miércoles, 28 de junio de 2017

Trump inclina su frente ante un símbolo: la traición, el robo,el terrorismo y la derrota




.Orlando Guevara Núñez
 Los cubanos – y es así en muchas partes del mundo- acostumbramos a bautizar instituciones culturales, científicas, deportivas o de disímiles funciones, con el nombre de personas cuyo recuerdo, por la obra de su vida, merecen perdurar en el recuerdo del pueblo. En nuestro caso, por ejemplo, el nombre de Alicia Alonso fue asignado a un teatro en la capital cubana. Alicia es símbolo de la cultura cubana y del mundo. La sola mención de su nombre es sinónimo de arte, de cultura, de ética, de profesionalidad, de humanismo, de lealtad. La dignidad de la nación cubana se sintetiza en las seis letras de su nombre.
El presidente de los Estados Unidos, como carpa para montar su show contra Cuba en Miami, escogió un teatro nombrado Manuel Artime. Y es que ese nombre sintetiza  valores que para Donald Trump y la jauría allí reunida, son ingredientes de sus patrones morales: la traición, el robo, el terrorismo y la derrota.
Manuel Artime Buesa, se sumó al Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, a menos de 72 horas antes del triunfo revolucionario del  1ro. de enero de 1959. Y durante su permanencia como militar, llegó a obtener los grados de teniente. Pero pronto su verdadera vocación se impuso y lo condujo a la traición.
Siendo funcionario del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) en una zona oriental de desarrollo, luego de intentos frustrados de conspiración, desertó y marchó hacia los Estados Unidos.
Pero en esa ocasión, a la cualidad de traidor, unió otra: la de ladrón, al llevarse unos 100 000 pesos propiedad de la institución en la que trabajaba. No obstante, en el país de la “democracia y de los derechos humanos” fue acogido como héroe. Recibido, protegido y aupado para conquistar el tercer peldaño que identifica su vida: el de terrorista.
Fundador de la organización terrorista Movimiento de Recuperación Revolucionaria, con la función de unir fuerzas para derrotar a la Revolución cubana. De ahí, todo quedaba preparado para el siguiente acto “heroico” de Manuel Artime: su integración a la invasión mercenaria de Playa Girón. Y no como soldado simple, sino como “líder civil” de la Brigada 2506, donde esbirros, asesinos, explotadores, latifundistas y otras lacras del pasado erradicado en Cuba, venían a recuperar sus privilegios.
Esa invasión le propició a Artime la otra cualidad por la cual recibe hoy el homenaje hasta del propio presidente de los Estados Unidos, la de la cobardía y la derrota.
La historia de Playa Girón es bastante conocida. Los agresores no duraron ni siquiera 72 horas. No aguantaron ni el tiempo mínimo planificado para autoproclamarse como gobierno que pediría ayuda al amo yanqui y éste prestaría mediante una intervención militar que pusiera fin al gobierno revolucionario cubano.
Estuvo Artime entre quienes, al enfrentarse al fuego de los combatientes cubanos y ver su vida en peligro, a su “patriotismo” impuso el interés de salvar el pellejo, buscando refugio fuera del alcance de las balas, y levantando las manos ante los milicianos, en señal de una rendición incondicional.
Luego, el “acto heroico” de la derrota total, la breve prisión y, por último el ser canjeado por compotas para los niños cubanos.
Pero ahí no paró la historia. Renacida su vocación de mercenario, ante la promesa de otra invasión, esta vez más confiable, marchó a Nicaragua, para su entrenamiento. Y cuando el gobierno yanqui no estuvo dispuesto a enfrentar similar aventura y similar derrota, volvió a su madriguera, a hacer cuanto pudiera para derrocar la Revolución. Hasta su fallecimiento, en 1977.
El nombre de Manuel Artime Buesa, es hoy glorificado en Miami. El teatro que allí evoca su figura, fue el refugio, junto al presidente Trump, de personas que asumen los valores que caracterizaron a tan “ilustre” personaje: la traición, el robo, el terrorismo, la cobardía y la derrota.
¿Conocerá el pueblo norteamericano la verdadera historia de éste,  otro de los “héroes cubanos” de Trump?

