martes, 31 de mayo de 2016
¡Tiempos de Revolución! El cambio
.Orlando Guevara Núñez.-
La Revolución triunfante del Primero de Enero de 1959 lo cambió todo. Nada, desde, sus propios inicios, quedó indiferente ante esta. Las transformaciones fueron como un torrente que arrastró tras de sí muchas cosas. A unas las sepultó o las hirió de muerte; a otras las revivió, o las creó y les puso pies y alas para que caminaran o volaran hacia un horizonte todavía desconocido, pero con la certeza de llegar y el propósito de no retroceder.
Ni ejército opresor, ni policía represiva. Los partidos políticos se desmoronaron. Ni terratenientes, ni latifundistas, ni casatenientes. Ni asesinatos, ni torturas, ni desaparecidos. Ni casas de juego, ni prostíbulos. Ni campesinos sin tierra, ni obreros agrícolas explotados. En poco tiempo, ni analfabetos, ni niños ni adultos sin escuelas y maestros. Medicina gratuita para todos.
La palabra libertad tuvo un primer significado: derrota de la tiranía. No pocos interpretaron como libertad la posibilidad de vivir al margen de normas, de leyes y de obligaciones, incluyendo la de trabajar. El concepto de libertad como esclavitud del deber -sentencia martiana- tendría que esperar algunos años para formar parte de nuestros patrones de conducta.
Una de las primeras cosas que fue necesario transformar fue el YO por el NOSOTROS, no como una simple operación verbal, sino como principio para la supervivencia. La vida económica, social y política lo exigía al influjo de dos poderosas razones: construir un nuevo orden con todos y para el bien de todos. Y defender ese orden contra los enemigos internos y externos empeñados en destruirlo y retornar el anterior.
Las individualidades se fundían en un común denominador que se identificó enseguida como masas, colectivos o sociedad, sin perder su propia identidad, sino con la oportunidad plena de reafirmarla.
Recuerdo que en una carta dirigida al director del semanario uruguayo Marcha, documento conocido aquí como El socialismo y el hombre en Cuba, el Che afirmó que en fecha tan temprana como febrero de 1959, cuando Fidel asumió el cargo de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, al renunciar el entonces presidente Urrutia por la presión popular, aparecía en la historia de la revolución cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetiría constantemente: la mas.
. Gobierno Revolucionario. Cooperativas agrícolas. Comités de Defensa de la Revolución. Federación de Mujeres Cubanas. Asociación Nacional de Agricultores Pequeños. Asociación de Jóvenes Rebeldes primero y Unión de Jóvenes Comunistas poco tiempo después. Unión de Pioneros de Cuba. Unión de Estudiantes Secundarios. Federación Estudiantil Universitaria, enraizada en Mella y José Antonio. Milicias Nacionales Revolucionarias. Sindicatos verdaderamente libres. Ejército Rebelde al inicio y luego Fuerzas Armadas Revolucionarias. Policía Nacional Revolucionaria, Ministerio del Interior. Socialismo. Y como resumen progresivo de todo eso: Organizaciones Revolucionarias Integradas, Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, Partido Comunista de Cuba.
Lo del antiimperialismo y el internacionalismo, como fenómeno de masas, se profundizaría después.
Cambiaron las cosas. Y cambió la gente. Se produjo algo así como una influencia mutua. La gente hacia cambiar las cosas y las cosas hacían cambiar a la gente. Un día alguien era una persona común y al otro día amanecía como interventor o administrador de una entidad o dirigente de algo. O a la inversa: alguien se acostaba con un cargo, a veces alto, y amanecía sin él. Un día era civil, al otro día miliciano, luego combatiente, después héroe o mártir. Una ama de casa, trabajadora. Un pobre, redimido. Un rico, dejaba de serlo. Los de abajo toda la vida, arriba ahora; los de arriba, abajo. Y algo importante y grandioso: juntos muchos de arriba y de abajo en una sola categoría: pueblo. Era muy difícil mantenerse neutral.
Los cambios fueron polarizando posiciones. Unos, a favor de las transformaciones; otros en contra. Muchos que lucharon al inicio contra la tiranía, no fueron capaces de asimilar la continuidad de la Revolución. Otros, sin haber participado antes en la lucha insurreccional, abrazaban de corazón los cambios. Ellos fueron los más.
Todo ese proceso podía definirse con sólo dos palabras: Revolución y contrarrevolución. Llevado al plano individual, revolucionarios y contrarrevolucionarios. O patriotas y apátridas. O fidelistas y gusanos. Han pasado más de cinco décadas y todavía esa lucha se mantiene. En el plano interno, la Revolución es abrumadoramente superior. La confrontación principal está sostenida desde el exterior, por la misma gente que formó parte de la dictadura derrocada, apoyada por un gobierno que fue siempre enemigo de los cubanos.
Agresiones internas y externas. Bandas contrarrevolucionarias. Sabotajes. Asesinatos. Playa Girón. Crisis de Octubre. Infiltraciones enemigas. Amenazas. Bloqueo. Maridaje gusanos-OEA-gobierno de los Estados Unidos.
Frente a todo eso: Pueblo armado, trincheras, principios, coraje, estoicismo, heroísmo y victorias.
En aquellos primeros años, luchábamos por el derecho a construir un futuro del cual no podíamos vislumbrar toda su dimensión. Ahora, cuando aquel futuro es presente y tenemos una obra que defender y engrandecer, vienen a mi mente hechos y personas protagonistas iniciales de aquellos cambios, a veces imperceptibles y anónimos, pero que en relación cuantitativa y cualitativa canalizaron las grandes transformaciones revolucionarias.
Primero fueron posiciones. Después, convicciones. Al inicio, discusiones al parecer sin nexos más allá del hecho; luego, definición como un principio del cual aún no conocíamos el nombre: lucha de clases. En otros casos, lo relatado retrata la metamorfosis individual y colectiva.
No busque aquí el lector la historia del proceso revolucionario en sus distintas etapas. Ni siquiera un estudio de los grandes momentos que definieron el rumbo de la Revolución. A mi mente acuden más bien personas, hechos, cosas, fechas y recuerdos que forman parte de la obra grande. En próximos espacios, lo notarán quienes la motivación los invite a la lectura.
lunes, 30 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: El comprador de miedo
.Orlando Guevara Núñez.-
Siempre han existido personas que tratando de aparentar lo que no son, a cada paso ponen al descubierto su verdadera naturaleza. Y ese es el caso del personaje que evoco. Andaba siempre con la pedante matraquilla de pregonar que nunca había conocido el miedo. Y a todo el mundo le preguntaba dónde podría comprar un poco de “esa cosa que tanto asusta a la gente”.
“Aunque sea sólo un poquito-decía- diez o quince centavos, lo necesario nada más que para conocerlo”.
Este hombre vivía jactándose de ser un tipo muy valiente. Y esa “valentía” se la tiraba siempre en cara a los demás. No a todos, desde luego, sino a los campesinos de la zona que él “atendía” como soldado de la Guardia Rural, donde la gente se había acostumbrado a las irónicas peticiones del militar.
Pero nunca nadie le indicaba el lugar donde él podría comprar el miedo, aunque cuando lo veían marcharse, algunos murmuraban que por allí no iba a encontrar lo que buscaba, porque eso donde seguro lo toparía por montones era un poco más allá del batey, entre las verdes y abruptas lomas. Pero claro que nadie iba a ser tan bobo como para decirle tal cosa al soldado.
Era sabido que rondando las casas del pequeño caserío, la cosa sería siempre diferente. Por allí campeaba sobre su enorme caballo ensillado con montura de pico, chapas y hebillas de acero níquel, vestido él con su traje amarillo y redondo sombrero de paño. Y armado con dos instrumentos inseparables: el paraguayo, para las espaldas de los campesinos y el Springfield para cuando los planazos no bastaran.
¡Me voy a morir de viejo sin conocer el miedo! Así se le escuchaba el “lamento”, con una fanfarronería impertinente, mientras sus largos y peludos brazos y manos finas como las de una señorita tejían un montón de gestos alabarderos.
A decir verdad, yo nunca había escuchado a un hombre decir que desconocía lo que era el miedo. Ni aún a los más valientes. Porque miedos existen muchos. Puede temérsele a la muerte, al peligro, a la guerra, al sufrimiento, a un animal, a otro hombre, a la oscuridad o a otras muchas cosas. Hasta a la propia vida hay quien le teme.
“Todos conocen el miedo, menos yo”, aseguraba el protagonista de este relato.
En realidad, nadie podía saber, por ejemplo, si él le tenía miedo a la noche, porque nunca la esperaba en el batey. Y cuando aún faltaba un buen trecho para que oscureciera, miraba su reloj de bolsillo y “espantaba la mula”, al decir de los campesinos. Y sólo quería comprar el miedo a pleno día.
Y llegó el año 1958. A la entrada del pueblo había siempre una pareja de guardias rurales registrándole a uno las mercancías que compraba, alegando que eran para el suministro a los “mau-mau”. Y muchas veces, formando parte de esas parejas, estaba él, sin dejar la maldita manía de preguntar por la cosa que buscaba para conocerla.
Para hablar con justicia, debo decir que nunca escuché una afirmación de que fuera un asesino. Ni siquiera le dio una bofetada a alguien. Era, simplemente, un charlatán. Y lo que sí hizo fue obligar a un hombre a comerse una pastilla de jabón camay que llevaba sin permiso del cuartel y a otro lo hizo engullirse un poco de sal, por una libra que llevaba al margen de lo autorizado.
El 58 llegó a su fin y vino el primer día de 1959. Como es lógico, el hombre no volvió por el pequeño batey. Las noticias sobre el apresamiento de esbirros iban y venían, pero él no aparecía ni entre los presos ni entre los fusilados. Había quedado en libertad. Pero nadie lo veía. Hasta que decidió salir a la calle y algunos conocidos lo interceptaron, diciéndole que hacía rato lo andaban buscando porque al fin le habían podido conseguir el ansiado y buscado encargo.
