indiferentes u hostiles que las unen”.
Queda
claro el concepto martiano sobre la verdadera riqueza. “Se ve que no bastan las
instituciones pomposas, los sistemas refinados, las estadísticas deslumbrantes,
las leyes benévolas, las escuelas vastas, la parafernalia exterior, para
contrastar el empuje de una nación que pasa con desdén por junto a ellas,
arrebatada por un concepto premioso y egoísta de la vida”
Y
continúa su análisis: “Se ve que ese defecto público que en México comienza a
llamarse “dinerismo”, el afán desmedido por las riquezas materiales, el
desprecio de quien no las posee, el culto indigno a los que la logran, sea a costa de la honra, sea con el
crimen, ¡brutaliza y corrompe a las repúblicas!
Agrega
otro concepto radical. Que “debiera negarse consideración social, y mirarse
como enemigos solapados del país, a los que practican o favorecen el culto a la
riqueza, pues así como es gloria acumularla con un trabajo franco y brioso, así
es prueba de incapacidad y desvergüenza, y delito merecedor de pena escrita, el
fomentarla por métodos violentos o escondidos, que deshonran al que los emplea,
y corrompen la nación en que se practican”. Es a renglón seguido que considera
que debieran los ricos, como los
caballos de raza, tener, donde todo el mundo pudiera verlo, el abolengo de su
fortuna”.
En
su consideración sobre el papel de la religión, en ese caso, afirma que “puede
decirse a boca llena que el clero oficial, que muestra hoy en servir a los
ricos la rivalidad que mostró antes de
la interpretación de la Escritura, es quien menos ayuda a esta obra de
reconstruir el alma nacional caída”. Por el contrario, mantiene que “es el
clero improvisado el que remueve más ideas, ve más de cerca la desdicha, y
exhorta con más elocuencia a la caridad para con el hombre y la fe en Dios”.
Otras
importantes consideraciones son expuestas por Martí en este escrito sobre las
manifestaciones religiosas y las religiones, relacionándolas con la realidad
social.
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