lunes, 26 de junio de 2017

Los hombres como Guillermón no se lloran, se imitan



    
Orlando Guevara Núñez

Guillermo Moncada Veranes   (Guillermón) nació el 25 de junio de 1840 en Santiago de Cuba, en la actual barriada de Los Hoyos. Hijo de una familia negra extremadamente humilde. Su madre, Dominga Trinidad Moncada, y su padre, Narciso Veranes, vivían en la pobreza, pero con una riqueza moral que heredó el joven y determinó su formación desde la niñez. Su bondad y valentía fueron dos rasgos inherentes a su carácter.
El estallar la guerra independentista del 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, este patriota estuvo entre los primeros en incorporarse a las fuerzas insurrectas, junto a otros representantes de la juventud santiaguera. Su bravura lo distinguió desde temprano en los combates, en varios de los cuales resultó herido, estando bajo el mando de los más prestigiosos jefes mambises. Así ganó su aval para ascender al grado de general del Ejército Libertador Cubano. Más de 50 enfrentamientos con el enemigo los realizó como combatiente de las tropas del  General Antonio Maceo.
Ágil y audaz en el manejo del machete, Guillermón protagonizó con esa arma hechos que hoy lo destacan como bravo entre los bravos. Uno de éstos fue el duelo personal a muerte en el que venció a un teniente coronel español, esgrimista, en su propio refugio.
Cuando el Generalísimo Máximo Gómez lo designa para sustituir en el mando al coronel Policarpo Pineda (herido en combate) le encomienda también cumplir la misión de poner fin a los vandalismos cometidos por las escuadras de Santa Catalina del Guaso, bajo la jefatura de Miguel Pérez Céspedes, quien se jactaba de desear un duelo a machete con Moncada.
Recoge la historia que un día, en un camino, en un papel doblado, encontró Guillermón la siguiente nota: “A Guillermo Moncada, donde se encuentre. Mambí: no está lejos el día en que pueda sobre el campo de la lucha bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la bandera cubana”. Y la firmaba Miguel Pérez.
Al dorso del propio papel escribió Guillermón: "Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada, pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, el mismo mal es bien”. Firmó el papel y lo dejó en el mismo lugar. Poco después llegaría el día del enfrentamiento. El machete de Guillermón se impuso en largo y sangriento duelo, y el vencedor envió a Máximo Gómez, como testimonio,  las insignias usadas por el traidor.
Luego de la paz sin independencia del 10 de febrero de 1878 en El Zanjón, Guillermón se encuentra entre los oficiales que, junto a Antonio Maceo, protagonizan la viril Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de ese mismo año. La nombrada Guerra Chiquita lo suma otra vez a la manigua, y después del fracaso de ésta, tras un engañoso proceder de las autoridades coloniales, es enviado a prisión, primero en Cuba y luego en las Islas Baleares, jurisdicción  española.
Cumplidos seis años de prisión, regresa el jefe mambí a la Patria, en 1887. Las duras condiciones de la cárcel no habían quebrantado su moral, pero sí su salud, pese a lo cual continuó sus actividades conspirativas. En 1893 fue detenido nuevamente, hasta la mitad del año siguiente.
Los clarines de la guerra revolucionaria llamaron de nuevo a los patriotas a la guerra, el 24 de febrero de 1895. Alzamientos internos y expediciones desde el exterior, formarían parte del plan de José Martí para la nueva contienda. Y el gigante de estatura y de gloria, aún sabiendo cercana su muerte, con los pulmones destrozados por la tuberculosis, va de nuevo  a los campos de batalla, nombrado jefe militar de Oriente. Se estableció en Loma de la Lombriz, en el Término de Alto Songo.
Pese a su gravedad estuvo al frente del ataque a Dos Caminos y poco después en Charco Grillo, Mayarí Arriba, tendría su último combate. Cuatro días más tarde que el desembarco de Antonio Maceo por Duaba, y seis antes de la llegada de Martí y Gómez por Playita de Cajobabo, Cuba perdía a uno de sus más gloriosos generales mambises. 
El 5 de abril de 1895, en Mucaral, Mayarí Arriba, dejó de existir uno de los héroes más brillantes de las gestas cubanas contra el colonialismo español: Guillermo Moncada Veranes. La historia lo recuerda como Guillermón. Por su estatura, así  lo llamaron  sus compañeros en la manigua cubana.
Los restos venerados de Guillermón reposan en el cementerio  de Santa Ifigenia, en  la Ciudad Héroe de la República de Cuba, la que lo vio nacer y vivir como patriota. 
El luto entre las filas insurrectas fue profundo. Y cuentan que al conocerse la noticia, ante la consternación de los combatientes, su ayudante, el capitán Rafael Portuondo Tamayo, en cuyos brazos falleció el héroe, pronunció palabras con vigencia para todos los tiempos: “Los hombres como el General Moncada no se lloran, se imitan”. 

