2 de
septiembre de 1960
Primera
Declaración de La Habana,
decisión de
pueblo. Vigencia total
>Orlando
Guevara Núñez
Había
transcurrido sólo un año y ocho meses desde el triunfo revolucionario del
Primero de Enero de 1959 en Cuba. Nuestro país estaba dedicado por entero al
trabajo para reconstruir la nación, luego de una lucha cruenta que costó la
vida de 20 000 cubanos. El país había quedado devastado no solo como
consecuencia de la guerra, sino también por el saqueo de la pandilla batistiana
que dejó vacías las arcas del Estado, además de heredar una débil economía,
dominada por los monopolios extranjeros, principalmente de los Estados Unidos.
Pero el imperio del Norte no estaba
dispuesto a permitir que en nuestro continente existiera un país decidido
a dirigir su propio destino. Ya las agresiones económicas se hacían
sentir, al tiempo que los sabotajes y apoyo a la contrarrevolución, mediante
grupos que impunemente actuaban desde territorio norteamericano, costaban vidas
y recursos al pueblo cubano.
En ese contexto, del 22 al 29 de
agosto de 1960 sesionó, en San José de Costa Rica, la VII Reunión de Consulta
de los Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA)
instrumentada por el gobierno de los Estados Unidos para condenar y aislar a Cuba,
como parte de la preparación del escenario para la agresión – ya programada-
que se produjo el 17 de abril de 1961, mediante la invasión mercenaria de Playa
Girón, con el objetivo de destruir a la Revolución. El infame documento fue
aprobado, con la excepción de los cancilleres de Venezuela y Perú, quienes,
además de no firmar la declaración, renunciaron a sus cargos.
No se equivocó el Comandante en
Jefe Fidel Castro cuando ese 2 de septiembre afirmó, refiriéndose a la reunión
anticubana, que “se estaba afilando allí el puñal que en el corazón de la
Patria cubana quiere clavar la mano criminal del imperialismo yanqui”.
La respuesta del pueblo fue
contundente. En la Plaza Cívica de la capital, un millón de cubanos se
reunieron y, en representación de toda la nación se constituyeron en Asamblea
General del Pueblo de Cuba. Nuestro país levantó su voz no solo en nombre
propio, sino también de todos los pueblos de América.
Y sus pronunciamientos fueron
claros, precisos y contundentes.
Esa Asamblea proclamó el derecho de
los campesinos a la tierra; del obrero al fruto de su trabajo; de los niños a
la educación; de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; de los
jóvenes al trabajo; de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y
científica.
Para Cuba y más allá de sus
fronteras, la Asamblea General proclamó también el derecho de los negros y del
indio a la dignidad plena del hombre; de la mujer a la igualdad civil, social y
política; del anciano a una vejez segura; de los intelectuales, artistas y
científicos a luchar con sus obras por un mundo mejor.
Y sumó a sus postulados el derecho
de los Estados a nacionalizar los monopolios imperialistas, rescatando así sus
riquezas y recursos nacionales; de los países al comercio libre con todos los
pueblos del mundo y de las naciones a su plena soberanía.
Otro derecho defendido por el
pueblo cubano en aquella histórica jornada, fue el de los pueblos a convertir
sus fortalezas militares en escuelas y armar a sus obreros, a sus campesinos, a
sus estudiantes, a sus intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven,
al anciano, a todos los oprimidos y explotados para que defendieran por sí
mismos sus derechos y su destino.
Aquella gigantesca Asamblea del
pueblo, postuló el deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes,
de los negros, de los indios, de los jóvenes, de la mujer y de los ancianos, de
luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales, así como
también de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación.
Proclamó, además, el deber de cada
pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados,
explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que éstos se
encuentren y las distancias geográficas que los separen.
Los cubanos, como respuesta a la
declaración de San José de Costa Rica, que declaraba a Cuba no compatible con
el sistema democrático de este continente y la conminaba a plegarse a los
dictámenes del gobierno norteamericano, no sólo condenamos ese documento
dictado por los Estados Unidos, sino también que denunciamos las intervenciones
yanquis contra los pueblos de México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo, Cuba y
otros, escudándose en su superioridad militar, los Tratados desiguales y la
sumisión de gobiernos traidores a sus pueblos. Así, frente al panamericanismo
hipócrita en aras del dominio imperial, Cuba proclamó el latinoamericanismo
liberador y solidario.
Uno de los más cínicos argumentos
del gobierno de los Estados Unidos, compartidos por la OEA, para condenar a
Cuba, era el peligro que representaban para este continente las relaciones de
nuestro país con los gobiernos de la Unión Soviética y China. Cuba no sólo no
cedió un ápice en sus principios, sino que fortaleció la amistad con ambos
países y, en el caso de la República Popular China, reconoció a ese
gobierno como único representante legal del pueblo chino, quedando de esa forma
establecidas las relaciones que cada día son más fuertes.
Durante los días posteriores a la
proclamación de la Declaración de La Habana, el pueblo, en sus respetivos
territorios, en masivas concentraciones, apoyó su contenido y luego firmó
el documento de forma individual. En la entonces provincia de Oriente –
actuales provincias de Santiago de Cuba, Guantánamo, Holguín, Granma y Las Tunas-
un millón de personas participaron en las concentraciones.
La Asamblea General del Pueblo de
Cuba, del 2 de septiembre de 1960, fue una genuina demostración de democracia
que rompió esquemas tradicionales. Sobre ese tema, plantearía el Comandante en
Jefe Fidel Castro que la democracia no puede consistir solo en el ejercicio de
un voto electoral, sino en el derecho de los ciudadanos a decidir su propio
destino.
Este 2 de septiembre del 2025, se
cumplen 65 años de la Primera Declaración de La Habana. Las agresiones contra
Cuba, provenientes del Norte revuelto y brutal que nos desprecia, al decir de
José Martí, aunque con otro ropaje, siguen su absurda carrera. Nuestro
país, sin embargo, con su sacrificio, su sudor y su sangre, ha hecho valer sus
principios proclamados aquel día. El aislamiento fracasó, el intento de
doblegarnos por el temor, falló; el intento de vencernos por la fuerza, por
hambre y enfermedades, fracasó. Cuba, en esa ocasión, prometió a los pueblos
que no les fallaría, y no les ha fallado.
En ese mismo septiembre, ante la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el Comandante en Jefe Fidel Castro
proclamó, en nombre de todos los cubanos, que nuestro país tenía un recurso:
resistir cuando la ONU y la OEA no garantizaran nuestros derechos. Hemos
resistido, hemos vencido y seguiremos venciendo.
Los principios de hace seis décadas
y media, proclamados por nuestro pueblo, mantienen no solo su validez
histórica, sino también su plena vigencia para los tiempos presentes. Y para
los que están por venir.