Aunque el hombre puso en evidencia que ya conocía el miedo, algunos le regalaron un poquito más, para que no fuera a carecer nuevamente y volviera a la agonía de buscarlo. El desenlace no tuvo mayores consecuencias, porque ya vivíamos tiempos distintos. Por eso el personaje de esta historia no tuvo que torturar su estómago con sal, ni comerse un jabón camay, aunque sí lo necesitó para eliminar los residuos malolientes que le había dejado en la ropa el contacto con el miedo.
Los últimos meses de l958 habían sido particularmente intensos, colmados de angustia e inseguridad, como corresponde a toda guerra. No nos imaginábamos muchos que se estaban gestando las bases para un cambio radical en la vida de todos los cubanos.
Uno de los recuerdos más nítidos guardados en nuestra memoria, fue aquel crucial momento del primer día de 1959.
Ninguno de nosotros en aquel humilde barrio podía imaginar que los disparos rebeldes en la Sierra Maestra, en los llanos y ciudades, más que a las fuerzas de la tiranía, apuntaban hacia el corazón de un sistema social injusto, corrompido, que pisoteaba a los pobres y les cerraba las puertas.
La caída de la dictadura, asimismo, no sería un simple cambio de gobierno. El poder había pasado, de las manos de un tirano, a las de todo un pueblo. Eso no lo comprendimos desde el inicio, pero no tardó mucho tiempo.
El Primero de Enero de 1959 fue mucho más que el tránsito de un año a otro; fue un cambio de época. Y de los tiempos de opresión, de incultura, de desesperanza, de hambre, miseria, abandono y engaños, pasamos a otros que resumían la lucha contra esos males centenarios y que continuamos viviendo hoy: ¡Tiempos de Revolución!.
domingo, 29 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: Premio mayor
Orlando Guevara Núñez.
Entre aquellos muchachos, habitantes de una pequeña y pobre barriada, pudo haber muchos como Miguel Cuevas, Alarcón, Muñoz, Chávez, Huelga, Hechavarría, Laffita, Arias, Aquino, Casanova, Kindelán, pero…
Los jóvenes que soñaban con ser como Jiquí Moreno, Marrero, Duany, Roberto Ortiz, El Gibarito de Regla o Adolfo Luque y otras estrellas de los equipos profesionales cubanos: Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao, no tenían ni siquiera donde jugar a la pelota. Por eso se veían obligados a entablar los desafíos en improvisados “stadiums”, cuyos escenarios eran los caminos, plazoletas, las mal trazadas calles del barrio-más bien callejones- y hasta en las guardarrayas y potreros.
Pero eran tesoneros en su empeño. Hasta que consiguieron uno de sus más caros anhelos: tener un pequeñito campo deportivo, dedicado a la única disciplina deportiva que conocían y practicaban, la pelota.
El terreno estaba enclavado en medio de la barriada. Y pese a que el espacio era reducido, servía bien para los juegos, en los cuales no se producían grandes batazos por varias razones. En primer lugar, la poca fortaleza, preparación física y técnica de los atletas; en segundo, porque las pelotas eran de fabricación casera y no resultaba fácil enviarlas lejos. Y tercero, porque si la bola se metía en los patios y se perdía -al no haber otra- ¡ahí mismo terminaba el juego!
De todas maneras, haber conseguido aquel “cuadrito” de pelota era un gran acontecimiento, merecedor de una celebración. Y con ese objetivo se preparó una actividad, a la cual asistirían los habitantes del barrio, como señal de consentimiento a que los muchachos jugaran allí.
La alegría reinaba entre los peloteros. Mas, como ley del desarrollo, la solución de una necesidad siempre ha engendrado otras. Y por eso, resuelto el terreno, tuvieron los muchachos ante sí un nuevo dilema: ¿Cómo resolver los guantes, mascotas y los trajes para el equipo?
Recursos no tenían para comprarlos. Por eso pensaron y pusieron en práctica una idea que para todos pareció infalible: invitar al alcalde de barrio para que hablara en el acto de inauguración. Si eso se lograba, lo demás “se caería de la mata”, pues de seguro que el orador se comprometería a resolver los implementos deportivos tan necesarios. Y la invitación fue aceptada.
El día de la fiesta inaugural al fin llegó. Todo el barrio estaba presente. Cuatro saquitos de yute, rellenados con aserrín, servían de almohadillas en las bases; los bates de roble y de güira eran ese día un estreno. Algunos jugadores vestían trajes hechos con sacos de harina, portando en la espalda el número utilizado por sus peloteros favoritos. El primer desafío se avecinaba y cercano estaba también el momento de saber si el invitado “soltaba algo”. La mayor atención, pues, no estaba en lo que él pudiera decir, sino en lo que pudiera dar.
Anunciado el alcalde de barrio, fue largamente aplaudido. Pero su discurso resultó tan corto que sólo atinó a balbucear que no podía decir nada, por la emoción que lo embargaba. Y no ya como orador, alcanzó a decir algo más. Se mostró muy agradecido por el gesto de invitarlo y expresó su obligación de demostrar con algo su gratitud. Era el momento esperado.
La alegría cobró vida junto a las esperanzas de los muchachos. Y ante las ansiosas miradas, tanto de los peloteros como de los fanáticos, el hombre introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, extrayendo un billete que entregó al “manager” del equipo local. Y cuando todos buscaron identificar el valor de aquel billete, descubrieron la amarga y decepcionante verdad: se trataba, con toda la mejor intención del mundo, de un billete de lotería para que “si salía premiado”, los muchachos pudieran comprar los ansiados guantes, pelotas, mascotas, trajes…
La última esperanza se esfumó el sábado siguiente, día del sorteo. Y los muchachos, desilusionados, siguieron jugando en su pequeña barriada, con pelotas caseras, bates rústicos, guantes y mascotas de sacos, caretas de alambre y trajes de sacos de harina, hasta que un día, inesperadamente, les llegó el Premio Mayor. No precisamente el de la Lotería, sino el del Primero de Enero de 1959.
Estados Unidos hacia Cuba, ¿cambio o combinación de políticas?
.Orlando Guevara Núñez
A casi año y medio de anunciarse el inicio del proceso para la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, ocasión en que el presidente norteamericano, Barack Obama, calificó de fracaso el bloqueo a nuestro país, cabe preguntarse si la intención real del imperio consiste en sustituir un método por otro en su lucha confesada por lograr un mismo fin: la destrucción de la Revolución cubana, o complementar el mecanismo fracasado con otro que piensa le dará los resultados deseados.
Cierto es que se han dado algunos pasos para mejorar las relaciones, incluyendo el establecimiento de embajadas en ambos países. Pero el principal obstáculo, el bloqueo, sigue en pie. En su visita a La Habana, el mandatario estadounidense, en un discurso que no pudo despojarse de la mentalidad colonial, estuvo dirigido, más que a la anunciada preocupación por el bienestar del pueblo cubano, a tratar de vender las “bondades” y las “oportunidades” del sistema capitalista.
Trató de vendernos, sencillamente, lo invendible en Cuba. Y trató de comprarnos lo imcomprable en este país: su independencia, su soberanía y su dignidad como nación. El gobierno de la mayor potencia imperialista del Universo, se sigue lamentando de que el bloqueo “no funcionó”, pero lo sigue manteniendo, flexibilizando en los puntos que le conviene, arreciando en otros que sabe afectan a la economía cubana.
Como expresara el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, durante la sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 27 de octubre de 1015, “El bloqueo constituye una violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos de todos los cubanos, es contrario al Derecho Internacional, califica como acto de genocidio a tenor de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948 y es el principal obstáculo para el desarrollo económico y social de nuestro pueblo.
“Los daños humanos que ha producido son incalculables. El 77% de los cubanos lo han sufrido desde su nacimiento. Las carencias y privaciones que provoca a todas las familias cubanas no pueden contabilizarse.
“Calculados conservadora y rigurosamente, los daños económicos que ha ocasionado, en más de medio siglo, ascienden a 833 755 millones de dólares, según el valor del oro. A precios corrientes, suman 121 192 millones de dólares, cifra de enorme magnitud para una economía pequeña como la nuestra”.
Como denunció en esa ocasión la parte cubana, se sigue sancionando a empresas que han hecho alguna operación con Cuba, al tiempo que el bloqueo está en plena y completa aplicación.
El gobierno de Obama, como parte de los “nuevos métodos” relacionados con Cuba, destinó, poco días después de la visita a La Habana, unos 800 millones de dólares para “formar cuadros” que en un futuro aspiren al poder en nuestro país. Lástima que sigan teniendo, para ese fin, la mala puntería para seleccionar la “materia prima”, desconociendo que los dirigentes en Cuba no se fabrican, sino que surgen de quienes, en la práctica, son ejemplo de entrega y de fidelidad al pueblo, lo cual unen a su capacidad para asumir las grandes tareas de la Revolución. Y a esas personas, las elige el pueblo.
En conclusión, la estrategia clara de los Estados Unidos no consiste en eliminar el bloqueo y sustituirlo por métodos menos criminales y engañosos. Se trata de combinar las dos cosas. Ya reconocieron el fracaso del método primero, acompañado de las agresiones, los sabotajes, el intento de aislamiento y las calumnias. ¿Cuándo reconocerán que el segundo tampoco funcionará? Tal vez, cuando rectifiquen su error mayor: no conocer, en toda su grandeza, al pueblo cubano. En esa lucha, ellos seguirán aportando la ignominia, la torpeza y la derrota. Nosotros, la razón, la inteligencia y la victoria.
sábado, 28 de mayo de 2016
Lázaro Peña González Presente en la memoria de la clase obrera cubana
.Orlando Guevara Núñez
Lázaro Peña González, líder de la clase obrera cubana, está presente en la memoria de la clase obrera cubana.
Su progenitora, despalilladora de tabaco; su padre, albañil. Sumido en la pobreza y la discriminación racial por su negra piel, sus sueños juveniles se apagaban sin convertirse en realidad. Aspiró a ser violinista, fue amante del boxeo, de la pelota, de la música. Pero en su ambiente de cubano explotado, su destino fue otro: el de dirigir a la clase obrera en su lucha por la emancipación contra la opresión capitalista.