sábado, 24 de junio de 2017

La otra guerra y el otro “Monguín”




.Orlando Guevara Núñez
La otra guerra,  serial sobre la lucha contra las bandas mercenarias organizadas, armadas y financiadas por la Agencia Central de Inteligencia y el gobierno de los Estados Unidos con el fin de derrotar a la Revolución cubana, nos hizo revivir recuerdos de aquellos épicos días.
Entre esos recuerdos hay uno especial, la caída en combate de “Monguín”, uno de los milicianos que con su sangre firmaron nuestra victoria sobre los mercenarios.
Lo simbólico está en el nombre. Porque otro “Monguín” cayó después, el 17 de abril de 1970,  en otra guerra  más: la lucha contra la infiltración de grupos armados, organizados, entrenados y dirigidos por  el mismo enemigo.
El otro “Monguín”  Ramón Guevara Montano, era mi primo. Los dos éramos campesinos. Juntos fundamos la Asociación de Jóvenes Rebeldes en la zona donde  vivíamos. El  como presidente y yo como organizador. En fecha temprana fue llamado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias donde se especializó en el trabajo político.
Se desempeñaba como Político de la División de las FAR en Baracoa. Aquel  infausto 17 de abril, justamente  nueve años después de la invasión mercenaria de Playa Girón, al conocer de una infiltración enemiga, se dirigió hacia el campo de operaciones y allí perdió la vida, enfrentando a los mercenarios.
Lo recuerdo aún organizando el estudio político de algunos jóvenes rebeldes, ensayando discursos que después no decía - porque no tenía dónde- o averiguando el significado de palabras para nosotros entonces incomprensibles. Y también componiendo frases bonitas para adornar las cartas de amor. Al morir, tenía 28 años de edad.
La última vez que nos vimos fue la víspera de su caída. Conversamos hasta pasada la media noche.
Me habló sobre sus intenciones de casarse con Julieta, una muchacha de nacionalidad mexicana que con su hermano vino a Cuba  en la etapa de la guerra y  se incorporó al Ejército Rebelde. Ella residía en Santiago de Cuba. Quedé invitado para una boda que no llegó a celebrarse.
El “Monguín” del serial, dejó a su novia en estado de gestación y no llegó a conocer al hijo. El otro “Monguín”  dejó a su novia en tal desconsuelo que no se casó nunca. Y  murió sin tener los hijos deseados.  Andrés y María Luisa, sus progenitores, nunca sintieron sosiego después de la pérdida del hijo.
El resto de los caídos durante las operaciones de aniquilamiento de la banda mercenaria, eran milicianos de Baracoa, quienes con prontitud se habían presentado a sus unidades al conocer sobre la infiltración.
José A. Sánchez Marzo, contaba con solo 24 años de edad. De extracción campesina, dejó una hija de 11 meses de nacida, y a su esposa esperando otro alumbramiento. Ovidio Hernández Matos, también de 24 años, campesino devenido carpintero. Con su muerte, dos niños quedaron huérfanos. Evodino Marzo Marzo era padre de cuatro niños, campesino y barbero. El enemigo tronchó su vida cuando había vivido solo 33 años.
Esos crímenes van también a cuenta de los asesinos, mercenarios y traidores que tanto luto, dolor y muerte  le han causado a nuestro pueblo. Esos son los recuerdos que nuestros enemigos quieren que borremos. Para ellos, ese dolor no existe. Por el contrario, glorifican a los asesinos y defienden a quienes con su vida pagaron el crimen.
Los restos de todos ellos fueron velados en el pequeño poblado de La Máquina, cercano a la zona de operaciones. Una orden firmada por Raúl Castro lo ascendió al grado de Primer Teniente. El duelo fue despedido por Fidel.
Durante la velada solemne para rendirles postrer tributo, el Comandante en Jefe Fidel Castro realizó ante sus cuerpos inertes una guardia de honor, y en el entierro expresó:

“En breves minutos se les dará sepultura a esos compañeros. Han caído en el cumplimiento del deber. Las balas pueden tronchar vidas, las balas enemigas y traicioneras pueden atravesar el pecho, pueden atravesar la frente, pueden atravesar la carne, pueden atravesar los huesos, pueden atravesar el corazón, pueden atravesar a un hombre, pero lo que no podrán jamás esas balas criminales será inmolar las ideas, tronchar la causa, atravesar la bandera y la justicia que esos hombres defendieron con su cuerpo. Los hombres podemos caer, pero las ideas que defendemos no caerán jamás”.
El día 26 de aquel abril  de 1970 fueron capturados los dos últimos mercenarios invasores. Una nueva agresión imperialista contra nuestro pueblo había sido derrotada. En el parte firmado por el entonces  comandante y jefe del Ejército Oriental, Raúl Menéndez Tomassevich,  al frente de las operaciones, se incluía entre los caídos a otro miliciano: Arquímedes Borges Bolaño.
Esa es otra de las tantas epopeyas forjadoras de nuestra historia, de nuestras glorias y de nuestras victorias.

viernes, 23 de junio de 2017

Josué, Floro y Salvador: nuestros fiscales supremos



.Orlando Guevara Núñez

                           

En junio de 1957, la rebeldía del pueblo santiaguero y de todo el territorio oriental se había multiplicado. Luego de los días azarosos y funestos del desembarco del Granma, se había producido el primer combate victorioso del naciente Ejército Rebelde en La Plata, el 17 de enero, y un mes después la entrevista concedida por Fidel en la Sierra Maestra al periodista norteamericano Herbert Matthews. Ambos acontecimientos desmentían la patraña gubernamental de que los rebeldes estaban aniquilados y de que la paz reinaba en esta combativa provincia.
El 28 de mayo de 1957, el combate de El Uvero había reafirmado la verdad que el régimen batistiano y los medios de prensa querían silenciar. Ese mismo día, los esbirros de la tiranía asesinaron a 16 expedicionarios del Corynthia, que habían desembarcado por la costa norte de Oriente para combatir contra Batista. El heroico asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de ese año, reafirmaba la rebeldía de los cubanos en todo el país.
En Santiago de Cuba el pueblo se enfrentaba valerosamente a las fuerzas militares opresoras y muchos de sus hijos eran perseguidos, torturados y asesinados en las calles. En ese propio junio,  Herbert Matthews,  escribía en el diario The New York  Time sus impresiones  sobre la capital oriental.
Esta es una ciudad en revolución contra el presidente Fulgencio Batista. Ninguna otra descripción podría señalar el hecho de que virtualmente todo hombre, mujer y niño en Santiago de Cuba, excepto la policía y las autoridades militares, están luchando al costo de lo que ellos pueden para derribar a la dictadura militar en La Habana. Lo que se aplica a Santiago puede aplicarse a toda la provincia de Oriente, al extremo oriental de la Isla, la más densamente poblada y la más fértil región de Cuba y que tradicionalmente ha sido la cuna de la lucha por la libertad”.
Era ésa la realidad que pretendían ocultar el dictador y sus cómplices, quienes se empeñaban en  hacer creer a la opinión pública que en Santiago de Cuba y Oriente había estabilidad política y tranquilidad ciudadana. Con ese engañoso objetivo, personeros batistianos, entre ellos el asesino Rolando Masferrer, organizaron ese 30 de junio un llamado “mitin de la paz” que tendría lugar en el Parque Céspedes, ubicado en el mismo corazón de la ciudad.
Pero los jóvenes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, comandados por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García, se aprestaron a demostrar lo contrario, con un audaz plan de acción. Una bomba de tiempo, colocada debajo de la tribuna, no llegó a explotar, fallando así el aviso para que tres pequeños grupos de revolucionarios salieran a la calle demostrando su presencia y  dispuestos al enfrentamiento con el enemigo. Faltó la señal, pero los jóvenes combatientes cumplieron la parte que les correspondía.
