lunes, 30 de diciembre de 2019

El milagro (cuento)



                            

.Orlando Guevara Núñez

Todo fue asombro en la casa cuando el enorme San Lázaro apareció aquella mañana  plantado en medio de la sala. Y de verdad que era imponente la figura de casi un metro de alto, tallada en cedro pulimentado, representando a uno de los santos más populares de Cuba. Más popular y más temido, valga decirlo. No por gusto el  trago y la fuma  no le faltaban nunca al  viejo para mantenerlo contento y siempre presto a conceder las peticiones y los milagros que remediaran en algo la difícil situación.
  Pero no toda la familia estaba de acuerdo con la decisión de la vieja Margarita. Que el santo estuviera allá adentro, en un rincón -pensaban algunos- era pasadero. Pero eso de verlo allí, en medio de la sala, haciendo llamar la atención de todo el mundo, seguramente provocaría la risa de muchos en el barrio. Aunque a la devota le importaba muy poco que aquella figura, en el lugar donde estaba, le causara risa a alguien, porque estaba convencida de que esa iba a ser la solución de las desgracias que asolaban al hogar.
  Así, a quien le hiciera insinuaciones,  siempre contestaba  ella le pidió a San Lázaro que  le  consiguiera trabajo para el viejo  y los muchachos y el santo se le apareció en un sueño y le dijo que estaba bien, que él resolvería ese asunto, pero antes ella tenía que sacarlo del rincón de piso de tierra en el cuarto, recostado a las yaguas que servían de pared, y llevarlo para la sala, donde todo el mundo pudiera verlo.
   Ahora la vieja estaba satisfecha porque había cumplido su compromiso y era de esperar que el santo cumpliera el suyo y le concediera el milagro. Por eso no le gustó que Mayito -el hijo menor- le dijera que si San Lázaro era tan poderoso,   por qué rayos él mismo no se curaba la lepra y por qué no caminaba derecho, sin ayuda del bastón y de los perros pulgosos y flacos que tenía.
Pero la discusión no duró mucho, porque Margarita dijo que Mayito era un hereje y que uno siempre debía creer en algo y que la incredulidad era la causa de todas las calamidades. Y volvió a decir que San Lázaro bajaría del cielo para ayudarla. Y cuando  Mayito iba a seguir diciendo cosas, un ¡sió, carajo! de la vieja acabó con las habladurías del muchacho. Y todos se quedaron muy serios y miraron con reproche al incrédulo cuando Margarita pronosticó que seguro ahora la desgracia iba a ser mayor, por estarse ofendiendo al santo. Y hasta Mayito dejó de reír y miró de reojo al  viejo, pero se calmó al notarlo igual y pensó que la única desgracia mayor podía ser morirse todos y si el santo existía y era bueno como decía la madre, no iba a hacerles esa “charraná”.
   El único que no había hablado era el viejo Ramón. Y era por estar entretenido moliendo el maíz para la harina del almuerzo. Su flaca y larga figura parecía danzar al compás de la manigueta y de vez en cuando tarareaba  muy bajito alguna canción, como si la manigueta fuera la de un órgano. En realidad, no tenía esperanzas de que el santo hiciera ningún milagro, ni le pudiera resolver el trabajo, pero no quería meterse en líos con las creencias religiosas, porque pensaba que la fe, por lo menos, ayudaba a encontrar consuelo y resignación. Y aunque todo fuera en vano, era mejor ver a la vieja así, esperanzada, que no amargada y llorando, como muchas veces ante la falta de comida o medicinas  para los muchachos.
   El hombre dejó de tararear para recordar los años que llevaban juntos él y Margarita. Y cómo, uno a uno, habían nacido y crecido los muchachos, pasando miles de trabajos y privaciones. Y pensó en las zafras de tres meses y los tiempos muertos de nueve. Hizo una pausa, se secó el sudor de la frente, se alisó los  blancos cabellos y recordó la imagen del santo, que parecía como sembrado en la sala. En su corazón de guajiro que sólo había conocido la miseria y el desamparo, no podían tener cabida las creencias sobre los milagros que nunca había visto. Porque si hubiera justicia divina -pensó- ese santo, en vez de aparecérsele a la vieja para cambiarle un milagro por la mudanza para la sala, se le habría aparecido al  dueño del central y de la colonia para exigirle que lo acostara en su cama, con su mujer, incluyendo a los perros y no bajarse de allí hasta que todos tuvieran trabajo y qué comer.
   Terminada la molienda del maíz, Ramón volvió a secarse el sudor y sin camisa salió para el patio, sentándose en un taburete tan recostado a la guácima, que ya parecía parte de ella. Y se puso a pensar en otras cosas, olvidando de momento al santo.
  Y le vino a la mente el Año Nuevo. La cosa no estaba para fiestas, pero ese día era de obligada reunión familiar y la casa resultaba siempre pequeña para el alboroto de los hijos, de los nietos y de algún que otro vecino, como era la costumbre, para felicitarse a las doce de la noche y desearse mutuamente un nuevo año feliz que nunca llegaba a serlo.
   ¿Pero y el Santo? ¿Insistiría Margarita en dejarlo allí también ese día? Ante la presencia de tanta gente y en medio de tanto ajetreo, ¿seguiría aferrada la vieja?
 Y llegó la noche en que se esperaba el Año Nuevo. Y en la boca del santo parecía existir una sonrisa y hasta aparentaba estar satisfecho, tal vez porque esa noche tenía más tabacos y ron que de costumbre.  A las doce, abrazos, felicitaciones, deseos de prosperidad.
 La fiesta sería hasta el amanecer. En el humilde hogar campesino había mucha bulla  que fue mayor cuando alguien llegó gritando algo inesperado: ¡Se fue Batista, coño! ¡Se jodió Batista!  Y todos salieron para el medio del batey. Todos menos San Lázaro, que seguía inconmovible, con sus llagas y sus perros, en medio de la sala.
 Luego pasaron los días. Comenzó la zafra  y no hubo más tiempo muerto. Y podían comerse otras cosas, además de la harina. Hasta que una mañana todos en la casa notaron con extrañeza que el santo no estaba en su lugar. Ramón miró a los muchachos y preguntó que quién carajo le había hecho eso a la vieja. Y Mayito se apresuró a  proclamar su inocencia. Pero más se sorprendieron cuando Margarita les dijo que no fueran pendencieros, que si no se apuraban iban a llegar tarde al trabajo y que el santo estaba en el cuarto, que ella misma lo había mudado y  ellos todos eran bobos o ciegos si no se habían dado cuenta de que el milagro estaba ya cumplido.
   Y ante el desconcierto de Ramón, la malicia de Mayito y el silencio de los otros muchachos, la vieja -  tabaco y trago de ron en las manos- se dirigió hacia el cuarto. “Gracias, viejo Lázaro, por haber inspirado a estos otros santos que  bajaron de las lomas y andan por ahí repartiendo mochilas de milagros. ¡Qué ellos sean eternos como tú, mi viejo!