Así llegó a ser el máximo dirigente de los obreros tabacaleros. Y en 1939, al constituirse la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) fue electo para dirigir esta combativa organización.
Encarcelamientos, persecución, represión y calumnias, fueron enfrentados con valentía y patriotismo por el dirigente obrero que por su capacidad llegó a tener responsabilidades como vicepresidente de la Federación Sindical Mundial, en defensa de los obreros del mundo. Su ideología lo llevó también a militar en las filas del Partido Comunista de Cuba.
Tuvo la dicha de ver el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959 en su patria. Y, desde el inicio, se sumó a la construcción y defensa de la obra soñada, por la cual tanto luchó. Sus méritos avalaron su elección como Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba e integrante del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Contribuyó con su experiencia a la educación de la clase obrera cubana y con su ejemplo personal estuvo siempre al frente de las tareas bajo su responsabilidad.
Sobre su muerte, acaecida el 11 de marzo de 1974, diría el Poeta Nacional cubano, Nicolás Guillén: “A una inteligencia brillante, sostenida siempre por la acción, Lázaro añadía el don de lo criollo. Tenía un sentido fino, delicado, realmente cortés, para presidir una asamblea, para dirigir un debate, para aclarar un concepto yendo a su raíz, sin herir susceptibilidades, lo que le permitía encausar la discusión como con mano de hierro bajo guante de seda”.
Se mantuvo trabajando hasta su último aliento. Sobre esa cualidad diría el Comandante en Jefe Fidel Castro en el sepelio del dirigente obrero: “Inútil era rogarle que moderara sus esfuerzos y atendiera su salud. Era lo único en que este militante modesto, dócil y disciplinado, desatendió los ruegos de sus compañeros y las exhortaciones de su Partido”. Y las propias palabras de Fidel en esa ocasión definieron la estatura del dirigente fallecido: “No venimos propiamente a enterrar a un muerto, venimos a depositar una semilla”.
Como homenaje a Lázaro Peña González, en Cuba se escogió el 29 de mayo, fecha de su natalicio, como Día del Trabajador Tabacalero. Pero este querido dirigente es recordado siempre por la clase obrera cubana, como símbolo de la entrega, la fidelidad y el sacrificio. Porque la semilla de la cual habló Fidel sigue fructificando en la obra de la Revolución.
Julio Díaz González, Con su sangre firmó la mayoría de edad de la guerrilla
.Orlando Guevara Núñez
Julio Díaz González (Julito) fue uno de los 28 jóvenes pinareños que acudió a la cita del Moncada, durante la mañana de la Santa Ana, en Santiago de Cuba. Por su participación en esa gesta patriótica, fue condenado a 10 años de prisión en el entonces mal llamado Presidio Modelo, de Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud.
Luego de la amnistía que por presión popular puso en libertad al grupo de combatientes bajo la jefatura de Fidel Castro, Julito marchó hacia México, donde recibió entrenamiento para formar parte de los expedicionarios del yate Granma que, también liderado por Fidel, desembarcó en Los Cayuelos, cercano a Playa Las Coloradas, Niquero, otrora provincia de Oriente y en la actualidad del territorio que tomó el nombre de la histórica embarcación. Era el 2 de diciemb re de 1956. Antes de la partida, había también padecido prisión en la tierra azteca.
Luego del combate de Alegría de Pío, a solo tres días de la llegada a costas cubana, los expedicionarios, como consecuencia de la traición de un guía, fueron descubiertos, cercados y atacados por las fuerzas de la tiranía batistiana. En esa ocasión, tres expedicionarios perdieron la vida y otros fueron heridos, entre ellos el Che.
Fraccionados en varios grupos, los jóvenes revolucionarios emprendieron disímiles caminos, con el objetivo de reunirse de nuevo con su jefatura y escalar la Sierra Maestra, con el objetivo de proseguir el combate armado. En ese empeño, durante los 15 días siguientes, 18 de ellos fueron hechos prisioneros y asesinados por los esbirros de la tiranía. Otros 22 fueron hechos prisioneros y salvaron la vida; 21 evadieron la cacería y escaparon, mientras que 18 se reencontraron con Fidel, integrando el grupo inicial de guerrilleros que desarrolló la guerra revolucionaria hasta alcanzara el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959. Entre estos últimos, estuvo el joven artemiseño Julito Díaz.
A un mes y medio del desembarco del Granma, se produjo, en La Plata, entre el mar Caribe y la Sierra Maestra, la primera victoria del naciente Ejército Rebelde, cuando este contaba con solo 29 combatientes. Entre ellos, Julito, como jefe de un grupo que integraban, además, Camilo Cienfuegos, Calixto Morales y Reynaldo Benítez, todos expedicionarios.
Luego vendrían los combates de Arroyo del Infierno y El Uvero. En este último, escenificado en ese también costero territorio de la Sierra Maestra, cayó heroicamente Julito Díaz, combatiendo al lado del máximo jefe guerrillero, Fidel Castro. Otros seis guerrilleros perdieron la vida en ese combate, del cual dijo que el Che que había marcado la mayoría de edad de la guerrilla.
Para esa fecha, Julito había sido ascendido al grado de Teniente y era jefe de una escuadra del pelotón del entonces capitán Raúl Castro. Sus restos descansan en el Mausoleo a los Mártires de Artemisa.
Había nacido el 23 de mayo de 1929. Desde muy joven comenzó a trabajar para ayudar a su familia, como obrero de una locería y luego en diferentes ferreterías. Sus preocupaciones políticas lo llevaron a las filas de la Juventud Ortodoxa. Luego del nefasto golpe de estado del 10 de marzo de 1952, mediante el cual llegó al poder el tirano Fulgencio Batista, Julito se incorporó a la lucha revolucionaria, nucleándose con los jóvenes que protagonizaron el asalto al Moncada, en Santiago de Cuba.
Después del triunfo revolucionario, los restos de Julito Díaz fueron trasladados para el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Ahora, en su querida Artemisa, el pueblo le rinde perenne homenaje a este combatiente que, con su sangre, firmó la mayoría de edad de la guerrilla e inspiró a los revolucionarios a continuar el combate que, a partir de ahí, recorrió un largo camino hasta la derrota final de la tiranía y la victoria final de la Revolución.
ElUvero, Atrevido y desafiante ataque guerrillero
.Orlando Guevara Núñez
Cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro calificó al combate de El Uvero, desarrollado el 28 de mayo de 1957, como un atrevido y desafiante ataque, estaba definiendo, en toda su dimensión, el carácter de aquella acción rebelde donde, al decir del Che, la guerrilla revolucionaria alcanzó su mayoría de edad.
Luego de la primera victoria guerrillera en La Plata, el 17 de enero de 1957, seguida de otras acciones que reafirmaban la presencia de Fidel en la Sierra Maestra, vino una etapa de reorganización y adaptación de los combatientes a las duras condiciones de la guerra en las montañas.
A los expedicionarios del Granma y a los obreros y campesinos unidos a ellos, se había sumado –en el mes de marzo- el primer refuerzo de medio centenar de combatientes enviados a la Sierra Maestra por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García. Se estudiaba los movimientos del ejército enemigo en el territorio, con el propósito de emboscarlo y causarle la mayor cantidad posible de bajas.
El ataque a El Uvero no formaba parte entonces de los objetivos rebeldes. Pero un acontecimiento determinó su inclusión en estos. El 24 de mayo desembarcó por la costa norte de Oriente un grupo de revolucionarios con el fin de llegar a la Sierra Cristal y desarrollar la lucha armada para derrocar al tirano Fulgencio Batista. La expedición, dirigida por Calixto Sánchez White, había salido de Miami, Estados Unidos.
Ese grupo no tenía relación alguna con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Pero al conocer la noticia, Fidel planteó la necesidad de apoyarlo y fue ese gesto solidario, humano y altruista el que lo condujo a concebir el ataque al cuartel de El Uvero. El Comandante en Jefe sintió como suyos los angustiosos momentos que estarían atravesando los expedicionarios del Corynthia, como los habían sufrido meses atrás los del Granma.
El 27 de mayo, según testimonio del Che, Fidel reunió al Estado Mayor Rebelde y le anunció que en las próximas 48 horas tendrían combate. Las órdenes fueron muy concretas: tomar las postas y acribillar a balazos el cuartel.
En el amanecer del 28 de mayo, un disparo salido del fusil con mira telescópica del máximo jefe rebelde, inició el combate, en el cual lucharon con tesón las dos partes contendientes durante unas tres horas.
En su relato sobre este combate, en Pasajes de la guerra revolucionaria, el Che fija en 53 los defensores del cuartel de El Uvero y en unos 80 los de la guerrilla. Y un testimonio de la crudeza de la lucha, lo dan por sí solas las cifras de bajas de ambas partes. Los ocupantes del cuartel tuvieron 14 muertos, 19 heridos y 14 prisioneros. Sólo seis soldados lograron escapar.
Los atacantes tuvieron 15 bajas, entre ellos siete muertos. Más de la tercera parte de los contendientes quedaron fuera de combate.
Allí cayeron heroicamente el teniente Julio Díaz González, combatiente del Moncada y expedicionario del Granma, quien peleaba justo al lado de Fidel; el también teniente Emiliano Díaz Fontaine (Nano); y los combatientes Eligio Mendoza Díaz, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano R. Sillero Marrero.
Terminado el combate, se produjo un hecho que reveló la diferencia del sentido humanitario, ética militar y respeto a los vencidos por parte del ejército guerrillero y el opresor. El Che, único médico rebelde, atendió a los heridos de ambos bandos. Los prisioneros fueron respetados y se compartió con ellos los pocos alimentos disponibles. Mientras tanto, durante esa misma mañana, 16 expedicionarios del Corynthia hechos prisioneros eran brutalmente asesinados.
En El Uvero, dos combatientes revolucionarios heridos, por su gravedad, quedaron en poder del ejército batistiano, bajo palabra de honor del médico militar de que serian respetadas sus vidas. Ellos fueron Emiliano R. Sillero y Mario Leal. El primero murió poco después y el segundo sobrevivió y sufrió prisión hasta el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959.