Entre los intrépidos muchachos estaban Josué País García, Floromiro Vistel Somodevilla y Salvador Pascual Salcedo. Impacientes por la ausencia de la explosión, Josué trató de comunicarse con Agustín Navarrete, responsabilizado con la acción, lo que no fue posible. Las palabras ofensivas y demagógicas de los personeros batistianos durante el mitin, enardecieron más a los jóvenes. “Estamos en esta tarde-dijo uno de los sicarios- librando en Santiago de Cuba la batalla por el futuro, por la tranquilidad, por la paz y el progreso de la nación. A la bomba, al petardo, oponemos el alma de nuestras mujeres, el pecho de nuestros hombres y la voluntad del pueblo, que quiere elecciones, que quiere paz, que quiere trabajo”.
Ante esa y otras ofensas, los tres jóvenes decidieron iniciar la operación. Salieron a la calle, ocuparon un auto de alquiler y caminaron hasta ser interceptados en la calzada de Martì y Crombet por un vehículo militar que ya los perseguía, pues el dueño del auto ocupado había hecho la denuncia a las fuerzas represivas. Refuerzos de los asesinos acudieron de inmediato. Cercados y  atacados por los esbirros, los tres jóvenes prefirieron morir en desigual combate, antes que rendirse al enemigo.
Floro y Salvador, luego de responder al fuego contrario, murieron al instante, mientras que Josué, herido de gravedad, fue hecho prisionero, montado en un carro militar y – según testimonio de muchos – asesinado como respuesta a sus exclamaciones de ¡Viva la Revolución!
En un artículo del investigador histórico, combatiente y biógrafo de Josué País, Francis Velázquez Fuentes, donde se analizan los hechos de ese día, se expresa que otro de los grupos revolucionarios decidió también salir, pero al tratar de ocupar un auto fueron descubiertos y se enfrentaron a los sicarios, causándoles dos muertos y un herido, logrando ellos escapar ilesos.
El fracaso del mitin fue evidente. En carta fechada el 5 de julio de 1957, el propio Frank País le comunicaría al máximo jefe de la Revolución, Comandante Fidel Castro, la siguiente valoración:
“Tuvieron que dar el mitin apoyados en tanques de guerra, con 3 000 soldados sobre las armas y más de 200 apapipios de Masferrer (…) El pueblo se portó muy bien, nadie fue; había solamente unas 5 000 personas y eso que las trajeron de toda la República. Tal fue el fracaso que el gobierno ha trazado planes para Oriente (…)”
A este fracaso de los politiqueros hay que unir otro. El Movimiento Revolucionario 26 de Julio, como parte del plan, se había propuesto interferir la transmisión del mitin. Uno de sus militantes, Carlos Amat, empleado de la Cuban Telephone Company, era el encargado de las líneas telefónicas a través de las cuales la transmisión llegaría a varias emisoras nacionales. Y precisamente en el momento que le correspondía hablar al asesino Masferrer, lo que salieron al aire fueron las consignas revolucionarias de ¡Viva Fidel!, ¡Viva la Revolución!, ¡Abajo Batista!
Ese mismo 30 de junio, además de la caída de Josué, Floro y Salvador, el Movimiento sufrió otro duro golpe: el fracaso del intento de apertura de un segundo frente de combate, en la zona de Miranda,  actual municipio de Mella, en la provincia santiaguera. Como la “semana terrible”, bautizaría Frank País estos hechos al informar a Fidel sobre los acontecimientos.
Pero los combatientes clandestinos no se amilanaron. Fortalecieron su organización, golpearon con más fuerza a los esbirros de la tiranía y se convirtieron en un firme bastión de apoyo a los guerrilleros que en las montañas orientales también incrementaban sus acciones, en una lucha sin tregua cuyo colofón fue la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959.                                   
                                                      