domingo, 29 de diciembre de 2019

La Revolución, como la tanqueta de Maffo: sin marcha atrás



             

.Orlando Guevara Núñez
El 30 de diciembre de 1958,  a las 5:30 de la tarde, las fuerzas de la tiranía batistiana guarecidas en la fortaleza de Maffo, aledaña a Contramaestre, admitían su derrota y se rendían incondicionalmente ante el Ejército Rebelde, bajo el mando directo del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Luego de 20 días de combates, llegaba a su fin una de las más difíciles y decisivas batallas por la liberación definitiva de la Patria.
En los almacenes del Banco de Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (BANFAIC), de este pequeño poblado, se habían refugiado la jefatura de un batallón de infantería, una compañía del mismo batallón, así como también las guarniciones de Contramaestre, del propio Maffo y del Central América, acosadas por la ofensiva rebelde.
Las características constructivas, trincheras, casamatas y una muralla de sacos de arena, convertían al lugar en una fortaleza difícil de penetrar. El enemigo contaba con buenas armas y solo la certeza de la derrota lo condujo a la capitulación.
Cercar al enemigo, hostigarlo sin tregua y batir a los refuerzos que acudieran en su ayuda, interrumpir las comunicaciones, vías de acceso y tomar poblados, había sido la táctica guerrillera desde que se concibió la Campaña de Oriente u Operación Santiago, que barrería a las fuerzas opresoras de sus cuarteles y dejaría abierto el camino para el postrer combate en la capital oriental, Santiago de Cuba.
Mientras se peleaba en Maffo, los combates de San José del Retiro, en Jiguaní, y de Palma Soriano, liberaban esas localidades los días 19 y 27 de diciembre, respectivamente.
En ambos casos los combates fueron cruentos y la victoria costó vidas valiosas al Ejército Rebelde. Las pérdidas enemigas en hombres, armas y posiciones fueron considerables.
En el BANFAIC, el enemigo había rechazado propuestas rebeldes de tregua para buscar un entendimiento y evitar mayores derramamientos de sangre, desdeñando así su única salvación. La ilusión de un refuerzo salvador no llegaría nunca a ser real y en ese empeño fue derrotado un batallón procedente de Bayamo, sufriendo decenas de bajas.
Los combatientes revolucionarios pelearon en Maffo con singular valor y heroísmo. Eran pocos los metros que separaban a los contendientes. La aviación batistiana bombardeaba indiscriminadamente la zona. Metralla calibres 30 y 50, bombas de 250 y 500 libras caían sobre la indefensa población y una de ellas mató a tres niños.
Pero el cerco de acero no cedía y poco a poco estrangulaba a la resistencia enemiga. Las reservas de agua y alimentos se agotaban, mientras que un altoparlante situado frente al BANFAIC ofrecía informaciones y partes sobre el desarrollo de la guerra, denunciaba las inmoralidades del régimen opresor, difundía música e himnos y explicaba el trato rebelde a quienes se rendían y dejaban de luchar contra el pueblo.
El 29 de diciembre, llega a la zona de operaciones de Maffo el Comandante Raúl Castro y, ante la negativa del enemigo a rendirse, se prepara un carro que con una manguera rociaría gasolina a las naves fortificadas para luego prenderles fuego. Pero no hizo falta esa operación, porque al día siguiente la capitulación sellaba la victoria rebelde.
Había sucumbido el último reducto militar batistiano entre Bayamo y Santiago de Cuba. Un comandante, cinco tenientes y 124 soldados prisioneros, al menos un muerto y diez heridos. Un total de 130 armas y 58 000 balas capturadas. Ese fue el saldo de pérdidas del enemigo.
