.Orlando Guevara Núñez
La
barrera del idioma es casi siempre un hecho angustioso. Muchas anécdotas hemos
escuchado sobe ese particular. Y allá, en Angola, en esa hermosa y a la vez
sufrida tierra africana, sentimos muy de cerca el efecto de esa barrera.
No
se trataba, en esencia, de la comunicación entre las personas, pues entre
tantos cubanos, no era problema alguno
estar hablando todo el tiempo. Tampoco el principal era la comunicación directa con los
angolanos, pues, aunque pasando algún trabajo, nos entendíamos. A veces la cosa
se complicaba porque nosotros tratando de hablar como ellos y ellos como
nosotros, formábamos algo así como un tercer idioma, al cual algunos dieron por
llamar portuñol, es decir, una
mezcla del portugués y el español. Al final siempre nos entendíamos.
Pero
puede afirmarse que uno de los aspectos en los cuales la barrera idiomática se
hacía sentir con mayor fuerza, era al momento de leer- o tratar de leer- un
periódico, un libro o al momento de escuchar la radio. Acostumbrados en Cuba al
contacto diario y directo con esos medios, allá sufríamos al no poder servirnos
de ellos.
En
uno de nuestros albergues había un radio –bastante antiguo por cierto- que
permanecía prácticamente de adorno, pues nadie lo utilizaba. Y cuando alguien
lo sintonizaba, pronto lo desconectaba decepcionado, al no entender el idioma.
Pese
a los continuos fracasos, siempre alguien repetía el intento, aunque lo creyera
infructífero. Hasta que una noche, a más de mil kilómetros al sur de Luanda, la
capital, un grupo de compañeros nos disputábamos la suerte de sintonizar algo
en español. Durante mucho rato no apareció nada. Un mayor interés surgió cuando
apareció un locutor que parecía estar leyendo un comentario periodístico.
Algo
familiar notamos en el acento de la voz, aunque no entendíamos lo que decía. Lo
cierto fue que seguimos algunos minutos sin cambiar el dial y al terminar la
alocución escuchamos un tema musical inconfundible y unas palabras en español
que rompieron todas las barreras del idioma que hasta ese momento no había podido trascender el dichoso
aparato: ¡Esta es Radio Habana Cuba!....
La
alegría fue tremenda. A los pocos minutos, la aglomeración era tanta, que se
hacía difícil el acceso al viejo receptor que pocas horas atrás todos mirábamos
con indiferencia. Hacía ya más de tres meses que no escuchábamos un programa en
español por la radio.
Esa
noche, entre varias cosas, Radio Habana Cuba habló sobre la Ciudad Escolar 26
de Julio, en Santiago de Cuba (antiguo Cuartel Moncada) y sobre una delegación
del hermano pueblo soviético que se encontraba de visita en ésta.
Posteriormente, ofreció tres números musicales a cargo de la Orquesta Aragón, y
finalizó su transmisión en español, no sin antes dar a conocer el horario en
nuestro idioma para esa área. En los días sucesivos volvimos a sintonizar esos
programas. Y cada uno de esos momentos equivalía a un encuentro con nuestra
Patria lejana.
De esa forma, el viejo radio adquirió un nuevo
valor- hasta lo limpiábamos del polvo- y se convirtió en algo querido y
apreciado por todos, mucho más cuando dejaba de hablar cosas extrañas y hacía
palpitar nuestros corazones con la identificación que tendía un puente entre
nosotros y nuestro pueblo: ¡Esta es Radio Habana Cuba!.
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