Heridos resultaron el entonces capitán y luego Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en el brazo y pierna izquierdos; los tenientes Félix Pena y Miguel Ángel Manals, además de los combatientes Mario Maceo, Manuel Acuña, Enrique Escalona, Hermes Leyva y el ya mencionado Mario Leal.
La trascendencia histórica y el valor derrochado por los combatientes revolucionarios aquel 28 de mayo de 1957, han sido definidos por sus principales protagonistas.
La importancia de esa acción, fue calificada por Fidel como “El primer combate de proporciones grandes librado contra aquellas fuerzas de la tiranía por los revolucionarios”. Nuestros hombres- precisó el máximo jefe del Ejército Rebelde- tomaron por asalto cada posición, avanzando sobre las balas y combatiendo largamente. Todo lo que se diga sobre la valentía con que lucharon, no acertaría a describir el heroísmo de nuestros combatientes. El capitán Almeida dirigió un avance casi suicida con su pelotón. Sin tanto derroche de valor, no habría sido posible la victoria”.
El entonces capitán y hoy General de Ejército Raúl Castro, afirmaría luego que “Almeida fue el alma del combate y el Che comenzó a destacarse allí como guerrillero. El encuentro de El Uvero nos dio categoría de tropa experimentada”.
El propio Che dijo que “A partir de entonces se acrecentó la moral guerrillera, igual que la decisión y esperanzas de triunfo”, añadiendo que los guerrilleros- luego de El Uvero- estaban en posesión del secreto de la victoria. Esa acción, aseveró, sellaba la suerte de los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del ejército de Batista.
En el combate fueron ocupadas varias armas, entre ellas 45 fusiles – 24 garand semiautomáticos y 20 marca springfield, además de un fusil ametralladora browning y unas 6 000 balas calibre 30.06, junto a otros pertrechos de guerra. Así lo atestigua el máximo jefe guerrillero, el compañero Fidel.
El Ejército Rebelde continuaba así desarrollando una tradición iniciada en La Plata y que sería una constante durante toda la guerra: su principal fuente de abastecimiento de armas sería el arrebato de estas al enemigo. Poco a poco, las viejas escopetas de cacería cedían su lugar, en las manos de los combatientes, a las armas mejor adecuadas para la lucha. “Cuando aprendimos a quitarles las armas al enemigo- diría Fidel- habíamos aprendido a hacer la Revolución, habíamos aprendido a hacer la guerra, habíamos aprendido a ser invencibles, habíamos aprendido a vencer”.
Ya 59 años nos separa de aquel atrevido y desafiante ataque rebelde. Los nombres de los revolucionarios caídos en aquella acción, sin embargo, se agigantan en el tiempo, en la historia y en la memoria agradecida de sus compañeros de lucha y de las generaciones herederas de la obra cimentada con la vida que ellos ofrendaron.
En la localidad de El Uvero, asentada en el actual municipio santiaguero de Guamà, abrazada por el Mar Caribe y las majestuosas montañas de la Sierra Maestra, afianzadas en el mismo escenario del combate del 28 de mayo de 1957, revivirá otra vez el eco de los disparos rebeldes que - más allá de sobre un cuartel enemigo y sus ocupantes- hicieron blanco en el corazón de un sistema social injusto, erradicado en Cuba y recordado sólo como parte de un pasado sin presente ni futuro en la patria de Martí y de Fidel.
Los restos de Emiliano Díaz Fontaine, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano Rigoberto Sillero Marrero, descansan en el Santa Ifigenia, custodiados por su pueblo. En su natal Artemisa, están los restos de Julio Díaz González y allí recibirá él también –al igual que aquí- el homenaje sentido de todos los cubanos. El cadáver del otro caído, Eligio Mendoza Díaz, no apareció nunca. Fue recogido por el ejército de Batista y trasladado junto a sus muertos hacia Santiago de Cuba, destino al cual no llegó, lo que hace presumir su lanzamiento al mar. Pero Eligio, el campesino que sirvió de práctico a la guerrilla y murió combatiendo en El Uvero, tiene también su tumba en el corazón del pueblo.
Para todos ellos, en nuestro pueblo ganan fuerza de presencia las emotivas palabras de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, el 28 de mayo de 1965, cuando al rememorar aquellos momentos de dolor afirmó: “Nosotros desde aquel día los tenemos más en nuestro recuerdo y en nuestra memoria. Y viven en la obra de la Revolución, en cada escuela construida en la Sierra, en cada hospital, en cada camino, en cada obra revolucionaria”.
El arrojo, la moral, el sacrificio, la decisión, el triunfo y la sangre derramada hace 59 años en el combate de El Uvero, continúan guiando a nuestro pueblo en sus actuales retos y hacia sus presentes y futuras victorias.
viernes, 27 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: La apuesta
.Orlando Guevara Núñez
Yo nunca había apostado ni un centavo a una pelea de gallos. Pero aquel día el embullo de los demás muchachos me condujo a la aventura. Todos, o casi todos los domingos, íbamos a una valla cercana para mirar las peleas, sólo a mirar, por dos razones sencillas: en primer lugar, porque no teníamos dinero; en segundo, porque no era costumbre que los muchachos entráramos en apostaderas, aunque no estaban prohibidas.
Pero ese día fue distinto. Los dueños de los gallos buscaban partidarios para aumentar la cifra de la apuesta. Un gallo giro contra un cenizo. Del giro se decía que era todo un veterano peleador y ganador; el otro, con menos historia a su cuenta, había ganado, sin embargo, la confianza de sus dueños y de parte del público que lo conocía.
Las apuestas crecían y los muchachos se decidieron a entrar en ellas. Yo sólo llevaba cincuenta centavos y en nada me agradaba exponerlos tan mansamente en una simple pelea de gallos; pero el embullo es el embullo. Y la sensación de ser como los mayores atrae bastante.
¡Al giro no hay quien le gane!, dijo alguien. Más bien lo pregonaba con ensordecedores gritos. Lo creí. Y así quedó sellada mi primera apuesta.
Cuando aquellos dos gallos estuvieron frente a frente, más que aves parecían sangrientas fieras. No hubo un minuto de tregua. La algarabía era desquiciante. Los nombres del giro y del cenizo eran pronunciados por la multitud, de ambos bandos, como si los animales pudieran asimilar las exhortaciones para vencer al contrario.
Al poco rato de iniciado el combate, las acciones pronosticaban al vencedor. El cenizo comenzó a sangrar por el cuello. Y poco a poco, como un boxeador cansado, se tornaba cada vez más lento, menos agresivo y casi impotente frente a un rival que arremetía cada vez con mayor furia. Otro espuelazo cercano a la garganta hizo que el cenizo se doblara. Ya sólo gritaban los parciales del giro. Un ágil revuelo del contrario y el cenizo quedó tendido sobre el aserrín. La pelea había terminado, con lo cual mi capital se había duplicado a la astronómica cifra de un peso.
Cuando se fijaban las apuestas para la segunda pelea, el entusiasmo de los muchachos había crecido. Ahora pelearía un fortísimo canelo contra un cenizo al parecer más pequeño.
¡Ese cenizo se joderá como el otro!, decían algunos. ¡Le voy al canelo!, ripostaban otros. Los muchachos se decidieron por el primero y de nuevo centraron en mí la insistencia. Tuve dudas y vacilaciones, pero entré en la apuesta con la variante, en relación con los demás, que sólo aposté lo mismo que había ganado en la lid anterior.
Y comenzó la pelea, diferente a la primera. Los gallos parecían dos contendientes estilistas; se amagaban y retrocedían; giraba uno alrededor del otro. Y la tensión y los gritos aumentaban, buscando estimular a los animales al combate.
A los pocos minutos, sin embargo, el cenizo se lanzó velozmente sobre el canelo, propinándole una estocada que lo hirió a sedal cerca de un ojo. El golpe no tuvo nada de gravedad, pero bastó para que el canelo, como transformado de gallo de pelea en huidiza paloma, soltara un estridente grito, comenzara a correr alrededor de la valla y -ante el inminente alcance del enemigo- alzara el vuelo para encaramarse sobre un cercano y frondoso jagüey. Abajo quedaron sólo la algarabía y las burlas. Y sólo un certero disparo de una escopeta calibre 16 logró bajar el fugitivo de tan apreciable altura. Fue el segundo gallo muerto de esa tarde, con la diferencia de que éste no supo, como el cenizo de la primera pelea, morir con dignidad sobre el aserrín.
Mi capital volvió a su estado original. Y las peleas continuaron, pero mi vocación de apostador no llegó a la tercera contienda. De aquel episodio, conservo la imborrable imagen del canelo huyendo bochornosamente ante un enemigo que parecía inferior, trepando el jagüey y cayendo abatido por la venganza del mismo dueño que lo había preparado para tan injusto combate.
Aparentemente, las peleas de gallos estaban prohibidas y perseguidas por la Guardia Rural. Pero todo se quedaba en eso: apariencias. Los encargados del orden, muchas veces vivían del desorden. Su misión principal era atemorizar a los campesinos, valiéndose del abuso de poder.
jueves, 26 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: Pillín
.Orlando Guevara Núñez
Yo he conocido muchos nombres, apellidos y apodos con un parecido extraordinario a la persona que identifican. Otros no se parecen en nada o significan lo contrario. Un Modesto, por ejemplo, puede o no tener esa cualidad. Un Bueno es posible que sea malo y un Calvo a lo mejor no lo es.
Los ejemplos podrían ser infinitos. Pero el protagonista de esta historia tenía un apodo copia fiel de su personalidad: Pillín. Y no es que comenzaran a llamarle así cuando él comenzó a ser pillo. Porque nadie nace con ese defecto, y ese nombrete lo llevó desde muy pequeño.
He aquí algunos de los sinónimos de pillo: pillín, mangante, malvado. Y algunas equivalencias de la acción de pillar, no todas, desde luego, pero por lo menos las más conocidas y comprensibles: hurtar, rapiñar, saquear, despojar, desvalijar, ratear, afanar, sustraer, timar, estafar, limpiar. Pienso, por eso, que quien bautizó con ese sobre nombre al muchacho, tuvo el acierto más grande de su vida. Y más que ponerle un apodo, le hizo un retrato.