Las tropas rebeldes del Primer y Tercer  Frentes orientales, habían tenido cinco muertos y 20 heridos, quienes con su propia sangre escribieron la historia de esta épica batalla.   Humberto Hechavarría, Carlos Paneque, René Pérez, René Montes de Oca y Wilfredo Pagés, fueron los héroes caídos.
Con aquella peleada victoria, Maffo sumaba nuevos lauros a su tradición de lucha. Desde este pueblo salieron muchos combatientes para sumarse al alzamiento del 24 de febrero de 1895 en Baire. En 1927 fue fundada aquí una célula del Partido Comunista de Cuba. Aquí estuvieron, en la década del 30, recios luchadores obreros y campesinos. A Maffo vinieron Frank País García y Arturo Duque de Estrada organizando la lucha en la cual este lugar fue surtidor de combatientes del Ejército Rebelde, entre ellos el héroe internacionalista Orlando Pantoja Tamayo, (Olo) caído junto al Che en la guerrilla boliviana.
La victoria rebelde de aquel día, más que sobre una guarnición enemiga, lo fue sobre las injusticias sociales que sumían a Maffo, como a toda Cuba, en la miseria y el abandono. Cada disparo sirvió para cercenar las causas que identificaban a éste como un poblado pobre, sin centros importantes de trabajo, con obreros de empleo cíclico, viviendas precarias, la mayoría sin electricidad.
Ausencia de acueducto. Una sola calle asfaltada, sin infraestructura sanitaria, sin telefonía, con una pequeña e insuficiente escuelita primaria y una institución cultural –el Liceo- vetada para negros y pobres.
Ahora Maffo es distinto, transformado por la obra de la Revolución que aquí tuvo una de sus más difíciles y decisivas batallas liberadoras. En el antiguo BANFAIC, se levanta un Combinado de beneficio de café, puntal de la exportación cubana de este grano.
Cuentan muchos combatientes de aquella heroica jornada, que una tanqueta utilizada por el Ejército Rebelde en la confrontación, no tenía marcha atrás. Su mecanismo sólo respondía al avance. Así marchan hoy los pobladores de esta localidad. Y así avanza la Revolución a 61 años de la epopeya victoriosa: sin marcha atrás, como la tanqueta de  Maffo.

sábado, 28 de diciembre de 2019

El Año Nuevo que para Cuba quiso José Martí








.Orlando Guevara Núñez
¡Para un pueblo esclavo no hay más año nuevo que el que se abra con la fuerza de su brazo por entre las filas de sus enemigos: el primer día de año nuevo será el primer combate por nuestra libertad!
La Revolución  cubana confirmó, el 1ro. de enero de 1959, esta máxima martiana, expresada en un artículo publicado por el periódico Patria  el 5 de enero de 1894, que tituló, precisamente, Año nuevo. 
Habla Martí de las penurias de los cubanos en el país y en el exilio: miseria, cárceles, limosnas,  ¡Ese- dijo- es el año nuevo para los cubanos!  Habla de desamparo y abandono. Y de las ansias de redención.
Leyendo este artículo, se nos parecen preludio de alborada las palabras de Martí.
Hace, en ese momento, otra reflexión: “Quien ve a su pueblo en desorden y agonía, sin la puerta visible para el bienestar y el honor, o le busca la puerta, o no es hombre, o no es hombre honrado”.
“El que se conforma con una situación de villanía- escribe- es su cómplice”. Se refiere al sacrificio necesario y al hecho de que quienes quieren  sacrificarse  tienen como enemigos a quienes no quieren  sacrificarse, y afirma que de hombres de sacrificio necesita la libertad.
Plantea la interrogante de  si ese año nuevo ha de servir para mantener los males de la colonia en Cuba. Y ofrece una respuesta concreta: ¡Para echar todo eso abajo es para lo que nos ha de servir el año nuevo!
Tendrían que transcurrir  65 años para que pudiera cumplirse el sueño de José Martí, sobre lo que debería ser un año nuevo en Cuba.