Orlando
Guevara Núñez
Abel
Santamaría Cuadrado, segundo jefe del asalto al Cuartel Moncada, habría
cumplido hoy 93 años de edad. Pero fue uno de los
combatientes que, hecho prisionero tras
quedarse sin municiones, resultó
asesinado, luego de bárbaras torturas que incluyeron cercenarle
los ojos.
Había
nacido en Encrucijada, entonces provincia de Las Villas, el 20 de octubre de
1927, en el seno de una familia humilde, de procedencia española. Su padre,
trabajador del central Constancia, de esa localidad, el mismo donde desarrolló
muchas de sus actividades en defensa de los trabajadores el líder obrero y
comunista Jesús Menéndez Larrondo.
En
ese central, Abel trabajó como mozo de limpieza y despachador de mercancía y posteriormente
como empleado de oficina.
A
los 20 años de edad, el joven Abel pasó a residir en La Habana, donde comenzó a
abrirse paso, simultaneando el estudio con el trabajo. Laboró en la Textilera Ariguanabo y posteriormente en una agencia
que representaba en Cuba a la firma de automóviles Pontiac, en función de
contabilidad, carrera que cursó hasta el tercer año.
Sus
inquietudes revolucionarias lo llevaron
a las filas de la Juventud del Partido Ortodoxo. Y es en mayo de 1952 cuando
conoce al también joven revolucionario Fidel Castro. Desde entonces, los dos establecieron una sólida amistad que
dio paso a los quehaceres de la
organización de un movimiento clandestino para luchar contra la tiranía de
Fulgencio Batista.
Desde
el mismo inicio de los preparativos del asalto a los cuarteles Moncada, en
Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de
Céspedes, en Bayamo, Abel Santamaría, por sus cualidades, ascendió al cargo de
segundo jefe de esa heroica acción, materializada el 26 de Julio de 1953.
Como
parte de los preparativos, estuvo en Santiago de Cuba los días previos al
combate, desarrollando una febril actividad
organizativa y de aseguramiento junto a Renato Guitart Rosell, único de
los futuros asaltantes que para esa fecha residía en esta ciudad.
Llegado
el momento de la acción, Abel fue designado por Fidel al frente del grupo que
tomaría el Hospital Civil y desde allí combatiría. Antes de la partida, en la
Granjita Siboney, las palabras de Abel Santamaría a los combatientes infundían
firmeza y convicción.
“Es necesario que todos vayamos mañana con fe
en el triunfo; pero si el destino nos es adverso, estamos obligados a ser
valientes en la derrota, porque lo que pase en el Moncada se sabrá algún día,
la historia lo recogerá y nuestra disposición a morir por la Patria será imitada por
todos los jóvenes de Cuba. Nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitigará el
dolor que podamos causarles a nuestros padres y seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir!
¡Libertad o Muerte!”
Melba
Hernández, heroína del Moncada, recuerda a Abel en esos días, en la Granjita
Siboney:
“Allí
Abel hablaba. Era muy apasionado y hablaba de sus impresiones sobre Santiago de
Cuba y sobre los santiagueros. Decía que cumplida la misión de derrocar al
tirano, él no se iría nunca de Santiago de Cuba, que se quedaría junto a los
santiagueros, que aquél era su lugar. Ese fue el objetivo de Abel, vivir en
Santiago de Cuba, con los santiagueros”
En
su alegato de autodefensa La historia me
absolverá, al referirse al grupo de
combatientes del Hospital Civil, asesinados luego de ser hechos
prisioneros, plantearía el jefe del
asalto al Moncada: “Con ellos estaba Abel Santamaría, el más generoso, querido
e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante
el pueblo de Cuba”.
La
caída de Abel Santamaría fue un rudo golpe para la Revolución y particularmente
para su familia. Su hermana Haydée, también heroína del Moncada, desde su
prisión tras el asalto, escribiría a sus padres:
(…)
Abel fue, es y será ese hijo que no
envejece, siempre seguirá con su cara tan linda, siempre seguirá para ustedes,
para todos nosotros con su fuerza, con su infinita ternura, será quien nos haga
ser de verdad buenos, será siempre el guía, y para ustedes, será el hijo más
cercano. Piensen bien que ya ustedes han sufrido cambios, cambios tan grandes y
bellos, que aunque fuera por eso sólo me conformo, soy casi feliz; Abel los ha
hecho cubanos, Abel ha logrado que ustedes amen
esta tierra, amen la hermosa tierra
donde nació, y creo que es lo único que él amaba más que a ustedes.
“Mamá, ahí tienes a Abel, ¿No te das
cuenta, Mamá? Abel no nos faltará jamás.
Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel
quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel
eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho. No permitas a ninguna madre te
hable mal de Fidel, piensa que eso sí Abel no te lo perdonaría”.
Los restos de Abel Santamaría Cuadrado
se guardan con celo en el cementerio
de Santa Ifigenia, en el Santiago de Cuba que él aprendió a querer. En
la ciudad y la provincia que lo recuerdan hoy como un eterno joven
revolucionario, como paradigma de valentía, de fidelidad y de altruismo.
A los santiagueros y a todos los cubanos, como dijo Haydée, Abel no nos faltará
jamás.