Lo cierto de todo es que Pillín hizo del juego de gallos, de la bebida, las pillerías y otras malas costumbres, la razón de su vida. Y lo peor del caso, por lo menos para él, es que era un pésimo jugador, porque lo perdía todo, incluyendo la ropa y otros bienes personales. Otros más astutos lo esquilmaban. Y siempre que salía de la casa con la vergüenza de haberse llevado objetos propios o ajenos para venderlos, regresaba con la doble vergüenza de haberlos perdido en una sala de juegos.
Pillín no era el único con ese vicio en el barrio. Puede decirse que eso era una cosa casi normal. Y yo, sinceramente, le perdono todo cuanto hizo antes de 1959, pero no puedo perdonarle que él se empeñara en continuar siendo un pillo cuando la Revolución le ofreció la oportunidad de ser honrado y vivir de su propio trabajo, sin tener que exponer su bienestar a los azares de una mesa de juegos, a las patas de un gallo o al riesgo de la prisión.
Consejos no le faltaron. Ni ejemplos tampoco. Pero Pillín fue incapaz de romper con su pasado y de adaptarse a un presente donde pudo llegar a deshacer el propio mito de su apodo.
Muchos lo miraban con lástima, porque a veces era capaz, en momentos de lucidez, de realizar gestos con cierta carga de humanitarismo. Pero la fuerza corruptiva del vicio lo convertía en un ser anormal, sin fuerza de voluntad para el cambio necesario.
Creo que la mejor definición para Pillín es la de un hombre víctima del sistema capitalista, el cual lo enfermó tanto que ya era un caso perdido cuando recibió la asistencia de la Revolución. Muchos otros fueron salvados, pero él no pudo.
Hay quienes afirman que Pillín nació para vivir en el capitalismo. No me incluyo entre quienes aceptan ese tipo de destino. Pero si así fuera, habría que decir también que él nacería, tal vez, para vivir en ese sistema, pero no precisamente como capitalista, sino como un despojo del cual acostumbraban a alimentarse los buitres dominantes de ese podrido modo de vida. O modo de muerte.
Pillín, en su enfermizo proceder, no perdonó ni siquiera a sus honestos y sufridos padres. Ni tampoco a sus hermanos, familiares y amigos. Y la sociedad que trató de salvarlo, no podía permitirle ni perdonarle sus desmanes. Hasta que sucumbió ante sus vicios.
Valga esta lección para los “pillines” de estos tiempos, nacidos algunos antes de 1959 y otros después, pero todos con iguales oportunidades de ser dignos, honrados, útiles y apreciados por la sociedad, porque, afortunadamente, los vicios y los aberrantes mecanismos del sistema que engendró a Pillín, no tienen razón de existencia en el socialismo y subsisten sólo como rezagos de un pasado que jamás será presente
Pillín
Yo he conocido muchos nombres, apellidos y apodos con un parecido extraordinario a la persona que identifican. Otros no se parecen en nada o significan lo contrario. Un Modesto, por ejemplo, puede o no tener esa cualidad. Un Bueno es posible que sea malo y un Calvo a lo mejor no lo es.
Los ejemplos podrían ser infinitos. Pero el protagonista de esta historia tenía un apodo copia fiel de su personalidad: Pillín. Y no es que comenzaran a llamarle así cuando él comenzó a ser pillo. Porque nadie nace con ese defecto, y ese nombrete lo llevó desde muy pequeño.
He aquí algunos de los sinónimos de pillo: pillín, mangante, malvado. Y algunas equivalencias de la acción de pillar, no todas, desde luego, pero por lo menos las más conocidas y comprensibles: hurtar, rapiñar, saquear, despojar, desvalijar, ratear, afanar, sustraer, timar, estafar, limpiar. Pienso, por eso, que quien bautizó con ese sobre nombre al muchacho, tuvo el acierto más grande de su vida. Y más que ponerle un apodo, le hizo un retrato.
Lo cierto de todo es que Pillín hizo del juego de gallos, de la bebida, las pillerías y otras malas costumbres, la razón de su vida. Y lo peor del caso, por lo menos para él, es que era un pésimo jugador, porque lo perdía todo, incluyendo la ropa y otros bienes personales. Otros más astutos lo esquilmaban. Y siempre que salía de la casa con la vergüenza de haberse llevado objetos propios o ajenos para venderlos, regresaba con la doble vergüenza de haberlos perdido en una sala de juegos.
Pillín no era el único con ese vicio en el barrio. Puede decirse que eso era una cosa casi normal. Y yo, sinceramente, le perdono todo cuanto hizo antes de 1959, pero no puedo perdonarle que él se empeñara en continuar siendo un pillo cuando la Revolución le ofreció la oportunidad de ser honrado y vivir de su propio trabajo, sin tener que exponer su bienestar a los azares de una mesa de juegos, a las patas de un gallo o al riesgo de la prisión.
Consejos no le faltaron. Ni ejemplos tampoco. Pero Pillín fue incapaz de romper con su pasado y de adaptarse a un presente donde pudo llegar a deshacer el propio mito de su apodo.
Muchos lo miraban con lástima, porque a veces era capaz, en momentos de lucidez, de realizar gestos con cierta carga de humanitarismo. Pero la fuerza corruptiva del vicio lo convertía en un ser anormal, sin fuerza de voluntad para el cambio necesario.
Creo que la mejor definición para Pillín es la de un hombre víctima del sistema capitalista, el cual lo enfermó tanto que ya era un caso perdido cuando recibió la asistencia de la Revolución. Muchos otros fueron salvados, pero él no pudo.
Hay quienes afirman que Pillín nació para vivir en el capitalismo. No me incluyo entre quienes aceptan ese tipo de destino. Pero si así fuera, habría que decir también que él nacería, tal vez, para vivir en ese sistema, pero no precisamente como capitalista, sino como un despojo del cual acostumbraban a alimentarse los buitres dominantes de ese podrido modo de vida. O modo de muerte.
Pillín, en su enfermizo proceder, no perdonó ni siquiera a sus honestos y sufridos padres. Ni tampoco a sus hermanos, familiares y amigos. Y la sociedad que trató de salvarlo, no podía permitirle ni perdonarle sus desmanes. Hasta que sucumbió ante sus vicios.
Valga esta lección para los “pillines” de estos tiempos, nacidos algunos antes de 1959 y otros después, pero todos con iguales oportunidades de ser dignos, honrados, útiles y apreciados por la sociedad, porque, afortunadamente, los vicios y los aberrantes mecanismos del sistema que engendró a Pillín, no tienen razón de existencia en el socialismo y subsisten sólo como rezagos de un pasado que jamás será presente
miércoles, 25 de mayo de 2016
El otro fracaso que debe reconocer Obama
.Orlando Guevara Núñez
El presidente Obama fue el primero, entre los once mandatarios norteamericanos que han tratado de derrotar a la Revolución cubana, en reconocer el fracaso del bloqueo. Pero, en la práctica, los hechos dicen que su pesar no son los daños que esa absurda política ha causado y sigue causando al pueblo de Cuba, sino que la Revolución sigue en pie.
En correspondencia con ese objetivo, Obama ha proclamado que el fin es el mismo, pero con distintos métodos. ¿Será este presidente capaz de reconocer que esos nuevos métodos son y serán también un fracaso? ¿O dejará ese mérito para otros?
¿Pensará el señor presidente que su discurso en La Habana ha sembrado el gérmen de la descomposición de la sociedad cubana y su apoyo al neoliberalismo que pregonó? No toma en cuenta, seguramente, que sus palabras pasaron sin réplica en el momento por el respeto que los cubanos profesamos hacia los visitantes invitados. Otro escenario, en el seno de cualquier segmento poblacional, le habría demostrado que este pueblo tiene la capacidad suficiente para discernir entre lo que le conviene y lo que le perjudica. Y puede distinguir, con claridad, lo que son cantos de sirena y aullidos de lobos. En esa discusión, la verdad habría vencido a la falsedad.
Puede afirmarse que Obama, siendo el presidente de la mayor potencia del mundo, al analizar el caso Cuba, tiene casi seis décadas de atraso. Cuando habla del apoyo al sector privado, por ejemplo, ¿piensa que se está dirigiendo a los campesinos analfabetos, oprimidos por los latifundios, víctimas de la insalubridad y acosados por el hambre, que existían en Cuba antes de 1959? ¿No sabe Obama que en este país se hizo la Reforma Agraria más radical de nuestro Continente que dio a los campesinos no solo la propiedad de la tierra, sino también, ayuda técnica, mercados seguros y beneficios sociales sin igual en otros países?
¿Desconoce el ilustre presidente que en Cuba los campesinos, en todas las guerras por nuestra libertad e independencia, han sido un pilar contra la opresión nacional y extranjera? ¿Habrá estudiado Obama el papel decisivo del campesinado cubano durante la lucha guerrillera que condujo al triunfo de la Revolución encabezada por Fidel? ¿Conocerá la verdad sobre el protagonismo de nuestros campesinos en el enfrentamiento y derrota de los centenares de bandas contrarrevolucionarias organizadas, entrenadas y financiadas por la Agencia Central de Inteligencia y la tutela de su gobierno?
Tal vez sería provechoso para el presidente norteamericano saber distinguir entre los campesinos de otros países, abandonados a su suerte, víctimas de la opresión, de la especulación, de los vaivenes del mercado, del apetito voraz de los latifundistas y políticos corruptos, del despojo de sus tierras y otros muchos males incurables bajo el capitalismo, y los campesinos cubanos a quienes el socialismo les dio y les garantiza la seguridad económica y social, sin discriminación de ningún tipo.
Le convendría también saber que en cualquier hogar campesino puede encontrar en Cuba, un integrante de la familia que sea médico, maestro, ingeniero, militar, artista, obrero, dirigente, o ejerza otras funciones importantes en la sociedad. Y sería prudente que supiera otra realidad del campesinado cubano: junto al arado, el surco y las plantaciones, está el fusil miliciano, listo para cuando el enemigo lo provoque.