                                                   Los tres héroes

Josué País García era el hermano menor de Frank. Nació en Santiago de Cuba, el 28 de diciembre de 1937. Al morir contaba con sólo 19 años de edad. De conocida procedencia humilde, sus inquietudes revolucionarias lo habían integrado a la lucha estudiantil en el Instituto santiaguero. Formó parte del Bloque Estudiantil Martiano. Sus aspiraciones de estudiar ingeniería en la Universidad, quedaron truncas ante los requerimientos de su actividad revolucionaria.
Junto a los jóvenes que se rebelaron contra el golpe militar que el 10 de marzo de 1952 llevó al sanguinario Batista al poder, estaba Josué. Se suma de lleno a la lucha revolucionaria junto a Frank, Pepito Tey y otros destacados revolucionarios. El asalto al Cuartel Moncada, incentiva en el joven su ideal libertario. Es perseguido y detenido varias veces por los esbirros lo que, lejos de amedrentarlo, lo enardece. Ingresa al Movimiento Revolucionario 26 de Julio y figura entre los combatientes del 30 de noviembre de 1956.
Su muerte conmovió en lo más profundo a su hermano Frank, quien refiriéndose al trágico acontecimiento le escribe a Fidel: “Aquí perdimos tres compañeros más, sorprendidos cuando iban a realizar un trabajo delicado y que prefirieron morir peleando antes de dejarse detener, entre ellos el más pequeño que me ha dejado un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el alma”.


Floromiro Vistel  Somodevilla nació en Santiago de Cuba, el 18 de mayo de 1934. No había cumplido los 23 años de edad cuando ofrendó su vida a la libertad de la Patria.
No tuvo oportunidad de continuar estudiando después de alcanzar el sexto grado, pues la necesidad lo obligó a trabajar desde muy joven para contribuir al sustento de su humilde hogar. Laboró como chofer en una fábrica de galletas en su ciudad natal.
Se integró al Movimiento Revolucionario 26 de Julio y sus principales actividades las desarrolló  en un grupo de acción, junto a Josué País y Salvador Pascual.
Participó en el Levantamiento Armado del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba y fue detenido el  2 de diciembre de ese año, permaneciendo en prisión hasta mayo de 1957, ocasión en que se reintegra a la lucha hasta su caída heroica pocos días después.



Salvador Pascual Salcedo tenía 23 años al caer en combate, el 30 de junio de 1957. Había nacido en Santiago de Cuba, el 8 de abril de 1934, en el seno de una humilde familia. Estudió Derecho Administrativo en la Universidad de La Habana, trabajando luego en las tiendas de ropas Luxor y La Francia, de la ciudad santiaguera.
Con sólo 18 años de edad, ya estaba vinculado a la lucha revolucionaria y bajo las órdenes de Pepito Tey cumplió diversas y riesgosas misiones clandestinas. Por estar cumpliendo una de ellas, en el antiguo central Río Cauto (hoy José Nemesio Figueredo, en la provincia de Granma) no participó en las acciones del 30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba.
Al caer en combate su jefe, Pepito Tey, el joven revolucionario continúa cumpliendo misiones junto a Frank País, hasta su muerte heroica.
                                         Presencia de los caídos
La muerte de los tres revolucionarios santiagueros, causó una profunda impresión entre  el pueblo de Santiago de Cuba y de los combatientes guerrilleros de la Sierra Maestra. Así, el 21 de julio de 1957, el Ejército Rebelde escribe a Frank País una carta de condolencia, la cual no llegó a las manos del jefe clandestino, por su también heroica muerte el día 30 de ese mismo mes.
En esa emotiva carta, un párrafo lo leemos hoy con impresionante fuerza de presencia.  “Si el destino nos lo permite, juntos iremos un día a su tumba para decirle a él y a toda esa legión de Niños Héroes, que hemos cumplido con la primera parte de esta lucha y que con la misma entereza y espíritu de sacrificio nos disponemos a culminar la obra de nuestra generación, teniéndolos a ellos como fiscales supremos de nuestros actos futuros”
Y para ti, hermano querido, - expresa la propia misiva- nada tenemos que añadirte, porque también es nuestro el dolor del joven águila caído.
Hoy el compromiso de culminar la obra de Josué, de Floro y de Salvador, la asume un pueblo entero que los continuará considerando, eternamente, fiscales supremos de nuestros actos presentes y futuros. Y el joven águila caído continúa elevando su vuelo para, junto a los Niños Héroes inmolados aquel 30 de junio y en otras fechas, continuar su ascenso hacia el sitial más alto de la Patria