.Orlando Guevara Núñez
Cuando bajaron las aguas, quedó ante nosotros un espectáculo tétrico, desolador, tan traumático que ni aún el paso de los años ha podido borrarlo.
La destrucción era total y deprimente. Nada había sido infalible ante la fuerza del Flora. Para enfrentar esa realidad, hacía falta ahora más valor que el derrochado en las labores de salvamento. En medio de la tragedia, no pensábamos en el futuro, sino en lo que teníamos al lado, en quienes necesitaban ayuda. El efecto de verlo todo destruido fue un impacto indescriptible.
Casas destruidas y semi destruidas. Seres humanos muertos por doquier. Las cosechas arrasadas, exterminados todos los animales domésticos; el lodo levantado casi un metro en el interior de las viviendas en pie; todo tipo de animales muertos a cada paso, la pestilencia penetrante. Y lo más impresionante: la gente enterrando a sus muertos, en muchos casos en el mismo lugar donde se encontraban los cadáveres o buscando infructuosamente a los familiares desaparecidos.
Aquellos que encontraban los cuerpos sin vida de sus seres queridos sentían, al menos, el consuelo de darles sepultura y saber donde estaban. Otros permanecieron meses en una larga y dolorosa espera, debatiéndose entre la posibilidad de la muerte y la esperanza del milagro salvador que no llegó nunca.
El poblado de Cauto Embarcadero ofrecía a nuestros ojos un panorama dantesco. A las casas de placa existentes, sólo les quedó sin cubrir por el agua una longitud de dos o tres pies; a otras, menos y algunas fueron virtualmente tapadas. Las viviendas poco resistentes, arrasadas o averiadas.
Barrios enteros habían desaparecido junto a la mayoría de sus pobladores. En la Región del Cauto, más de novecientos muertos enlutaron a centenares de familias, mientras que más de un millar de viviendas fueron totalmente destruidas o sufrieron daños de consideración.
Cauto Embarcadero 29 muertos; Los Guayitos, 32; Aguas Verdes, 56; El Doce y Medio, 54; Guamo, 41. El Seis de Santa Rosa, otros pequeños bateyes radicados junto a las grúas cañeras, barriecitos agrícolas, todos destruidos; ausencia de muchos, presencia inconsolable de otros. La lista de los muertos, larga; las cifras, abrumadoras; los casos, conmovedores; la realidad, aplastante. El Seccional de Cauto Embarcadero y el Municipio de Río Cauto habían sido arrasados por el Flora.
En el seccional de Cauto Embarcadero, los fallecidos fueron 254.
El día que terminó la crecida, vimos en el poblado de Cauto Embarcadero un hecho que nos llamó mucho la atención y fue demostrativo de cómo hasta los animales lucharon tenazmente por salvar su vida. En los techos de las casas contamos la cantidad de catorce perros y tres chivos que de esa forma escaparon de la muerte. Nunca llegamos a saber si ellos treparon por su cuenta a medida que el agua iba subiendo o si alguien los ayudó en esa hazaña. Los aullidos de los perros, atemorizados, hambrientos y seguramente extrañando a sus amos, se sumaban a las tantas notas que acompañaban al triste escenario.
Todo era dolor. El desastre estaba impregnado
en la mente de cuanto ser humano vivía en la zona o la visitaba. Muchas
personas podrían dar testimonios más dantescos, sobre lo que vivieron y
sufrieron. A las pérdidas de vidas, se sumaban las de los hogares, los bienes personales.
Pasada la cruel pesadilla del agua y sobrepuestos al duro golpe de las pérdidas humanas y materiales, comenzó la reconstrucción.