Si Obama supiera todo eso, y fuese sensato, no soñaría con campesinos cubanos que crean en una ayuda sincera de su parte, poniéndole como condición su alejamiento del gobierno del cual ellos son parte. La propuesta de venta directa del café, por ejemplo, es una ofensa a nuestros campesinos, quienes así lo han declarado. ¿Lo sabrá ya Obama?
Ellos como parte de nuestro pueblo, han dicho lo que los cubanos verdaderos decimos: si el gobierno de los Estados Unidos, como lo ha expresado su presidente, quiere ayudar a este pueblo, lo primero que debe hacer es eliminar el bloqueo, de lo demás nos encargamos nosotros.
Está a tiempo Obama, pese al poco tiempo que le queda como presidente, de reconocer no solo el fracaso del bloqueo, sino también de los otros métodos por él explicados para cambiar el rumbo de la Revolución cubana.
Mientras no llegue a esa conclusión, estará demostrando su incapacidad para conocer bien al pueblo cubano.
lunes, 23 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente:La matinée
.Orlando Guevara Núñez
Los niños son la esperanza del mundo. Esa bella afirmación la aprendimos de Martí y ahora la hacemos realidad cada día. Pero no siempre ha sido así. Porque antes del Primero de Enero de 1959, la inmensa mayoría de los niños cubanos vivía en un mundo sin esperanzas. O podría decirse también que vivía sin esperanzas en el mundo.
Los camellos de los Reyes Magos no trotaron nunca por los estrechos caminos que conducían a los hogares de los niños pobres del campo, ni encontraron las direcciones de los que malvivían en las ciudades y los poblados. Era como si los dromedarios hubiesen saciado hambre y sed en las casas de los ricos y despreciaran por ello las yerbitas y laticas con agua que manitas inocentes situaban las noches de cada cinco de enero debajo de sus camas, junto a las carticas que Melchor, Gaspar y Baltazar no tuvieron nunca tiempo para leer.
Pero no era sólo el Día de Reyes. La tragedia era perenne.
Y una decepción siempre duele. Pero duele más si es sufrida por un niño. Más todavía cuando ese niño no puede explicarse las causas de que ellos no puedan tener lo que a otros les sobra.
Los tres niños de este relato tampoco entendieron nunca sus desdichas. Y cada uno las enfrentaba a su manera. La aspiración para esos infantes, como de todos los del poblado, era la oportunidad de asistir a la matinée dominical, en un minúsculo y destartalado cine que, aún así, resultaba grande para los pocos que podían pagar los diez centavos de la entrada. Y la niña y sus hermanos estaban siempre entre los aspirantes, pero sus padres no figuraban entre quienes podían sufragar esos gastos.
El padre sufría, pero estaba impotente. Y la madre encontró lo que podía ser una solución: elaborar dulces que los niños debían vender en la calle, sacar de ahí el gasto para la matinée y hacer algún aporte al presupuesto familiar. Pero había una condición: vender toda la mercancía. Y si la venta era mala, ¡Adiós, matinée!
El mayor de los niños era más diestro y por lo general se agenciaba la entrada; el segundo no siempre triunfaba en la venta y regresaba derrotado, con amargas y copiosas lágrimas que en nada remediaban su situación. Y decidió entonces participar, junto a la niña, en los concursos de canto que formaban parte de la promoción del espectáculo dominical. El premio consistía en una entrada gratis.
La decisión no pudo ser más infeliz y desastrosa. Su voz era, sencillamente, terrible. Y más alarmante su desafinación. Algunos inescrupulosos lo compararon con un ternero bramando y le aconsejaron que vendiera los “gallos” para comprar la entrada. Y de nada la valieron los ensayos. En realidad, tenía mejor voz para el pregón que para el canto, aunque en ambos casos los resultados fueron pésimos. Fue por eso, entre los tres, quien más sufrió.
La niña, por el contrario, ganaba en todas sus presentaciones. La gracia de sus tiernos nueve años, su voz no mala y la cadencia de su cuerpo al compás de las notas que entonaba, le aseguraban la entrada cada vez que se lo proponía. La venta de dulces quedó así para los varones. Y Rosita Fornés tuvo en ella, tal vez, la rival más atrevida e inocente de su vida.
Prefiero omitir los nombres de esos niños. Ellos están muy cerca y sé que serán de los primeros en leer estas líneas, en las cuales se reencontrarán a sí mismos, como víctimas de un pasado sin reedición, en una Patria donde ahora sí se cumplen los sueños de nuestro Héroe Nacional.
Hace algunos días pasé por el lugar donde estaba el viejo cine. La Revolución construyó allí uno nuevo. Y todos los niños lo disfrutan sin tener que ganarse la entrada vendiendo dulces o cantando, sin que sus padres sufran por no poder complacerlos y sin que el llanto ocupe el lugar de la sonrisa en quienes nacieron para ser felices. Si a esto se le quisiera poner un nombre, bastaría entonces una sola palabra: ¡Revolución! Y otra para el apellido: ¡Socialista!
domingo, 22 de mayo de 2016
Nuestro Fidel de siempre (VI)
Fragmentos del discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro en el acto del 8 de enero de 1959, en La Habana.
.Orlando Guevara Núñez
Yo sé que al hablar esta noche aquí se me presenta una de las obligaciones más difíciles, quizás, en este largo proceso de lucha que se inició en Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956.
El pueblo escucha, escuchan los combatientes revolucionarios, y escuchan los soldados del Ejército, cuyo destino está en nuestras manos.
Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.
Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.
¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados.
Cuando nosotros teníamos un revés, lo declarábamos por “Radio Rebelde”, censurábamos los errores de cualquier oficial que lo hubiese cometido, y advertíamos a todos los compañeros para que no le fuese a ocurrir lo mismo a cualquier otra tropa. No sucedía así con las compañías del Ejército. Distintas tropas caían en los mismos errores, porque a los oficiales y a los soldados jamás se les decía la verdad.
Se ha andado un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas. Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba.
Lo primero que tenemos que preguntarnos los que hemos hecho esta Revolución es con qué intenciones la hicimos; si en alguno de nosotros se ocultaba una ambición, un afán de mando, un propósito innoble; si en cada uno de los combatientes de esta Revolución había un idealista o con el pretexto del idealismo se perseguían otros fines; si hicimos esta Revolución pensando que apenas la tiranía fuese derrocada íbamos a disfrutar de los gajes del poder; si cada uno de nosotros se iba a montar en una “cola de pato”, si cada uno de nosotros iba a vivir como un rey, si cada uno de nosotros iba a tener un palacete, y en lo adelante para nosotros la vida sería un paseo, puesto que para eso habíamos sido revolucionarios y habíamos derrocado la tiranía; si lo que estábamos pensando era quitar a unos ministros para poner otros, si lo que estábamos pensando simplemente era quitar unos hombres para poner otros hombres; o si en cada uno de nosotros había verdadero desinterés, si en cada uno de nosotros había verdadero espíritu de sacrificio, si en cada uno de nosotros había el propósito de darlo todo a cambio de nada, y si de antemano estábamos dispuestos a renunciar a todo lo que no fuese seguir cumpliendo sacrificadamente con el deber de sinceros revolucionarios (APLAUSOS PROLONGADOS). Esa pregunta hay que hacérsela, porque de nuestro examen de conciencia Cuando yo oigo hablar de columnas, cuando oigo hablar de frentes de combate, cuando oigo hablar de tropas más o menos numerosas, yo siempre pienso: he aquí nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra: ¡Esa tropa es el pueblo! (APLAUSOS.)
Más que el pueblo no puede ningún general; más que el pueblo no puede ningún ejército. Si a mí me preguntaran qué tropa prefiero mandar, yo diría: prefiero mandar al pueblo (APLAUSOS), porque el pueblo es invencible. Y el pueblo fue quien ganó esta guerra, porque nosotros no teníamos tanques, nosotros no teníamos aviones, nosotros no teníamos cañones, nosotros no teníamos academias militares, nosotros no teníamos campos de reclutamiento y de entrenamiento, nosotros no teníamos divisiones, ni regimientos, ni compañías, ni pelotones, ni escuadras siquiera (APLAUSOS PROLONGADOS).
Una de las ansias mayores de la nación, consecuencia de los horrores padecidos, por la represión y por la guerra, era el ansia de paz, de paz con libertad, de paz con justicia, y de paz con derechos. Nadie quería la paz a otro precio, porque Batista hablaba de paz, hablaba de orden, y esa paz no la quería nadie, porque hubiese sido la paz a costa del sometimiento.
Tiene hoy el pueblo la paz como la quería: una paz sin dictadura, una paz sin crimen, una paz sin censura, una paz sin persecución (APLAUSOS PROLONGADOS).
Es posible que la alegría mayor en este instante sea la alegría de las madres cubanas. Madres de soldados o madres de revolucionarios, madres de cualquier ciudadano, hoy experimentan la sensación de que sus hijos, al fin, están fuera de peligro (APLAUSOS).
Todo el que haga hoy algo contra la paz de Cuba, todo el que haga hoy algo que ponga en peligro la tranquilidad y la felicidad de millones de madres cubanas, es un criminal y es un traidor (APLAUSOS). Quien no esté dispuesto a renunciar a algo por la paz, quien no esté dispuesto a renunciarlo todo por la paz en esta hora, es un criminal y es un traidor (APLAUSOS).
Como pienso así, yo digo y yo juro ante mis compatriotas que si cualquiera de mis compañeros, o nuestro movimiento, o yo, fuésemos el menor obstáculo a la paz de Cuba, desde ahora mismo el pueblo puede disponer de todos nosotros y decirnos lo que tenemos que hacer (APLAUSOS). Porque soy un hombre que sabe renunciar, porque lo he demostrado más de una vez en mi vida, porque eso he enseñado a mis compañeros, tengo moral y me siento con fuerza y autoridad suficientes para hablar en un instante como este (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Viva Fidel Castro!”).
Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organización revolucionaria: la nuestra o la de otro, el 26, el 27 o el 50, en la que fuese, porque, si al fin y al cabo éramos los mismos los que luchábamos en la Sierra Maestra que los que luchábamos en el Escambray, o en Pinar del Río, y hombres jóvenes, y hombres con los mismos ideales, ¿por qué tenía que haber media docena de organizaciones revolucionarias? (APLAUSOS.)
La nuestra, simplemente fue la primera; la nuestra, simplemente fue la que libró la primera batalla en el Moncada, la que desembarcó en el “Granma” el 2 de diciembre (APLAUSOS), y la que luchó sola durante más de un año contra toda la fuerza de la tiranía (APLAUSOS); la que cuando no tenía más que 12 hombres, mantuvo enhiesta la bandera de la rebeldía, la que enseñó al pueblo que se podía pelear y se podía vencer, la que destruyó todas las falsas hipótesis sobre revolución que habían en Cuba. Porque aquí todo el mundo estaba conspirando con el cabo, con el sargento, o metiendo armas en La Habana, que se las cogía la policía (APLAUSOS), hasta que vinimos nosotros y demostramos que esa no era la lucha, que la lucha tenía que ser otra, que había que inventar una nueva táctica y una nueva estrategia, que fue la táctica y la estrategia que nosotros pusimos en práctica y que condujo al más extraordinario triunfo que ha tenido en su historia el pueblo de Cuba (APLAUSOS).
No solo trazó las pautas en la guerra el Movimiento 26 de Julio, sino que además enseñó cómo había que tratar al enemigo en la guerra. Ha sido esta quizás en el mundo la primera revolución donde jamás se asesinó a un prisionero de guerra (APLAUSOS PROLONGADOS); donde jamás se abandonó a un herido, donde jamás se torturó a un hombre (APLAUSOS); porque esta pauta fue la que trazó el Ejército Rebelde. Y algo más: esta es la única revolución en el mundo donde no ha salido un general (APLAUSOS), ni un coronel siquiera, porque el grado que me puse yo o me pusieron mis compañeros, fue el de comandante, y no me lo he cambiado, a pesar de que hemos ganado muchas batallas y hemos ganado una guerra; sigo siendo comandante, y no quiero otro grado (APLAUSOS).
(EXCLAMACIONES DE: “¡Hay que fomentar fuentes de trabajo!”) Si no resolvemos todos esos problemas, esta no sería una revolución, compañeros, porque creo que el problema fundamental de la República en estos momentos, y lo que dentro de poco estará necesitando el pueblo, cuando pase la alegría del triunfo, es trabajo, la manera de ganarse la vida decorosamente (APLAUSOS).
Pero no es eso solo, compañeros; hay mil cosas más de las cuales yo he estado hablando todos estos días, que imagino que ustedes, el que más y el que menos, habrá escuchado por la radio y por la prensa, y además, porque no vamos a agotar todos los temas en una sola noche.
Vamos a quedarnos pensando en estos problemas de los que les he hablado hoy, y vamos a concluir la larga jornada —que aunque yo no estoy cansado, sé que ustedes tienen que regresar a las casas y están lejos. (EXCLAMACIONES DE: “¡No importa!”, “¡Sigue!”)
Lo que yo he dicho en otra parte: nadie vaya a creer que las cosas se van a resolver de la noche a la mañana. La guerra no se ganó en un día, ni en dos, ni en tres, y hubo que luchar duro; la Revolución tampoco se ganará en un día, ni se hará todo lo que se va a hacer en un día. Además, le he dicho al pueblo en otros actos que no se vayan a creer que esos ministros son unos sabios —empiezo por decirles que ninguno ha sido ministro antes, o casi ninguno. Así que nadie sabe ser ministro, eso es una cosa nueva para ellos; lo que están es llenos de buenas intenciones. Y yo digo en esto, igual que digo de los comandantes rebeldes: miren, el comandante Camilo Cienfuegos no sabía de guerra, ni de manejar un arma, absolutamente nada. El Che no sabía nada; cuando conocí al Che en México se dedicaba a disecar conejos y hacer investigaciones médicas. Raúl tampoco sabía nada; Efigenio Ameijeiras tampoco sabía nada; y al principio no sabían nada de guerra, y al final se les podía decir, como les dije: “Comandante, avance sobre Columbia, y tómela”; “Comandante, avance sobre La Cabaña, y tómela”; “Avance sobre Santiago, y tómelo”, y yo sabía que lo tomaban... (APLAUSOS PROLONLo importante, o lo que me hace falta por decirles, es que yo creo que los actos del pueblo de La Habana hoy, las concentraciones multitudinarias de hoy, esa muchedumbre de kilómetros de largo —porque esto ha sido asombroso, ustedes lo vieron; saldrá en las películas, en las fotografías—, yo creo que, sinceramente, ha sido una exageración del pueblo, porque es mucho más de lo que nosotros merecemos (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”).
Sé, además, que nunca más en nuestras vidas volveremos a presenciar una muchedumbre semejante, excepto en otra ocasión —en que estoy seguro de que se van a volver a reunir las muchedumbres—, y es el día en que muramos, porque nosotros, cuando nos tengan que llevar a la tumba, ese día, se volverá a reunir tanta gente como hoy, porque nosotros ¡jamás defraudaremos a nuestro pueblo!
(OVACION)
lunes, 16 de mayo de 2016
La Reforma Agraria cubana: Aspiración de generaciones, hecha realidad por la Revolución
Orlando Guevara Núñez
La Reforma Agraria promulgada por el Gobierno Revolucionario cubano, el 17 de mayo de 1959, resumió las aspiraciones de varias generaciones de una nación que, desde la época colonial española y el neocolonialismo norteamericano, habían luchado para rescatar la tierra usurpada por latifundios extranjeros y nacionales mediante los más brutales métodos de expropiación, desalojos, atropellos y crímenes contra el campesinado. Pero antes del triunfo de la Revolución, esa aspiración no pasó de un sueño inalcanzable, pese a que llegó a formar parte de la Constitución de 1940. En ese documento –artículo 90- estaba plasmado que “Se proscribe el latifundio y a los efectos de su desaparición le Ley señalará el máximo de la extensión de la propiedad que cada persona o entidad pueda poseer para cada tipo de explotación a que la tierra se dedique y tomando en cuenta las respectivas peculiaridades, la Ley limitará restrictivamente la adquisición de la tierra por personas y compañías extranjeras y adoptará medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano”.
Esa decisión constitucional, sin embargo, no llegó nunca a materializarse. Quedó en la promesa y el engaño. Fue una burla más para los sufridos hombres del campo y los intereses vitales de la nación.
Trece años después de aquella Ley, ante el tribunal que lo juzgaba por los hechos del 26 de julio de 1953 – el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente – el entonces joven revolucionario Fidel Castro, jefe de la acción, exponía la realidad del sector agrícola cubano.
“El 85 por ciento de los pequeños agricultores está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas”.
Pero el cambio de esa dramática situación no podía formar parte del programa de ninguno de los gobiernos burgueses y pro imperialistas de la etapa prerrevolucionaria cubana. Su misión era perpetuarla y acentuarla.
La distribución de la tierra era realmente injusta. El 92 por ciento de las más de 159 000 fincas existentes en 1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas, mientras que el 1,4 por ciento de los propietarios era dueño del 46 por ciento de éstas.
Sólo nueve latifundios norteamericanos eran dueños de más de 100 000 caballerías. (Una caballería equivale a 13,42 hectáreas). Mientras, en los campos cubanos – situación denunciada también por Fidel Castro en 1953- más de 200 000 familias malvivían en chozas miserables, sumidas en la miseria, la falta de salubridad y el analfabetismo.
Los campos cubanos albergaban a un campesinado que había luchado con bravura por la libertad e independencia de la Patria, desde el 10 de octubre de 1868, inicio de la Guerra de los Diez Años, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, hasta la epopeya guerrillera conducida por Fidel desde el 2 de diciembre de 1956, coronada con el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959. Pero siempre había sido traicionado.
Ese campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización de la Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. La mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año.
El Artículo 90 de la Constitución cubana de 1940 se quedó esperando por leyes complementarias o decretos que la hicieran realidad. El latifundio era cada vez más poderoso, los campesinos cada vez más pobres y abandonados, a la vez que la nación sufría la estrangulación extranjera que explotaba a los cubanos y les robaba sus riquezas, con la complicidad de una burguesía terrateniente entreguista, incapaz incluso de defender los intereses nacionales ante el imperio todopoderoso.
En ese contexto se produce el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959, premisa insoslayable para la ansiada Reforma Agraria que extirparía de raíz y haría irreversible el latifundismo en Cuba. Esta vez, los campesinos y demás hombres de los campos cubanos, no fueron traicionados. La Revolución sobrepasó con creces lo proclamado en la Constitución de 1940 e incluso los postulados de Fidel Castro en 1953. Una verdadera transformación emancipadora tuvo como escenario nuestros campos, con una Ley que acrecentó el odio imperial contra Cuba, pero fue definitoria para el ulterior desarrollo del proceso revolucionario cubano.
Reforma Agraria cubana: Frente al imperio y la contrarrevolución
Orlando Guevara Núñez
La Ley de Reforma Agraria, que erradicó el latifundio e hizo dueños de la tierra a quienes la trabajaban, provocó de inmediato la ira irracional de los afectados, con el apoyo total del gobierno de los Estados Unidos. Los poderosos, los explotadores, no se resignaban a perder sus privilegios. Pero los cubanos redimidos no se amedrentaron. Y la Reforma Agraria fue. Muchos de los principales latifundistas eran norteamericanos. Y otros muchos nacionales se refugiaron de inmediato en ese país, donde recibieron un respaldo incondicional. No podían ocultar la validez de la Ley, pero hicieron todo lo posible por obstaculizarla.
En fecha temprana como el 12 de junio de 1959, una declaración de la administración norteña fijaba su posición: “Los Estados Unidos reconocen que, según el derecho internacional, un Estado tiene la facultad de expropiar dentro de su jurisdicción para propósitos públicos y en ausencia de disposiciones contractuales o cualquier otro acuerdo en sentido contrario; sin embargo, este derecho debe ir acompañado de la obligación correspondiente por parte de un Estado, en el sentido de que esa expropiación llevará consigo el pago de una pronta, adecuada y efectiva compensación”.
La primera afirmación es un derecho internacional. El sin embargo, una pretendida imposición yanqui que ponía a la Revolución en una disyuntiva: hacer o no hacer la Reforma Agraria. La opción fue continuarla, aún cuando el precio fuera la agudización de las confrontaciones con el Gobierno de los Estados Unidos y las fuerzas de la contrarrevolución.
El pago pronto, adecuado y efectivo, como fue planteado, se traducía, como lo denunció el Comandante en Jefe Fidel Castro, en un pago ahora mismo, en dólares y lo que los expropiados pidieran por sus antiguas propiedades.
Al llegar al poder, el 1ro. de enero de 1959, el Gobierno Revolucionario había encontrado saqueadas las arcas de la nación. Muchos millones fueron a parar a los Estados Unidos, en las maletas de los ladrones y explotadores, sin que prosperara gestión alguna para su devolución. El tirano Fulgencio Batista y sus cómplices dejaron el país sin recursos y con una deuda externa impagable.
Las condiciones norteamericanas, por tanto, no eran objetivas ni cumplibles.
Comenzaron entonces las calumnias de que Cuba se negaba a cumplir con el pago. Nada más alejado de la realidad.
El Artículo 29 de la Ley de Reforma Agraria fija que “Se reconoce el derecho constitucional de los propietarios afectados por esta Ley, a percibir una indemnización por los bienes expropiados. Dicha indemnización será fijada teniendo en cuenta el valor en venta de las fincas que aparezcan de las declaraciones de amillaramiento municipal de fecha anterior al 10 de octubre de 1958. Las instalaciones y edificaciones afectables existentes en las fincas serán objeto de tasación independiente por parte de las autoridades encargadas de la aplicación de esta Ley”.
En el Artículo 31, se reglamentaba que “La indemnización será pagada en bonos redimibles. A tales fines se hará una emisión de bonos de la República de Cuba en la cuantía, términos y condiciones que oportunamente se fijen. Los bonos se denominarán “Bonos de la Reforma Agraria” y serán considerados valores públicos. La emisión o emisiones se harán por un término de treinta años, con interés anual no mayor del 4 por ciento. Para abonar el pago de intereses, amortización y gastos de la emisión, se incluirá cada año en el Presupuesto de la República la suma que corresponda”.
Y más adelante, en el Artículo 32, se reglamentaba eximir a los perceptores de bonos, durante un período de diez años, del impuesto sobre la renta personal en la proporción derivada de la inversión que hicieran, en industrias nuevas, de las cantidades percibidas por la indemnización, incluyendo en ese beneficio a los herederos que realizaran esas inversiones.
En su aplicación los bonos se hicieron por el término de 20 años y con un 4,5 por ciento de intereses. Pero Estados Unidos no aceptó – como sí lo hicieron expropiados de otros países y muchos nacionales- esa fórmula de pago. Y se aferraron a la inaceptable variante del “pago pronto, eficiente y justo”.
No tuvieron en cuenta para esa absurda exigencia, que la mayoría de las propiedades agrícolas norteamericanas en Cuba fueron adquiridas al amparo de la Enmienda Platt –impuesta a la Constitución de este país como condición para su “independencia” del 20 de mayo de 1902- además de Ordenes Militares durante las intervenciones yanquis en este territorio.
En muchos casos, las “compras” resultaron una verdadera burla a la nación cubana y a su pueblo. Un solo ejemplo ilustra los demás: El 19 de abril de 1905, la norteamericana Nipe Bay Company, de Jersey City, adquirió, por la burlesca cifra de cien dólares, 3 713 caballerías, es decir, unas 49 800 hectáreas.
En Cuba, las empresas azucareras abarcaban más de 200 000 caballerías, y más de 300 000 las dedicadas a la ganadería. O lo que es lo mismo: alrededor del 25 por ciento del área total del país.
Puede afirmarse, con toda razón, que la Reforma Agraria expropió de forma legal, lo que los monopolios norteamericanos habían expropiado a la nación mediante fraudes.
Las medidas de la contrarrevolución y del gobierno norteamericano fueron mucho más allá del rechazo a una ley específica. Cuba, gracias a una mendaz y grosera campaña internacional elaborada y estimulada desde los Estados Unidos, comenzó a ser “un peligro” para ese poderoso país y una “amenaza” para la seguridad hemisférica. Se arreció la propaganda contra el comunismo, creció el apoyo a la contrarrevolución externa e interna, se incrementaron los sabotajes, surgieron las bandas de alzados organizadas, financiadas y dirigidas por la Agencia Central de Inteligencia yanqui, y se produjo, el 17 de abril de 1961, la invasión mercenaria de Playa Girón, en la cual venían 100 latifundistas, con el objetivo de recuperar sus propiedades que ahora pertenecían al pueblo.
La Ley agraria del 17 de mayo de 1959, sin embargo, fijó un límite de 30 caballerías por propietario. Pero la respuesta no fue trabajarlas. Esas propiedades, en su mayoría, fueron fuente de apoyo a la contrarrevolución y de sabotajes a la economía.
Ese hecho determinó la promulgación, el 3 de octubre de 1963, de la Segunda y última Ley de Reforma Agraria, que redujo a cinco caballerías el límite de propiedad sobre la tierra, garantizando, como en la anterior, la indemnización a los afectados.
Aquella Ley justiciera de la Revolución cubana, sigue sin par en este Continente y otras latitudes donde el latifundio sigue reinando.
domingo, 15 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: Tojosa
.Orlando Guevara Nùñez
Hace algún tiempo, de
visita en un centro turístico santiaguero, me detuve a observar a un grupo de
adolescentes. Cada uno de ellos, luego del disfrute de una apetitosa merienda,
le disputaba a los demás el derecho a pagar, sin reparar en la cantidad
consumida por todos. El gesto me pareció muy hermoso, pero me trajo un amargo
recuerdo que en mi ha resistido el paso de los años.
Por momentos volví a tener la edad de ellos. Y
rauda, como un relámpago que parte en dos el firmamento, acudió a mi mente la
dulce y bonita imagen de Tojosa. Si ella y yo volviéramos a vernos frente a
frente, sería imposible reconocernos uno al otro. Porque más de cinco décadas son muchos años y significan más, en este
caso, por la razón de que al momento de la infortunada despedida, ninguno de
los dos alcanzábamos los catorce años de edad.
La última vez que nos vimos fue en una fiesta
campesina. Y sin necesitar palabras, el idioma de las miradas concertó el pacto
para el baile. Así, cuando el órgano comenzó su contagiosa música, entre las
muchas parejas nos contábamos Tojosa y yo. Fue un primer momento feliz para los
dos.
La causa de los malos recuerdos fue que mi
único capital para aquella fiesta era sólo de veinticinco centavos. Claro está
que era muy poco, aunque me reconocía con mayor suerte que otros muchachos
cuyos bolsillos no albergaban ni siquiera uno de aquellos centavitos prietos
que el argot popular bautizara con el sobrenombre de “perrita”.
Podía
bailar cinco piezas, a cinco centavos cada una y prescindir de otras opciones;
o bailar sólo tres y comprar una empanadilla que valía diez centavos. Pero la
empanadilla era ideal con el refresco, que costaba también diez centavos. Y
fue así que mi variante había quedado
decidida antes de llegar a la fiesta: bailar una pieza y saborear una
empanadilla acompañada de un refresco. Y el gasto comenzó por el baile.
Recuerdo
que fue Tojosa quien inició la conversación. Y sus palabras me llegaron algo
así como una mezcla de sugerencia, con un tono imperativo tan natural como ella
misma. “La bailadora no se puede quedar boquiseca”, me dijo. Y fijó en las mías
sus pupilas retadoras.
El emplazamiento bastó para que yo dejara de
mirar picarescamente los negros y grandes ojos de Tojosa. Apreté su mano con
menos fuerza que al inicio y las operaciones matemáticas comenzaron a
entrelazarse en mi cerebro, tratando de encontrar una variante que en
definitiva no apareció. Si le ofrecía un refresco, lógico era que yo tomara
otro y allí mismo se esfumaría todo mi capital. Además, no podría continuar
bailando con ella. Si sólo compraba un refresco para ella, ¡adiós el mío con la
empanadilla! Y me quedarían diez centavos para otras dos piezas. Si no saciaba
su sed, seguro perdería a la bailadora y sufriría una gran humillación. Estaba,
sencillamente, en un callejón sin salida. O por lo menos, sin una salida feliz
y decorosa.
Al terminar la pieza musical, que en ese caso
me pareció larga, interminable, infinita, el destino de mi fortuna, después de
tantas reformulaciones, había vuelto a su punto original. Le tocó perder a
Tojosa. Con una empanadilla en una mano y un refresco en la otra, abandoné la
fiesta, sin que ella se diera cuenta. Así quedó cerrado aquel capítulo, en su
mismo comienzo.
Lo
que tal vez Tojosa ni siquiera sospeche, es que nunca he olvidado a la linda
muchachita que no tuvo suerte aquella noche con el bailador escogido, como
tampoco olvido al muchacho que, aún con
los deseos de continuar bailando con ella y de no dejarla boquiseca, tuvo que
marcharse de la fiesta, afligido por la derrota, humillado, sin atreverse ni a
darle una explicación.
Por eso ahora, al observar a los alegres
muchachos, pensé en los momentos tristes de aquella fiesta y en lo feliz que
habría sido la joven casi niña de esta historia si las posibilidades económicas
de su pareja tan sólo se hubiesen parecido en algo a la de los integrantes de
este grupo.
Se me ocurrió entonces un desagravio simbólico y a la distancia. Y mezclándome
entre los jóvenes, solicité dos refrescos, de los cuales consumí sólo uno. El
otro quedó allí, sobre la mesa, intacto, como si eternamente estuviera
dispuesto a esperar por los sedientos labios de Tojosa.
En ese drama vivía la mayor parte de nuestra
juventud.
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